1942

REVAL

Comisariado General de Estland, Comisariado del Reich para Ostland

A Edgar le fallaron las piernas cuando entregó el sombrero y el capote a la joven del guardarropía. ¿Por qué habían acordado encontrarse allí? ¿Por qué no en un banco del parque, en cualquier café o en Tõnismägi? ¿Querían hacer valer su posición, mortificarlo con los platos que trajeran de la cocina, llevarlo a un terreno desconocido? Los embriagadores olores de las tiendas de alimentación y los locales para alemanes siempre llegaban hasta la calle, con frecuencia Edgar suspiraba por ellos, y ese restaurante no era una excepción. El comedor y la escalera hervían de oficiales, los atareados camareros se abrían paso entre los uniformes y el suelo crujía bajo sus pies, el aroma de la carne asada emergía de la cocina y el tintineo de los cubiertos se entremezclaba con el olor amargo del líquido limpiametales. Las copas campanilleaban como relojes, las botellas se deslizaban en las cubiteras, las queridas bebían combinados sherry cobbler y todos se divertían.

Al SS-Untersturmführer Mentzel no se lo veía, pero al parecer Edgar sí era reconocible, pues desde una mesa en el centro de la sala le hicieron señas con la mano y entonces el jefe de comedor se dispuso a acompañarlo. Un capitán de las SS: Edgar reconoció los galones y extendió el brazo a modo de saludo. El otro se incorporó y respondió al gesto con cierta indolencia. El SS-Hauptsturmführer Hertz era apuesto. Demasiado apuesto.

—Me alegro de conocerlo, Herr Fürst.

—¡Igualmente, Herr SS-Hauptsturmführer!

—El Untersturmführer Mentzel le ha recomendado vivamente. Por desgracia, se ha visto obligado a partir de Reval con toda urgencia, me ha pedido que le transmitiera sus saludos. Tengo entendido que usted estudió en Dorpat.

Edgar asintió, mientras se ruborizaba hasta las puntas de los dedos.

—Algunos han elogiado mucho el teatro de esa localidad. ¿Me lo recomienda?

—Sí, se lo recomiendo vivamente, al igual que la ópera, Herr SS-Hauptsturmführer. En el Vanemuine interpretan tan bien a Puccini que seguro que lo satisfará. Según tengo entendido, van a dar un concierto unos músicos de Stuttgart —añadió Edgar en tono firme, agradeciendo para sus adentros su cultura general, al tiempo que le parecía un extraño inicio de conversación.

El martilleo del trinchador de carne procedente de la cocina lo alteraba. Otro camarero pasó por su lado muy deprisa con unas fuentes cubiertas por una campana de plata. Las comisuras de los labios del alemán de la mesa contigua se veían sanguinolentas por el vino. Edgar tenía sed. Se notaba la lengua hinchada, como si no hubiera bebido agua en varios días; aparte de los ruidos de sus tripas, lo embargaba un ardor que no había sentido en muchos años. No sabía si deseaba que esa sensación permaneciera o no.

—Gracias, Herr Fürst, aún no he tenido tiempo de familiarizarme con la oferta cultural de Dorpat, intentaré subsanar la cuestión a la mayor brevedad. Pero ahora vayamos al grano. ¿Qué opina de traducir al alemán el nombre de las calles? La Dirección de Interior está en contra, no creen que a los estonios les guste una Adolf Hitler Strasse. ¿Y cómo ha recibido el pueblo el discurso del Reichsmarschall Göring?

El capitán iba cambiando despreocupadamente de tema, coronaba las frases con una especie de sonrisa que hacía aflorar las arrugas en los rabillos de sus ojos. Le recordaba a Ernst Udet, el as de la aviación: el parecido de la nariz era evidente, también los labios eran semejantes a los del Udet que salía retratado en su postal favorita. En ella, Ernst era muy joven, el hombre sentado a la mesa había visto más mundo. Edgar ladeó la mejilla derecha hacia el SS-Hauptsturmführer, para ofrecer así un mejor ángulo de su nariz.

—El discurso del Reichsmarschall Göring en la Fiesta de la Cosecha fue algo problemático. En especial cuando la escasez de alimentos ya es acuciante. Recordará que el mariscal dijo en su discurso…

—Sí, sí, que los alemanes debían ser alimentados antes que los demás —repuso el militar, frunciendo el cejo.

—Pues, según una estimación prudente, a consecuencia de ese discurso se ha producido un leve descenso en la popularidad alemana. Asimismo, las actividades del doctor Veski han causado preocupación.

—¿Quién es el doctor Veski?

De nuevo una bandeja de croquetas pasó veloz por su lado. El ruido de su estómago había cesado, pero el ardor seguía allí. Edgar arqueó un poco las cejas para intentar iluminar su mirada y las mantuvo así. En el reflejo del cuchillo vio que su piel brillaba como si le hubiesen aplicado pomada con una espátula, y cada traguito de licor untaba una nueva capa.

—El doctor Veski es un filólogo de la Universidad de Dorpat. Según dicen, está elaborando un mapa preciso de los territorios del Este, al parecer porque se pretende desplazar a los estonios a Rusia. Se comenta que en su mapa todos los pueblos rusos tienen ya nombres estonios —explicó Edgar, consciente de que eran palabras juiciosas, sí, pero entresacadas de conversaciones que había practicado mentalmente, por lo que dudaba que pudiese responder a preguntas que se apartaran de lo previsto. Sus ojos se desviaron hacia la Cruz de Caballero y tuvo que obligarse a no mirarla.

—¿De veras? Qué sorprendente, incomprensible incluso. ¿Qué alimenta esos rumores y quién los propaga? Puedo asegurar que tales planes no forman parte de los intereses del Reich.

—¡Por supuesto que no, Herr SS-Hauptsturmführer!

—Usted se halla más al tanto de lo que sucede en el país que otros, Herr Fürst. Mucho más. Una visión global, eso, usted posee una visión global.

En el rostro de Hertz volvió a aflorar una sonrisa. Edgar, turbado, se llevó la mano a la mejilla rozada por la caricia de esa sonrisa.

—Bien, ¿qué me dice de las actividades antialemanas?

—Casi no existen.

—He leído sus informes. Una impresión excelente, los agradecimientos llegaron desde el mismo Berlín. Estoy seguro de que usted es la persona adecuada para una misión especial. Desearía que pudiera continuar su trabajo en el Departamento B4 del grupo B, pero con unas tareas un tanto diferentes. Según tengo entendido, nunca ha visto en persona al Gruppenleiter Ain-Ervin Mere, ¿verdad? Seguramente se encontrarán en alguna ocasión, él me informa a mí directamente. La misión principal de usted será tenerme al corriente del estado de ánimo que reina en el departamento y de posibles amenazas internas. Nos han comunicado que organizaciones clandestinas consiguieron infiltrar un topo incluso en órganos altamente confidenciales, y quiero saber cuál es la situación en el grupo B.

Cuando Edgar salió a la calle, su estómago empezó a rebelarse contra el alcohol trasegado en ayunas. Se apresuró hacia la esquina, buscó un portalón y esperó allí hasta recobrar un poco la calma. Esta vez el agua de colonia no le había ocasionado problemas, se había acordado de guardarla lo bastante lejos de la ropa, pero debería haber comido antes de la cita. Se dio cuenta de que cada encuentro quedaba enturbiado por algún contratiempo, como el estómago revuelto o la colonia. Pero ahora no se trataba sólo de eso, sino también de su interlocutor. Cuando sus piernas se habían rozado por casualidad bajo la mesa, Edgar había decidido que se convertiría en alguien imprescindible para el SS-Hauptsturmführer Hertz. Aquel hombre confiaba en él y pronto volvería a verlo.