CAPÍTULO 2

Dinastía

Malcolm Makenzie había sido el hombre adecuado en el momento adecuado. Otros, antes que él, habían mirado codiciosos a Titán; pero él había sido el primero en inventar todos los detalles de ingeniería y en concebir el sistema completo de colectores, compresores y depósitos baratos y que no volvían a usarse, capaces de conservar el hidrógeno líquido con un mínimo de pérdida en su ruta hacia el Sol.

En la década de 2180, Malcolm había sido un joven y prometedor ingeniero aeroespacial de Port Lowell, que intentaba construir naves espaciales que pudiesen transportar cargas útiles en la tenue atmósfera marciana. En aquellos tiempos se llamaba Malcolm Mackenzie, pues el error de la computadora que había cambiado irremediablemente el apellido no se produjo hasta que emigró a Titán. Después de malgastar cinco años en fútiles intentos de corrección, Malcolm se había resignado al fin a lo inevitable. Fue una de las pocas batallas en que los Mackenzie habían aceptado la derrota, pero ahora estaban orgullosos de tener un apellido único.

Cuando hubo terminado sus cálculos y robado a la computadora gráfica el tiempo necesario para preparar una hermosa serie de dibujos, el joven Malcolm se había dirigido a la Oficina de Planificación del Departamento Marciano de Transportes. No preveía severas críticas, pues sabía que sus datos y su lógica eran impecables.

Una gran nave espacial impulsada por fusión podía gastar diez mil toneladas de hidrógeno en un solo vuelo, simplemente como fluido inerte de propulsión. El noventa y nueve por ciento de él no intervenía en la reacción nuclear, sino que era expulsado por los motores sin sufrir el menor cambio, a velocidades de varios kilómetros por segundo, impulsando a las naves en sus viajes interplanetarios.

En la Tierra había gran cantidad de hidrógeno, que podía extraerse fácilmente de los mares; pero el coste necesario para elevar millones de toneladas al año en el espacio era terrible. Y los otros mundos deshabitados —Marte, Mercurio, Ganímedes y la Luna— servían de poco, pues no tenían excedentes de hidrógeno.

Desde luego, Júpiter y los otros Gigantes Gaseosos poseían cantidades ilimitadas de este elemento vital, pero sus campos de gravitación lo guardaban con más efectividad que un dragón vigilante enroscado alrededor de un mítico tesoro de los dioses. En todo el Sistema Solar, Titán era el único sitio donde la Naturaleza ofrecía la paradoja de una baja gravedad y una atmósfera notablemente rica en hidrógeno y sus compuestos.

Malcolm estaba en lo cierto al presumir que nadie impugnaría sus cifras ni negaría la viabilidad de su plan; pero un amable y veterano administrador se empeñó en aleccionar al joven Makenzie sobre los hechos políticos y económicos de la vida. Este aprendió entonces, con extraordinaria rapidez, todo lo referente a las curvas de crecimiento y a los descuentos y a los tipos interplanetarios de depreciación y al desuso tecnológico, y comprendió, por primera vez, la razón de que la moneda, el solar, no estuviese respaldada por oro, sino por kilowatios-hora.

—Es un antiguo problema —le había explicado pacientemente su mentor—. En realidad, se remonta a los primeros tiempos de la astronáutica, en el siglo XX. No podíamos tener vuelos espaciales comerciales mientras no hubiese colonias extraterrestres florecientes, y no podíamos tener colonias hasta que hubiese un transporte espacial comercial. En esta especie de círculo vicioso, existe un ritmo de crecimiento muy lento hasta que se llega al punto de arrancada. Entonces, las curvas se elevan súbitamente, y empieza el negocio…

Lo mismo puede decirse de su plan de abastecimiento en Titán. ¿Tiene usted alguna idea de la inversión inicial que sería necesaria? Posiblemente, sólo el Banco Mundial podría suscribirla…

—¿Y el Banco de Selene? ¿No tiene fama de ser más emprendedor?

—No debe creer todo lo que ha leído sobre los Gnomos de Aristarco; son tan precavidos como todos los demás. Tienen que serlo; los banqueros de la Tierra pueden seguir respirando, aunque hagan una mala inversión…

Pero fue el Banco de Selene quien, tres años más tarde, puso los cinco megasolares para el estudio inicial de viabilidad. Entonces, se interesó también Mercurio y, por último, Marte. Malcolm no era ya un simple ingeniero aeroespacial. Se había convertido, por añadidura, en experto financiero consejero de relaciones públicas, autoridad en medios de comunicación y político astuto. En el increíblemente breve período de veinte años, los primeros cargamentos de hidrógeno salieron de Titán en la dirección del Sol.

La hazaña de Malcolm había sido extraordinaria, y se explicaba ahora detalladamente en docenas de textos escolares, todos ellos respetuosos aunque algunos pocos halagadores. Lo que le daba su carácter extraordinario —incluso único— era la manera en que Malcolm había convertido su bien ganada experiencia tecnológica en experiencia administrativa. El proceso había sido tan imperceptible que nadie se había dado cuenta de lo que sucedía. Había habido otros ingenieros que se habían convertido en jefes de Estado; pero él era el único que —según señalaban agriamente sus críticos— había fundado una dinastía. Y lo había hecho con tantas probabilidades en contra que habrían desanimado a hombres menos resueltos.

En 2195, cuando tenía cuarenta y cuatro años, se había casado con Ellen Killner, recientemente emigrada de la Tierra. Su hija Anitra fue la primera criatura que nació en la pequeña comunidad fronteriza de Oasis, entonces única base permanente de Titán, y pasaron varios años antes de que los amantes padres advirtiesen la cruel jugarreta que les había hecho la Naturaleza.

Ya de pequeñita, Anitra era muy hermosa, y la gente pronosticaba, confidencialmente, que, cuando se hiciese mayor, sería una niña completamente mimada. Inútil decir que todavía no había psicólogos infantiles en Titán; por consiguiente, nadie advirtió que la pequeña era demasiado dócil, buena y… silenciosa. Tenía casi cuatro años cuando Malcolm y Ellen tuvieron que reconocer que Anitra nunca podría hablar y que, en realidad, no había nadie dentro de la adorable envoltura que ellos habían confeccionado.

La culpa la tenían los genes de Malcolm, no los de Ellen. En algún momento, durante sus viajes de ida y vuelta entre la Tierra y Marte, un fotón errante, que había estado cruzando el espacio desde los albores cósmicos, había destruido sus esperanzas para el futuro. Malcolm consultó a los mejores cirujanos genéticos de cuatro mundos y se convenció de que el daño era irreparable. Y lo más estremecedor era que, en realidad, Anitra había tenido suerte; los resultados habrían podido ser mucho, muchísimo peores…

Para pesar y alivio de todo un mundo, Anitra había muerto antes de cumplir seis años, y el matrimonio Makenzie feneció con ella, en una ráfaga de dolor y recriminación. Ellen se entregó al trabajo y Malcolm partió para la que había de ser su última visita a la Tierra. Estuvo casi dos años ausente y, en este tiempo, realizó muchas cosas.

Consolidó su situación política y estableció la pauta del desarrollo económico en Titán para el próximo medio siglo. Y consiguió el hijo en el que tenía puesto ahora todo su corazón.

A principios del siglo XXI se había logrado el «cloning» humano: creación de copias exactas de otro individuo, partiendo de todas las clases de células del cuerpo, menos las sexuales. Aunque esta tecnología había sido perfeccionada, nunca había alcanzado mucha difusión, en parte por objeciones éticas y en parte porque sólo circunstancias excepcionales podían justificarla.

Malcolm no era rico —desde hacía cien años, no había grandes fortunas personales—, pero tampoco era pobre. Empleó una hábil combinación de dinero, halagos y sutiles medios de presión, para alcanzar su objetivo. Cuando regresó a Titán, trajo consigo al niño que era su gemelo idéntico… pero medio siglo más joven.

Cuando Colin creció, no se distinguía en nada de su padre clónico a la misma edad. Físicamente, era su copia exacta en todos los aspectos. Pero Malcolm no era un Narciso interesado en crear un mero duplicado de sí mismo, sino que quería un socio, al mismo tiempo que un sucesor. Por consiguiente, el programa educativo de Colin se concentró en los puntos flacos de Malcolm; aunque con un buen fundamento científico, se especializó en Historia, Derecho y Economía. Así como Malcolm era un ingeniero-administrador, Colin fue un administrador-ingeniero. Tenía sólo veinte y pico años cuando actuaba ya como delegado de su padre en todo lo que era legalmente permisible y, a veces, en lo que no lo era. Juntos, los dos Makenzie formaban una combinación indestructible, y tratar de establecer sutiles distinciones entre sus psicologías era uno de los pasatiempos predilectos en Titán.

Tal vez porque no se había visto obligado a luchar por ningún gran objetivo, ya que todos sus fines habían sido formulados antes de su nacimiento, Colin era más amable y campechano que Malcolm, y, por consiguiente, más popular que éste. Nadie que fuese ajeno a la familia Makenzie llamaba nunca al viejo por su patronímico; en cambio, pocos llamaban por su apellido a Colin. No tenía verdaderos enemigos, y sólo había una persona en Titán que le tuviese antipatía. Al menos, se presumía que Ellen, la apartada esposa de Malcolm, se la tenía, pues se negaba a reconocer su existencia.

Quizá consideraba a Colin como un usurpador, como un inaceptable sustituto del hijo que nunca podría tener. Si era así, resultaba extraño que sintiese tanta simpatía por Duncan.

Pero Duncan había sido clonizado de Colin casi cuarenta años más tarde, y, en esta época, Ellen había sufrido ya una segunda tragedia, que nada tenía que ver con los Makenzie. Para Duncan, seguía siendo la abuela Ellen, pero, ahora, era ya lo bastante mayor para darse cuenta de que en el corazón de ella se combinaban dos generaciones y de que llenaba un vacío que habría sido inimaginable o increíble en edades más tempranas.

Si la abuela tenía alguna verdadera relación genética con él, sus rastros debieron perderse hacía siglos en otro mundo. Y sin embargo, por un extraño capricho del azar y de la personalidad, se había convertido para él en el fantasma de la madre que nunca había existido.