—Poldark, desde hace un tiempo pienso que deberíamos conocernos mejor —dijo sir Francis Basset—. Por supuesto, recuerdo a su tío, cuando era juez; pero cuando yo tuve edad suficiente para participar activamente en los asuntos del condado, él rara vez salía de su propiedad. Y su primo Francis… creo que no tenía inclinación a la vida pública.
—Bien, después de la clausura de la mina Grambler carecía de medios, y esa situación le impedía hacer muchas cosas que en condiciones normales le habrían interesado.
—Me alegra saber que la Wheal Grace ahora produce mucho.
—Fue una apuesta que dio buen resultado.
—La minería siempre es una apuesta. Ojalá las condiciones generales de la industria fueran más propicias. Dentro de un radio de cinco kilómetros a partir de esta casa trabajaban tiempo atrás treinta y ocho minas. Ahora hay solamente ocho. Es una situación lamentable.
Aparentemente, nada había que agregar a esta afirmación, y Ross guardó silencio.
—Poldark, sé que en cierto sentido usted siempre fue un inconformista —observó Basset, mirando a su interlocutor—. Aunque de un modo menos drástico yo también me mostré… digamos heterodoxo, intolerante frente a los precedentes. Algunas familias muy convencionales todavía creen que soy el joven audaz que en efecto fui hace unos pocos años.
Ross sonrió.
—Hace mucho tiempo que admiro la preocupación que usted demuestra por las condiciones de trabajo de los mineros.
—Su primo padecía aprietos económicos —dijo Basset—. Dos años atrás usted estaba en condiciones parecidas. Ahora, eso cambió.
—Sir Francis, parece que usted conoce bastante bien mis asuntos.
—Bien, recuerde que desarrollo actividades bancarias en Truro, y que tengo muchos amigos. En fin, ¿podemos decir que mi afirmación concuerda con los hechos? —Ross no lo negó—. Hasta ahora, usted no tuvo tiempo para consagrarse al servicio público. Pero su nombre ya es muy conocido en Cornwall. Podría aprovecharlo.
—Si alude a la posibilidad de ser juez…
—Estoy al corriente de ese asunto. Ralph-Allen Daniell me dijo que usted había rehusado el cargo, y las razones de su actitud. A mi juicio, no son razones válidas, pero supongo que no han cambiado.
—No han cambiado.
Oyeron más risas, provenientes del grupo principal, donde Carolina era la figura que concitaba todas las miradas.
—He plantado todas estas coníferas —siguió Basset—. Ya nos protegen bastante de los peores vientos. Pero no llegaré a verlas completamente desarrolladas.
—Tenga paciencia —dijo Ross—. Quizá todavía viva mucho.
Basset lo miró.
—Así lo espero. Aún hay mucho que hacer. Pero poca gente pasa los cuarenta… Poldark, ¿usted es partidario de los whigs?
Ross enarcó el ceño.
—No me inclino por ninguno de los dos partidos.
—¿Admira a Fox?
—Lo admiraba.
—Yo todavía lo hago, con reservas. Pero la reforma debe originarse en una administración eficaz, no en la revolución popular.
—En general, acepto esa fórmula… siempre que haya reforma.
—Creo que podemos coincidir en muchas cosas. ¿Entiendo que usted no cree en la democracia?
—No.
—Algunos de mis antiguos colegas… me satisface decir que son pocos… todavía alimentan las ideas más extravagantes. ¿Cuáles serían las consecuencias de las medidas que proponen? Se lo diré: El poder ejecutivo, la prensa, los plebeyos importantes perderían de vista sus propios intereses y se verían forzados a adquirir poder apelando a medios repudiables como el soborno y la corrupción, y eso…
—Por mi parte, creo que el sistema electoral que ahora se aplica ya incluye una abundante dosis de soborno y corrupción.
—En efecto, y no lo justifico, aunque me veo obligado a usarlo. Pero la representación agravará asimismo la corrupción en lugar de disminuirla. La Corona y la Cámara de los Lores se convertirán en cascaras vacías, y todo el poder estará en la Cámara de los Comunes que, lo mismo que en Francia, elegirá sus representantes en la hez de la población. Así, nuestro gobierno degenerará del todo y se convertirá en esa democracia que para alguna gente es la meta suprema. El gobierno de la turba será el fin de las libertades civiles y religiosas, y todos se verán reducidos a un mismo nivel en el santo nombre de la igualdad.
—Los hombres nunca podrán ser iguales —dijo Ross—. Una sociedad sin clases sería una sociedad muerta… la sangre no fluiría por sus venas. Pero debería existir mucho más movimiento entre las clases, oportunidades mucho mayores de elevarse y descender. Sobre todo, deberían ser mayores las recompensas otorgadas a las personas emprendedoras de las clases inferiores y mayores los castigos a los miembros de las clases superiores que abusan de su poder.
Basset asintió.
—Todo eso está muy bien dicho. Capitán Poldark, quiero formularle una proposición.
—Me temo que llegaré a ofenderle rehusando.
II
—¿Subimos a reunimos con el resto? —dijo Hugh Armitage—. Creo que presenciaremos una hermosa puesta de sol.
Demelza, que había estado en cuclillas tratando de atraer a un patito mandarín, se puso de pie.
—En nuestra propiedad no tenemos estanque ni lago. Hay solamente un arroyo, y con frecuencia las aguas están manchadas por los restos de la mina de estaño.
—Quizá pueda llegar a visitarlos. ¿Nampara está a varios kilómetros hacia el norte?
—Estoy segura de que Ross se sentirá complacido.
—¿Y usted?
—Por supuesto… pero no tenemos una residencia lujosa, ni siquiera una mansión.
—Tampoco yo. La familia de mi padre proviene de Dorset. Allí tenemos una casa de campo, oculta entre las colinas que se levantan cerca de Shaftesbury. ¿No viajan mucho?
—Jamás he salido de Cornwall.
—Su marido debería traerla. No deben mostrarse tan discretos. Ninguno de los dos.
Por dos veces había parecido que el teniente Armitage incluía a Ross en sus observaciones casi a último momento.
Comenzaron a subir la colina, abriéndose paso por un sendero casi cubierto de malezas, muérdago, laurel y castaño. El resto del grupo había desaparecido, aunque aún podían oírse sus voces.
—¿Volverá pronto a la marina? —preguntó Demelza.
—No inmediatamente. Aún no puedo ver a cierta distancia.
Los cirujanos dicen que después de un tiempo mi vista mejorará; pero por ahora no puedo leer ni escribir bien en la semioscuridad.
—… Lo siento.
—Además, mi tío desea que por el momento permanezca en Tregothnan. Desde que falleció su esposa, su hermana, mi tía, se ocupa de la administración de la casa; pero él necesita compañía, parece deprimido.
Demelza se detuvo y volvió los ojos hacia la casa. Se hubiera dicho que era una gran mezquita cuadrada, defendida por los cuatro pabellones. Un grupo de venados cruzó un retazo de luz solar, y se internó entre los árboles. Demelza dijo:
—¿Pudo escribir cartas a su casa? Dwight no lo hizo. Por lo menos, Carolina solamente recibió una carta en casi un año.
—No… Escribía para mi propia satisfacción. Pero el papel escaseaba tanto que cada retazo se usaba de ambos lados, horizontal y vertical, y con letra minúscula que a veces ahora no puedo leerla.
—¿Escribía?
—Poesía. O quizá, demostrando mayor modestia, deba decir que hacía versos.
Demelza pestañeó.
—Jamás conocí a un poeta.
Él se sonrojó.
—No me parece que haya que tomarlo en serio. Pero usted me lo preguntó. Y en ese momento me ayudó a conservar la cordura.
—¿Y no se propone seguir escribiendo?
—Oh, sí. Aunque quizá no sea muy importante, escribir versos se ha convertido en parte de mi vida.
Reanudaron la ascensión, y poco después salieron a la explanada desde la cual debían observar el atardecer; pero aún estaban a cierta distancia del resto, que se había detenido en un punto del camino. La explanada tenía piso de ladrillos y dos leones de piedra que vigilaban la escalera de acceso; la pieza central era un templete griego con una estatua de Baco vuelta hacia el mar.
El sol ya llameaba tras un banco de nubes. Era como si alguien hubiese abierto la puerta de un horno, y el resplandor rojo irradiase de las profundidades del carbón aún no consumido. Los arrecifes mostraban sus perfiles oscuros e irregulares sobre un fondo marino de porcelana. Las gaviotas marinas describían arcos como cimitarras, cortando silenciosas el aire vespertino.
—Ahora, el capitán Poldark me ha otorgado dos grandes favores —dijo Hugh Armitage.
—¿Cómo?
—Sí, mi libertad y la oportunidad de conocer a su esposa.
—Teniente, no soy diestra en tales cortesías, pero de todos modos, gracias. No es…
—¿Qué se proponía decir?
—¿No es errado mencionar asuntos tan diferentes en la misma frase? Como si… —Volvió a interrumpirse. Ahora, los restantes invitados venían subiendo los peldaños de acceso a la explanada.
—No intentaba mostrarme cortés —dijo él—. Sólo sincero.
—Oh, no…
—¿Cuándo puedo volver a verla?
—Preguntaré a Ross cuándo puede invitarlo.
—Se lo ruego.
—¡Eh, ustedes! —exclamó el general Macarmick que apareció subiendo la escalera como una imitación humana del sol, el rostro redondo y jovial inflamado por los últimos rayos del poniente—. ¡Eh, ustedes! ¡De modo que se habían adelantado!
III
Sir Francis Basset tenía que dar casi tres pasos por cada dos de Ross. Dijo:
—Tengo dos granjas… una abarca aproximadamente ciento cincuenta hectáreas, la otra apenas veinticinco. La tierra no es buena… la capa de tierra vegetal es muy delgada y contiene mucho espato; y en general, no vale más de veinticuatro chelines la hectárea. ¿La suya es mejor?
—No. Diría que vale dieciocho o veinte chelines, bien trabajada.
—Pienso ensayar algunos cultivos experimentales —nabos, repollo, pasto artificial— cosas que aún no se conocen en esta parte del país; de ese modo, los campesinos del vecindario podrán comprobar qué crece mejor sin incurrir en gastos personales. Además, tengo mucha tierra libre, y he alentado a los pobres a construir cottages; a cada uno le asigno una hectárea y media. Pagan un alquiler de dos chelines y seis peniques por media hectárea; a menudo, de ese modo mejora la tierra, porque los inquilinos son casi siempre mineros que la cultivan en sus horas libres.
—Sir Francis —dijo Ross—, usted sugiere… propone algo parecido a una rebelión en el burgo de Truro, ¿verdad? De ese modo, en la elección parcial que ahora se realizará, la corporación del municipio se abstendrá de votar al candidato de lord Falmouth y en cambio preferirá al candidato que usted proponga. ¿Esa es la propuesta?
—En líneas generales, esa es la propuesta. Como usted sabrá, votan los regidores y los burgueses principales, que forman un grupo de veinticinco personas. Creo que ahora puedo contar con un número suficiente de dichos votos. Están hartos del trato que les inflige lord Falmouth, cuyo estilo para elegir miembros que representen al burgo en el Parlamento es tan altivo y prepotente que los burgueses se sienten corrompidos y prostituidos porque él maneja como se le antoja los votos de todos.
—¿No es eso lo que en realidad ocurre?
Basset sonrió levemente.
—Creo que está tratando de provocarme. Comparados con muchos burgos, los antecedentes de estos hombres no son malos.
Reciben favores a cambio de sus votos, pero no obtienen dinero.
Es comprensible que se sientan insultados cuando se les trata como si fueran lacayos.
—Y esta… revolución palaciega. ¿Quién podría dirigirla?
—El nuevo alcalde, William Hick.
—Quien sin duda probó su lealtad a Falmouth antes de ser elegido.
—Y sin duda lo hizo sinceramente. Hay diferencia entre pensar bien de un hombre y permitir que él nos pisotee.
Se detuvieron un momento. Una bandada de chochas parloteaba en los árboles.
—Su proposición me honra. Pero creo que no sería un candidato apropiado —dijo Ross.
—Quizás. Habría que verlo. Pero permítame ser más explícito. Si se propone su candidatura, ello no le acarrearía el más mínimo gasto. Como sin duda usted sabe, rara vez se aplica ese criterio. Si lo eligen, ocupará su escaño hasta el fin del parlamento actual, sea cual fuere la duración del mismo. En ese momento, usted decidirá si desea continuar… y por mi parte, yo también tomaré una decisión. Puede tratarse de un año, o incluso de varios años. No gozo de la confianza de Pitt.
—Pero ¿usted pretendería que yo votase de acuerdo con sus instrucciones?
—No según mis instrucciones. No soy Falmouth. Pero en general, sí deseo que apoye a Pitt. Por supuesto, habrá ocasiones en que mi colega de Penryn y yo, así como otros —y usted mismo— desearemos seguir una línea independiente.
—¿Individual o colectivamente?
Sir Francis lo miró.
—Colectivamente.
Continuaron caminando. No habían tomado el camino directo que conducía a la explanada, avanzaban paralelamente a la elevación de la colina.
—Mi proposición le parece inesperada. Tómese una semana para considerarla antes de contestar —añadió Basset.
Ross inclinó la cabeza, asintiendo.
—Mi padre solía citar a Chatham, quien afirmó que los burgos corrompidos de Inglaterra eran excrecencias que debían ser amputadas para salvar de la enfermedad a todo el cuerpo. Siempre acepté su opinión, sin molestarme en comprobarla; pero sospecho que será difícil eliminar ese prejuicio.
Se apartaron del sendero principal, y Basset lo guió entre los matorrales, hasta que llegaron a otro sendero, más estrecho, que también seguía una línea ascendente. Durante unos minutos caminaron en fila india, después sir Francis se detuvo para tomar aliento y volvió los ojos hacia la casa.
—La diseñó Thomas Edwardes, de Greenwich… el mismo que agregó el campanario a Santa María, de Truro. Si tenemos en cuenta que la casa es relativamente moderna, podemos afirmar que armoniza muy bien con el paisaje…
—¿No me dijo usted que el cielorraso de la biblioteca había sido realizado hace poco?
—Reconstruido. No me agradaba el diseño anterior.
—Estoy ampliando un poco mi casa, y pronto necesitaré un yesero. ¿Utiliza los servicios de algún artesano local?
—De Bath.
—Oh… ¡Está muy lejos!
—Recuérdemelo, y le indicaré su nombre cuando volvamos a la casa. Es posible que vuelva a esta región, y combine una serie de encargos.
—Gracias. —Continuaron caminando.
—Poldark, ¿usted tiene un hijo? —preguntó Basset.
—Hasta ahora, un hijo y una hija.
—Puede considerarse afortunado. Nosotros tenemos sólo a Francis. Una joven dotada, con talento musical; pero no tenemos un varón. Ahora parece probable que ella herede toda mi fortuna. No somos una familia prolífica.
—Pero duradera.
—Oh, sí, desde los tiempos del Conquistador. Confío en que el hombre que despose a Francis adopte el apellido.
Ahora estaban cerca de la escalera que conducía a la explanada. Basset agregó:
—Poldark, recuerde mi proposición. Comuníqueme su respuesta en el plazo de una semana. O si desea formularme más preguntas, venga a verme.
IV
Ross y Demelza, y Dwight y Carolina volvieron juntos. Como el camino era estrecho, Ross y Dwight cabalgaban adelante, seguidos por Demelza y Carolina, mientras el criado de Carolina cerraba la marcha. Se oía el blando golpeteo de los cascos en el suelo lodoso, el relincho de un caballo que puntuaba el murmullo de las voces en la penumbra del atardecer. Los murciélagos dibujaban sus formas oscuras sobre el trasfondo del cielo estrellado.
—A propósito de toda esta charla acerca de la guerra y los franceses, te diré que sospecho que mi marido siente hacia ellos cierta secreta simpatía… a pesar del trato que le dispensaron —dijo Carolina—. Simpatiza con toda clase de cosas extrañas. Por ejemplo, no cree que la pena de muerte sea adecuada en ningún caso; ¡afirma que es necesario obligar al criminal a que repare los malos efectos de sus fechorías! Bien, me parece que nunca lograré convertirlo en un auténtico caballero inglés.
—No lo intentes —dijo Demelza.
—No, sería pura pérdida de tiempo, ¿verdad? No le preocupa su propiedad; no le interesan las armas, y ni siquiera es capaz de disparar sobre un conejo. En ocasiones monta a caballo, pero sólo para llegar antes a determinado lugar, y detesta la caza; nunca se emborracha; no grita a los criados. Creo que nuestro matrimonio ha sido un grave error.
Demelza la miró.
—Lo único que me consuela en esta vida matrimonial que acabo de iniciar es que Horace, que antes miraba a Dwight con sombrío resentimiento, ahora le profesa el más sorprendente afecto. Dwight consigue que esa gorda bestezuela le obedezca… aunque no lo creas, a su edad. ¡Se sienta sobre las patas traseras y pide una golosina, y cuando la recibe de manos de Dwight —pero sólo de Dwight— la sostiene en la boca hasta que él le concede permiso para comerla!
—Dwight consigue que la gente haga lo que él quiere —dijo Demelza.
—Lo sé. Tengo que mantenerme siempre atenta. ¿Cómo lo ves ahora?
—Un poco mejor. Pero aún está muy pálido.
—Y delgado como un arenque ahumado. Por supuesto, atiende personalmente su propia salud. Pero aunque consintiera en someterse a los cuidados de otra persona, en todo el distrito no conozco un cirujano o un farmacéutico que merezca confianza.
—Cuando llegue el buen tiempo todo será diferente. Este verano…
—Demelza, es repulsivamente escrupuloso. Pasó la Navidad antes de que pudiese conseguir que solicitara su baja de la marina. Aunque simpatiza con los franceses, continúa dispuesto a combatirlos… Y ahora, a pesar de todo lo que le digo, pretende reanudar su trabajo como médico. Detesto ver que se acerca a los enfermos, y pensar que puede sufrir una infección maligna como consecuencia del contacto con esa gente.
—Carolina, seguramente necesita sólo un poco de tiempo. Hace apenas unos meses que salió de la prisión, y ahora poco a poco recuperará las fuerzas. Comprendo tus sentimientos, pero no puedes hacer otra cosa que mostrarte paciente, ¿verdad? Los hombres son obstinados.
—Como caballos salvajes —dijo Carolina.
Las cabalgaduras continuaron la marcha, y comenzó a soplar una fría brisa nocturna.
—Seguramente se necesita tiempo —observó Demelza.
—¿Qué?
—Un hombre como Dwight necesita tiempo para recuperarse. Tiene suerte de estar vivo. El teniente Armitage me dijo que sus ojos no están bien. Porque trataba de leer en la penumbra…
—Su mala vista aparentemente no impidió que el teniente Armitage te mirara hoy con buenos ojos. Si yo fuera Ross, durante un tiempo te vigilaría de cerca.
—Oh, Carolina, ¡qué tontería! Fue sólo que…
—Querida, de veras creo que si tú y yo entrásemos al mismo tiempo en una habitación atestada de hombres jóvenes, en el primer momento todos me mirarían; ¡pero cinco minutos después los tendríamos reunidos a tu alrededor! Creo que es una diferencia para la cual no veo remedio.
—Gracias, pero no es así. O es cierto sólo con algunos… —Demelza emitió una breve risita, que expresaba al mismo tiempo un sentimiento de temor—. A veces, no consigo ejercer ni siquiera un poco de influencia sobre los seres que me interesan. —Señaló con el látigo una de las figuras que marchaban adelante.
—Son una pareja infernal —dijo Carolina.
—Pero Dwight… probaré con Dwight. La próxima vez que venga a ver a Jeremy o a Clowance… No es justo que él arriesgue tanto, y después de haber pasado tan poco tiempo. Apenas ha llegado a puerto seguro. Si piensas que…
—Sabe qué pienso. Pero quizás otra vocecita le habla de su propia importancia.
Una estrella fugaz cruzó perezosamente el cielo y un pájaro nocturno gorjeó, como si el espectáculo lo alarmase. El caballo de Dwight sacudió la cabeza y le tembló el belfo; ansiaba volver a su establo.
—¿Se lo dirá a Demelza? —preguntó Dwight.
—Naturalmente.
—¿Qué pensará?
—Si en el mundo hay algo imprevisible es lo que Demelza pensará acerca de algo.
—¿Está seguro de que la negativa es lo mejor?
—¿Acaso hay otro camino?
—El cargo le ofrecería grandes oportunidades.
—¿De progreso personal?
—De ejercer su influencia sobre el mundo. Y en su caso, sé que sería una influencia moderadora.
—Oh, sí. Oh, sí. Si uno puede considerarse independiente.
—Bien, acaso Basset no dijo que…
—Además, no me agrada la idea de ser elegido representante de Truro como una suerte de títere, para expresar el resentimiento del pueblo en vista del trato que George Falmouth le dispensa. Si la rebelión triunfa y me eligen, sentiré que el mérito personal que yo pueda tener no representa ningún papel en el asunto. Si fracaso, me sentiré aún más humillado. Por supuesto, nada debo a los Boscawen; que los ofenda o no, no tiene la más mínima importancia práctica. Pero deberé algo a un protector, que en definitiva sabrá aprovechar la situación.
—Basset es el más instruido de los terratenientes de la región.
—Sí, pero usa el poder para sus propios fines. Y se muestra extrañamente inquieto respecto de sus propios compatriotas.
—El problema es muy antiguo —dijo Dwight con sequedad—. La Carta Magna tuvo el propósito de liberar de la tiranía a los barones, no al pueblo común.
Continuaron la marcha en silencio. Ross estaba absorto en sus pensamientos. De pronto, dijo:
—Demelza dice que soy demasiado sentimental respecto de los pobres. Lo que representa una costumbre peligrosa si se quiere tener el vientre siempre lleno. No dudo de que el bien y el mal están equitativamente distribuidos en todas las clases… Pero ese disturbio en Flushing, que alguien, —creo que fue Rogers— mencionó esta tarde… fue el mes pasado, ¿verdad?
—Así es.
—¿Sabe lo que ocurrió? Mi prima Verity me relató el episodio. Unas cuatrocientas personas entraron en Flushing, desesperadas y armadas de varas y garrotes, dispuestas a apoderarse de un cargamento de grano traído por un barco; su actitud era muy decidida. No había naves de guerra en el puerto y nadie que pudiese contener a la turba; sólo algunos hombres dedicados a almacenar el grano… y casas bien amuebladas y mujeres de la clase alta; todo estaba preparado para el saqueo.
»Pero alguien depositó sobre un saco de grano a un niño de buena voz y le dijo que cantase un himno. Así lo hizo, y casi inmediatamente uno por uno los hombres comenzaron a descubrirse, y a unirse al coro general. En fin, la mayoría era metodista. Concluido el himno, todos se volvieron en silencio y se retiraron, llevándose sus varas y sus garrotes, de regreso a Camón o Bissoe, o a otras aldeas.
Después de unos instantes, Dwight dijo:
—Cuando se escriba la historia de nuestro tiempo, quizá se hable de dos revoluciones. La Revolución Francesa y la Revolución Inglesa… es decir, metodista. Una busca la libertad, la igualdad y la fraternidad a los ojos de los hombres; la otra busca la libertad, la igualdad y la fraternidad a los ojos de Dios.
—Esa observación es más profunda de lo que parece —dijo Ross—. Y sin embargo, veo que estoy luchando contra una, mientras sospecho de la otra. La naturaleza humana, incluso la mía es abominable.
—A mi juicio, la verdad —dijo Dwight— es que el hombre nunca será perfecto. Por eso jamás consigue alcanzar sus ideales. Sean cuales fueren sus metas, el pecado original viene a confundir su mente.
Ahora estaban aproximándose a Bargus, donde confluían cuatro parroquias.
—No puedo ser criatura de Basset, del mismo modo que no amo a los franceses —dijo Ross irritado—. No se trata de que me considere superior a nadie… ocurre sólo que mi cuello muestra más rigidez. En mi condición de pequeño caballero rural, soy independiente. En la de miembro del Parlamento, bajo la protección de un gran terrateniente, dígase lo que se quiera perdería mi libertad.
—Ross, a veces uno acepta compromisos con el fin de conseguir una pequeña parte de lo que desea.
En una súbita variación de humor, Ross se echó a reír.
—En ese caso, permítame proponer su nombre a sir Francis en lugar del mío. ¡Después de todo, usted ahora es un terrateniente más importante que yo, y mucho más rico!
—Sé que todo lo que Carolina tiene ahora me pertenece, pero se trata de una jugarreta legal de la que me propongo no hacer caso. No, Ross, no discutiré más. Solamente deseaba mostrarle la otra cara de la moneda. En la Cámara hay hombres honrados y hombres venales… yo diría que el propio Basset, y también Pitt, Burke, Wilberforce, y muchos otros. Sea como fuere…
—¿Qué pensaba decir?
—Aquí nos separamos. ¿Desea que nuestro criado le acompañe el resto del camino?
—Gracias, no, llevo pistola. ¿Qué quería decirme?
—Un pensamiento fugaz… entiendo que cuando usted rehusó el nombramiento de juez, ofrecieron el puesto a George Warleggan. Quería decir que felizmente no corremos el riesgo de que en este caso ocurra lo mismo. En efecto, George está muy interesado en colaborar con los Boscawen.