AGRADECIMIENTOS

Tengo una deuda con varios libros recientes.

En primer lugar, el magistral Gulag: A History, de Anne Applebaum (Allen Lane, Doubleday) [trad, esp.: Gulag: historia de los campos de concentración soviéticos, Barcelona, Debate, 2004]. De estructura lúcida y elegante y escritura sencilla y vigorosa, formula continuamente las preguntas justas. Es una obra indispensable, en la órbita de Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn y sobre el fenómeno de la esclavitud soviética.

En cuanto a Black Earth: Russia After the Fall, de Andrew Meier (HarperCollins), basta con mirar la fotografía del autor que aparece en la cubierta para saber lo que vamos a encontrar: honradez, intrepidez, inteligencia, franqueza y (una cualidad vital, en nuestro entorno) una alegre falta de meticulosidades. Este libro combina la literatura de viajes y la historiografía en un nivel extraordinariamente alto.

Otro de estos libros es Natasha’s Dance: A Cultural History of Russia, de Orlando Figes (Penguin, Metropolitan Books). Tengo un método informal de evaluación de obras de tal extensión (729 páginas): miro las notas que he tomado en las páginas en blanco del final (verbigracia: p. 39 —teatros y orquestas de los siervos; p. 552 — asesino del padre de Nabokov). De las generosas diez caras que había en mi ejemplar de Natasha’s Dance me hicieron falta todas.

Como Gulag, de Anne Applebaum, Stalin: The Court of the Red Tsar (Weidenfeld & Nicolson, Knof) [trad. esp.: La corte del zar rojo, Barcelona, Crítica, 2004] es en parte el resultado de una labor heroica que su autor —Simon Sebag Montefiore— ha llevado a cabo en los archivos recientemente abiertos a la luz pública. Este libro cambia el fresco general, y lo hace en un sentido inquietante. El autor es muy minucioso, y muy moral; pero no puede evitar que en el plano personal emerja un Stalin mucho más impresionante de lo que estamos acostumbrados a pensar —más complejo y más inteligente—. Stalin poseía cierto grado de poesía política; y poseía asimismo, ay, un alma.

Ester and Ruzya, de Masha Gessen (Dial Press) [trad. esp.: Ester y Ruzya, Barcelona, Península, 2006], tiene un subtítulo harto ilustrativo: How My Grandmothers Survived Hitler’s War and Stalin’s Peace.[22] Los recuerdos familiares están muy bien ensamblados; pero la experiencia de leerlos se hace necesariamente fragmentaria y adusta. Gessen es sobremanera efectiva al mostrar cómo el sistema estatal doblega y moldea al individuo hasta hacerle adquirir todo tipo de formas extrañas. También es especialmente evocadora del «mobiliario» físico y la atmósfera anímica del Moscú de la posguerra.

Lo mismo podría decirse de Surviving Freedom: After the Gulag, de Janusz Bardach (University of California Press). En un libro anterior mío (Koba el Temible), elogiaba un libro anterior suyo (Man Is a Wolf to Man: Surviving Stalin’s Gulag). El doctor Bardach me escribió, y mantuvimos una breve correspondencia en los meses anteriores a su muerte. Yo conocía al historiador desertor Tibor Szamuely, que estuvo cautivo en Vorkuta. Pero Tibor murió hace treinta años. Y fue a Janusz Bardach a quien tuve como nexo humano de los hechos que narro en La Casa de los Encuentros; y mientras me debatía en su escritura, sentí muy intensamente el sostén de su fantasma.

Y de los fantasmas de otros: Fiódor Dostoievski, Joseph Conrad, Eugenia Ginzburg…, y del Tolstói de la Unión Soviética: Vasily Grossman.