RECONOCIMIENTO Y NOTAS

Como otros muchos aficionados, conocí los polióminos gracias al Scientific American Book of Mathematical Puzzles and Diversions, de Martin Gardner, el cual se abstiene, sin embargo, maliciosamente, de dar la solución del rectángulo de 20 × 3. En su decisivo libro, Polyominoes, Solomon W. Golomb se apiada de sus lectores; y, con la esperanza de evitar unas cuantas crisis nerviosas, reproduzco aquí su solución:

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Cualquiera que desee construir este rectángulo con los 12 pentóminos podrá hacerlo fácilmente colocándolos en el mismo orden de las letras a las que (a veces aproximadamente) se parecen. También es fácil ver que la segunda solución (de las dos únicas posibles) se obtiene haciendo girar una porción central del séptimo elemento.

El doctor Golomb, que es ahora profesor de Mecánica Eléctrica y Matemáticas de la Universidad de California del Sur, ha patentado también un ingenioso juego denominado Pentóminos. (Distribuido en América del Norte por Hallmark Cards, y en Europa, por Zimpfer Puzzles.) Tiene más aperturas que el ajedrez; en una primera versión de 2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick presentó a Hal jugando a este juego contra los astronautas.

Agradezco al doctor Robert Forward, del Hughes Research Laboratory, de Malibu, que me iniciase en el fascinador concepto de los mini-agujeros-negros, y que acogiese mi un tanto desaforado sistema de propulsión de S. S. Sirius con tan alentadores plácemes, que a punto estoy de patentarlo…

El doctor Grote Rober, padre de la Radioastronomía y constructor del primer radiotelescopio del mundo, me hizo pensar en la extensión de la helioesfera y sus posibles consecuencias. Le agradezco sus comentarios sobre frecuencias cortadas, pero no es en modo alguno responsable de mis alocadas extrapolaciones de sus ideas. El doctor Adrian Webster, del Cavendish Laboratory’s Mullard Radio Astronomy Observatory, también me dio mucha información vital, aunque tampoco hay que culparle del uso que he hecho de ella.

Debo gratitud especial al doctor Bernard Oliver, vicepresidente y director de Investigación de Hewlett-Packard, no sólo por su hospitalidad en Palo Alto, sino también por una copia adelantada del Estudio del Proyecto Cíclope (NASA/Ames CR 114445), que él dirigió. Y espero que Barney me perdonará la presunción —que en realidad considero sumamente improbable— de que Cíclope no detectará señales inteligentes, después de doscientos años de funcionamiento.

Invito a los indignados diseñadores de antenas que opinen que Argos no funcionaría según mis indicaciones, a que contemplen los radares de búsqueda ABM y a que Piensen en Grande. Sólo diré, en mi defensa, que los elementos del Argos deberían ser superconductores, activos, y estar divididos en muchas subsecciones conectables, tal vez con conexiones cruzadas entre las «púas». Dejo los pequeños detalles prácticos (como en el caso del «Impulso Asintótico»), como ejercicio para los estudiosos.

Agradezco profundamente a mi viejo amigo William MacQuitty, productor de A Night to Remember, su copioso material sobre el Titanic.

Algunos lectores pueden pensar que las coincidencias —o las «correspondencias»— que juegan un papel importante en esta historia son demasiado improbables para ser verosímiles. Pero, en realidad, me fueron sugeridas por sucesos mucho más descabellados de mi propia vida; y aquellos que duden de que estas cosas pueden ocurrir, que lean The Roots of Coincidence, de Arthur Koestler. Yo leí este fascinante libro después de terminar Tierra Imperial, aunque este mismo hecho me parezca ahora un tanto improbable.

El curioso comportamiento acústico del erizo de mar, Diadema Setosum, fue observado por mí en Unawatuna Reef, en la costa sur de Sri Lanka. No lo he visto mencionado en parte alguna; por consiguiente, puede ser una contribución original a la biología marina.

Por último, mis especulaciones sobre las condiciones en Titán fueron provocadas por una serie de documentos que el doctor Carl Sagan tuvo la bondad de enviarme. Inútil decir que también agradezco a Carl otras muchas ideas estimulantes, difíciles de ignorar en cualquier Universo bien proyectado. «Pues, si no son verdad, están bien pensadas…»

Arthur C. Clarke

Cinnamon Gardens, Colombo

Enero 1974-Enero 1975.

Algunos lectores especializados me han acusado de grave error de aceptar que Malcolm pasara el defecto de Makenzie a sus clones. Aunque conocía el problema (e incluso puse el cuidado de remediarlo de modo genérico) no entré en la materia tan seriamente como debía haberlo hecho. Todavía espero que algún genético ingenioso encuentre una solución; desafortunadamente dudo poder ser capaz de entenderla.

Mientras tanto, para los biólogos que no se resignen, puedo solamente echar mano a lo que en el gremio se llama la Defensa de Bradbury, a saber:

Un niño terrible corrió hacia mí y dijo:

—¿Ese libro suyo, Crónicas marcianas?

—Si —dije.

—En la página 92, donde tiene Vd. las lunas de Marte alzándose en el este.

—Sí —dije.

—No —dijo.

Así que le golpeé.

«Marte y la mente humana» (Harper & Row 1973)

Colombo, junio 1976.