La despertó un sonido ahogado que provenía del pasillo. Era algo pesado arrastrándose. Se incorporó en la cama. Por la abertura de la espalda del batín sintió un frío estremecedor, en su mente aparecieron miles de horribles imágenes fruto de haber visto demasiadas películas de terror. Allí sentada en la oscuridad, Natalia esperaba que la puerta se abriera y toda clase de bestias y monstruos se lanzaran sobre ella. Al segundo se echo a reír, era bastante cómico verse sentada en la cama, estrujando la sabana asustada como una niña pequeña. El susto se lo llevó cuando la puerta se abrió de sopetón. En el umbral se perfiló una figura femenina que se acercó contoneándose con una peligrosa elegancia. Cuanto más cerca estaba más aterrorizada se encontraba y lo peor de todo es que el miedo la mantenía petrificada, incapaz de moverse.
Cuando apenas la separaba un metro de la figura, pudo adivinar las líneas del rostro que la escrutaba con malicia. Apenas pudo hablar, percibió en cada célula de su ser la maldad que transmitían sus facciones. Fue incapaz de moverse y menos aún de pensar en huir, ni cuando aquellas frías manos la obligaron a que abriera la boca, ni cuando las introdujo en el interior de su garganta. Lo único de lo que era capaz era de dejar escapar unos apagados gimoteos, y las nauseas que sentía al notar como milímetro a milímetro se iba introduciendo, avanzando, notando como los dedos se agitaban en su interior. Estaba segura que de un momento a otro la mandíbula se le iba a desencajar con un fuerte quejido, pero no fue así, sus ojos estaban a punto de salírse de las órbitas cuando ambos codos le rozaron los labios y sintió como las manos se abrían paso hasta el estomago. Separó los brazos obligándola a abrir la boca como nunca hubiera imaginado que fuera posible y sin esperar ni un segundo introdujo su cabeza entre los brazos, daba la impresión de ser un domador de leones suicida, aquel ser se estaba zambullendo literalmente en su interior.
Nada de aquello podía ser real, tenía que tratarse de una pesadilla, era eso o que ella se estaba volviendo loca, pero el dolor que estaba sintiendo en la quijada era real, de alguna forma desde el interior la obligó a levantar la mandíbula, parecía un polluelo tragándose un gusano. Cuando la cintura se deslizó garganta abajo no pudo hacer otra cosa que llorar, no sabía cómo terminaría pero al menos, el dolor que le sacudía por toda la mandíbula empezaría a remitir pues tan solo era cuestión de tragarse las piernas que se movían ligeramente como si aquella mujer o lo que fuera estuviera nadando en su interior. Ver como los pies desaparecían en el interior de su garganta no fue ni de menos lo peor, lo más escalofriante vino cuando la sintió moverse entera en su interior. Las nauseas que había sentido cuando sus manos entraron en su estomago no se pudieron comparar a las que sintió al notar cómo se replegaba en posición fetal, se daba la vuelta para luego desplegarse, encajando cada uno de sus miembros con los suyos, cada brazo con los suyos, cada pierna con las suyas y cuando la cabeza de ella subió por el cuello para ubicarse en la suya se sintió como un jersey y un pantalón que aquel ser acababa de ponerse, la nausea fue insoportable y vomitó, aunque lo único que fue capaz de expulsar sobre las sabanas fueron unos pocos garbanzos mezclados con bilis. Ella seguía allí, en su interior. El corazón le palpitaba alocadamente y toda la impotencia que había sentido se canalizó en un desgarrador grito que retumbó por toda la sala, sus cuerdas vocales protestaron, no estaban acostumbradas a que las maltratasen de esa forma pero ella las obligo a seguir gritando. Estaba aterrorizada. Finalmente se desplomó sobre la almohada.
Ya era demasiado tarde, aunque el inicio ocurrió días atrás.
* * *
Natalia Flores tuvo una breve pero intensa carrera como cantante, pero para su desgracia la fama y el éxito la rozarían el día de su cumpleaños, un día que por cierto, desde que había sobrepasado la barrera de los cuarenta, se obstinaba en olvidar. Desde que ella recordaba había sentido en su interior ese hervir por la música, según le contaba su padre, cuando ella nació no lloró como todos los bebes, emitió un melodioso gorjeo, demostrando así cual era su natural predisposición.
De modo, que aquel día acudió a su fiel cita en el Manhattan, un pequeño garito (tal y como a su madre le gustaba etiquetarlos) con una larga barra a la izquierda de un diminuto escenario que ocupaba la pared del fondo, y el resto del local repleto con varias mesas distribuidas en un aparente desorden. Del lugar, sólo había tres cosas que le encantaban, la luz tenue, porque desde el escenario no se veían las caras de los asistentes, las paredes, con apenas decoración dejando al descubierto los estrechos ladrillos rojos que las formaban, aunque nunca supo concretar porque le gustaban aquellos ladrillos y la tercera y quizás la más importante de todas ellas, aquel diminuto café-concierto tenía la mejor acústica de la ciudad, era el único lugar donde se atrevía a cantar a cappella.
La noche transcurrió con más o menos éxitos. La mayoría de los asistentes eran parroquianos habituales, de modo que se conocían de sobra casi todo el repertorio que había estado explotando en los últimos años, aún así aquella noche debía ser especial y se había propuesto cerrar su actuación como no lo había hecho nunca, estaba decidida a que aquella fuera su despedida, su última explosión. Como traca final, el cierre a una carrera mediocre recorriendo los locales de la ciudad en busca de una oportunidad que nunca había llegado, con esta idea en mente, llevaba meses ensayando y preparando su voz para el esfuerzo que le supondría cantar a ese nivel sin haber podido tener acceso a una escuela de canto. Sus ingresos como secretaria de una pequeña gestoría, no le alcanzaban para permitirse semejante lujo.
Se acercó al micrófono de pie y sin preámbulos, se aclaró la garganta y abrió la boca, en aquel instante, tan sólo con las primeras palabras que entonó la magia se apoderó del local, todos los presentes enmudecieron y no se atrevían casi ni a respirar, el sentimiento y la tristeza que transmitía con la canción tocó a todos y cada uno de los presentes, incluso los camareros y el portero dejaron su quehaceres y centraron su atención en ella. No en vano había elegido aquella canción con esa intención, había sido su inspiración. Lucio Dalla imbuyó en ella tanta emoción que para Natalia Flores, Caruso era la madre de todas sus canciones, la fuente de la que había bebido toda su vida y a la que aquella noche estaba dispuesta a devolverle todo lo que le había dado. Se le erizaron los finos vellos de sus brazos y ya no pudo retener ni un instante más las lágrimas que descendieron mejilla abajo dejando un suave rastro salado.
La luz de los focos nubló su vista absorbiendo la tenue penumbra. Deseó que ese momento fuera eterno, que no terminara nunca, para ella aquello era el nirvana, el paraíso perdido, la sensación de que el tiempo se había detenido, solo existían ella y la luz blanca que la envolvía. Por un instante levitó. El poder del júbilo que sentía era tan fuerte que creyó que iba a explotar.
—Che scioglie il sangue dint’e vene sai… —dio un pequeño paso hacia atrás expectante.
El asombro tenía a todos los presentes petrificados, nadie se atrevía a romper el hechizo que los había embargado durante toda la canción, Natalia empezó a ponerse nerviosa, por un segundo creyó que todo habían sido imaginaciones suyas. Con el corazón palpitante, y temblando de puro nervio dio otro paso hacia atrás, una tabla del escenario crujió bajo sus pies, algo tan simple como aquello provocó el maremágnum de aplausos y ovaciones, de repente todas las luces del bar se encendieron y ante ella vio algo que no imaginó ni un instante, el local estaba abarrotado, todas las mesas ocupadas y repartidos por toda las sala grupos de gente de pie, todos aplaudiendo y ovacionándola, se sentía como un conejo deslumbrado por los faros de un coche.
Allí en el rincón izquierdo de la barra José, el camarero, situado junto al panel de interruptores le hacía gestos indicándole que saludara al público, fue como cuando encajan varias piezas de un puzle, sin más dilación efectuó varias reverencias al tiempo que daba las gracias por semejante ovación. Prácticamente todas las personas de las mesas se habían incorporado de sus asientos para continuar aplaudiendo, el sonido de las palmas se convirtió en un mantra que la embargó de nuevo, su espíritu seguía conectado a las emociones recreadas de la canción que como una gigantesca ola la embistió de lleno, extasiándola una vez más, desembocando en un imparable reguero de lágrimas.
Nunca sería capaz de decir cuánto tiempo duró, una eternidad, aquella prometía ser la noche más feliz de su vida. Cuando el eco del último aplauso se apagó empezó a echar de menos aquel instante de felicidad perfecta. Con un fuerte ataque de repentina timidez recogió su guitarra de la silla donde la había dejado, bajó del escenario y moviéndose en un mar de manos y sonrisas que la felicitaban incansablemente por su brillante actuación, cruzó hacía la barra como si cruzara un trigal y sus manos acariciaran los jóvenes brotes.
Cuando llegó a la barra, José se acercó a ella como una bala, su cabello rubio rizado se agitó ligeramente, siempre le había gustado ver como la ensortijada melena rebotaba sobre su cabeza.
—¡Espectacular! —se abalanzó sobre ella propinándole sendos besos en las mejillas—. ¡En mi vida he oído cantar así!
Natalia lo miró con cariño, José siempre había sido su fan número uno, en realidad fue el que convenció al dueño del local para que llegase a un generoso acuerdo con ella por las actuaciones.
—Lo de las luces ha sido casa tuya, ¿no? —le interrogó con complicidad.
Le devolvió la mirada y contestó a su pregunta con un encogimiento de hombros y cara de sorpresa.
—Hubiese sido una injusticia que te lo hubieses perdido —añadió con dulzura.
En su foro interno consideró que la mujer que atrapara a aquella joya sería tremendamente afortunada, no sólo por el hecho de que fuera extremadamente guapo si no por lo buena persona que era. Como si alguien controlara su cuerpo le agarró por el cuello de la camisa y le estampó un sonoro besazo en los labios.
—¡Ejem! —el carraspeo sonó a sus espaldas, la magia del momento se desmenuzó en mil pedazos y la vergüenza por lo que acababa de hacer la obligó a girarse sin atreverse a mirar a su amigo, sabiendo de sobras que el rubor de sus mejillas empezaba a encenderse como dos estufas—. ¿Natalia Flores?
A unos metros detrás de ella, como una isla en aquel mar de gente, vio a un hombre vestido con un traje color azul marino, destacaba como un faro en la noche más cerrada, su corazón dio un vuelco, sabía perfectamente que era lo que seguía. Había estado esperando aquel momento más de veinte años, y por fin allí de pie, en aquel incesante mar de brazos que la felicitaban por fin había ocurrido. Sus negros ojos lo escrutaron de arriba a abajo, el traje con un planchado perfecto y las líneas de los pliegues bien marcadas le conferían la imagen que siempre había imaginado, no le quedaba ninguna duda, ante ella estaba el cazatalentos más importante del país, eso significaba que su sueño de convertirse en una estrella de la canción estaba a punto de hacerse realidad.
—¿Natalia Flores? —repitió de nuevo el hombre trajeado, mostrando su impecable dentadura en una sincera sonrisa.
—Sí, sí soy yo, ¿en qué puedo ayudarle? —estaba empezando a tocar el suelo con los pies.
El cazatalentos le tendió la mano, que ella se apresuró a estrechar con firmeza. El tacto de aquellas manos de fina piel y uñas pulcramente arregladas, le acabó de bajar de la nube de éxtasis.
—Imagino que sabe quién soy, y porque estoy aquí —adelantó sin preámbulos ni rodeos—. El hecho es que su Caruso me ha impresionado mucho, y deseo felicitarla personalmente, únicamente lamento no haberla conocido mucho antes, el potencial en su interior es enorme.
Poco a poco, palabra a palabra el cubo de agua fría se volcó sobre ella.
—No, no comprendo, ¿qué quiere decir? —balbuceó nerviosa mientras deslizaba el pulgar en círculos sobre el pañuelo blanco con el que se secaba el sudor durante las actuaciones, y que ahora sujetaba en su mano derecha.
—No quisiera que se lo tomase como una ofensa, pero a su edad es difícil introducirla en el cambiante mundo de la música, de haberla conocido hace veinticinco años, a estas alturas ya sería una de mis mejores creaciones, pero me temo que es demasiado tarde. Permítame, aún así demostrarle mi más sincera admiración, hasta hoy nadie había conseguido hacerme llorar con una canción —acabado su discurso, sin esperar respuesta se dio media vuelta y desapareció mezclándose entre la multitud, al tiempo que las luces se atenuaban hasta recuperar la habitual penumbra del garito.
Confundida, petrificada, sintió como si le acabasen de arrancar su corazón y lo hubiesen lanzado al suelo para acabar pisoteándolo repetidas veces. De todos los escenarios que su mente imaginó para aquel momento, se había producido el único que no esperaba. Saboreó, olió, incluso lo tocó con la punta de la lengua tan sólo para que le arrebataran el caramelo, dejándola donde estaba, ante las puertas del éxito.
El contacto de una mano en su hombro la hizo salir de sus pensamientos, no tuvo que darse la vuelta, conocía de sobra a quien pertenecía. Pero no estaba segura de querer enfrentarse a él, precisamente a él ¡no! Ya le habían llamado vieja una vez como para tener que explicárselo. Se zafó de la mano del joven camarero y salió corriendo del bar. Su mayor éxito acababa de convertirse en su mayor fracaso, y no estaba con ánimos para seguir escuchando las interminables felicitaciones, de que le servían si el mayor cazatalentos le acaba de decir que era demasiado vieja para conseguir triunfar como cantante.
* * *
Huir de allí por la puerta principal hubiese sido una autentica locura, la mejor opción era salir por la puerta de emergencia situada a la derecha del escenario, con grandes y rápidas zancadas, cruzó el tablado y con un fuerte empujón abrió las dos hojas de la puerta metálica. En el exterior el aire fresco la saludó con efusión, la sensación de que le estaba faltado el aire había sido muy fuerte.
—¡No es justo! ¡Joder! —gritó en el callejón oscuro, a lo lejos se oían los coches circular en la calle cercana, sentía como una llama de furia interior se encendía desde la boca de su estomago hasta llenar todo su cuerpo, tenía ganas de emprender a puñetazos con todo.
—No, no lo es —afirmó con un susurro una figura que fue surgiendo por la puerta de emergencia.
La figura del hombrecillo transmitía bondad y buenas intenciones, aún así Natalia no pudo evitar la sensación de alguien pisando su tumba.
—¿Quién demonios eres tú? —le inquirió.
—En realidad no importa quien soy, lo realmente importante es que he presenciado lo ocurrido y creo que puedo ayudarle con su insignificante problema —la voz del pequeño hombre era relajante, suave—. ¿Le gustaría rejuvenecer un par de años?
—¡Puedo ayudarle a lograr todos sus sueños! ¡Una nueva oportunidad para triunfar! —el susurrante sonido de aquella voz la estaba subyugando, encandilando, al tiempo que le depositaba una tarjeta de presentación en su mano izquierda.
El mero hecho de desviar la atención para ver el contenido de su mano fue suficiente, al siguiente segundo ya no estaba allí, Natalia se engañó pensando que sin duda había estado más tiempo del que creía observando la tarjeta y no se percató de la marcha del hombre. Algo más relajada y con las hirientes palabras del cazatalentos olvidadas por completo, se encaminó hacía su casa, mientras en un gesto despreocupado se guardaba la tarjeta en el bolsillo de su pantalón vaquero. Al llegar al final donde desembocaba el callejón, las luces de la ciudad la rodearon dándole la bienvenida de vuelta a la realidad, a cada paso que daba su alma iba descartando todos y cada uno de los recuerdos amargos de la noche, como si dispusiera de un Tipp-ex mental para borrarlos y reescribir sus recuerdos a su antojo, lo último que recordaba de aquella noche era el maravilloso cierre que había hecho cantando Caruso a cappella y la impresionante ovación que había recibido por su actuación y al día siguiente así se lo contaría por teléfono a su madre.
Aquella noche durmió embargada por la felicidad, filtrando la noche por un colador logró solo mantener en su mente lo mejor de la noche, su actuación. Se sentía en paz consigo misma, y con el resto del mundo, incluso se sintió capaz de amar a su madre, a pesar de las diferencias que siempre habían tenido, diferencias que se habían hecho mucho más patentes el día en que Natalia le comunicó su deseo de dedicarse profesionalmente al mundo de la canción.
* * *
—¡Qué lástima de tiempo perdido! —la voz de su madre sonó como un taladro en su cerebro, acababa de contarle su éxito de la noche anterior y ya se estaba arrepintiendo.
—Mamá, ¿por qué dices eso? —preguntó Natalia aunque estaba convencida de que era inútil tratar de razonar con ella.
En los siguientes minutos tuvo un fuerte déjà-vu, aquella llama de rabia interior ya la había sentido con anterioridad, de hecho la sentía cada vez que hablaba con ella.
—No sé cómo no te has cansado de perseguir pajaritos, a estas alturas deberías estar casada y con varios hijos, ¿no vas a darme la dicha de tener un nieto sobre mis rodillas? ¿Hasta de este pequeño regocijo me quieres privar?… —Natalia apartó el auricular de su oreja, mientras aquel incesable parloteo sonaba como si un nido de grillos se hubiese instalado en el teléfono.
—¡Mamá! ¡Para ya! —gritó con dolor. Pero la verborrea siguió sin descanso.
—Va siendo hora de que sientes la cabeza, te busques un buen marido y te dejes de tantas fantasías de niña chica…
—¿Buscarme un marido? ¿Para qué? ¿Para hacer lo que le hiciste a papá? ¿Eso es lo que tengo que hacer? ¿Destrozarle la vida cómo tú hiciste? —cómo cada vez que hablaba con ella su paciencia llegó al límite y explotó lanzándole todas esas preguntas como si fueran flechas directas a su corazón.
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —le espetó su madre desde el otro lado de la línea—. ¿Así es como me pagas todos los sacrificios que hago por ti? ¿Diciéndome todas esas barbaridades?…
Se produjo una pausa, lo suficiente como para que una sacudida nerviosa le atenazara el estomago, quería colgar el teléfono, acabar con aquella situación, pero antes de que acabara de decidirse el discurso siguió con un cambio de tono.
—Yo quería mucho a tu padre, no es justo que me culpes de su muerte. Esta vez has ido demasiado lejos, no sé por qué me odias, pero hubiera preferido que no me llamaras. Quizás hubiese sido mejor no haberte tenido, así no podrías hacerme más daño, sí, habría sido mejor que no fueras mi hija. ¡No quiero volver a saber ti! —sus modos cambiaron como una ola, desde la más profunda tristeza hasta la cresta del más visceral enojo.
—¿Mamá? No digas eso ni en… —no pudo terminar la frase, pues el monótono tono del auricular le sugirió que era inútil, su madre ya había cortado la comunicación.
—¡Mierda! ¡Mierda! —allí de pie en la cocina, con la taza de café en una mano, acabó por perder el control.
Esta vez ni quiso ni pudo controlar la explosión de ira, un fuerte calor se expandió por todo su cuerpo encendiéndole las mejillas, sin ser capaz de racionalizar lo que le estaba pasando estrelló la taza contra la encimera, para después emprenderla a golpes con la mesa usando su teléfono inalámbrico como un martillo. Las astillas de plástico y cristal saltaron en todas direcciones, algunas clavándose en la mano provocando diminutos regueros de sangre. Su respiración era cada vez más agitada, sentía que le faltaba el aire, la sensación era cada vez más angustiante, nunca parecía tener el aire suficiente para respirar con normalidad, provocándole que acelerara más todavía su respiración hasta que la sensación de mareo la obligó a sentarse en el suelo.
Perdiendo finalmente la noción de la realidad a su alrededor, el desgaste energético había superado sus reservas y en aquella niebla metal en la que se encontraba acurrucada contra el horno de la cocina, su cuerpo agotado se fue calmando, su desbocado corazón fue frenando sus palpitaciones y entre sollozos recuperó las normalidad respiratoria. Le dolían todos los músculos del cuerpo, tenía la sensación como si alguien le hubiese dado una paliza, como su hubiese tenido una pelea consigo misma y los sollozos se convirtieron en una cascada de lágrimas cuando fue consciente de que acababa de hacerle a su madre lo mismo que ella le estaba reprochando. La había tratado del mismo modo en que su madre trató a su padre, y eso la entristeció mucho más, pues comprendió que en el fondo la estaba imitando, estaba copiando su comportamiento y se odió por ello, por haberse convertido en lo que más odiaba, ¡una copia de su madre!
—¡Ojalá no fuera tu hija! —gritó a la soledad de la cocina.
Con los ojos empañados observó los restos del teléfono inalámbrico, y sintió vergüenza de su desmesurada respuesta. Ausente como estaba se fijó en una extraña pieza del móvil que no terminaba de encajar en todo aquel estropicio, intentó enfocar la vista en ello y al segundo intento lo consiguió, era como una rectángulo de color blancuzco. Se inclinó para tomarlo con la mano, era de cartón. El mero hecho de tocarlo provocó un estallido de imágenes en su memoria, en un segundo todo lo que había olvidado regresó de golpe, el desprecio del cazatalentos, su huida por la puerta trasera. El último recuerdo que la asaltó fue el ofrecimiento del hombrecillo.
—¡Puedo ayudarle a lograr todos sus sueños! ¡Una nueva oportunidad para triunfar! —resonó de nuevo en su mente.
* * *
Localizar el edificio que la telefonista le había indicado no fue difícil, no al menos si seguías las indicaciones. En caso contrario, por un extraño efecto óptico, con las irregularidades del terreno permanecía oculto a la vista desde la carretera principal, lo realmente difícil fue asimilar el hecho de que algo como eso se alzara allí en medio de la nada, en un terreno completamente seco y sin apenas vegetación. Con paso vacilante, después de aparcar el coche al lado de un cartel desvencijado que indicaba la zona habilitada como parking se fue acercando al edificio.
Se paró a veinte metros de lo que parecía ser la entrada principal, se congratuló de haber pedido hora para esa misma mañana, pues tuvo la certeza de que le sería completamente imposible entrar en aquel lugar una vez se hubiese ocultado el sol.
Tras cruzar el umbral la oscuridad la envolvió unos segundos, pasado ese instante una deslumbrante luz blanquecina le golpeó los ojos de lleno, necesitó un momento hasta que se acostumbro. Poco a poco se fueron dibujando todos y cada unos de los detalles del lugar donde se hallaba. La primera sensación que tuvo fue que había viajado en el tiempo hacia el más lejano futuro, un largo pasillo, de pulcras paredes blancas, se extendía ante ella. A ambos lados había varias puertas de las que no paraban de entrar y salir hombres y mujeres ataviados con relucientes batas blancas, algunos empujaban carritos con sofisticados equipos médicos.
—Aquí disponemos de lo último en tecnología regenerativa —le aseguró con una amplia sonrisa la recepcionista desde detrás del mostrador.
Había visto muchas películas y series de televisión sobre hospitales y médicos como para comprender que aquellas máquinas no las iba a encontrar en un hospital normal; entonces fue cuando empezó a comprender que la terapia debía estar aún en una fase experimental y que en realidad esa era la razón por la que no habían hablado de ningún precio, entre otras cosas.
—¿Esto es seguro?… Quiero decir no tendrá efectos secundarios ni nada por el estilo ¿no?
—Para eso es mejor que dirija sus preguntas al doctor Medina —señalando al hombrecillo encorvado de pelo rojo como el fuego y que vestía una impoluta bata blanca.
—Nuestra terapia regenerativa, está basada en el estudio de remedios cicatrizantes usados en la antigüedad y las más modernas terapias clónicas.
—¿Clónicas? —en toda su vida no había oído ni una sola noticia sobre ese tipo de terapias, además que si no le fallaba la memoria la clonación de humanos estaba prohibida—. ¿Eso no es ilegal? Además aún no me han dicho el precio…
El diminuto doctor se acercó a ella, comprobando con asombro que apenas le sobrepasaba el ombligo, la tomó de la mano y la condujo hasta una de las habitaciones del largo pasillo, en ella Natalia vio una enorme bañera de acero llena de extraños tubos y cables.
—Por desgracia en el campo de la investigación, la línea que separa la ilegalidad de lo moralmente aceptable es demasiado fina. Pero puedo asegurarle que por lo que quizás puedan acusarnos es de jugar a ser Dios. Lo único que perseguimos es ayudar a la humanidad y conseguir un mundo mejor, y su colaboración es más valiosa que lo que pueda pagarnos —extrajo una jeringuilla de un cajón de la mesita con instrumental quirúrgico que estaba ubicada al lado de la bañera, con la otra mano le indicó una silla—. Si me lo permite voy a extraerle algo de sangre, necesito secuenciar su ADN para determinar la terapia a seguir.
Natalia estaba tan confusa que ni siquiera supo reaccionar en cuanto vio como aquel hombre ya estaba preparándose para la extracción.
Le arremangó la manga de la camisa azul, le ajustó la goma elástica con el fin de remarcar las venas y sin ninguna muestra de vacilación le clavó la aguja procediendo a drenar varios tubos de ensayo con su sangre.
Tuvo que aferrarse a la mesilla, el mundo había empezado a girar sin control, la sensación de debilidad fue apoderándose lentamente de ella, hasta que acabó por perder por completo la consciencia derrumbándose sobre el frío mármol de la pequeña mesa.
* * *
Despertó de golpe, asustada, con la sensación de ser acechada por una extraña y diabólica criatura, las tinieblas se desvanecieron de golpe, la hiriente luz se reflejaba en las blancas paredes de la sala. Los recuerdos se fueron aclarando al mismo tiempo que sus ojos se acostumbraban al resplandor de las bombillas halógenas que poblaban el techo, lo que la llevó a pensar que estaba tumbada en una cama. A los pies de la misma apareció sonriente la diminuta figura del médico del pelo rojo. No era capaz de recordar su nombre, pero ver a alguien conocido la tranquilizó. En ese mismo instante decidió que debía confiar en él.
—Discúlpeme, tendría que haberla visto venir y no extraerle tantas muestras de sangre de golpe —le enseñó cinco grandes tubos de ensaño conteniendo lo que parecía ser su sangre, pensar en ello le produjo una nueva oleada de vértigo—. Tómeselo con calma, es mejor que descanse, tan sólo debe saber que ya hemos iniciado los preparativos para el tratamiento, en unas pocas horas estará todo apunto. Si necesita algo no dude en pulsar el botón que hay a su izquierda en la cabecera, las enfermeras estarán encantadas de atenderla, ellas mismas ya se encargaron de acomodarla en la cama.
Tras una discreta inclinación se alejó desapareciendo de su vista, la sensación de mareo fue remitiendo, aunque la remplazó una somnolencia que trató en vano de combatir, acababa de surgir de la oscuridad y no le apetecía en absoluto volver a ellas, sabiendo que regresar allí era exponerse al acecho de la criatura de sus sueños. No había acabado de pensar en ello cuando ya se estaba riendo, consciente de lo ridículo que era que una mujer de cuarenta y cinco años tuviera miedo de una pesadilla.
La segunda vez que despertó no le resulto tan traumática, fue como despertarse en su cama un día cualquiera, salvo por el hecho de no tener que ir a trabajar, se sentía como si estuviera realmente en esas vacaciones en un balneario que dijo que se tomaba en la gestoría administrativa donde había estado trabajando los últimos veinte años. Se desperezó y pulsó varias veces el botón de llamada, le apetecía tomar un buen desayuno. Las enfermeras no aparecieron, en su lugar se personó el doctor Medina.
—¿Que tal ha dormido? —su sonrisa volvía a brillar en aquel rostro bonachón.
—Estupendamente, creo que no dormía así desde hacía meses —se desperezó de nuevo—. Me gustaría comer algo…
Con un gesto de la mano le indicó una negativa a su petición, mientras estaba examinando las maquinas que controlaban su ritmo cardíaco y sus ondas cerebrales.
—Señorita Natalia, hemos observado una serie de anomalías en su cuerpo que nos tienen preocupados —aunque su tono era casual, como si quisiera restarle importancia no evitó alarmarla.
—¿Anomalías?
—En realidad, ¿tiene dificultades para respirar? —sin esperar respuesta a algo que ya sabía, continuó—. Tiene el tabique nasal desviado, además de muchas probabilidades de desarrollar diabetes…
Las facciones de Natalia fueron perdiendo color, trató de tragar saliva pero se le atascó a mitad de la garganta, provocándole un repentino ataque de tos.
—Tendrá que disculparme, no era ni intención alarmarla de esta manera, en realidad por suerte podemos curar todas esas anomalías con la recombinación de su ADN, pero es mi deber informarla de ello.
—¿En qué consiste?
—Verá —el médico se puso a su izquierda y le acercó una de las mesas que contenía el ordenador donde se controlaba su ritmo cardíaco, con suma rapidez tecleó varias órdenes y la pantalla cambió de imagen—. Tenemos un análisis completo de su ADN, con lo cual hemos podido averiguar sus problemas actuales y los que tendrá con bastante probabilidad en un futuro cercano, ahora bien, tenemos marcados los causantes de ellos en su ADN, la terapia curativa consiste en tomar la secuencia de otro ser humano sano y sustituir los defectuosos del suyo.
—¿Eso se puede hacer? ¿No será peligroso? —aunque el doctor Medina no mostraba ninguna evidencia de estar burlándose de ella, no podía evitar sentirse escéptica y protagonista de alguna extraña película de ciencia-ficción—. ¿Y quién donará ese código que me inyectaran?
—En realidad no existe ningún peligro, en cuanto al donante, tenemos una extensa base de datos con el ADN de un montón de personas, entre ellas actores, científicos, músicos y usted elegirá al donante.
—¿De verdad? —la sensación de irrealidad iba en aumento a cada explicación que aquel hombrecillo hacía.
—Sí, en unos minutos una de las enfermeras le traerá el catalogo de los donantes. Debo decirle que como uno de sus problemas es de tipo externo, tenga muy presente que el suyo adoptará la forma de la del donante —apostillo preparándose para marcharse.
—¿Cómo? ¿A qué se refiere?
Le señaló la nariz con uno de sus dedos regordetes.
—Elija con cuidado, su nariz se remodelara exactamente igual a la del donante, pues le inyectaremos toda la parte del ADN que configura esa parte de su cuerpo, por eso mírela bien. Una vez haya terminado el proceso no habrá vuelta atrás.
La miró con dulzura y añadió.
—Dicho poéticamente, su carne será como arcilla en mis manos —como si se tratara de una obra teatral tras su frase salió por la puerta como un actor haciendo mutis por el foro. Natalia tuvo la certeza que desde que había llegado aquella mañana estaba deseando soltar la frase, lo que la hizo reír con ganas.
* * *
Desde el primer momento en que vio la foto en el catalogo de donantes de ADN se consideró la mujer más afortunada del mundo, no recordaba ni una sola vez en su niñez en que no hubiese admirado a Katerina Herbut. Recordaba haber visto todas sus películas, algunas varias veces. No había ninguna actriz que asemejase la maestría que había tenido La dama del celuloide tal como la llamaron en el mundo del cine y en las glamurosas revistas de moda. Por tanto no dudo ni un solo segundo en desear tener aquella naricilla tan perfecta cuya punta era ligeramente respingona dándole un aire enigmático. No le falto tiempo para imaginar cómo se vería su rostro con algunas arrugas menos y con un apéndice nasal como el de Katerina Herbut, desde ese instante no quedaron rastros de alguna duda sobre someterse o no al tratamiento, sólo ganas de seguir luchando y si además la terapia regenerativa conseguía alisar las arrugas más prominentes aún mejor.
Como un animal asustadizo una diminuta lágrima asomó por el borde de sus ojos, se detuvo en el mismo precipicio como un esquiador que se prepara para hacer el mejor descenso de su vida, permaneció así indecisa hasta que Natalia parpadeó precipitándola mejilla abajo. Con un gesto inconsciente se secó el húmedo regueo con la manga de la bata, mientras entregaba el catalogo a las enfermeras.
—Katerina Herbut —fue lo único que pudo articular.
Las dos enfermeras que la atendían hicieron un gesto afirmativo con la cabeza, en sus rostros pudo comprobar que compartían su elección.
Más tarde aquel mismo día el doctor Medina apareció en la sala, llevando un enorme frasco de cristal de cuyo tapón salían varios tubos de goma, en su interior pudo ver un líquido amarillento. Dejó el bote en la mesilla.
—Buenos días, ¿ha descansado bien?
—Sí, me siento como si hubiese dormido un mes entero.
—Por favor, acompáñeme. Si no tiene inconveniente empezaremos en tratamiento ahora mismo —sugirió señalándole la bañera metálica de la sala.
Natalia se incorporó agarrando la mano que le tendía el doctor, cuando sus pies se apoyaron encima de unas zapatillas blancas sintió que en realidad esa era su última oportunidad de echarse atrás. Al erguirse sintió como su seguridad iba en aumento, el contacto con el suelo y la firmeza con que la mano del médico la sostenía la ayudaron a dar el primer paso, el resto fue más fácil.
—Verá —explicó el hombrecillo mientras la acompañaba—. Será sencillo, tan sólo tiene que tenderse en la bañera, una vez dentro la cubriremos con una solución salina, que notará fría, pero es completamente normal, le pondremos un vial en el brazo derecho por el que le suministraremos el compuesto para unificar su ADN con la del donante, notará un débil cosquilleo por todo el cuerpo, es una inofensiva descarga eléctrica para acelerar la absorción del ADN modificado…
—¿Descargas? ¡No dijo nada de electrocutarme! —se detuvo en seco.
—Señorita Natalia —la presión en su mano se acrecentó, transmitiéndole al instante un impulso de tranquilidad—. Le aseguro que no corre ningún peligro, además yo mismo estaré supervisando todo el proceso, sin las débiles descargas el proceso de asimilación del nuevo ADN tardaría años en producirse. Con este método será cuestión de horas.
Al final cedió, no entendía muy bien como lo hacía, pero empezaba a sospechar que aquel hombre tenía una habilidad especial para convencer y tranquilizar. De su mano procedía un calor reconfortante. Solamente, se soltó para desabrocharse las dos cintas de su espalda que ataban el batín; lo dejó caer y para su asombro no sintió ninguna vergüenza de estar allí de pie, completamente desnuda delante de él, sorteó el borde y se introdujo en la bañera, el frío metal le produjo un escalofrío que apenas pudo contener. Aún así dobló las rodillas y se tendió, el vello de su cuerpo acabó por erizarse, estremeciéndose una vez más ante la baja temperatura del metal.
El médico desapareció de su campo visual, aunque su voz le habló desde algún punto a su espalda.
—Ahora, llenaré la bañera con la solución salina. Le pido disculpas por lo fría que está, pero es necesario para el buen funcionamiento del proceso, en unos minutos se habrá acostumbrado a ello.
Desde uno de los tubos que surgían desde el suelo a su izquierda y que se torcían por encima de la bañera empezó a brotar un gélido líquido transparente que rápidamente fue rodeándola.
—Debe sumergirse por completo —le indicó al tiempo que le aplicaba unos pequeños tapones en los oídos y la nariz—. Tiene que respirar con este tubo en la boca.
Al principio sintió los ojos irritados, aunque se acostumbró rápidamente, no le pareció muy distinto a nadar en agua de mar. La imagen del techo se veía distorsionada. Pero distinguió sin problemas la figura del médico que con las manos recubiertas con guantes de látex extrajo uno de sus brazos y sin muchas contemplación le clavó la aguja de la jeringuilla que sostenía con la mano derecha. Con calma pero sin pausa le fue inyectado un líquido rosáceo, a continuación la miró y le mostró una sonrisa tranquilizadora. Desapareció unos minutos de su campo visual, se estaba preguntando que sería lo siguiente cuando obtuvo su respuesta a modo de suaves pinchazos, como si un montón de diminutos alfileres le tocaran todo su cuerpo al mismo tiempo. No dolía, pues parecía como si no llegaran a penetran en la piel, no por ello dejaba de ser algo molesto. Llevaba unos minutos experimentado los pinchazos cuando el médico reapareció, sostenía el frasco de líquido amarillento que destapó para finalmente verterlo en la bañera, la reacción de los dos líquidos hizo que los pinchazos eléctricos aumentaron su potencia, sintió como si la piel se le despegara del cuerpo y la estuvieran estirando por todos los lados, la sensación era más espeluznante que dolorosa, le vino la imagen de una serpiente mudando su piel.
La mezcla en la que se hallaba sumergida se fue enturbiando. Como el doctor estaba fuera del alcance de su limitado campo visual no tenía forma de saber si aquello era normal en el proceso. Además de otro efecto que si la empezó alarmar, el liquido a su alrededor se estaba espesando y adquiriendo una consistencia gelatinosa, limitándole cada vez más lo movimientos, hasta que la tuvo completamente inmovilizada, encerrada en aquel capullo se le ocurrió pensar que era como estar metida dentro de un enorme pastel de gelatina de naranja. No supo cuanto tiempo permaneció así, la sustancia que se había formado sobre sus ojos le impedía ver con claridad, pareció una eternidad, en la que toda clase de locos pensamientos la asaltaron.
«¿Y si esto no es más que una sádica forma de asesinar?».
No tenía modo de saber si nada de lo que le habían dicho era real o no.
«¿Porqué he consentido a tan loco tratamiento? ¿Tan desesperada estoy?».
La primera vez que lo notó no estaba segura, lo primero que se le ocurrió fue que eran imaginaciones suyas. Finalmente sintió cuatro manos agarrándola de los brazos y las piernas. Todas las dudas, todas las paranoias desaparecieron y emergió del interior de aquella pasta como una niña recién nacida, con restos de placenta por todo su cuerpo. Había experimentado tres cosas que nunca se había imaginado, sentir el cambio de piel, mutar en el interior de un capullo y volver a nacer. No le cupo ninguna duda de que aquella experiencia estaba cambiando por completo su forma de ver la vida, se sintió como una ave fénix resurgiendo de sus cenizas, la vida le estaba dando una nueva oportunidad que estaba dispuesta a aprovechar. A medida que los minutos iban transcurriendo y las dos enfermeras la ayudaban a ponerse en pie mientras le limpiaban los restos de la gelatina, la realidad se fue haciendo patente. Todas aquellas fantasías de renacimiento se fueron disipando, pensó que en realidad su aspecto no habría cambiado demasiado, no existía el elixir de la eterna juventud, y el recuerdo de la sensación de que le estiraban la piel, la convenció de que como mucho le habrían desaparecido algunas pocas arrugas.
Las enfermeras la obligaron a sentarse en lo que dedujo se trataba de una silla de ruedas, la empujaron durante varios minutos, efectuando tan solo dos pequeñas paradas que supuso era para abrir y cerrar puertas. Una vez en el destino la ayudaron a ponerse de nuevo en pie y la obligaron a andar unos metros, al final descubrió donde se hallaba cuando la sensación de lluvia la sorprendió, después notó como las manos enguantadas la frotaban con energía, la estaban limpiando, no soportó por más tiempo permanecer en la oscuridad y se limpió los restos de gelatina de los ojos con las manos ayudándose del agua que caía sobre ella. La luz se fue abriendo paso, su vista se fue enfocando y ajustando a la claridad.
La habían llevado a un cuarto de baño, desde el plato de la ducha vio encima del lavamanos un espejo. Sin pensarlo un instante se liberó de las frenéticas manos que la estaban aseando y se abalanzó hacía él. Las enfermeras no hicieron ni un solo amago de impedírselo, lo que vio ante sí, la imagen que le devolvió aquel pequeño rectángulo plateado fue lo mejor que le había ocurrido en toda su vida. En un primer momento pensó que tenía que tratarse de un truco, pero tras varios segundos observándose terminó por convencerse de la realidad de lo que estaba viendo. La nariz no era lo único que le había cambiado, aunque si fue lo primero en lo que se fijó, y allí desnuda, observando como de una manera casi milagrosa, sin cirugía, aquel hombre había remplazado su enorme y fea nariz por algo tan maravilloso y bonito. El aire que le confería era completamente esbelto, jovial, alegre, joven… Cuando esa palabra cruzó su mente se percató de los demás cambios, las patas de gallo, las arrugas de la frente, todas y cada una de ellas habían desaparecido por completo, la imagen que tenía ante sí era la de una chica de apenas veinte años, y no solo su rostro.
Mientras las enfermeras le pedían amablemente que volviera a la ducha, se dedicó a repasar su cuerpo, sus pechos había crecido en la medida justa, la celulitis, el flotador de la cintura, todo había desaparecido, no sólo las arrugas si no también el exceso de grasa, en aquel momento su cuerpo era tan perfecto que incluso lo percibió en como la miraban las enfermeras, quedándose tan satisfecha y relajada que finalmente dejó que aquellas dos mujeres siguieran aseándola.
La impresión la había dejado tan extasiada que apenas fue consciente del camino de regreso a la habitación, ni de cuando la vistieron con el batín y la tendieron en la cama. Intentó luchar contra la fatiga que se iba instalando en su cuerpo hasta que no pudo más, su cerebro había decidido que ya había tenido suficiente emociones por un día y que había llegado el momento de descansar. Esa vez, Natalia tuvo uno de sus sueños más vividos de los que había tenido nunca. En él la experiencia y recuerdo de las tres fases, serpiente, oruga y renacimiento, se repitieron sin parar. En un eterno circulo como si estuviera experimentando el mito de la reencarnación, despertó en la oscuridad, y aunque lo olvidaría en pocos segundos no supo aclarar si aquel sueño había sido una pesadilla o el regocijo de lo que le había ocurrido, tampoco tuvo tiempo que dedicarle ya que su cerebro optó por el camino del olvido y descansar dejándose llevar de nuevo al mundo onírico, más tarde se perdería en los recodos laberínticos de su memoria que ese segundo descenso fue perturbado por una extraña pesadilla en la que una mujer se le introducía por la boca.
* * *
Notó un suave zarandeo que lentamente la obligó a despertar y todo ello aderezado por un fuerte dolor de cabeza decidió tomarse con calma el mero hecho de despertar.
—Señorita Natalia ¿Cómo se encuentra? —aunque tenía los ojos abiertos, lo único que veía era una potente luz blanca—. Con toda probabilidad tendrá dificultades para ver con claridad, es normal, tenga en cuenta que la regeneración se produce en todas sus células, incluso las de sus ojos.
Natalia se incorporó a tientas, inclinando la cabeza como si fuera un gato, se sorprendió por la claridad con que le llegaban los sonidos.
—Doctor, tengo la peor jaqueca del mundo, es como si me hubiese estado de juerga una semana entera, y estuvieran usando mi cabeza como uno de los tambores de Calanda.
Lo que detestó es no poder ver la reacción del médico, ahora mismo tendría que guiarse por lo que dijera, por suerte el deslumbramiento parecía estar cediendo, pues en la luz observaba como se movían algunas sombras, que se correspondían con las voces del médico y las enfermeras cuando hablaban entre ellos.
—¿Y bien? ¿Tengo que preocuparme por esta insoportable jaqueca?
—Señorita Natalia, debe recordar que todo su cuerpo ha sido sometido a un severo reajuste a nivel genético y celular, debe darle tiempo para que se recupere. ¿Recuerda algo de la pesadilla?
Lo miró entre la sorpresa y la incomprensión, a parte del punzante dolor se sentía bien, tanto física como anímicamente, si hubiese tenido una pesadilla se habría despertado con el ánimo alterado ¿No?
—¿Pesadilla? No recuerdo ni haber soñado —el dolor empezaba a remitir.
—Anoche, gritó en sueños, las enfermeras acudieron rápidamente y tras comprobar que estaba fuera de peligro la vieron hablando en sueños, visiblemente agitada, ¿no recuerda nada?
Natalia se frotó las sienes, como si masajeándolas hiciera que el dolor desapareciera con más rapidez.
Lentamente las formas borrosas se fueron enfocando. En su memoria había un hueco, como si le hubiesen borrados esos recuerdos, cada vez que intentaba acceder a ellos sólo encontraba ese agujero en su mente, como si alguien los estuviera desplazando para que no los alcanzara nunca.
El doctor Medina le dio unas palmaditas en el hombro.
—No se preocupe, seguramente no tiene importancia, en poco tiempo estará en casa disfrutando de su nueva juventud.
Aquellas últimas palabras fueron un disparador, apenas pudo contenerse a esperar que el médico se marchara, se levantó de la cama, y su impulso inicial se vio bruscamente detenido por la debilidad con que respondieron sus piernas. Se le aceleró el corazón de nuevo, en su vida había visto unas piernas tan perfectas como las que ahora tenía, se vio tentada a buscar cicatrices ocultas, pues llegó a pensar que la única explicación posible era que le hubiesen injertado otras piernas, aquellas no tenían nada que ver con las rechonchas y cortas piernas con las que había nacido y crecido, las que ahora tenía eran largas y estilizadas y no había rastro de cicatrices en ninguna parte, se obligó a ponerse en pie, notó como si los huesos fueran encajándose, colocándose en su sitio, el crujido al principio la asustó, a medida que fue remitiendo se fue tranquilizando y el comprobar que a cada paso le resultaba más fácil andar, fue venciendo el miedo y sin dudarlo se encaminó al cuarto de baño donde las enfermeras la habían limpiado.
El espejo de devolvió aquella imagen que ya había visto, y aún así le seguía pareciendo completamente irreal, se desabrochó el batín tirando de los ínfimos cordones de la espalda, lo dejó caer, era incapaz de reconocerse. Allí en el mundo de más allá de la frontera plateada no se veía a sí misma, era una extraña que le devolvía la mirada, una extraña que se movía cuando ella lo hacía, sus brazos, sus piernas, sus pechos, su estomago, nada de eso era como ella lo recordaba. Aquella atractiva jovencita que la estaba mirando no podía ser ella, aunque su rostro tuviera ese aire tan familiar, aunque sin las patas de gallo, todas aquellas cosas que recordaba y que siempre había odiado de si misma habían desaparecido como por arte de magia y ahora al verse de repente despojada de todas ellas la hizo sentirse desnuda, más de lo que en realidad estaba, pues no era capaz de reconocerse en aquel maravilloso cuerpo.
Con manos temblorosas, lentamente, lo fue recorriendo con las puntas de los dedos, deslizándolas por aquella fina piel sin arrugas, sin asperezas, se acarició los pezones y sintió un fuerte estremecimiento, la turgencia de sus pechos al acariciarlos la excitó como nunca lo habían hecho. Su mano izquierda descendió jugueteó con el ombligo, tan prefecto, ni muy hundido ni muy salido, se entretuvo allí hasta que por fin se atrevió a explorar su sexo, la excitación fue aumentando cuando finalmente rozó el clítoris, todo lo demás desapareció. En aquel momento sólo existía ella y su cuerpo nuevo, necesitaba convencerse de que era real, que estaba en ese cuerpo, que sentía todas y cada una de las células, el orgasmo le llegó como una explosión cuyo epicentro era su sexo y su onda expansiva se dispersó por todo su cuerpo, transportándola a un éxtasis casi insoportable, lo que estaba experimentando no lo había vivido nunca en las muchas relaciones que había tenido, no con esa intensidad, realmente aquel nuevo cuerpo era impresionante, allí de pie, con las piernas mojadas se sentía salvaje y con una fuerza que iba aumentando. Por primera vez en mucho tiempo fue capaz de mirarse en el espejo y sonreír.
—¿Qué coño estás haciendo con mi cuerpo? —apenas fue un susurro, aún así la sobresaltó, en la imagen del espejo, a sus espaldas se desvaneció un rostro de mujer.
Se volvió de golpe asustada, allí no había nada, retrocedió hasta que chocó con el lavamanos, se sentía confusa. Agitando la cabeza descartó lo sucedido achacándolo a un sentimiento de vergüenza por lo que acababa de hacer, la excitación que había sentido al acariciar su nuevo cuerpo le planteó ambigüedades para las que no estaba preparada afrontar. Aún así, todo aquello había servido para encajar las piezas de su cuerpo, se sentía fuerte, regresó a la cama tras recuperar el batín. Deseando regresar al escenario.
El doctor Medina no accedió a darle el alta definitiva hasta que no le hubiesen hecho todo tipo de pruebas y análisis para asegurarse de que todo marchaba como era debido. Y con la condición de someterse a controles periódicos.
Y así tras un largo mes, Natalia obtuvo el alta médica y ese mismo día preparó su regreso al Manhattan. Tras hablar con el dueño del local y mostrarle de lo que su voz era capaz no tuvo reparos para confirmarle que día volvería a estar presente entre el público el prestigioso cazatalentos, ni reservarle la actuación de esa noche.
* * *
Tenía la sensación de que aquel sería el día más brillante de su vida, que por fin la noche más oscura en la que había estado sumergida había terminado y que ahora tras resurgir como un fénix el éxito la esperaba a la vuelta de la esquina. Se incorporó en la cama, la luz del sol iluminaba todo su dormitorio. Aunque no recordaba haberlo hecho se congratuló de llevar puesto su camisón preferido, aquel día era especial, y despertarse con él era una buena señal, siempre le daba buena suerte. En el fondo sabía que era una tontería pero le gustaba pensar que era así, y esa noche iba a necesitar toda la suerte del mundo, quería hacer un cierre de actuación con algo muy personal, iba a hacer un homenaje a su difunto padre, en el concierto de esa noche interpretaría Caruso de Lucio Dala a cappela, precisamente porque ese fue el último papel que interpretó su padre hacía de aquella canción algo muy personal, sobre todo por las veces que la habían interpretado juntos. Cómo se había reído cada vez que él desafinaba, así con esos recuerdos, la mezcla emotiva era doble, por un lado tristeza por la ausencia y por otro alegría por los buenos momentos que habían compartido juntos antes de su muerte. Por esa razón fue a negociar con el dueño del Manhattan, aquella noche haría su reentré en el mundo del espectáculo del mismo modo en que lo había abandonado antes de la… operación de cirugía.
El transcurso del día fue como una montaña rusa de emociones, estaba ansiosa por volver a pisar el diminuto escenario del local, prácticamente se pasó el día ensañando y demostrándose a sí misma que era capaz de subir y bajar por la escala musical incluso mejor que antes, tenía el triunfo asegurado.
Apenas dos horas antes del inicio del concierto se acercó al local, había intentado controlarse, pero las ganas de volver a ver a José pudieron más que la idea de esperar hasta última hora para darle la sorpresa de su cambio. Las luces de neón ya estaban parpadeando cuando se plantó frente a la fachada, su corazón era como una locomotora y tratar de ralentizarlo era una tarea completamente inútil, las puertas abiertas de par en par empezaban a acoger un lento fluir de personas, aún así en aquellas tempranas horas el número de parroquianos era alto, parecía como si se olieran el magnífico espectáculo que iban a presenciar, y a Natalia no le cabía ninguna duda sobre ello, puesto que en los ensayos en casa había obtenido unos resultados que antes no hubiera podido ni imaginar, era evidente que la operación de cirugía había hecho algo más que mejorar su aspecto externo.
Cruzar el umbral fue como un rito, cuando saliera de allí ya nada sería como hasta ahora, de eso estaba segura. Antes se hubiera encaminado con pasos vacilantes hacía la barra del bar. En el momento en que su pie derecho tocó el suelo al cruzar al otro lado de la puerta, sintió como una fuerza interna le nacía desde su interior y se expandía por todo su cuerpo, como si ella fuera un jersey que se estaba poniendo esa energía interna, sus pasos se volvieron firmes y sin vacilaciones, aquella era su noche y nada ni nadie se la podría arrebatar.
Llegar hasta la barra del bar sin ser reconocida fue incluso deliciosamente fácil, José estaba de espaldas preparando un combinado, no la vio llegar tal y como ella había pretendido, se sentó en uno de los taburetes.
—¿Me pondrás una cerveza? Por favor —agachó un poco la cabeza, lo había calculado al milímetro.
En cuanto la mano de José apareció con el vaso de tubo lleno de cerveza, Natalie se la agarró de la muñeca y tiró de él, levantó la vista y le clavó una mirada llena de lujuria.
—¡Hola guapo! ¡Cuánto tiempo sin verte! —sin esperar ninguna respuesta le estampó un largo y sensual beso.
Este dio varios pasos traspuestos intentando recobrar la compostura, a pesar de que estaba más o menos acostumbrado a recibir halagos no pudo evitar sonrojarse ante aquella muestra tan efusiva. Natalie lo observaba expectante, y le resultó tremendamente excitante comprobar que no la reconocía, o al menos no daba muestras de ello.
—¿Nos conocemos? —la incomodidad se hizo patente en la voz de José, cada vez eran más clientes que estaban pendientes de lo que estaba pasando entre ellos dos, incluso algunos había soltado silbidos de aprobación durante el apasionado beso.
—Es posible… —aventuró Natalia—. Esta noche actúo aquí, espero que te guste el espectáculo.
Los ojos de José se abrieron con asombro.
—¿Tu eres Natalia…? ¿Cómo es posible?
—¡Shhhh! No rompas el encanto —le depositó un dedo en los labios obligándolo a callar.
—Se dice que esta noche viene el Cazatalentos en persona, estás de suerte, como le guste de tu actuación te lanzará a la fama —José le confirmó algo que ya conocía, todo estaba encajado.
—Sí, lo sé por eso he elegido actuar esta noche —Natalia le guiñó un ojo con picardía.
José no podía dejar de mirarla, Natalia se percató de ello enseguida, pero no importaba porque ya no habría vuelta atrás.
Se dio la vuelta y se dirigió al pequeño cuarto que había al fondo del local, al lado izquierdo del escenario, al final de la barra, en lo que ella consideró un lugar seguro. Al fin se permitió relajarse, se sentó frente al manchado y amarillento espejo, durante unos breves instantes no reconoció en absoluto a la persona que le devolvía la mirada, mucho más joven, mucho más arrogante de lo que había sido ella, quien era esa extraña llena de malicia que la estaba mirando desde el espejo.
—¡No, no, no! ¡Déjame! —se impulsó hacía atrás queriendo alejarse de la imagen del espejo perdiendo el equilibrio al enredarse con la silla en la que se había sentado, tendida con los tobillos enganchados en las patas de la silla vio horrorizada como la imagen seguía mirándola desde el espejo, aquello era una locura, no podía ser cierto, no quería ver aquello, notar como la oscuridad la abrazaba y la envolvía fue todo un alivio, allí dentro se sentía a salvo, allí aquella extraña que pretendía ser ella no podía alcanzarla ni hacerle daño, la oscuridad era una bendición para ella.
—¡Eso es! ¡Escóndete y déjame hacer a mí! ¡Será muy divertido! —susurró la imagen del espejo mientras allí tendida perdía la consciencia del mundo que la rodeaba.
* * *
Puntual como era su costumbre salió al escenario, desde allí vio el local abarrotado, sin duda aquella iba ser una de sus mejores interpretaciones, tenía previsto la posibilidad de hacer una larga actuación pero estaba convencida que aquella noche debía centrarse en la interpretación de su canción estrella, empezó con un par de canciones country que pasaron sin pena ni gloria entre el público, se dio la vuelta y dejó la guitarra apoyada en el taburete. En un principio creyó que se sentiría nerviosa pero no fue así en absoluto, el peso en el bolsillo de su chaqueta la tranquilizaba, las cosas estaban a punto de ocurrir tal y como ella había planeado. Cuando empezó con las primeras estrofas de la canción, vio como José la miraba con el asombro completamente reflejado en él, incluso casi se atrevió a pensar que era capaz de distinguir las lágrimas asomando en sus ojos, y en realidad no era el único, las lágrimas estaban asomando en muchos de los asombrados espectadores. Su voz les estaba llenando, sumergiéndolos en la tristeza de la melodía y la fuerza con la que la transmitía a pesar de la ausencia de la música, aunque en realidad no era necesaria, su voz era más que suficiente.
—Esa es mi canción —susurró una voz a su oído—. ¿Cómo te atreves a robármela?
Katerina ignoró cualquier distracción era como una sirena encantando a los marineros, y era así pues muchos transeúntes entraban en el bar atraídos por semejante belleza vocal.
—Te voglio bene assai…
—¡No vas a robarme mi actuación! —le gritó con todas sus fuerzas.
Salir de la oscuridad, fue más difícil de lo que había pensado, ella estaba allí, robándole la actuación, su noche de triunfo y no iba a permitírselo, se había replegado sobre si misma en posición fetal mientras la otra había tomado el control de su vida, pero no iba a dejar robarle su número estelar, se estiró y recuperó el control de su cuerpo como quien se pone un disfraz, metió su cabeza dentro de la del cuerpo al tiempo que agarraba por los hombros a Katerina y la empujaba hacía el fondo de su interior, metiéndola en la oscuridad en la que ella se había refugiado. Todo esto sucedió ante un ajeno público, que tomó aquella pausa como parte del espectáculo para aumentar la fuerza de la emoción que transmitía.
—¡No pienses que esto va a terminar así! —amenazó Katerina desde la oscuridad.
Una fuerte sacudida de temblor le recorrió la espalda, hizo una larga inspiración y con la satisfacción de haber vencido continuó con la canción, sin que ninguno de los presentes se hubiese apercibido ni por un segundo de la batalla interior.
El final fue más apoteósico que la otra vez, estaba y se sentía completamente embriagada de ver como todo el público se levantaba para ovacionarla totalmente hechizados con la belleza y los sentimientos que había compartido con todos ellos.
Entre toda la multitud vio al Cazatalentos de pie, ovacionándola, aplaudiendo entusiasmado, lo tenía en su bolsillo, esta vez no podría poner ninguna pega a su carrera como cantante. Descendió del escenario y rodeada por la multitud que seguía ovacionándola y felicitándola por la maravillosa interpretación que acaba de ejecutar que todo el camino desde el escenario hasta la barra del bar lo recorrió con la sensación de no estar tocando el suelo, fue como si unas cuerdas invisibles la sujetaran deslizándola con suavidad a poco centímetros de las negras baldosas. Sus ojos se posaron en el joven camarero, que la observaba completamente asombrado, no daba crédito a lo que acaba de ver y oír y Natalie se daba cuenta de ello, ahora si se atrevería a revelarle lo que sentía por él, ahora sí, allí en la cúspide del éxtasis, todas sus aspiraciones y deseos se habían visto cumplidos, a su izquierda el Cazatalentos se abría paso a codazos con el ansia por hablar con ella reflejada en el rostro.
Cuando lo tuvo delante, de reojo vio como José saltaba la barra y se dirigía hacia ella, o al menos lo intentaba, entre aquel mar de gente yendo y viniendo, el Cazatalentos se plantó ante ella. Llevaba el mismo abrigo color beig y el sombrero ladeado, el bastón era distinto, la empuñadura tenía la forma de una araña sobre la Tierra.
—Señorita Natalia, quiero expresarle mi mayor admiración por la actuación de esta noche, me gustaría representarla a partir de ahora, si accede le aseguro que su éxito esta más que asegurado —en sus ojos podía ver con claridad la avaricia y el ansia por el dinero que iba a ganar.
Natalia descartó todos aquellos pensamientos, estaba nerviosa, su mano rozó el bolsillo de su chaqueta y notó el bulto pesado que en ella se ocultaba.
—¡Te dije que no te saldrías con la tuya cerda asquerosa! ¡A mi no me hace sombra nadie! —le gritó Katerina desde la oscuridad de su interior, mientras recuperaba el control del cuerpo.
Sacó la pistola del bolsillo de la chaqueta, la amartilló y descargó tres balas en la cabeza del Cazatalentos, a la segunda detonación la multitud enloquecida intentaba apartarse de ella, la estampida se llevó por delante todas las mesas y las sillas, los que perdían el equilibrio y eran engullidos hacia el suelo no tuvieron demasiada suerte, ni una sola de aquellas personas intentó ayudarlas a ponerse en pie, más bien las pisoteaban con tal de alejarse de allí.
Como un molino se volvió hacia su izquierda, a pocos metros de ella, José estaba de pie, petrificado por el miedo y el horror de lo que acaba de ver.
—¡Mira lo que hago con tu futuro! —Katerina no dudó ni un segundo en apretar dos veces el gatillo.
La primera dio de lleno en el corazón del horrorizado camarero, la segunda le destrozó el cráneo salpicándolo todo con sangre y pulpa grisácea, esta última acabó por derrumbarlo sobre el negro suelo en el que con rapidez empezó a formarse un gran charco rojo.
Natalia asistió impotente desde la oscuridad a todo ello, no tenía ni idea de donde había salido aquella maligna presencia, ni quien era, tan sólo sabía que le daba terror enfrentarse a ella, aún así tenía que hacer algo, no podía permitir que siguiera controlando su cuerpo, no sólo había matado al Cazatalentos, esa cosa había matado a la persona que más había querido y ahora estaba allí disparándole a todo cuanto se movía. Intentó expandir su presencia meter su mano en los dedos como si fueran un guante, tenía que hacerse con el control de la mano que sostenía la pistola.
—¡Ni te atrevas! —gritó con rabia disparando a los pocos que no habían podido escapar y habían optado por esconderse tras la barra o las mesas volcadas.
Natalia seguía moviéndose en su interior, se sentía como si estuviera buceando en su propio mar interior, lanzó un puñetazo al hombro derecho encajando la mano dentro de él, empujó con fuerza, no podía dudar ni un solo segundo.
—¡Yo soy la gran Katerina… Yo soy la gran Katerina Herbut! ¡No vas a vencerme!
Aquellas palabras destaparon los recuerdos que se había ocultado a si misma, Natalia comprendió que no podría librarse nunca de su presencia, estaba en sus genes, se lo habían inyectado en el laboratorio, únicamente había una solución a todo aquello. Empujó con fuerza hasta que hizo encajar sus dedos, tomó el control del brazo y la mano, inclinó el cañón de la pistola sobre su sien y apretó el gatillo, por última vez la oscuridad las envolvió llevándoselas para siempre.
* * *
El menudo doctor Medina salió del local entre la estampida humana, a lo lejos se oían las sirenas acercándose a toda velocidad, con sus característicos pasos cortos pero rápidos se alejó del lugar, mientras con un gesto despreocupado sacaba el teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta.
—Marguerite ordene desmantelarlo todo. Estuvimos cerca, pero aún quedan algunos retoques por hacer a la transferencia de consciencia. Muy pronto seremos capaces de recuperar a su madre —permaneció en silencio escuchando la voz al otro lado de la línea—. Sí, busque algún país con un alto índice de pobreza donde sea más fácil obtener voluntarios.