ME levanté a las siete. Me di una ducha, me afeité, tomé el desayuno y deshice la maleta para retirar el revólver que llevaba siempre. Era un treinta y ocho de acero azulado y en buenas condiciones. Lo puse en mi bolsillo y me encaminé a pie por Royal Street hasta llegar a la entrada del departamento.
Me preguntaba qué tendría Hale de raro.
No me preocupé de hacer ruido al subir las escaleras. Y mi golpe a la puerta no fue nada suave.
Hale no contestó.
Empecé a golpear con los nudillos y la punta del zapato para dar más fuerza a mi llamada.
Hale no aparecía.
Tenía la otra llave del departamento. Abrí. Hale no estaba.
La cama, desarreglada apenas, demostraba que alguien había dormido allí una hora poco más o menos.
Crucé el dormitorio hacia la sala, miré por el balcón para estar seguro de que no estaba allí, y tranquilamente saqué el cajón del escritorio, lo incliné a un lado y retiré las cosas del fondo. Papeles, cartas y el revólver. Guardé éste en mi bolsillo, volviendo a ponerlo todo en su sitio y dejando el mío a cambio.
Era un suave hermoso día y allá abajo la calle estaba llena de gente que paseaba gozando del sol.
Miré por última vez a mi alrededor y bajé, cerrando la puerta.
Estaba en el patio cuando me encontré con la criada de color. Ella me dijo sonriendo:
─¿El caballero está todavía arriba?
Le aseguré que había salido, o que estaba durmiendo, porque había golpeado fuerte sin poder despertarlo.
Me dio las gracias y subió.
Volví al hotel. Allí había un mensaje de que llamara a Lockley 9746.
Fui hasta la cabina telefónica y pedí ese número, preguntando si sería un hospital o la cárcel. No era ninguna de las dos cosas. Una aterciopelada voz femenina contestó.
─¿Alguien llamó al señor Lam?
Ella rió.
─Sí. Es la oficina de la Compañía Importadora de Artículos de Seda, que llama a su presidente.
─¿De veras?
─Aquí tiene una carta y un telegrama.
─Empieza a marchar el negocio ─dije.
─No es cierto. ¿Sabe lo que sucedió? Escuche; nosotros mandamos dos cartas, una por correo aéreo, y recibimos dos contestaciones. Una por telegrama.
─Así es como se escriben las cartas comerciales.
─Fue por el excelente trabajo del copiador ─replicó.
─Voy para allá.
Tomé un taxi hasta la oficina. Ethel Wells parecía realmente contenta al verme.
─¿Cómo andan los asuntos esta mañana?
─No muy bien.
─¿No? ¿Qué anda mal?
─Salí anoche para enseñarle la ciudad a un turista.
─Parece usted fresco como una margarita.
─Me siento como si alguien me hubiera arrancado los pétalos para saber si me ama o no.
─No se preocupe por eso. Tal vez la respuesta sea que ella realmente le ama.
No necesité contestarle. Abrí el telegrama. Éste decía:
«Compañía importadora de Artículos de Seda.
Mande siete docenas de pares por expreso, medida diez y medio, color cuatro, según muestrario».
El telegrama estaba firmado «Berta Cool» y la dirección dada era la de la agencia.
La carta era un sobre de color y papel haciendo juego. Estaba ligeramente perfumada. El sello era de Shreveport. Decía simplemente:
«Mándeme seis pares de sus medias, medida ocho y medio, color cinco, de acuerdo con su muestrario».
Firmaba «Edna Cutler» y llevaba la dirección.
La puse en el bolsillo y dije a Ethel Wells:
─¿Cuándo podría tomar un tren para Shreveport?
─¿Tiene que ser un tren?
─Un ómnibus sería lo mismo.
Buscó en un casillero debajo del mostrador, que había a un lado del escritorio, sacó un horario de ómnibus y, abriéndolo, me lo pasó.
─Veo dónde he cometido un error ─dijo ella.
─¿Qué?
─Debí haber encargado «mis» medidas por correo y haber dado mi dirección particular.
─¿Por qué no hace la prueba?
Ella tenía un lápiz y hacía pequeños jeroglíficos sobre la página;
─Creo que la haré ─dijo muy lentamente.
Le devolví el horario.
─Hoy estaré ausente de la ciudad, señorita Wells ─dije con importancia─. Si alguien quiere verme, estoy de conferencia.
─Sí, señor. Y si llegan otras cartas… ¿Qué debo hacer?
─No llegará ninguna más.
─¿No quiere apostar nada?
─Podría.
─¿Un par de medias?
─¿Contra qué?
─Lo que usted quiera. Le apuesto un cinturón.
─Apostado. Quiero ver qué hay en la carta. Tiene que haber dirección o la explicación, si no acepta el envío.
─Lo sé. Procure portarse bien en Shreveport.