Susurros en la Oscuridad

Al principio no fue más que un suave quejido, casi imperceptible en la oscuridad de la habitación, aún así fue suficiente para despertar a Valerie, en realidad ya debería estar acostumbrada, pero no podía evitar despertarse sobresaltada al mínimo ruido. Llevaba meses sin dormir ni una sola noche de un tirón, para ello estaba aquel estúpido chisme dispuesto a impedírselo, todas y cada una de las noches. De modo que allí estaba ella, con el corazón desbocado, totalmente quieta a la espera de oír el siguiente ruido, cualquier indicio que le diera una pista sobre la urgencia de la situación. Al poco de estar a la espera, saltó de nuevo el ruido, el intercomunicador era peor que una campana, daba la impresión de que un enjambre se había introducido en su interior. Entre el estruendo fue capaz de distinguir la pesada respiración. Todo parecía estar en orden, aún así la tentación de salir de su dormitorio, bajar las estrechas escaleras hasta la planta baja y colarse en el de su padre fue bastante fuerte.

Nunca había sido una mujer segura de sí misma y cada vez que tomaba una decisión sentía que estaba cometiendo el peor error de su vida, pero también era consciente de que el único modo que tendría para llevar a cabo la erradicación de sus dudas sobre el estado de su padre era despertándolo y aunque muchas noches se había imaginado haciéndolo, nunca se atrevió a zarandearle hasta despertarlo solo para preguntarle.

—¿Papá estás vivo?

De modo que siempre había optado por permanecer allí tendida en la oscuridad esperando oír el siguiente ruido procedente del intercomunicador y rezar para que entre el estruendo rugido el enjambre fuera capaz de distinguir su respiración.

En realidad no es que la relación entre ambos hubiese mejorado con los años, podría decirse que se mantuvo estática. Ambos sabían que el punto de unión había sido su madre, de modo que cuando ella murió su lazo sentimental simplemente se mantuvo congelado en una extraña cercanía distante; aunque al principio Valerie prefirió encerrar su dolor en su interior.

Ahora y tras la segunda embolia que había sufrido se sentía en la obligación de cuidar de él como si se tratase de un hijo, y por ello no dejaba de ser irónico ya que ella siempre había rehuido las relaciones serias porque no se sentía preparada para tener y cuidar de una familia, no se veía responsablemente capaz de cuidar de una criatura indefensa como un bebe. Pero la vida había demostrado ser completamente sorda a sus deseos y peticiones de modo que ahora tenía que lidiar con un bebe de setenta y ocho años.

Todas las noches se repetía aquella situación, varias veces se despertaba sobresaltada y mientras esperaba el siguiente ruido, se entregaba de lleno a todas aquellas inquietudes que no dejaban de asaltarla, era mucho peor que tener una pesadilla que se repitiera día tras día, sin parar, en el fondo ella sabía que aquel infierno se lo había creado ella misma, y fuera a donde fuera lo llevaba arrastrando consigo. No en vano había pensado muchas veces en huir de allí, irse a otra ciudad, incluso escapar a otro país, pero era consciente que fuera a donde fuera su infelicidad interior iría con ella. Todas esas fantasías se desmoronaron al oír el segundo ruido acompañado de los ronquidos, esa era su ancla a la vida cotidiana, la que le hacía volver y poner los pies en el suelo. ¿Cómo iba a dejarlo sólo? ¿Qué clase de persona sería? ¿Cómo se atrevía a pensar en ello? Las sombras se agitaban a su alrededor como si percibieran todos los cambios de humor que en ella se producían. La dureza del colchón le recordó que debía intentar dormir algo.

Agitándose inquieta, se envolvió en la sabana asomando sólo la cabeza esa era su forma de fingir que la estaban abrazando y evitar sentirse sola. Si no descartaba aquellos angustiosos pensamientos no pegaría ojo en toda la noche y al día siguiente le sería completamente imposible enfrentarse a su jornada de trabajo como camarera. ¿Cómo era posible que además de todas sus penas y sufrimientos, encima tuviera que trabajar de camarera? Odiaba ese trabajo, la hacía sentir estúpida y encima tenía que aguantar la amargura y las malas caras de los demás.

Esa noche, como la mayoría de las noches, no pegó ojo, le fue completamente imposible detener los pensamientos que constantemente la asaltaban, así que a las seis de la mañana lo que la sobresaltó no fue el ruido del insoportable vigila-bebés, sino la alarma del despertador, esa era la hora en que se vestía como un rayo, no porque llegara tarde a su desafortunado trabajo, sino por el temor de que su padre se despertara. Como mucho, apenas cinco minutos después de que ella se fuera, él ya estaría despierto gritando su nombre.

El primer día que logró escabullirse antes de que despertara, los remordimientos pudieron más que el convencimiento de que era más que capaz de ingeniárselas para vestirse sólo. No desaparecieron ni cuando volvió al mediodía al salir del trabajo. Verlo vestido fue un alivio, a pesar de todo ello los remordimientos no la abandonaron por completo hasta una semana después. Aún así no podía evitar sentirse como una ladrona al escabullirse escaleras abajo y andar de puntillas al pasar frente a la puerta de su dormitorio. Para su desgracia la puerta de la calle estaba justo al lado de la habitación donde dormía su padre. Valerie estaba convencida de que con el valor suficiente sería una estupenda ladrona. El modo tan suave, milimétrico, paso a paso y sin ruido en que era capaz de hacer girar la cerradura de la puerta hubiera sido la envidia de cualquier ladrón de guante blanco.

En la calle no se atrevía a ponerse los zapatos hasta que no estaba a un mínimo de veinte metros lejos del portal, lo cual producía la imagen de alguien que tras echar una cana al aire escapa antes de que la otra parte empiece con preguntas personales. En realidad así era como escapaba sus frecuentes escarceos sexuales. Aquella mañana fue consciente, a escasos minutos del amanecer, con la chaqueta gris doblada en un brazo y los zapatos en la mano, escapando por la calle de su padre de puntillas, que en los últimos meses cada amanecer lo había visto en esas condiciones, no importaba de donde escapara, de su padre o de un amante, la verdad era que el sol salía a su encuentro y la sorprendía en la calle con los zapatos en la mano.

Apenas si había dado unos pasos alejándose calle abajo.

—¡Valerie! —la voz llamándola sonó clara en la calle desierta.

Se volvió hacía el otro lado. La conocía perfectamente, pertenecía a su madre. Se quedó absorta mirando la desierta calle, las blancas paredes encaladas resplandecían ante la creciente luz del amanecer. Desde su fuero interno deseaba verla aparecer tras la curva casi al final de la calle con la bolsa del pan debajo el brazo y andando sin prisas, a su ritmo, con la sonrisa en el rostro coronado por el ensortijado pelo castaño y llevando aquel largo vestido estampado con flores. Esa hubiese sido su mayor alegría. Si de ella hubiese dependido, se habría quedado allí dispuesta a esperar a que su madre apareciera por detrás de la curva todo el tiempo que hiciera falta, aunque eso hubiese significado esperar toda su vida. Tenía la certeza de haberla oído pronunciar su nombre con la misma claridad con que oía los ruidos de la ciudad que empezaba a despertar, el imparable avance del tiempo, el ruido de la creciente actividad en la panadería cercana, todas ellas le gritaban sin cesar que se moviera o iba a llegar, otra vez, tarde al trabajo.

La tristeza escaló por sus pies, clavándole las uñas a cada centímetro de terreno que conquistaba. Finalmente logró dar un paso, y luego otro, con el corazón roto y listo para que la tristeza una vez más hiciera en él su nido y se acomodara en su interior, con todo su cuerpo marcado por el recorrido hecho por la pena desde los pies hasta su pecho. Le dio dos sacudidas al corazón y Valerie lo sintió, roto, triste, desilusionado hubiera dado con gusto su vida con tal de que su madre hubiese aparecido al otro lado de la calle. Arrastrando sus pies descalzos por los fríos adoquines y totalmente desecha en lágrimas, siguió su camino hasta el bar donde trabajaba. No es que fuera un restaurante de lujo ni la mejor cafetería del mundo, sino un bar-cafetería en el que paraban a desayunar muchos trabajadores antes de iniciar su jornada laboral. Aquella vez, dio un rodeo algo más largo de lo habitual antes de decidirse. Tenía que coger todo ese dolor y tristeza y encerrarlos en lo más hondo de su interior. Si había algo que no soportaba era que pudieran considerarla una mujer débil, odiaba que la vieran llorar o dudar, a pocos metros de su destino se calzó los zapatos negros de tacón medio y aquel simple gesto para ella era como embutirse en una coraza de plata, una coraza que ocultaba sus debilidades, y la dejaba lista para encararse a quien hiciera falta. El ritual terminó cuando se secó las lágrimas con la manga del jersey en un gesto despreocupado y veloz. Por suerte no le gustaba maquillarse, ella ya tenía su coraza de plata tras la que ocultarse y no necesitaba esconderse bajo potigues.

Anabel ya había abierto las puertas del local, se saludaron con un simple gesto de cabeza, su relación con ella no es que fuera una maravilla, aunque dicho sea verdad tampoco era una maravilla con nadie, entró en la trastienda donde recogió el delantal verde y la estúpida cofia que les obligaban a llevar. Se arremangó y sin demorarse más tiempo salió detrás de la barra encendiendo la cafetera para que se calentara.

Los primeros clientes de la mañana empezaron a entrar y desde ese momento hasta que faltaban pocos minutos para salir, Valerie no volvió a pensar en lo ocurrido aquella mañana.

* * *

Puntual como sólo ella sabía ser su amiga Luisa Fernández entró por la puerta del bar a escasos veinte minutos de la hora en que Valerie terminaba su turno. Como ya era habitual en los últimos años, cada miércoles, quedaban para comer juntas. La noche anterior ya tuvo la precaución de dejar la comida de su padre lista en el frigorífico, de modo que lo único que este tuviera que hacer era calentarla en el microondas y aunque nunca se había quejado directamente por la tarde tendría que enfrentarse a la mirada acusadora «he tenido que comer solo». Apartó esos pensamientos de su cabeza, sacó el cacillo de la cafetera y tras rellenarlo con café lo volvió a encajar en ella. A Luisa le gustaba el café cargado y con poco azúcar. De todas sus amistades a lo largo de su vida aquella era la única en que se había esforzado en conservar de verdad, le gustaba la sinceridad y franqueza con que siempre le había hablado, haciéndole ver todas aquellas cosas que ella rechazaba. Admiraba su cuerpo, incluso después de haber parido dos veces no había engordado ni un sólo milímetro. Algunas veces conseguía hacerla sonrojar cada vez que la miraba con picardía y le aseguraba que si fuera lesbiana estaría locamente enamorada de ella y se echaban a reír como adolescentes. Algunas noches, Valerie se confesaba a si misma que en realidad sentía cierta atracción sexual hacía su amiga, y aún a sabiendas de lo abierta que era de mente, la sola idea de que se alejara de su lado la aterraba profundamente, prefería tener su amistad a arriesgarse a perderla por querer algo más, en todo caso quien sabe quizás aquella intimidad que compartían finalmente desembocaría en…

—¡Valerie! ¡El café está rebosando! —esa voz era capaz de hacerla volver a la realidad, cuando se volvió Luisa estaba riéndose—. Me gusta cargado ¡No aguado!

Valerie tuvo que hacer un esfuerzo por olvidar aquellas emociones y lograr comportarse con normalidad.

—Perdona, hoy he dormido fatal —respondió tras detener la cafetera y la catarata de café.

Luisa tenía esa permanente manera de mirarla con complicidad que la derretía por dentro. Con rapidez y sin pensarlo le preparó otro café, esta vez sin desborde por exceso de agua.

—¿Otra vez el vigila-bebés?

—Sí, ese aparato infernal no deja de hacer ruido —confirmó Valerie con un gesto de enfado.

—¿Por qué no lo cambias? —la desafió mientras removía la sacarina que acababa de echar en la taza.

Valerie le devolvió la mirada como diciendo burlonamente «Que lista».

—Porque mi padre esta encaprichado en él, dice que es el único que vale.

—Pues cargártelo —la mirada de Valerie la hizo reír—. Al aparato, no a tu padre. Te lo cargas y compras otro.

—Claro, y me padre me obligaría a comprar otro igual, si no es el que él quiere me lo hace descambiar en la tienda.

—Dile que ya no lo fabrican —le respondió Luisa sin darle importancia.

Valerie se quedó pensativa, mientras se quitaba el delantal preparándose para salir. Se despidió de Anabel con un simple gesto de cabeza.

—Hija, no sé cómo puedes trabajar con alguien y no relacionarte con ella en absoluto —le recriminó Luisa.

Como respuesta a un tema que Valerie daba por zanjado desde hacía años se limitó a encogerse de hombros.

De todos los restaurantes de la ciudad, eligieron el más elegante de todos los más económicos que conocían, a decir verdad iban casi siempre al mismo, Valerie sentía un extraño vinculo, quizás tuviera que ver con los asesinatos que años atrás allí se cometieron cuando era un bar de copas. El caso es que el Manhattan era su restaurante favorito, siempre que podía arrastraba a Luisa hasta allí, donde devoraban un espléndido risotto con salsa de setas.

—Bueno, ¿vas a contarme lo de anoche o no? —la apremió Luisa.

Valerie le sonrió, aquella era una de las muchas características que adoraba de aquella mujer, tenía la capacidad de hacerla sentirse alguien querido, y ver en ella aquel sincero interés que reflejaban sus ojos color miel la hacían sumergirse dentro de esa dulce mirada.

—En realidad no es nada, sólo que me pareció… —asaltada por el recuerdo se le formó de nuevo un nudo en la garganta que le impidió continuar.

—¿Sólo qué…? No te quedes a medias —le volvió a apremiar.

De tratarse de otra persona la hubiera mandado a paseo diciéndole que se metiera en sus asuntos, pero no era otra persona, y eso hacía el proceso más difícil todavía, el tener que dejar fluir sus emociones siempre la incomodaba. Luisa era la única capaz de ejercer el suficiente poder sobre ella como para empujarla a hacerlo.

—Esta mañana, cuando salí de casa de mi padre…

—Sí —Luisa demostraba ser consciente de lo difícil que le estaba resultado y la estaba dejando que siguiera a su ritmo y eso lo agradeció de verdad.

—Me pareció oír a mi madre llamarme… —cuando la palabra madre brotó de sus labios la acompañaron dos lágrimas en sus ojos. Había deseado que no fuera así, pero a pesar de haber transcurrido dos años desde su muerte le era completamente imposible mencionarla sin emocionarse hasta el punto de llorar, hablar de ella era recordar que ya no la volvería a ver más y eso era imposible de asimilar.

—¿Estás segura de eso?

—No, no, claro que no lo estoy, en realidad estoy convencida que fueron imaginaciones mías, pero fue tan real…

Luisa la estaba observando mientras ella jugueteaba nerviosa con el tenedor. Le gustaba como caía sobre sus hombros su pelo largo y oscuro.

En cuantas ocasiones habría deseado poder rozar aunque fuera por un segundo aquellos labios tan perfectos. Sentirse observada de aquella manera le hizo preguntarse que estaría pensando en aquellos momentos. Pero también sabía que había desviado sus pensamientos a propósito, para evitar pensar en ello de nuevo, además centrar toda su atención en Luisa era mucho más agradable.

—Creo que tu subconsciente intenta decirte algo —aventuró su amiga.

—¿Decirme el qué?

—Creo que aún no has pasado el luto por la muerte de tu madre, de hecho creo que has estado evitándolo todo este tiempo.

Así que allí, en el restaurante favorito y delante de su mejor y casi única amiga Valerie echo a llorar sin control. En alguna parte de su mente, las piezas habían ido encajando una a una hasta formar el enorme y doloroso puzle de la muerte de su madre, se sentía como si hubiese llevado una venda y Luisa se la hubiese quitado de golpe, con lo que no le quedaba otra alternativa que encarar de una vez que su madre se había ido para siempre, y por muy doloroso que eso fuera debía rehacer su vida sin culpar a los demás de su perdida y eso incluía no culpar a su padre.

* * *

A pesar de ello aquel día hizo lo imposible para retrasar su regreso a casa de su padre hasta que tuvo la certeza de que ya se habría acostado. No suponía ningún esfuerzo para ella encontrar excusas con las que prolongar el tiempo que estaba compartiendo con Luisa. Del mismo modo que cuando se marchaba de la casa de madrugada también era toda una experta en abrir la puerta desde la calle sin apenas hacer ruido, se disponía a pasar de largo cuando una punzada de remordimientos la atacó, así que concentrándose al máximo abrió con sumo cuidado la puerta del dormitorio de su padre. En la oscuridad de la habitación, lo vio moverse en sueños, parecía estar teniendo una pesadilla, allí en la penumbra estuvo un largo rato observándolo, sufría incluso en sueños.

—Miriam… —fue un simple murmullo agitado.

Ahí estaba todo, en un segundo, una sola palabra y su percepción de las cosas cambió. No era la única que arrastraba un duelo mal gestionado, que echaba en falta a su madre, quizás no al mismo nivel, pues ella no tenía ochenta y siete años, ni le fallaban las piernas al intentar sostener casi cien kilos de peso ni sentía una completa falta de interés por lo que ocurría a su alrededor. Sólo sentarse ante el televisor para alimentarse de la basura de los reality shows y de las interminables tardes de películas del Oeste. Se preguntaba si en realidad había perdido las ganas de vivir, si retenerla allí era simplemente un síntoma más de ello, así no tenía una razón por la que salir del su casa, como si ya estuviera encerrado en su tumba.

—Todas las noches le rezo a tu madre para que venga a buscarme —le confesó en una ocasión.

El recuerdo de aquellas palabras la sacudió de nuevo, Valerie desconocía hasta que punto su padre deseaba o no seguir viviendo.

«Quizás sería mejor…».

Pensarlo la horrorizó pero se vio a si misma cogiendo una almohada, colocándola suavemente sobre el rostro dormido y apretar hasta que dejara de moverse evitándole que siguiera sufriendo una vida que no deseaba… Y aunque la visión apenas duró treinta segundos el impacto en su corazón ya estaba hecho, retrocedió asustada de sí misma, escandalizada por lo que podía hacer. ¿Qué clase de monstruo era que había sido capaz de verse asesinando a su propio padre? ¿Era compasión o simplemente puro egoísmo para quitarse la responsabilidad de tener que cuidarlo? Cada vez se sentía más agitada ante ese vaivén de sentimientos contradictorios y optó por salir del dormitorio, cuanto antes se tendiera en la cama de su cuarto tanto mejor, empezaba a sentirse mareada y tropezó varias veces mientras subía la estrecha escalera.

Se sentó en la cama y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por lograr quitarse la ropa, se sentía como si hubiese estado bebiendo toda la noche, era extraño, ni Luisa ni ella habían bebido nada de alcohol, no tenían costumbre de beber entre semana, el mareo iba en aumento y descartó intentar ponerse el camisón, desnuda como estaba se metió debajo de las mantas desando que Morfeo decidiera descender sobre ella con rapidez antes de que el mareo la dominara y empezaran las nauseas. El intercomunicador le dedicó un sonoro zumbido a modo de buenas noches, lo que provocó que se maldijera a si misma por olvidarse por completo de romper el maldito trasto. Esa era una de las cosas que odiaba de sus encuentros con su amiga, la absorbía tanto que se le olvidaba todo lo demás, y aunque Valerie sabía que eso no era nada bueno tampoco tenía muchas ganas de combatirlo, ya que consideraba el mero hecho de estar a su lado como lo más maravilloso del mundo, y si por casualidad provocada conseguía aunque fuera levemente rozarle la piel era un éxtasis de placer. Sólo de pensar en ello se excitó, fue como si el mareo la hubiera conducido a una desinhibición como la producida por alguna droga, aunque quizás sólo era una forma más de huir de las emociones desatadas mientras veía a su padre durmiendo.

Con un gemido apartó cualquier reflexión que quisiera entrometerse, su cuerpo estaba ardiendo y deseaba recrearse en ello. Imaginar que sus manos no era las suyas, sino que era Luisa quien la estaba acariciando, recorriendo todo su cuerpo, jugando con su sexo. La sacudida de placer la hizo arquearse mientras intentaba controlar sus gemidos, en aquel momento se sintió feliz, pero no duró mucho pues el deseo de que hubiese sido real la hizo sentir avergonzada por conformarse con sólo eso. Con esa sensación y exhausta por la constante montaña rusa en que se habían convertido sus emociones acabó por dormirse, lo cierto es que para su desgracia los sueños no fueron demasiado apacibles, quizás podría decirse que estuvieron en consonancia con su cambiante estado de ánimo y pasaban de secuencias agradables a escenas angustiosas, parecía como si hubiese enlazado con la angustia que desprendían los sueños de su padre. En todo aquel maremágnum de sentimientos encontrados el cuchillo de la realidad resquebrajó el tejido creado por Morfeo en forma del escandaloso chirrido del vigila-bebés, sobresaltada por aquel penetrante sonido Valiere regresó al mundo de los insomnes, y por primera vez estuvo agradecida de que aquel infernal trasto hubiese acudido en su rescate, el mundo de los sueños aquella noche no estaba resultando nada agradable y no le apetecía en absoluto de nuevo volver a sumergirse en él.

Tembló de frío bajo las sabanas, su cuerpo desnudo estaba helado, se levantó de la cama para rebuscar en el ropero, estaba convencida que ponerse el camisón no iba a servir de nada, necesitaba algo más contundente. Recordaba haber visto un pijama de franela gruesa en alguno de aquellos cajones, tenía que darse prisa pues estaba tiritando cada vez más.

—¡Joder! Qué pronto ha llegado el frío —exclamó entre temblores.

El instante en que sus manos tironeaban un viejo pijama azul celeste de entre un montón de ropa apretujada en el cajón, el intercomunicador saltó de nuevo con uno de sus estremecedores chillidos que tan bien conocía. Permaneció en silencio y a la escucha mientras se ajustaba el pijama a pesar del olor a rancio y a naftalinas. Esperaba como siempre oír la pesada respiración de su padre, pero esta vez no volvió, Valiere empezó a preocuparse, sin duda ese fue el momento más largo de su vida en el que estuvo conteniendo la respiración, con la mirada fija en aquel chisme que tanto había odiado. Con la apariencia de un walkie-talkie de color blanco, no más grande que un puño, era el centro de toda su atención, cada segundo que avanzaba y seguía sin producirse el esperado chirrido, más aumentaba su ansiedad, el silencio que la envolvía parecía abrazarla como una suerte de presagio mortal, como si su corazón desbocado pudiese hablar con el frío silencio que se adueñaba de todo y este le contase que se estaba produciendo algo mortal, que se preparase para lo peor puesto que no era nada bueno lo que estaba ocurriendo en el dormitorio de su padre. Finalmente el vigila-bebés rompió su prolongado silencio, aunque no del modo habitual, pues no hubo ni chirrido ni zumbido sólo susurros. Normalmente el tiempo que permanecía activado emitiendo su estruendoso parloteo apenas era cuestión de segundos, pero en aquella ocasión por más de tres minutos seguidos permaneció retransmitiendo lo que acontecía en el dormitorio de su padre, de modo que aunque la sorpresa inicial fue mayúscula, al poco se percató de la realidad de lo que estaba oyendo, algo parecido a una extraña oración en una lengua desconocida.

—In talhuj mac’l, In talhuj mac’l —de algo sí estaba segura, aquella no era la voz de su padre.

¡Algún extraño se había introducido en la habitación de su padre! Se abalanzó a la puerta, mientras desde el intercomunicador seguía oyéndose aquel rítmico murmullo, desde lo alto de la escalera se oía perfectamente como el sonido tenía su origen en el dormitorio de su padre.

Como si de una gata en plena cacería se tratara fue descendiendo uno a uno los veinticuatro escalones, en cada uno se detenía unos segundos atenta a los ruidos que provenían desde la planta inferior, en toda su vida no se había movido de aquella forma pero su cuerpo respondía como si lo hubiese hecho siempre, al acecho, dispuesta a saltar sobre cualquier amenaza que apareciera.

Al descender el último peldaño tuvo unos instantes de duda, si debía enfrentarse a extraños no podía hacerlo con las manos desnudas. Con extremo silencio cruzó el pasillo en dirección opuesta. Cualquier observador ajeno habría pensado que estaba huyendo, pero nada más lejos de la realidad, al final del pasillo se hallaba el diminuto comedor, en el que apenas había cabida para dos butacones, una mesa de centro y el mueble de la televisión, en realidad ese era su punto de parada. Detrás del enorme aparato, colgado en la pared había un cuadro antiguo en él se veía un centauro tensando un arco, los vivos colores del mismo, incluso en la penumbra del cuarto le conferían un extraordinario realismo que parecía que la figura cobraría vida en cualquier momento. Con sumo cuidado, Valerie apartó la pintura, oculta detrás se descubrió una caja fuerte, sin vacilación giró la rueda deteniéndose en los puntos precisos, con un chasquido se abrió y de su interior extrajo una pistola, esperaba no tener que usarla y que hiciera su trabajo de intimidación, no era de gran calibre, y a pesar de estar reluciente y bien cuidada en realidad era antigua. Perteneció a su abuelo, un capitán militar que instruyó a los reclutas en el cuartel militar de las afueras de la ciudad, aunque ella en realidad nunca llegó a conocerlo, falleció cuando apenas había cumplido cuatro años de modo que todo lo que conocía de él era por las historias que le contó su padre durante su niñez. Cogió uno de los cargadores y lo insertó en la diminuta arma, aunque para ella era lo suficientemente grande como para insuflarse algo más de valentía, con ella empuñada en su mano derecha se encaminó de regreso por donde había venido, ya era hora de no perder más tiempo y descubrir que estaba pasando en el cuarto de su padre. El inquietante rezo no había disminuido ni un sólo instante, y en ningún momento fue capaz de identificar ni una sola de las palabras que estaba oyendo. El pasillo no tendría ni diez metros de largo desde donde ella estaba, pero aún así a cada paso que daba este parecía crecer otro paso, durante lo que se le antojó una eternidad pareció como si no avanzara ni un sólo milímetro.

Cuando llegó a la altura de la escalera y se agarró a la barandilla como queriendo recobrar la realidad física de la casa, su mano izquierda se aferró a las barras de madera con fuerza mientras reposó su frente en la barandilla, respiró con profundidad repitiéndose una y otra vez que era producto de su miedo, dirigió la mirada al tramo restante del pasillo y ante sus ojos se estiró hasta al menos veinte metros más, Valerie cerró los ojos con fuerza, aferrándose al mantra que se repetía una y otra vez, aquello era producto de su mente, cuando abrió los ojos de nuevo, el pasillo había recobrado sus dimensiones habituales, con cautela y empuñando la pistola con fuerza, tanto que parecía que quisiera exprimir todo su jugo, prosiguió su camino hasta la puerta. Desde el otro lado ahora se escuchaba perfectamente el funesto canto en aquella extraña lengua.

Al apoyar la mano en el pestillo notó como el metal estaba helado, sin embargo el frío no era natural, era un frío mortal, de algo ajeno a este mundo, aunque quizás no fueran más que un reflejo del temor que la estaba asaltado, y ahora con la mano en la manilla del picaporte, a segundos de intentar abrir la puerta fue completamente consciente de que en realidad ese miedo era el que la había obligado a actuar con quizás demasiada cautela, el miedo de que en el momento que abriera aquella puerta encontraría el cuerpo sin vida de su padre, así que quizás ir a buscar la diminuta pistola no había sido sino un intento de retrasar en lo posible el tener que afrontar la posibilidad de que ya estuviera muerto, otros hubieran bajado las escaleras como un rayo sin pensar en nada, ella en cambio estaba dominada por el más absoluto terror, el horror de verlo allí tendido en la cama, reprochándole el haber tardado tanto en bajar a salvarle la vida.

En aquellos momentos ya había olvidado que apenas unas horas antes se había visto a si misma colocándole una almohada sobre la cabeza, en un piadoso acto de evitarle tanto sufrimiento. El gélido contacto del picaporte de color dorado le azuzó los pensamientos haciéndolos huir como una manada de caballos desbocada, el rezo se había interrumpido unos segundos pero enseguida recuperó su ritmo, Valerie temblaba de la cabeza a los pies, no le cabía duda que algo extraño estaba ocurriendo y tenía muchas posibilidades de que no fuera nada bueno, con el corazón compungido y empuñando la pequeña arma de fuego en su temblorosa mano derecha, accionó con rapidez el pomo y abrió la puerta de un veloz empujón. Antes de entrar intentó forzar al máximo sus ojos en busca de algún movimiento sospechoso en la penumbra de la habitación, desde allí no alcanzaba al interruptor de la luz, al tener la pistola en su mano derecha no le quedaba otra opción que entrar en el cuarto para accionarlo con la mano libre, de otro modo tendría que dar la espalda a fuera lo que fuera que hubiese allí dentro.

Se disponía a dar el primer paso cuando a su izquierda y en un costado del enorme y negro armario que había en la esquina izquierda, vio moverse algo. En un primer momento creyó que se trataba de un gato, pero poco después se percató de su error, pues más bien parecía un manojo de maderas moviéndose en una extraña y delirante armonía, como si las guiara una música que ella era incapaz de oír. Lo siguiente fue retroceder un paso con todo el cuerpo tensado como una cuerda de una guitarra, aún así esa tensión no iba a dar como resultado una acción, pues el horror de lo que estaba viendo la estaba paralizando por completo. Se sentía al borde de la ruptura, como si su mente fuese esa cuerda de guitarra y aquella criatura que estaba irguiéndose delante de ella la estuviera tensando hasta el punto previo a la ruptura. En cada movimiento que percibía en la penumbra era como si una de los hilillos que forman la cuerda se estuvieran partiendo acercándola cada vez más al punto de no retorno, donde su mente consciente quedaría absorbida por la locura irreal de lo que estaba sucediendo y no sería capaz de encontrar en camino de regreso a la realidad.

—¡Es mejor que vuelvas a tu dormitorio y olvides lo que has visto! —un fuerte olor a putrefacción provino de aquella criatura acompañando el cavernoso sonido de sus palabras, en realidad no supo si las había escuchado o habían resonando en el interior de su cabeza.

En realidad no sabía que estaba viendo, aún así apuntó con la pequeña arma de fuego hacía el rincón donde le parecía ver un montón de varillas negras agitándose, una de las cuales se dirigió hacía la cama donde yacía su padre.

—¡Aléjate de él! —amenazó a aquella cosa que se revolvía inquieta en el oscuro rincón entre el armario y la cama.

A medida que sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad, las gesticulantes varillas fueron definiéndose en una gigantesca araña zancuda, cuyo cuerpo parecía un enorme y putrefacto melón de color oscuro, de esa pestilente y abultada forma se proyectaban seis extrañamente delgadas largas patas que contra toda lógica eran capaces de sostenerlo, estas se movían sin cesar en una armoniosa y delirante coreografía, en un disimulado vaivén con el que se acercaba cada vez más a los pies del catre. Valerie adelantó un paso, apuntando con la pistola al centro de aquel monstruo. En esos momentos ya no pensaba, tan sólo había una certeza en su mente, fuera como fuera no permitiría a esa cosa acercarse a su padre.

—¡Dije que te alejarás! —espetó al tiempo que con el pulgar tiraba del percutor.

El macabro baile de las extremidades del gigantesco arácnido cesó brevemente para reanudarse al poco tiempo. La estentórea risa resonó en su cabeza como si un enjambre de abejas se estuviera riendo al mismo tiempo.

—¿De verdad crees que esa birria que empuñas puede matarme?

Si tenía que ser sincera consigo misma no podía negar que esa duda se le había cruzado por su mente más de una vez desde que había visto la monstruosa figura perfilándose en la penumbra de la habitación. Aunque también tenía claro que en el interior de ese cuerpo tenía que haber órganos vitales, como un corazón, y desde esa distancia empezaba a distinguir lo que parecían ser un par de ojos rojos como el fuego.

—No necesito matarte para que le dejes en paz —adelantó otro paso, rectificando el lugar al que apuntaba centrándose en uno de los ojos de la bestia.

Ante la sorpresa en el cambio de actitud de Valerie, la araña retrocedió un poco, aunque fuera lo justo para alejar sus saltones ojos de la diminuta pistola.

—¡Aún así no me iré sin lo que he venido a buscar! —zumbó la cavernosa voz del arácnido.

—¿Qué eres? ¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Oh, Vamos! Sabes perfectamente que he venido a llevarme la vida de tu padre —el chasqueo procedente de alguna parte bajo los ojos de la araña le hizo imaginar unas mandíbulas llenas de miles de dientes como alfileres—. ¿De verdad no sabes quién soy?

Como si quisiera dar énfasis a esa pregunta del agujero que parecía ser su boca brotó un fuerte olor pestilente, a materia descomponiéndose y sirviendo de alimento a millones de gusanos, Valerie se apoyó en la butaca cercana intentando controlar las fuertes nauseas que estaba sintiendo. Con los ojos totalmente desorbitados no perdía de vista ni un solo segundo cada uno de los movimientos de aquella repugnante criatura, con extrema lentitud se fue desplazando hacia la derecha hasta colocarse entre aquel monstruo y la cama donde plácidamente dormía su padre. Seguido de ese pensamiento le asaltó otro, ¿cómo era posible que no se hubiese despertado con todo ese jaleo? ¿Estaría muerto y aquella monstruosidad la estaba engañando para también matarla a ella?

—¡Aún está vivo! Aunque no por mucho tiempo —retumbó de nuevo el coro de zumbidos dentro de su mente.

Presa por la desesperación ante la constante amenaza de la bestia arácnida, Valerie apretó el gatillo, una leve sacudida golpeó su mano acompañada de una detonación como la de un petardo, el pequeño proyectil no más grande que la punta de un bolígrafo salió despedido por el cañón del arma. Lo que siguió fue una explosión dentro de su cabeza, un rugido resonante como un millar de insectos aullando enfurecidos, las largas y delgadas extremidades de la gigantesca araña se agitaban frenéticamente, una de las cuales le asestó un descomunal golpe sobre la muñeca de la mano arrebatándole la pistola que se precipitó al suelo para terminar deslizándose al extremo más alejado. Para recuperarla de nuevo tendría que encararse con aquel ser y dejaría expuesto a su indefenso padre.

—¡No vas a tener otra oportunidad! ¡Acuéstate! ¡Olvida todo lo que has visto y vive tu vida! Tan solo tienes que dejarme hacer mi trabajo —le ofreció por segunda vez, mientras las dos patas delanteras se movían sin parar sobre el ojo derecho del que estaba rezumando un espeso líquido negro—. En realidad él ya ha tomado su decisión.

Apenas tuvo tiempo de asimilar lo que acaba de oír cuando vio como aquella cosa extraía del ojo herido la pequeña bala y la dejaba caer envuelta en aquella pestilente sustancia oscura, después toda la realidad fue engullida por la atronadora risa de aquella infernal criatura, el sonido se estaba volviendo cada vez más insoportable, el zumbido de millones de abejorros revoloteando en el interior de su cabeza.

—¡No tienes ninguna posibilidad contra mí! —atronó con petulancia. Apartó sus extremidades para que pudiera ver como su ojo estaba completamente intacto—. ¡Tan sólo eres una humana!

Valerie sintió como sus rodillas cedían ante la fuerza de la voz que resonaba en su cabeza, doblándose como una marioneta a la que le han cortado los hilos, deshecha como una vieja muñeca de trapo y allí de rodillas con la cabeza inclinada y su rostro contraído por la rabia, Valerie tomó una decisión que nunca se hubiese creído capaz de tomar. A pesar de haber actuado sin detenerse a pensar ni una sola vez, comprendió a que se debía, y por primera vez en toda su vida fue consciente de una realidad de la que siempre había rehuido. En la oscura habitación a los pies de la cama de su inconsciente padre, Valerie tomó la primera decisión de su vida por voluntad propia, sin coacciones y chantajes emocionales.

—¡Tómame a mí! ¡Deja que él siga viviendo! —permitiendo que fuera su corazón quién hablara.

La araña retrocedió sorprendida y confusa agitando las delgaduchas patas como si estuviera sopesando lo que estaba ocurriendo.

—Si eres quien pienso, y tienes que llevarte a uno de los dos, tómame a mí, deja que él siga viviendo —insistió Valerie con los ojos empapados por las lágrimas.

—¿Estás segura de ello? ¿Te das cuenta que a él le queda poco tiempo? —zumbó la araña agitando sus fauces de miles de dientes como agujas.

Valerie permaneció en silencio, pero no porque necesitase recapacitar sobre su decisión sino para recuperar el aliento y apaciguar su desbocado corazón.

—Sí, no me importa cuánto tiempo pueda vivir, si dando mi vida le estoy regalando ese tiempo extra, que así sea, toma mi vida a cambio de la suya —estas últimas palabras las pronunció incorporándose y mirando desafiante a los ojos de la bestia que se acercaba a ella en un lento y extraño ritual. La mirada roja como el fuego la envolvió por completo, y un murmullo, una entonación resonó en la distancia. En su interior una sensación desgarradora la fue sacudiendo como si le estuvieran arrancando su propia esencia.

Todo a su alrededor enrojeció, la habitación entera parecía estar consumiéndose en llamas, la sensación desgarradora de su interior fue en aumento, como si millones de agujas se estuvieran clavando por todo su cuerpo y aunque no podía apartar la vista de la abrasadora mirada de la bestia por el rabillo de sus ojos vio como las mortales extremidades se movían su alrededor. Deseó poder cerrar los ojos a la espera del golpe definitivo que acabara con su vida. Deseaba que aquello terminase cuanto antes.

Una bola de fuego azul surgió a su izquierda, flotaba con lentitud hasta que entró de lleno en su campo visual, no era mayor que una pelota de tenis, por un segundo llegó a pensar que esa llama era un gigantesco fuego fatuo, quizás de su propio cuerpo. Bien podría ser que aquella sensación de miles de alfileres clavándose en realidad fuera su cuerpo entrando en descomposición. Aquella extraña criatura parecía estar drenando cada gota de energía de su interior. Como si respondiera a sus pensamientos se elevó hasta colocarse a la altura de sus ojos, rompiendo el cautiverio al que los había estado sometiendo la monstruosa mirada de la criatura. Al alcanzar el punto adecuado empezó a palpitar, al tiempo que se expandía duplicando su tamaño metamorfoseándose en una forma humana, que fue perfilándose a cada segundo, Valerie comprendió que lo que estaba viendo no era un fuego fatuo, era la forma energética, la forma astral de alguien, por cómo iba aclarándose comprendió que tenía que tratarse de su abuelo, con gusto cruzaría al otro lado, si él estaba a su lado no tendría ningún miedo de buscar la luz al final del túnel, si él estaba allí no tendría ningún miedo a dejar este mundo. El fuego a su alrededor desapareció de golpe, la oscuridad la envolvió y con ella un repentino frío, tan sólo veía la azulada figura resplandeciente, incluso la terrible araña parecía como si nunca hubiese existido, tan sólo lo que estaba ocurriendo en ese momento era la prueba de que no había sido una alucinación, si es que aquello no formaba parte de la misma locura alucinatoria. Como si pudiera conocer sus pensamientos el ser de luz le habló, no con sonidos, lo que sintió fue como si le hablase directamente a su alma, unos suaves susurros en la oscuridad que le trasmitieron una paz como no había sentido en su vida.

—Recuerda que siempre te amé, que me hubiese gustado que las cosas entre nosotros hubiesen sido de otro modo, pero aunque ahora no lo comprendas había una razón para que fueran así, no olvides que solo un detalle no explica todo el cuadro.

Algunas veces es como si alguien pulsara un interruptor en nuestras cabezas o se corriera una cortina que oculta la ventana. En ese instante vemos con claridad como todas las piezas van encajando, así es como se sintió Valerie al comprender quien era en realidad el ser de energía que flotaba ante ella. La mirada de la criatura la había distraído de lo que estaban haciendo sus patas a su espalda, y sobre todo le sacudió el recuerdo de una afirmación «En realidad él ya ha tomado su decisión», todo lo demás no había sido más que una mascarada, una distracción para que todo ocurriera como debía.

—¡Papa!… —apenas pudo decir nada más, las lágrimas la interrumpieron exteriorizando todo el amor que por su padre había sentido y que nunca había dejado que fluyera entorpeciendo su relación con él, no permitiendo que viera que su padre no era más que otro ser humano como lo eran ella y todos los demás, con sus defectos y sus virtudes.

—¡Papa! Yo… —aquel segundo intento terminó como el primero, la tristeza que sentía por no haber sabido aceptar a su padre tal y como era, y no exigir que fuera como ella pensaba que tenía que ser un padre, por haberse obstinado en solo ver sus defectos y no querer reconocer las virtudes.

La forma energética, el alma de su padre, se acercó a ella, levantó su mano y con un dedo de luz le tocó la frente, en su interior se produjo una explosión de recuerdos de alegres momentos que ambos habían compartido y que ella había desplazado al rincón más oscuro de su memoria, el estado de ánimo de Valerie pasó de la tristeza a la felicidad, al compartir de nuevo esos momentos con el espíritu de su padre.

—Recuérdame y sonríe, pues es preferible que me olvides a que me recuerdes y llores. Siempre me he sentido orgulloso de ti.

Una explosión de segadora luz llenó la habitación y se mantuvo deslumbrante un instante para desaparecer por completo dejándola sola en la oscuridad del dormitorio, el espíritu de su padre se había marchado. Por la ventana del dormitorio empezó a filtrarse la luz del amanecer, con su mano templada fue recorriendo la habitación hasta acariciar la mejilla de Valerie que abrió los ojos aturdida, la sensación de paz y bien estar no la abandonó ni al ver el cuerpo inerte de su padre en la cama, se sintió afortunada por haber tenido la oportunidad de hacer lo que tendría que haber hecho hacía mucho tiempo, aún así no pudo evitar que las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. El recuerdo de haberse despedido de su padre y lo que habían compartido en aquel último momento habían logrado borrar todo el dolor y la amargura de su vida.

Cogió el teléfono inalámbrico de la mesita de noche, y sin importarle la hora que era marcó el número de su amiga Luisa. Había llegado el momento de quitarse la coraza de plata y sincerarse con ella a cerca de sus sentimientos, antes de que fuera demasiado tarde.