Los Warleggan regresaron a Truro desde Trenwith el domingo diez de septiembre. Habían anticipado la fecha acostumbrada, pero George tenía que asistir a las elecciones del jueves, y Elizabeth decidió volver con él. Como Geoffrey Charles no estaba y sus padres enfermos eran la única compañía, Trenwith no la atraía mucho; además, el hermoso y cálido verano casi había concluido. El nuevo parlamento debía volver a reunirse a principios de octubre, y ella había decidido acompañar a George. La última visita le había aportado experiencias y amigos nuevos, y le entusiasmaba estar en el centro mismo de las cosas, tan cerca de la sede del poder. Por otra parte, pensaba ver a Geoffrey Charles algunos días, antes de que él volviera a Harrow.
Elizabeth había aceptado que Geoffrey Charles pasara todo el verano en Norfolk con algunos condiscípulos; sabía que era el mejor arreglo, y que de ese modo podía evitar un conflicto entre su hijo y su marido. Por lo demás, pensaba que la ausencia de un año entero contribuiría a separar del todo a Geoffrey Charles de Drake. Pero la vida de Elizabeth no era la misma sin su hijo. Desde hacía mucho tiempo Geoffrey Charles era la persona que más importaba a Elizabeth. Valentine no podía reemplazarlo; nunca había ocupado el mismo lugar que su primer hijo.
Apenas se enteró del acuerdo concertado por Dunstanville con Falmouth, y del convenio acerca de los burgos de Truro y Tregony, George explotó: carta en mano, esa misma mañana cabalgó hasta Tehidy. Allí se cruzaron expresiones bastante fuertes. George manifestó claramente su desagrado, pero descubrió que su protector respondía con una actitud fría, cortésmente inflexible. En adelante, y por lo que se refería al burgo de Truro, el señor Warleggan debía arreglarse solo. Fue una entrevista ingrata, y George pronto lamentó algunas de las observaciones que había formulado durante los primeros momentos de dignidad ofendida. Desde el principio de su relación con Basset, George había tratado de complacerlo, y esa táctica le había aportado frutos generosos. Era un hombre demasiado influyente para tenerlo de enemigo; y George ya estaba realizando esfuerzos diplomáticos para reparar la división.
Pues en realidad, y por lo que se refería a su propio escaño como representante de Truro, después de la primera alarma George no se sintió excesivamente preocupado. Después que Basset renunció al cargo de regidor principal, en el Consejo se libró una batalla tan feroz como las que podían protagonizarse en las elecciones mismas, pues la personalidad del titular de dicho cargo bien podía decidir la elección. En definitiva, el alcalde, que ahora era un tory, amenazado con el recuerdo de un exalcalde que pocos años antes había obstruido el libre funcionamiento de la corporación, y por ese motivo había sido encarcelado, decidió ceder; y la mayoría whig había conseguido designar a Vivian Fitz-Pen, descendiente de una antigua familia ahora muy venida a menos, pero un whig partidario de Fox, que no votaría a un candidato de Boscawen ni aunque le amenazaran con una pistola.
De modo que, como George explicó a Elizabeth, la composición política del Consejo ahora no era diferente de lo que había sido el año precedente. Más aún, George se aventuraba a creer que se habían dado ciertos pasos que podían afirmar el compromiso de algunos consejeros con la familia Warleggan y con el propio George, y que de ese modo se obtendría una mayoría más holgada que la muy estrecha que le había permitido triunfar la última vez.
El viaje fue desagradable, como siempre, y más accidentado que de costumbre porque el camino estaba más polvoriento. En todo caso, los jinetes que acompañaban al carruaje no necesitaban retirarlo del lodo de trecho en trecho, y a pesar de que llegó con fuerte jaqueca, Elizabeth envió una tarjeta a Morwenna, invitando al matrimonio a cenar el lunes. Morwenna contestó que aceptaba con mucho gusto.
Elizabeth casi invitó también a Rowella y a Arthur; sin embargo, en definitiva no pudo forzarse a invitar a un bibliotecario, y menos aún a cenar. Si lo hubiera hecho, habría provocado la irritación de George. Además, sabía de la permanente y extraña animosidad que reinaba entre las hermanas.
Esa noche, cuando llegaron los invitados, George no estaba. Pero Elizabeth pudo hablar unos minutos a solas con su prima, mientras un criado recibía la capa de la joven. Naturalmente comenzó preguntando por la salud de John Conan, y después, como de paso, por la situación de Rowella.
—No la he visto —dijo Morwenna.
—¿Ni una vez?
—Ni una vez.
—Vosotros sois afortunados porque vivís a orillas del río. Truro ha sido un lugar muy malsano en los últimos tiempos. Espero que Rowella esté bien.
—Así lo espero.
—Estaremos aquí unas tres semanas antes de salir para Londres, y pienso invitarla a tomar el té.
—Debes venir a tomar el té conmigo —dijo Morwenna.
—Gracias, querida. Pero ¿no sería mejor que tú también vinieses cuando invite a Rowella?
—Gracias, Elizabeth. Pero en realidad prefiero no hacerlo.
—Querida, tienes una actitud muy dura con ella. Era una niña muy joven, y no dudo de que se equivocó. Pero…
—Querida Elizabeth, es un tema que prefiero no comentar. Si no te importa.
—Pero ¿tu madre no te escribe y te pide noticias de Rowella… puesto que ella aún no tiene dieciséis años?
—Creo que mamá y Rowella se escriben directamente.
—He visto al marido en la biblioteca. Parece un joven cortés.
—Sí, creo que es así.
Elizabeth suspiró.
—Muy bien, querida. Entremos, pues Ossie está solo y sentirá que lo descuidamos.
Mientras atravesaban el vestíbulo, Elizabeth advirtió que su prima ni siquiera se había molestado en arreglar sus cabellos después de retirar la capucha de la capa. El largo vestido de tela azul con encaje en el cuello y las muñecas era nuevo para Elizabeth, pero estaba tan arrugado que se hubiera dicho que la joven había dormido con él. Pese a todo, Morwenna no carecía de atractivo; se hubiera dicho que caminaba y conversaba con una seguridad nueva, que no era menos tentadora que la anterior timidez. La expresión de su rostro sugería que había pasado momentos difíciles, pero Elizabeth pensó que ahora atraía a los hombres más que cuando Morwenna había sido una joven inocente.
Ciertamente, Ossie estaba solo en el salón y meditaba un hecho extraño e inquietante de su vida. Hoy, por tercera vez desde la separación, se había cruzado en la calle con Rowella. Y esta vez, al mismo tiempo que lo miraba oblicuamente a través de sus pestañas, ella medio le había sonreído. Era tan difícil interpretar la expresión, que habría podido ser una sonrisa de burla, de triunfo, de satisfacción, de presunta amistad o incluso de invitación. Ossie había quedado sofocado, de nuevo se había despertado su cólera y al mismo tiempo estaba intensamente excitado. El episodio alentaba sus peores fantasías y había necesitado todo el día para dominar los efectos consiguientes.
Pero ahora era de nuevo él mismo, y todos bebieron vino de Canarias y escucharon su monólogo acerca de los asuntos de la iglesia, hasta que George se reunió con el grupo.
George no se sentía muy complacido de que Osborne compartiese la comida hoy, o para el caso nunca. Apenas pasaba un mes sin que Ossie pidiera otro favor a George. Su objetivo más reciente era la renta de Saint Newlyn, que había quedado vacante; pero todos hacían oídos sordos a sus alegatos —en la medida en que alguien podía hacer oídos sordos cuando Ossie hablaba—, pues en general se opinaba que por el momento ya tenía bastante.
George hubiera soportado con más paciencia las importunidades de Ossie si el tío de este, Conan Godolphin, le hubiese sido más útil en Londres. Pero en realidad, Conan era un petimetre, que se reunía con gente del mismo estilo, y que si bien conocía al Príncipe de Gales y a menudo lo trataba, mostraba muy escasa capacidad para presentar a su nuevo pariente político a los hombres con quienes su nuevo pariente político deseaba relacionarse.
Esa noche, George había venido directamente de su oficina, donde él y su tío Cary habían estado examinando una serie de obligaciones vencidas, y considerando cuáles podían renovarse; y ciertamente, no estaba de humor para charlas ociosas. Este hecho fue percibido incluso por Ossie, pues después de un rato de silencio, porque tenía la boca llena, advirtió que nadie hablaba.
—¿Qué pasa, primo George? Parece que hoy está un poco retraído. Confío en que no padecerá una fiebre estival. Mi criado la está sufriendo; durante tres días sudó como un cerdo. Le di diez granos de jalapa, pero me parece que no ha mejorado mucho. Abundan los casos de fiebre. La semana pasada enterré a una joven que no consiguió curarse.
—Pocas veces me he sentido mejor —dijo George—, de modo que no creo que sea probable que necesite sus servicios oficiales.
—Bien, no quise ofenderlo. Elizabeth, ¿no cree que se lo ve un poco decaído? En fin, sin duda tiene bastante en que ocupar la mente, con los asuntos de la guerra que no mejoran, y la próxima elección. Creo que es hora de que nuestros legisladores hagan algo por contener la intranquilidad aquí, en el país, antes de que prosigan la guerra en Europa. No podemos luchar, y en realidad no podemos hacer nada, mientras en todas partes se habla tanto de revolución. —Hizo una pausa para comer, y nuevamente nadie habló mientras él masticaba y tragaba, masticaba y tragaba.
—¿La elección se celebra el jueves? Pero yo pensé que casi todos… —intervino Morwenna.
—No será fácil obtener la reelección ahora que Basset se ha retirado. ¿Cree que su nuevo antagonista obtendrá muchos votos a causa de su supuesta popularidad? —dijo Ossie.
George lo miró:
—¿Gower? Lo dudo. Aún no sé quién lo acompañará…
—¿Cómo? ¿No se enteró? Lo supe esta tarde por Polwhele. ¿Sabe que es muy amigo de los Boscawen? Cenó con ellos anoche. Esta mañana fui a verlo, por asuntos de la parroquia. Como usted sabe, el archidiácono vendrá otra vez, y yo deseo que todos mis feligreses influyentes participen de la cena. —Se interrumpió para tomar otro bocado.
George sorbió un trago de vino.
—No creo que Falmouth haya…
—Será Poldark —dijo Ossie, mientras tragaba su bocado—, Poldark, de Nampara. Por mi parte, hubiese creído que un aventurero díscolo como él no habría merecido la atención de Falmouth. De todos modos… sin duda cree que su notoriedad de los últimos tiempos podrá serle útil.
Durante un rato la cena continuó en silencio. De la calle llegó el golpeteo de los cascos de los caballos, tlot-tlot, tlot-tlot, que pasaban lentamente frente a la ventana.
George hizo un gesto al criado.
—¿Señor?
—Llévese este vino. Es imposible. Traiga una botella del vino de Graves.
Ossie bebió un trago de su copa.
—Concuerdo que no es de lo mejor. Tal vez lo tuvo demasiado tiempo fuera de la bodega. En Santa Margarita nos sería útil una bodega más amplia y más fresca. Dicen que tan cerca del río uno no puede excavar mucho sin tener filtraciones.
—¿El vicariato es muy húmedo? —preguntó Elizabeth a Morwenna—. Por supuesto, también aquí estamos cerca del río, pero no tenemos árboles tan hermosos.
—Es húmedo arriba —dijo Morwenna—. Cuando llueve. Donde Rowella dormía antes. Pero creo que la humedad no viene del río.
—Hay humedad en la iglesia —intervino Ossie—. Y también en el camposanto. Es un problema grave con las lápidas. El musgo se desarrolla rápidamente y no pueden leerse los nombres.
—Estuve preguntando a Morwenna acerca de Rowella —dijo Elizabeth a Ossie—. ¿Sabe algo de ella? ¿Está bien?
—Nada —dijo el señor Whitworth con voz sonora—. Absolutamente nada. Para nosotros es como si jamás hubiese existido.
—Perdóneme, Ossie, pero ¿no es un juicio demasiado severo aplicado a una muchacha tan joven, y sólo porque realizó un matrimonio desafortunado? Se casó muy de prisa… pero supongo que lo hizo por amor.
—No tengo idea —dijo el señor Whitworth—. ¡Ni la más mínima idea! Y tampoco quiero pensar en eso.
El criado volvió con una botella de vino y copas limpias. Esperó ansiosamente que George probase el vino; después, como su amo no se quejó ni aprobó, procedió a llenar las restantes copas. Terminó de servir. Ossie probó el vino anterior y después el nuevo, y confirmó que el segundo era mejor. Se hizo el silencio, y continuaron comiendo.
—De modo que Ross Poldark piensa dedicarse a la política —dijo George, desviando los ojos hacia Elizabeth.
—Ese hombre nunca me gustó —dijo Ossie—. Pero imagino que tendrá cierto apoyo en la ciudad.
George se dirigió a Elizabeth.
—Y como protegido de Boscawen. Una voltereta cínica en quien fue otrora un rebelde. A qué extremos desesperados llegan algunos hombres para adquirir respetabilidad en la edad madura.
—Se sintió muy deprimido cuando ese cuñado perdió el combate con Tom Harry —dijo Ossie—. Lo cual me recuerda que no ha respondido a mi carta acerca de la iglesia de Sawle.
Casi sin aliento, Elizabeth preguntó:
—Ossie, ¿está seguro de su información?
—Oh, Dios mío. Sí. Polwhele estaba bastante divertido. Si no recuerdo mal, incluso hizo algunas bromas.
Ossie rió, pero nadie lo acompañó.
—Aún no llegó al Parlamento —dijo George—. Y tampoco creo que se acerque mucho a la realización de sus deseos.
Mientras duró la cena no se habló más del asunto. Tampoco prosperaron otras conversaciones.
II
Cary Warleggan se rascó la cabeza bajo el gorro, y dejó la pluma.
—Es… absolutamente ofensivo. ¡Ya verás cuando se entere tu padre!
—Dejemos en paz a mi padre… a su debido tiempo se enterará.
Cary se puso de pie, los ojos centelleantes, los labios apretados. Los años le habían perjudicado más que al resto de la familia. La dispepsia crónica y los malestares estomacales le habían despojado de la escasa carne que antes tenía, y las ropas le colgaban como si tuviera el cuerpo formado sólo por huesos. Sin embargo, rara vez faltaba a la oficina, y a menudo ordenaba que le llevasen allí el escaso alimento que ingería, en lugar de ir a su casa e interrumpir el trabajo. Más que su hermano mayor Nicholas o que su sobrino, mantenía una atenta vigilancia sobre todas las actividades de los Warleggan. Tanto si se trataba de organizar un despacho de mineral de hierro desde una de las fundiciones de Gales, como si el problema era elegir al empleado que sería secretario de una nueva sociedad por acciones, Cary era quien se ocupaba de los detalles.
Aunque nunca incurría en deshonestidad, él era quien representaba el aspecto menos grato de la actividad de la familia Warleggan. Él era quien en febrero había presionado y casi había provocado la ruina del banco de Pascoe; y aunque había actuado así con conocimiento y aprobación tácita de George, este se lo reprochaba ahora porque (a) había fracasado en el intento, y (b) había agriado la relación entre el «Banco Warleggan» y «Basset, Rogers & Co.» A veces, Cary se pasaba de listo, y trazaba planes excesivamente complicados; y George, que durante los años precedentes a menudo se había aliado con su tío más que con su padre, ahora veía las ventajas que podían obtenerse con la política más escrupulosa de su padre.
Por supuesto, Cary se ajustaba a ciertas normas, las mismas que ahora estaba proclamando. Y nadie hubiera podido decir que ellas no expresaban un elevado sentido moral.
—Es absolutamente monstruoso que un hombre como Falmouth, que al margen de sus restantes condiciones ha heredado la condición de par y vastas propiedades, se alíe con este vagabundo y salteador; un hombre que prácticamente tiene antecedentes policiales y…
—Tío, no tiene antecedentes policiales. Recordarás que lo absolvieron. —Como siempre, George tendía a calmar su propia hostilidad azuzando la de Cary.
—¡Absuelto con escándalo de todas las normas de la justicia! Si no tiene antecedentes, por lo menos se conocen episodios de conducta ilegal en distintos lugares del condado. ¡Cuando era joven tuvo que salir de Inglaterra a causa de dichos incidentes, y de sus choques con los guardias aduaneros! ¡Y después volvió, entró a viva fuerza en una prisión y retiró a un prisionero! ¡Fue cómplice de la muerte de nuestro primo, del naufragio y el saqueo de la nave, de episodios de contrabando y de provocar disturbios con los mineros! ¡Y de pronto se convierte en ídolo del condado a causa de una aventura igualmente equívoca, esta vez en perjuicio de los franceses! ¡Y esta es la clase de hombre que uno de nuestros vizcondes más importantes considera apropiado para representar al distrito en el Parlamento! Es… es…
—Nuestro vizconde —dijo George—, carece de normas morales cuando lucha para reconquistar un escaño que considera suyo. Cree que la popularidad de Ross le permitirá ganar la elección. Debemos ocuparnos de que no sea así.
Cary se envolvió con los faldones de su chaqueta, como si tuviera frío. En los últimos años le quedaba demasiado holgada, y sobraba material.
—Hemos examinado la situación de la mayoría de nuestros partidarios.
—Sí, pero repasemos otra vez la lista.
Cary abrió un cajón, extrajo un libro y lo abrió en el lugar en que sobresalía una hoja de papel.
—Bien, aquí están. Todo parece bastante claro. Quizás haya que incluir a Aukett entre los dudosos. Y tal vez a Fox.
—Aukett —dijo George— recibió un préstamo importante en marzo. Se le facilitó con un interés del tres por ciento, sin hacer mucha cuestión de la fecha de reembolso. Sabe que no se le exigirá el pago a menos que demuestre excesiva independencia en la votación. Fue cosa entendida. Y fue el propósito del préstamo.
—Como tú sabes, antes fue íntimo amigo de Poldark… en la empresa fundidora de cobre.
—Olvídalo. O si deseas destacar el asunto, recuérdaselo. Pero las amistades no son muy firmes cuando sobre la cabeza de un hombre pende la amenaza de la prisión por deudas.
—Fox también participó en el asunto de la fundición, pero se comprometió menos… se retiró muy pronto. Más recientemente ha realizado negocios con los Boscawen. Gracias a ellos recibió un pedido de alfombras; quizá se sienta acuciado por los dos bandos.
—Tratemos de que se sienta arrastrado en la dirección apropiada. —George miró la hoja por encima del hombro de su tío—. Si es una competencia entre la obligación moral y el endeudamiento, este debe imponerse… sí, sin duda será el caso. Tal vez convenga enviar mañana mismo una carta que le aclare su situación, aunque en términos prudentes.
—Nada de cartas —dijo Cary, y se quitó el gorro—. Personalmente. Vive lejos. Por la mañana enviaré a Tankard.
Un empleado llamó a la puerta y entró para preguntar algo, pero George le dirigió una mirada y el hombre retrocedió y salió de prisa.
—¿Polwhele? —preguntó Cary.
—Es inútil. Está comprometido con los Boscawen y el banco de Pascoe.
—¿El notario Pearce?
—Nos ocuparemos de él.
Revisaron el resto de los nombres. Algunos eran whigs de Portland, que de todos modos votarían contra Pitt, pese a que los dos grupos solían colaborar bastante en la Cámara. Otros eran tories de la vieja escuela, y estaban igualmente comprometidos con el bando contrario. De los veinticinco votantes, restaban alrededor de diez, que podían inclinar la votación en un sentido o en otro, y que a su vez podían ser presionados.
Eran más de las once, y hora de terminar el trabajo; pero pasaron otra media hora en la pequeña y oscura oficina, analizando la táctica. Según el recuento que habían realizado la víspera, George y Trengrouse tenían una mayoría bastante segura. Ahora que se presentaba la amenaza del nombre de Poldark —que a su vez constituía un acicate especial— deseaban asegurarse mejor. En definitiva —en el supuesto de que Aukett y Fox votaran por Warleggan— mucho parecía depender de dos nombres, por cierto bastante distinguidos: el señor Samuel Thomas, de Tregolls, y el señor Henry Prynne Andrew de Bodrean. Ambos habían cenado poco antes con los Warleggan, ambos eran muy viejos amigos de los padres de Elizabeth, ambos se habían mostrado muy agradecidos por ciertos pequeños favores que George les había hecho. Si los dos caballeros votaban por él, George tendría una mayoría de cinco votos. Si uno de los dos votaba por el enemigo, su mayoría se reducía a tres. Si la mala fortuna determinaba que ambos votasen por Poldark, aun así Warleggan contaría con la mayoría de un voto que le había permitido triunfar un año atrás. La situación parecía bastante segura. Faltaba decidir si era posible formular una petición a cualquiera de los dos caballeros; y en caso afirmativo, cómo hacerlo, y si no se corría el riesgo de molestarlos en lugar de atraer su buena voluntad.
Parecía seguro que Falmouth no los descuidaría. Pero corría el rumor de que Falmouth y Prynne Andrew habían sostenido dos años antes una disputa acerca de ciertos derechos de minería.
Finalmente, como pareció que el tío Cary no tenía en su carácter más tacto que el que demostraba en los asuntos financieros, George devolvió al libro la hoja de papel, y guardó todo en el cajón, bajo llave.
—Pediré consejo a Elizabeth. Los conoce desde que era niña, y probablemente sabrá cómo reaccionarán ante una petición cortés.
Cary se mordió el labio, como solía hacerlo cuando se mencionaba a su sobrina política ya que ambos rara vez se hablaban.
—¿Por qué no le pides que hable con ellos? Son viejos amigos. Que vaya a verlos. Que vaya y les hable. Puede hacerlo mañana por la tarde… tomar el té con ellos, o lo que sea de acuerdo con las normas de la cortesía. ¿Eh?
George miró sin mucha simpatía a su tío.
—Hablaré de esto con Elizabeth. Pero no debemos darnos demasiada prisa. Aún disponemos de tiempo.