—Pásame el otro martillo, ¿quieres? No, el más pequeño. De lo contrario, no podré clavar bien —dijo Drake.
—Drake, no sé cómo lo haces —comentó Geoffrey Charles—. ¡No sabía que eras tan buen artesano!
Durante cuatro años aprendí con Jack Bourne. Pero era un hombre celoso… yo siempre le ayudaba, pero no me permitía hacer nada por mi propia cuenta. Por eso no soy tan bueno como podría haber sido.
Estaba fabricando una rueda nueva para un carro de la mina Wheal Kitty. La rueda trasera y el costado del carro habían sido aplastados por una avalancha de rocas, y era más fácil fabricar una nueva pieza que tratar de reconstruir la madera astillada. Después de hacerse cargo del taller de Pally, pocas veces había realizado ese tipo de trabajo, pues era considerado sobre todo como herrero; pero poco a poco la gente supo que era capaz de producir una rueda bien trabajada, lo que era más barato y evitaba acudir a talleres más distantes. Pero eso lo obligaba a comprar madera estacionada, que era cara y escaseaba; de modo que Drake había tenido que limitar la aceptación de trabajos de ese tipo.
—¿Por qué recortas la cara de la rueda, como si la ahuecaras? —dijo Geoffrey Charles.
—Bien, tiene que andar por caminos difíciles y accidentados. Si la hiciera plana, los sacudiones harían saltar todos los radios.
—Un día de estos tienes que enseñarme. Preferiría fabricar una rueda, y no preocuparme de las estúpidas declinaciones latinas.
Drake hizo una pausa y miró al jovencito, cuya palidez había sido reemplazada por un saludable bronceado en el curso de pocas semanas.
—Geoffrey Charles, no sólo aprendes latín. Estás aprendiendo a ser un caballero.
—Oh, sí. Oh, sí, lo sé. Y en efecto, seré un caballero. Y heredaré Trenwith. Pero como amigo te pregunto: ¿Qué me será más útil cuando llegue a hombre… ser capaz de fabricar o reparar una rueda, o recitar el caso nominativo de un verbo… o cualquier otra tontería por el estilo?
Drake sonrió y sopesó con la mano un pedazo de fresno, calculando si armonizaría con las restantes piezas que necesitaba reunir para formar el aro.
—Cuando seas hombre, podrás pagarme para que fabrique tus ruedas.
—¡Cuando yo sea dueño de Trenwith, vendrás a vivir conmigo, serás el mayordomo y juntos fabricaremos ruedas!
Drake se acercó al pozo que estaba a un lado del patio y alzó el cubo de madera.
—Un día de estos te enseñaré aquí mismo. No es tan difícil. Pero ya llevas aquí más de dos horas, y tu madre se enojará si te retrasas demasiado.
—Oh, mi madre… no hay ningún problema. Pero el tío George vendrá la semana próxima, o la otra, y entonces saltarán chispas. —Geoffrey Charles descargó el martillo sobre el yunque—. Así… no me extrañaría nada. Pero no es mi padre ni mi señor, y haré lo que me plazca.
—Geoffrey, creo que sería un error que tuvieses más problemas por mi culpa. Vienes aquí casi todos los días…
—Haré lo que me plazca y no aceptaré tus opiniones ni las del tío George. Ma foi. ¡No me dejaré corromper!
—De todos modos, convendría que no buscaras más dificultades. Aunque sólo sea por el bien de tu madre. ¿No es mejor encontrarse de tanto en tanto, discretamente, y no que te prohíban venir, y después lo hagas desafiando a todo el mundo?
Geoffrey Charles se acercó y examinó el cubo.
—Caramba, esto podría hacerlo ahora mismo. Son unas pocas tablas y unas fajas de hierro.
—No es tan fácil como tú crees. Si tú fabricaras un cubo, el agua se escaparía por las rendijas.
Geoffrey Charles envió el cubo al fondo del pozo.
—El mes pasado vi a Morwenna.
Drake se detuvo, con el martillo en alto, y lo bajó lentamente.
—No me dijiste una palabra.
—Al principio pensé que quizás era mejor no hablar.
—¿Y ahora?
—Pensé que tal vez habías olvidado eso, o estabas olvidándolo. En ese caso, ¿para qué reabrir la herida?
—¿Entonces?
—Pero la herida no se cerró, ¿verdad?
—¿Cómo está?
—Muy bien. —Después de haberse metido en ese campo prohibido, tuvo el buen sentido de no aludir a la enfermedad de Morwenna—. ¿Sabías que tuvo un hijo?
El rostro de Drake se puso escarlata.
—No, no lo sabía. ¿Cuándo… cuándo fue eso?
—En junio… a principios de junio.
—… ¿Qué es?
—Varón.
—Seguramente… es feliz.
—Bien…
—¿Qué dijo? ¿Te dijo algo?
Geoffrey Charles alzó el cubo, que llegó al borde del pozo cargado con el agua de primavera.
—Dijo… me dijo que jamás olvidaría.
Después de enrojecer, el rostro de Drake palideció intensamente. Pasó el martillo de una mano a la otra.
—Cuando regreses a la escuela… volverás a verla, ¿verdad?
—Es posible. Muy probable.
—Geoffrey, ¿le dirás algo de mi parte? ¿Le llevarás un mensaje? Dile que yo sé que entre nosotros todo ha terminado, y que ya no podremos hacer nada, pero… no, no le digas eso. No le digas nada acerca de eso. Dile únicamente que… dile que espero poder llevarle un día algunas primaveras…
—Eso me recuerda el tiempo en que solías venir a visitarnos, antes de Navidad, el año pasado. No sé por qué… pero entonces la vida era sombría, secreta y hermosa.
—Sí —dijo Drake, los ojos perdidos—. Sí. Así era.
II
Sam había terminado su turno y estaba trabajando en su pequeño huerto. Que el tiempo estuviese húmedo y brumoso poco le importaba. A veces, caían breves chaparrones. A la distancia, el mar aparecía agitado y espumoso cuando rompía en la playa. Volando en la bruma, las gaviotas marinas planeaban y chillaban.
Había terminado un surco y estaba limpiando la tierra húmeda pegada a la pala. En general, era difícil cavar bajo la lluvia, pero aquí el suelo era tan liviano y arenoso que apenas ofrecía resistencia. Se disponía a recomenzar cuando oyó una voz:
—¿Qué estás haciendo, Sam?
Se sobresaltó. Ella se había acercado silenciosamente, sin ser advertida.
—Bien, Emma…
—Tus patatas son muy pobres —dijo ella, espiando el interior del cubo.
—No, las coseché el mes pasado. Ahora estaba cavando por segunda vez el suelo, para ver si quedaban algunas más pequeñas.
La joven usaba una capa de sarga roja y tenía un chal negro sobre la cabeza; se le habían soltado varios mechones de cabello que colgaban formando rizos húmedos pegados a las mejillas.
—¿Hoy no rezas?
—Todavía no. Después leeremos la Biblia.
—¿Aún buscas almas perdidas para salvarlas?
—Sí, Emma. La salvación es el comienzo de la vida eterna.
Emma tocó un caracol con el pie, y el animal se refugió instantáneamente en su concha.
—Veo que últimamente no te preocupas tanto por mi alma.
Sam se apoyó en la pala.
—Emma, si por un instante pensaras en Dios, eso me alegraría más que ninguna otra cosa en la tierra.
—Eso me pareció, hasta un tiempo atrás. Me seguías, incluso entrabas conmigo en la taberna de Sally la Caliente. Ahora hace un mes que no nos vemos. Encontraste otra alma para salvar, ¿verdad?
Sam se pasó la mano húmeda sobre la boca.
—Emma, para mí no hay alma más importante que la tuya. Aunque quizá todas sean iguales a los ojos de nuestro Redentor, ¡te diré que sobre todo deseo salvar la tuya!
Ella volvió los ojos hacia el mar brumoso. Después, se echó a reír, con esa risa animosa, estentórea y desenfrenada.
—Tom dice que le temes. Que por eso abandonaste tu tarea.
—¿Tom Harry?
—Sí. Le dije que se equivocaba. Que no temías eso. Que no temías a Tom.
Él la miró, sintiendo que le latía el corazón.
—¿Y qué crees tú que yo temo, Emma?
Ella lo miró en los ojos.
—El demonio.
—El demonio… —Sam se detuvo en la palabra—. Querida, todos combatimos al demonio. Y los que nos hemos alistado en el ejército de nuestro Señor Jesús…
—¡El demonio que anida en mi! —dijo ella—. Sam, quizá sea mejor reconocer la verdad. ¿No es eso lo que temes?
—No —dijo él—. De ningún modo. Emma, no puedo temer que en ti haya mal… a menos que también esté en mí. Combato a Satán todos los días de mi vida. Los enemigos que carcomen nuestro ser son muchos. Pero no hay enemigos fuera de nosotros mismos. Yo… quiero ayudarte. Quiero que encuentres la salvación eterna. Quiero que tú… yo quiero que…
—Es decir, que quieres mi persona —dijo Emma.
Sam alzó los ojos al cielo. Se hizo un silencio prolongado.
—Emma, si te quiero es con el corazón puro; porque creo sinceramente que si tu alma vuelve a Cristo, podremos ofrecer a Nuestro Señor un regalo noble y bello. Si deseo incorporarte a nuestra comunidad… de otro modo, no es movido por la lascivia carnal, sino por el deseo de que seas mi esposa y compartas mi lecho y mi corazón… en el verdadero espíritu de la gracia y el culto…
Se interrumpió, sin aliento. No había pensado decir nada parecido, pero las palabras habían brotado por sí mismas.
Emma permaneció de pie, y continuaba molestando al caracol refugiado en su caparazón. La fina lluvia continuaba lavando su rostro, que aparecía inexpresivo y neutro.
—¿Sabes que estoy comprometida con Tom Harry?
—No lo sabía.
—Bien, medio prometida… Y sabes que dicen que soy prostituta.
—No lo creeré hasta que lo oiga de tus propios labios.
—Estuve en los campos con muchos hombres.
—¿Es lo mismo?
—La gente dice que sí.
—Pero ¿tú lo afirmas?
—No estoy borracha —contestó Emma.
—He rezado por ti todas las noches… y lo hice muy angustiado. Pero Emma, aún no es demasiado tarde. Sabes lo que dijo Ezequiel: «Derramaré agua limpia sobre ti, y te lavarás de toda la suciedad, y de todos los ídolos te libraré».
Ella hizo un gesto impaciente.
—Oh, Sam, ¿de qué sirve rezar? Sé que eres bueno. Y eres feliz en tu bondad. Bien, yo soy feliz en mi suciedad, como tú la llamas. ¿Cuál es, a la larga la diferencia?
—Oh, Emma, querida, ¿no sientes la convicción del error, del pecado? ¿Y el amor del Redentor no es más precioso para ti que los brazos de Satán? ¡Permíteme ayudarte para hallar el arrepentimiento y la fe, la salvación y el amor!
Ella lo miró de arriba abajo, con los ojos entrecerrados.
—Sam, ¿te casarías conmigo?
—Sí. Oh, sí. De ese modo…
—¿Aunque yo no me arrepintiese?
Él calló y suspiró, y las arrugas se formaban y deshacían en su rostro.
—Me casaría contigo con la esperanza y la fe de que el amor inextinguible de Dios te trajera a la luz.
—¿Y qué ocurrirá con tu rebaño, Sam?
—Son todos hombres y mujeres que han merecido la santificación, cuyos pecados fueron perdonados por Aquel que es el único que puede perdonar. Así como perdonamos a nuestros deudores. Te acogerán como a la hija pródiga…
Emma movió la cabeza con tal fuerza que arrojó gotas de lluvia.
—No, Sam, no es cierto, y tú lo sabes. Si me acercase como conversa me mirarían de reojo, como diciendo, qué hace aquí ella, la mujer de los campos y las calles. ¿Qué pretende Sam? Ah… ¡Sam anda con ella, como los demás! Pero si nos casamos, y yo ni siquiera me arrepiento de mis pecados, ¿qué pensarán? Dirán que su glorioso jefe se ha hundido en el vicio y la perversidad, y dirán que no quieren tener nada más que ver con un hombre así, que no pueden tocarlo sin mancharse. ¡Y ese será el fin de tu preciosa comunidad!
La lluvia era cada vez más intensa. El mundo terrenal había entrado en las regiones más profundas de la borrasca.
—Emma, entra conmigo —dijo Sam.
—No. No te conviene. Además, debo regresar.
Pero Emma no intentó alejarse. Parpadeó para quitarse la lluvia de los ojos.
—Emma, querida, no sé qué parte de lo que dices es verdad. Vivimos en un mundo en que la malicia y la crueldad se muestran a cada momento en las almas de hombres que en general son buenos. Sé que es así, y él es uno de nuestros jefes, y porque presté atención a lo que me dijo preferí verte poco los últimos tiempos. En fin, no me atrevo a negar que las mujeres y los hombres buenos tienen malos pensamientos, aunque esa actitud no sea muy cristiana…
—Ya lo ves.
—Pero, Emma, creo de veras que el amor vencerá todas las dificultades. El amor del hombre por su Salvador es la mejor riqueza de esta vida. Pero el amor del hombre por la mujer, aunque ocupe un lugar inferior, puede santificarse mediante el Espíritu Santo, y cuando se manifiesta, es un sentimiento superior a los vínculos carnales y a los malos pensamientos de los hombres inferiores y… puede triunfar sobre todo eso. Emma, así lo creo. ¡Lo creo de veras!
Le temblaba la voz, volvió a parpadear, pero esta vez no lo hizo para eliminar las gotas de lluvia.
Emma avanzó un paso o dos, caminando con dificultad sobre la tierra lodosa.
—Sam, eres un hombre muy bueno. —Apoyó un instante la mano sobre el brazo del joven y le besó la mejilla—. Pero no para una mujer como yo. —Retrocedió, se recogió los cabellos húmedos y se arregló el chal que le protegía la cabeza—. Sam, no está en mí ser tan buena. Tú crees porque eres bueno. Más me valdrá unir mi suerte a la de un bruto y borracho como Tom Harry. Es decir, si nos casamos. Continúa con tus clases, tus lecturas de la Biblia, tus rezos; esa es tu vida, no enredarte con una mujer como yo. En serio, Sam, querido. En serio, amor mío. Te lo juro por Dios. Mira, ¡ya lo dije! Pronuncié su nombre, de modo que quizás aún hay esperanza. Pero todavía falta mucho. Demasiado para ti, Sam. Por eso te digo adiós.
—Yo jamás te diré adiós —murmuró Sam con voz sorda—. Te amo, Emma. ¿Eso significa algo para ti?
—Significa que debo alejarme y dejarte en paz —dijo Emma—. Eso significa. Pues todo comenzaría bajo un mal signo.
Se volvió y comenzó a alejarse en dirección al terreno más firme del páramo. Sam permaneció inmóvil, la cabeza inclinada, las manos sobre la pala, las lágrimas cayendo sobre las manos.
En el cielo, las gaviotas marinas continuaban planeando, chillando y gimiendo su letanía intermitente.