1942

REVAL

Comisariado General de Estland, Comisariado del Reich para Ostland

Cuando el camión que transportaba leñadores partiera de Tallin por la mañana, me colaría entre ellos. Antes debía empaquetar mis pertenencias en el desván de la mansión en Merivälja. La casa estaba vacía, era perfecta. Aun así no me gustaba, del mismo modo que no me gustaban los lugares donde no había rastro de vida humana. Los alemanes se habían comido también las palomas de esa zona y detrás del cobertizo ya no se oían arrullos; los gatos callejeros retozaban a sus anchas en salas y miradores. Pasaría mi última noche en Merivälja en el cobertizo, por si acaso, y de buen grado. En la entrada me percaté de que el hilo que había colocado a modo de trampa estaba movido. No mucho, pero había cambiado un poco de sitio. Tal vez hubiera sido un gato. Sin embargo, quité el seguro a mi Walther y agucé el oído. Entré a hurtadillas por la veranda, atravesé una sala en penumbra. Alguien había tropezado con una silla cubierta por una sábana. Al subir la escalera esquivé los peldaños que crujían. Me acerqué a la puerta del desván, la entreabrí y estuve a punto de dispararle a Richard, que esperaba dentro.

—¿Qué haces aquí? —Le apunté con la pistola en la sien.

Richard, mudo del susto, a duras penas consiguió balbucear que estaba solo. Sabía el santo y seña. Bajé el arma.

—Me han ordenado venir, tengo que huir del país.

—Por las huellas que has dejado, ni se te ha ocurrido que pudieran seguirte.

—Dos funcionarios de la Dirección de Interior han desaparecido y a mí me miran de manera extraña. Debes ayudarme, tengo salvoconductos falsos para ti.

Metí rápidamente mis cosas en la mochila y le ordené que me siguiera. Teníamos prisa, estaba convencido de que lo habían seguido. Richard se disponía a bajar la escalera, pero lo detuve: iríamos por el tejado.

Nuestra enlace me consiguió un uniforme alemán y me indicó dónde encontrar un par de latas con cartuchos en el bosque. Le pedí que se ocupara de Richard mientras yo le buscaba un pasaje en un barco o una lancha a motor. Él dejó una carpeta sobre la mesa y explicó que se había llevado consigo cuanto había podido. Deposité el dinero de Juudit a su lado, y se lo guardó en el bolsillo. Cuando abrí el legajo, me advirtió que no me gustaría lo que iba a leer.

—Informes de la policía política, todos originales.

Dorpat es una ciudad sorprendentemente europea, a pesar de las desgracias de los últimos años. Según el Reichsminister Rosenberg, los países bálticos poseen carácter europeo. Lástima que los excelentes libros del Reichsminister no sean conocidos en esta zona, pues los bolcheviques han mantenido el país al margen de la civilización.

Como medidas de actuación sugerimos que intenten exponerse en Estland los resultados de las investigaciones del nuevo Instituto del Reich para la Historia de Alemania, tal vez haya razones para establecer también aquí un destacamento especial propio. Por lo demás, los estonios no comprenden la importancia de la cuestión judía. Durante su período como república, Estland era para los judíos sinónimo de autonomía cultural, y justo por eso sería conveniente analizar lo mucho que se ha conseguido deteriorar Estland con una situación en que a los judíos no se les imponía ningún límite, y cómo en estas circunstancias sociales ha aflorado la perfidia, característica de la raza judía. También la criminalización del antisemitismo en 1933 es sin duda resultado de intrigas judías, de lo que podemos deducir que, o bien el gobierno fue muy débil, o la raza estonia posee un intelecto sumamente pobre. La raza, sin embargo, está bien cruzada, con lo que dicho rasgo resulta sorprendente. Es también posible que el gobierno fuera excepcionalmente degenerado o que incluso se contaran judíos entre sus miembros. Habrá que investigar cómo se pudo mantener un Estado tan negligente. Tal vez fuera aconsejable convertir Estland en la reserva judía más grande de Ostland. Por otro lado, el comandante Sandberger ha subrayado que los pogromos no resultan adecuados para Estland debido a su pasado extraordinariamente afín a los judíos. El acervo cultural germánico ha salvado al país del desastre absoluto, gracias a la Aufsegelung. Además, hay muy pocos judíos, muchos menos que en Lituania y Letonia. Tal vez éstos sepan camuflarse hábilmente para pasar inadvertidos a la población autóctona.

Como contactos locales hemos elegido a personas con rasgos germánicos. En el grupo de bálticos germanos enviados de regreso a Estland por el Reich se hallaron numerosos individuos apropiados.

Unificar las directrices es de extrema importancia también en Ostland, y de todo punto imprescindible para lograr una solución.

Dejé la carpeta y le pedí a nuestra enlace algo de beber. Richard abrió su bolsa de tabaco y lió un cigarrillo para cada uno. La mujer lloraba.

—Lee las últimas páginas —me instó Richard—. Las que hablan de la operación. Se refieren a las deportaciones de junio.

Los estonios se comportaron como judíos: desfilaron obedientes hacia los camiones, hasta el tren. No hubo incidentes desagradables. Las mujeres y los niños gimoteaban, nada más. El permiso para que se llevaran sus cosas apaciguó a los nativos, igual que a los judíos.

Dejé de nuevo los papeles. La enlace se sentó a nuestro lado. Sus ojos húmedos eran redondos como la luna en las noches de bombardeo. Pensé en mi padre. En mi padre en un tren. Hasta ahí me atrevía a pensar. Cogí de nuevo los papeles y me recordé nuestra misión.

—¿Quién ha escrito esto? —pregunté.

—Es obra de tu primo.

—¿De Edgar?

—Ahora se llama Egger Fürst. Se dejó caer alegremente por nuestro departamento y prometí no decirle a nadie su antiguo nombre. Explicó que había vuelto a casarse y había tomado el apellido de su mujer, pero sonaba a mentira improvisada; por lo visto, ella era una aventurera y lo había abandonado. No sé… mencionó algo sobre letras de cambio.

—¿No le contarías nada de nuestros asuntos?

—Por supuesto que no —repuso Richard con aire ofendido.

Le creí, pero conocía las habilidades de Edgar.

—¿Hace algo más que teclear informes para Berlín?

—No lo sé. Se lleva muy bien con el cuerpo de oficiales alemán, se expresa como un alemán. Casi podría pasar por un auténtico ario.

Mentalmente, volví a maldecir el atentado fallido de Rosenberg. Ahora la situación era muy grave, debía poner pies en polvorosa. Continué leyendo. Los alemanes estaban satisfechos de haber conseguido reorganizar las fuerzas de policía tan rápido, teniendo en cuenta que en la operación estival de la Unión Soviética había sido exterminado el cuerpo policial de Estonia en su conjunto. Esta operación rusa fue considerada de gran ayuda, porque había relajado la atención de los estonios: nadie se fijaría en el tráfico con destino a campos temporales y mucho menos en los vagones rebosantes. Nadie deseaba subir a uno de éstos.

—Pero ¿por qué los alemanes comparan a los estonios con los judíos? ¿Están planeando en Alemania algo similar a las deportaciones? —pregunté—. ¿O aquí? ¿Los alemanes les han hecho a los judíos algo parecido a lo que los rusos hicieron aquí con nosotros? ¿Quién está aprendiendo de quién? ¿Qué demonios se traen entre manos?

—Cosas malas —susurró la enlace.

Recordé que tenía novio y que era judío. Alfons había ofrecido alojamiento a los judíos huidos de Alemania, pero se había negado a irse a la Unión Soviética cuando, ante la llegada de los alemanes a nuestro país, una parte se había dirigido allí. Al padre de Alfons lo habían deportado, no se hacía ilusiones sobre la Unión Soviética. Miré a la chica con aire interrogante.

—Van a matarnos a todos.

Sus palabras eran frágiles y ciertas. Sentí vértigo. Ante mí vi la sonrisa radiante de Edgar.