9. Esperando a los bárbaros

«La noticia llegó a la capital con los caballos de Don-Chema Samayoa. El Gobierno había bajado los brazos, tras lograr que el gobernador de Chiapas desarmara y encarcelara a los rebeldes, y la correspondencia volvió a fluir a través de doña Soledad Moreno, la mensajera del club.

»No puedes imaginarte el efecto que surtió aquella victoria. Un pequeño grupo de valientes había clavado una lanza en el costado conservador y el reconocimiento hacia ellos se volvió un callado estruendo. ¿Hay algo más excitante que un guerrero victorioso? Sí, Elena: que ese guerrero sea tu enamorado y tu héroe.

»Tacaná había sido sólo una escaramuza, pero su nombre, el de un pueblo ignorado y remoto, perdido en las estribaciones de la Sierra Madre, se volvió para nosotros tan grande como para los ingleses Trafalgar o Waterloo. Pronunciado en voz alta, enardecía a los sofocados, engendraba vehemencia en los más fríos y convencía a los conservadores de que, en efecto, los bárbaros estaban a las puertas de la ciudadela.

»En medio del desaliento en que me hallaba, sin saber qué había sido de Néstor ni si seguía en prisión, ocurría lo que menos hubiera podido esperar. Pero no quería hacerme ilusiones. Se me habían disipado tantas que no deseaba abrigar otras nuevas.

»Pasado un mes de aquel hecho, doña Cristina de García Granados reunió a las amigas en su casa, so pretexto de celebrar el cumpleaños de una nieta. Dejó las puertas del zaguán abiertas para que los orejas del Gobierno viesen que era una fiesta infantil y a nosotras nos encerró en el cuarto del segundo patio donde nos refería noticias y nos contaba secretos. Allí nos dijo, muy excitada, que su esposo había cruzado la frontera y tomado el mando de la revolución. Las armas confiscadas por el gobernador de Chiapas habían sido, al fin, devueltas gracias a las gestiones de don Miguel con Benito Juárez quien, además, le había proporcionado más armas. Y ahora el general se dirigía a la Costa Sur con una fuerza de trescientos hombres, bien armada y entrenada.

»Con mucho sigilo, puso entonces ante nosotras una proclama clandestina, firmada por el propio García Granados, en la que, desde lo que él llamaba su Cuartel General en marcha, había escrito un manifiesto dirigido a la nación donde anunciaba su intención de derrocar una dictadura «torpe e ignorante», y de plantar en su lugar la libertad, así como un gobierno de leyes. <Todos los que amáis a vuestra patria>, decía el papel, <todos los que detestáis la tiranía y deseáis vivir tranquilos, gozando de la libertad y regidos por un sistema legal, venid a mí, ayudadme a derrocar una administración tiránica y odiosa>.

»No me pude contener y pregunté a doña Cristina si Néstor había sido también liberado. Me dijo que sí con sonrisa cómplice y que don Miguel aspiraba a establecer lo antes posible un gobierno provisional. No quería combatir al Gobierno en las sierras ni dirigir una guerrilla nómada, como la de Serapio Cruz. Quería organizar un ejército en regla y, para esa tarea, Néstor, uno de los héroes de Tacaná, jugaba un papel decisivo. Y lo que don Miguel se proponía ahora era tomar una ciudad o un pueblo importante, pues su estrategia consistía en convertir el país en una república bicéfala, a fin de sacar a Cerna de la capital y combatir en campo abierto.

»Era un día de mayo, luminoso y azul. Y a doña Cristina le asfixiaba el júbilo. Todo lo veía tan fácil. En El Salvador había caído el gobierno conservador de Miguel Dueñas y el liberalismo avanzaba en el istmo de manera incontenible.

»Pero la vanidad nacida de algún golpe de fortuna puede hacer estragos en el ánimo engreído. Sucede algo semejante a cuando juegas toda la noche a las cartas y no ganas una mano. De pronto te viene una buena y ganas. Una miseria, un pellizco, pero ganas. La confianza muestra su inclinación al exceso y, por mínima que sea la ganancia, ese triunfo es capaz de borrar todas tus derrotas anteriores. Nadie te advierte que debes tener prudencia y lo absurdo que es pensar que en la siguiente mano puedas hacer saltar la banca, salvo que la pasión por jugar te haya trastornado el juicio».