Capítulo 10

Durante el largo viaje de regreso con Dwight, Demelza se sintió desgarrada entre el pensamiento de que había abandonado a Ross en una situación que podía llegar a ser crítica, y la convicción más firme de que ella ya no podía continuar acompañándolo en Londres. Se había llegado a una situación imposible y el único modo de afrontarla era separarse. Hacerlo podía determinar ciertos efectos en la vida futura de ambos, pero no sería peor que el riesgo que correrían si ella continuaba en la ciudad.

A medida que se acercaban a Cornwall, Demelza trató de desechar la amargura y el dolor de una visita a Londres que había parecido tan prometedora y que había comenzado tan bien. No importaba lo que Ross sintiera cuando volviese —no importaba cuál fuera el destino de su matrimonio—; ahora, en pocos días, después de unas horas, de unos minutos, volvería a reunirse con sus hijos, su hogar, sus amigos, incluso sus criados, y todo —excepto Ross— lo que más le importaba en el mundo. Debía concentrar en eso sus pensamientos.

Era extraño volver a Cornwall después de su primera ausencia. Volvió a contemplar las tierras estériles, pero también aspiró instantáneamente aquel aire suave, parecido a un tónico. Percibió la indigencia y el desorden general de la región, comparados con los distritos bien cuidados y prósperos que ella había atravesado. Advirtió nuevamente que en Cornwall no había tanta distancia entre ricos y pobres. Con una o dos excepciones, las grandes residencias eran mucho más pequeñas que en otros distritos, y su número mucho menor. Hasta donde ella podía juzgar, los pobres de Cornwall no eran tan pobres, y los nobles rurales armonizaban mejor con el resto de la población.

El único modo de trasladarse de Truro a Nampara era alquilar caballos, y eso hicieron. Demelza quiso que Dwight fuese directamente a Killewarren, pero él insistió en acompañarla hasta Nampara. Llegaron a la casa, y de pronto hubo gran conmoción y gritos de placer, le arrancaron el sombrero, se vio rodeada por un par de brazos regordetes y otro par de brazos delgados, y Jane y John Gimlett vinieron a saludarla, y lo mismo hicieron Betsy María Martin y Ena Daniel, y el resto de la gente. De pronto, Clowance se echó a llorar ruidosamente, y cuando le preguntaron la causa, contestó que lloraba porque también mamá estaba llorando. Demelza dijo que todo eso era una tontería, ella nunca lloraba, que tenía una cebolla en el bolsillo, pero cuando exigieron verla sólo pudo mostrar una naranja. Cuando Dwight se volvió, para iniciar la marcha en dirección a Killewarren, Demelza le pidió que se quedara a pasar la noche. Sabía que ningún niño lo esperaba para darle la bienvenida, pero él negó con la cabeza y dijo que necesitaba ver cuanto antes a Clotworthy.

Al día siguiente, en Nampara se charló sin descanso. Los niños estaban bien, pese a que Jeremy había estado a las puertas de la muerte a causa de un forúnculo en el brazo. Por lo menos eso era lo que decía Jeremy; pero pronto se descubrió que esa era ahora su frase favorita. La había oído en boca de la señora Martin, y le había agradado tanto que la usaba siempre que podía. Clowance había crecido realmente, aunque todavía no mostraba indicios de perder su grasa de cachorro. Demelza pensó que ninguno de los niños parecía muy limpio. Aunque probablemente se les había dispensado más atención que cuando Demelza estaba en casa, se les veía un tanto desaliñados y descuidados. Era muy extraño. Les faltaba la lamida de la mamá gata.

Además, durante su ausencia no todo se había desarrollado sin tropiezos entre los criados. Mientras ella vivía en la casa, solía reinar tranquilidad total. Ahora, parecía que la señora Kemp se había dado aires (o no había hecho lo suficiente), que Jane Gimlett había tenido que lidiar con la desobediencia de Betsy María Martin (o se había mostrado excesivamente dura con ella), que John Gimlett no había dicho a Jack Cobledick que debía hacer algo con los cerdos (o había tenido que hacer algo que Cobledick había omitido). Y así, una vez y otra y otra, en apartes respetuosos o no tan respetuosos, hasta que Demelza dijo en privado a cada uno que no deseaba oír una palabra más, que se alegraba de haber vuelto a casa y que en adelante todo debía retornar a la armonía anterior.

Todo esto hubiera debido ayudarla a olvidar los episodios vividos en Londres, o por lo menos a que quedaran en un segundo plano. En cambio, la relación con las cosas conocidas con todas las preocupaciones de una intensa vida de familia acentuaron su conciencia de todos los detalles de su estancia en Londres, del mismo modo que una luz intensa acentúa las sombras. Como Zacky había escrito, la producción había aumentado durante el mes de octubre. Ahora informó a Demelza que también en noviembre había crecido. El producto de la mina se había vendido bien en Truro, y en general los precios habían aumentado. La Wheal Maiden continuaba negándose a producir estaño, pero ahora comenzaba a extraerse una modesta proporción de cobre rojo, no muy distinto del que se había obtenido en la Wheal Leisure, clausurada poco antes. También se obtenían pequeñas cantidades de plata y plomo con plata. Estos últimos minerales nunca se obtenían en cantidades tales que justificasen los gastos de explotación de una mina, pero como subproducto eran un pequeño aporte que acrecentaba las ganancias.

El segundo día Sam vino a visitarla. Besó a su hermana, un gesto que, según lo veía Demelza, era ejecutado siempre con una mezcla de respeto y ceremonia religiosa. Era la hermana mayor y la esposa del señor, pero también era su hija en Cristo. Demelza preguntó inmediatamente acerca de Drake.

—Regresó al taller de Pally, como tú… como Ross le pidió… y está trabajando. Se reparó el techo, se encaló por fuera la pared, y se compraron y fabricaron algunos muebles. Tu amable envío de cortinas, alfombras y esterillas ha sido bien aprovechado. Recuperó sus clientes —es decir, los que había perdido—, y pronto cultivará el campo. Pero aún no ha salido del pozo de depresión al que cayeron su espíritu y su alma. Temo que los dolores del Infierno le hayan dominado, y que aún esté alejado de Dios.

—Sam —dijo Demelza—, como te dije antes, mi preocupación por Drake no es igual a la tuya. Por supuesto, quiero que sea feliz en la otra vida. Pero ahora me interesa su felicidad en esta. Pregunto acerca de su ánimo, no de su espíritu.

—Hermana —dijo Sam—, Drake se muestra callado y discreto… y como tú bien sabes, ese no es su carácter.

—¿Habla con Rosina?

—No, que yo sepa. Creo que no habla con ella.

Demelza se puso de pie y se recogió un mechón de cabello que le cubría la cara. Sam la miró; Demelza se había puesto un vestido liviano, color crema, y de la cintura le colgaban unas llaves. Sam pensó que ella aún parecía muy joven. Pero estaba pálida. Y no se la veía tan bonita como de costumbre. Como si algo estuviera agobiando su espíritu.

—Hermana, ¿tienes dificultades en tu vida? ¿Tu cuerpo o tu alma están perturbados? —preguntó Sam.

Demelza sonrió.

—Sam, tal vez un poco ambos. Pero es algo de lo cual no puedo hablar.

—Siempre alivia el alma abrir el corazón a Cristo.

—Tampoco eso puedo hacer. Aunque quizá lo lamente… Pero hablame de Drake. ¿Te dijo… te explicó lo que ocurrió cuando fue a Truro?

—La señora Whitworth no quiso verlo. Lo rechazó como si hubiera sido un extraño. Drake dijo que había cambiado tanto que a él le costaba reconocerla. Que estaba casi loca. Y, por supuesto, ahora miraba desde arriba a Drake. En fin… De todos modos, hubiera sido una mala unión, pero Drake no lo comprendió hasta que fue demasiado tarde… ¿Te dije que vinieron dos condestables…?

—¿Cuándo? ¿A tu casa? ¿Por qué?

Demelza escuchó el relato de Sam con un sentimiento de opresión en el corazón, pensando por momentos en la monstruosa sospecha implícita en la visita misma, y por momentos en Ross, preguntándose si alguien iría a buscarlo. Si lo hacían, y ella no estaba, ¿qué le obligarían a confesar? Se le revolvió el estómago. Si en Cornwall la ley se había tomado la molestia de extender la mano para tocar a Drake, la ley de Londres, que sin duda era mucho más eficiente y mucho más severa, no podía dejar de actuar contra Ross.

—Y yo pensé que si lady Whitworth había procedido así…

Volvió la atención hacia Sam con dificultad.

—¿Qué quieres decir?

—Bien, la señora Whitworth —Morwenna— decía que amaba a Drake. Si lo rechazó así… de un modo tan duro y hostil… en fin, pensé que si lady Whitworth creyó que Drake tenía algo que ver con la muerte del señor Whitworth, Morwenna podría haber pensado lo mismo.

—¿Quieres decir que por eso lo rechazó?

—Tal vez.

Demelza pensó un momento y después negó decididamente con la cabeza.

—Al margen de otras cosas, si Morwenna llegó a querer a Drake sin duda lo conoció bien. Y nadie que conozca bien a Drake puede sospechar que haya hecho nada semejante.

Caminaron unos pasos. ¿Cuándo regresaría Ross de Londres? Quizás en unos días. Tal vez ya había partido, si se lo permitían… ¿Qué consecuencias tendría para él, se preguntó Demelza, la lectura de la nota que le había dejado? Ahora, la relación entre ambos parecía un verdadero callejón sin salida. Todo lo que hacían, decían o pensaban ocupaba un espacio limitado por el orgullo herido y la incomprensión.

—¿Qué dijiste, Sam? Disculpa.

—Estaba pensando… cuando fuiste a Tehidy… ¿no pudiste verla?

—Cuando estuve en Tehidy ella ya no vivía allí. Ross estuvo dos o tres veces, pero apenas la conocía. ¿Deseas que pregunte?

Sam apretó los puños.

—No. Está casada, y ruego a Dios que sea feliz. Dejémoslo así.

Demelza dijo amargamente:

—En Londres dicen que el camino del Infierno está empedrado de buenas intenciones. Parece que es el resultado de todas mis buenas intenciones, tanto las que se refieren a mis hermanos como las que tienen que ver conmigo.

Sam apoyó una mano en el brazo de Demelza.

—Nunca digas eso, hermana, nunca lamentes nada de lo que hagas respondiendo a la bondad de tu corazón.

II

Dos días después, Demelza caminó los ocho kilómetros que la separaban de Drake. Pensó que la vida en Londres había sido excesivamente sedentaria y que quizás el ejercicio le ayudaría a calmar la inquietud de su corazón.

Se decía que Jud Paynter estaba muy enfermo: y aprovecharía la oportunidad para ir a visitarlo. Demelza no deseaba que nadie más muriese.

Atravesó el valle, con el arroyo de aguas rojizas que burbujeaba a un lado, y vio la Wheal Grace, de la cual se elevaban columnas de humo. Oyó el repiqueteo de las prensas, los rebuznos de los asnos, el traqueteo de los carros (después de todo, ¿sería Londres tan ruidosa?). Dejó atrás la Wheal Maiden, descendió hacia la iglesia de Sawle y recorrió el camino que conducía al bosque de Sawle. Las cabras pastaban en el páramo desnudo. Vivían cómodamente de lo que otros animales domésticos no podrían subsistir. (De veras, también debía visitar a los Nanfan, pues Char había estado enferma).

Cuando llegó a la choza de los Paynter vio con alivio que Jud estaba sentado en la cama y que no tenía un aspecto muy distinto del que era habitual en él. Sí, estaba más delgado —parecía un bulldog deprimido— pero se quejaba tanto como siempre y comía todo lo que se le ponía por delante. Prudie reconoció que había estado un tanto enfermo; pero en realidad, aclaró la misma Prudie, sólo eran gases y bilis, y todo venía de que el último miércoles se había emborrachado en la taberna de Tweedy, y después había equivocado el camino de regreso yendo a caer en el estanque de maderas de Parker; y era una lástima que no se hubiese ahogado, porque de esa manera hubieran concluido todos los problemas.

Los estanques de madera eran restos de un arroyo seco, donde se guardaba la madera antes de usarla. La madera depositada en ellos generalmente era muy grasa, y Jud lamentaba amargamente el hecho.

—¡Ya antes me sentía mal, te lo aseguro! No, no tuvo nada que ver con las copas. Yo estaba sobrio y volvía a casa caminando despacio, como un caracol. El sombrero en la cabeza, la bufanda en la boca. Caminaba a casa despacio como un caracol, estaba cansado de tanto trabajo que tuve a causa de la viuda Treamble. Era una mujer de cuerpo grande, y arreglamos lo mejor posible su ataúd para meterlo en el agujero. Dijeron que no entraba bien en el ataúd si la poníamos como a todo el mundo, de modo que hubo que ponerla de lado. ¡Y así se quedará, de lado hasta el día del Juicio! ¿Y quién sabe qué dirá el Señor Dios cuando vea una mujer que sale de lado de su ataúd? Sin duda le causará impresión; ¡qué vergüenza, que El vea ese espectáculo!… Y me gustaría saber si no ocurrirá lo mismo contigo, Prudie, cuando te llegue el turno.

—Eso será después que tú hayas ido al hoyo —dijo Prudie.

—Bien, ahí estaba yo, volviendo a casa, sobrio como un juez, o tal vez más sobrio, y entonces llego al puente… ¡sólo tenía que caminar diez pasos y empecé a cruzarlo, y apenas puse el pie en la tabla, la tabla empezó a caer! Y cayó, y cayó, y cayó, como si uno estuviese en un camino helado cubierto con mierda de ganso. Di un paso, y después otro, y comencé a caer también yo, y de pronto sentí que no tenía dónde apoyarme, y caí al agua. Cada vez más hondo, me hundía cada vez más hondo, y empecé a tragar agua, y tenía gusto a orina. ¡Felizmente, tuve valor para encontrar el camino de regreso a casa! ¡Y después, enfermé!

—Pero nunca antes estuvo sano —dijo Pruebe—. Y nunca lo estará. Así llegará al día del Juicio Final. Y quizá ni siquiera entonces. Cuando el sol se enfríe, Jud Paynter todavía no se habrá curado. Porque la verdad, ¡tú ni siquiera al nacer estuviste sano!

Demelza estuvo allí unos veinte minutos, escuchando las murmuraciones de la aldea, y después escapó al aire más limpio del camino. Cuando Prudie la siguió, Demelza le entregó la acostumbrada media guinea. Prudie demostró un patético agradecimiento; y mucho antes de que Demelza se alejara, alcanzó a oír el rumor de la discusión que se reanudaba en el interior del cottage.

Atravesó Grambler, pasó frente a la entrada de Trenwith y siguió el desvío que ahora todos aceptaban para evitar la entrada en la propiedad de Warleggan. Después, se dirigió en dirección a la caleta de Trevaunance y Place House, casi invisible a la distancia. Allí encontró algunos bueyes, usados para trabajar un campo, y pudo oír a los niños que los empujaban con cantos rítmicos de aliento: vamos, Fallow, vamos, Castaño. Ahora, Tártaro, ahora, Conde. Vamos, Fallow, vamos, Castaño, vamos Tártaro, vamos, Conde. Y así, el canturreo continuaba interminablemente. Se detuvo para mirarlos un momento. Una masa de nubes, como una manta de lana, colgaba sobre el mar.

Ahora, descendió la colina en dirección al taller de Pally.

Drake herraba un caballo mientras su propietario esperaba. Dirigió una rápida sonrisa a su hermana, y el campesino se llevó la mano al sombrero.

—No tardaré mucho.

—No tengo prisa —dijo Demelza, y entró en la casa.

III

Bebieron una taza de té y conversaron largamente. Al fin ella se preparó para partir. Drake le había dicho más de lo que había revelado a nadie; en parte, porque ella era su hermana bienamada, a quien no veía desde hacía dos meses y medio, en parte porque la última y definitiva tragedia había ocurrido siete meses antes. Deprimida por sus propios recuerdos de episodios recientes, ella le escuchó con más simpatía que de costumbre.

—No me casaré nunca —dijo Drake—, y no creo que Sam lo haga. Todo ha… terminado. Ahora siento poco o nada. Y como antes, me dedico a trabajar. Trabajo y trabajo. ¡Creo que llegará el día en que seré rico! —Rio—. Creo que si uno desea hacer dinero, es bueno sufrir de un amor contrariado. Hay poco más en qué pensar.

—Tú no piensas en hacer dinero.

—No. No pienso en ello: ¡me limito a trabajar y el dinero viene a mí!

—Drake, ¿recuerdas la última Navidad? Bien, este año Carolina quiere celebrarla allí, en Killewarren, en lugar de Nampara. Fuera de eso, será lo mismo. Si ella ofrece la fiesta, y nosotros vamos, quiero que prometas venir como el año pasado.

—¿Si vosotros vais?

—Bien… depende. Después de mi viaje a Londres, depende. No sé qué pensará Ross de la celebración de la Navidad…

Drake miró la expresión del rostro de su hermana y percibió la gravedad de los problemas que esperaban al regreso de Ross.

—Pero incluso si Ross y yo no vamos, o va uno solo, desearía que tú asistieras. Sé que Carolina te invitará, lo mismo que a Sam. El hecho de que ellos sean ricos no debe impedirte aceptar. Son mis amigos más queridos.

—Ella ha sido muy buena conmigo. Siempre me envía trabajo. Y a veces, cuando vivía aquí, solía venir a charlar, como si fuésemos iguales.

—Ya lo ves.

—Hermana, esperemos la llegada de la Navidad.

Demelza elevó los ojos al cielo. La cortina de nubes ahora se había extendido.

—Tengo que irme. Les dije que no me esperaran a almorzar.

—Amenaza lluvia. Quédate y come conmigo.

—Hoy no, Drake. Pero gracias.

—Te acompañaré parte del camino…

—No, perderás clientes…

—Los clientes pueden esperar.

La acompañó hasta el bosque de Sawle. Había descendido una bruma húmeda. Él la miró alejarse en la tarde gris y nublada, la capucha de la capa en la cabeza, la larga falda gris, los zapatos sólidos, hasta que se perdió de vista entre los pinos de la Wheal Maiden. Después, Drake se volvió y caminó de regreso a su casa, la cabeza inclinada para protegerla de la suave lluvia que había comenzado a caer.

Cuando llegó, el campesino Hancock lo esperaba. Parecía impaciente. Había traído dos bueyes para que los herrasen. Esa mañana había enviado a un niño con el fin de que avisara a Drake y Drake lo había olvidado. De modo que estuvo atareado la hora siguiente. Después que Hancock se marchó Drake cortó un par de rebanadas del jamón que había comprado la víspera a los Trevethan, que habían sacrificado un cerdo. El jamón con pan y té y dos manzanas era una buena comida, y apenas concluyó otro cliente lo tuvo atareado hasta las cuatro.

Así pasaba los días. La noche ya no estaba lejos, y los dos mellizos Trewinnard vinieron del campo, donde habían estado trabajando; estaban empapados y deseaban volver a casa. Drake los dejó partir, y caminó hasta el portón de entrada de su patio para verlos alejarse por la colina, en dirección a Santa Ana.

En invierno había menos trabajo; pocos clientes venían después del oscurecer y las largas veladas que Drake solía dedicar antes a fabricar palas, escaleras y otras cosas que vendía en las minas, ahora, después del incendio, las consagraba a fabricar muebles que reemplazaran los que había perdido en el incendio. Era una tarea mucho más difícil, pero también era una de las pocas cosas que, una vez ejecutadas, le satisfacían del todo. Al comienzo, había usado madera inferior; pero últimamente había comprado roble y nogal de buena calidad y había decidido rehacer todas las piezas que antes había recompuesto rápidamente para salir del paso.

Bien, no tenía sentido quedarse allí, dejando que la lluvia le mojase el rostro. Ya no vendría nadie. Tenía que alimentar a las gallinas y a varios gansos que estaba engordando para sacrificarlos en Navidad.

Se apartó de la entrada y su ojo agudo vio de pronto a un hombre cubierto con una larga capa que descendía la colina llevando una maleta. Venía de Santa Ana. Parecía vacilar, y no saber muy bien qué rumbo tomar; y en efecto, Drake lo vio detenerse a la entrada de un cottage —el de Roberts— y, según le pareció, preguntar el camino. La señora Roberts señalaba un lugar al pie de la colina. El hombre siguió caminando. No iba muy bien vestido, pero tenía un aire demasiado respetable como para que se le confundiese con un vagabundo o un mendigo.

Drake entró en el cobertizo, en busca de comida para los animales. Depositó el grano en un cuenco para distribuirlo más fácilmente y dio de comer a unas pocas gallinas, viendo cómo corrían hacia él con sus patas largas y desgarbadas, para después picotear distintos lugares del patio en busca del alimento que él había arrojado.

Oyó el chasquido del cerrojo de la entrada y salió otra vez. Allí estaba la figura, y decía:

—¿Tendría la bondad de decirme…?, oh. —Y después, con voz desmayada—: ¡Drake!

Drake dejó caer el cuenco, que rodó hasta detenerse en un rincón, desparramando el resto de la comida.

—Oh, amor mío —dijo—. ¿Has venido a casa?

IV

Morwenna se sentó frente a Drake en el cuartito, los cabellos aún empapados de lluvia, las pestañas de sus ojos miopes cargadas de lágrimas. Se había quitado la capa, y estaba sentada, con su vestido de lana marrón, como un ave alta y mojada que viene en busca de refugio, pero que está dispuesta a remontar vuelo una vez seca y descansada. Drake se había arrodillado para desabrocharle los húmedos zapatos negros de punta roma, pero ella había evitado el contacto. Ahora, sostenía en la mano una taza de té, y con ella se calentaba las manos, y trataba de no temblar.

—Salí esta mañana —dijo, hablando de prisa, sin pausas—. Esta mañana temprano; al principio pensé… pensé dejar una nota, pero me pareció que era… cobarde, pensé que, si antes a veces fui cobarde, ahora ya no podía serlo, de modo que fui a su dormitorio antes de que se levantara y le dije lo que pensaba hacer. Al principio, se me rio en la cara… no me creyó… y cuando vio que yo hablaba en serio, comenzó… a hincharse de cólera. Era algo… algo que también le ocurría a Osborne… se agrandaba cuando estaba enojado, o fastidiado… o contrariado.

Él la miró en silencio, casi incapaz de creer que estaba allí, en su propia casa.

—Dijo que me lo impediría, que llamaría a los criados para que me encerraran… y que después me internaría en un asilo, como cierta vez había querido hacer Osborne. Le dije que no tenía derecho… nadie tenía derecho a hacer eso… ahora era viuda. Y de todos modos le pregunté qué podía importarle yo. ¿Por qué le preocupaba lo que yo hiciera? Para ella representaba un gasto y una molestia; y pensaba dejarle mi hijo… mi hijo.

—No hables, Morwenna, si eso te perturba.

—Drake, deseo hablar; debo hablar. Debo decirte todo lo que pueda…

Aquí, Morwenna se sofocó y permaneció callada un momento. El té caliente le estaba coloreando las mejillas.

—De modo que cuando se cansó de gritarme… dijo que estaba bien, que podía irme, pero que sólo podía llevarme lo puesto y que si me marchaba jamás volviera, ni siquiera arrastrándome. Dije que me iba, y que nunca volvería… ni arrastrándome ni de ningún otro modo. En fin, salí y caminé hasta una granja próxima, y el campesino me llevó en su carro a Grampound, y allí, después de esperar varias horas, llegó la diligencia que va a Truro; en Truro tuve que esperar de nuevo, hasta que encontré un carro que venía en esta dirección. Llegué a Goombell, y después… caminé; tuve que preguntar muchas veces porque en realidad no tenía idea… del lugar en que tú vives.

Él la miró, la miró incansable. La última vez que la había visto así, cara a cara, mientras ambos conversaban serenamente, había sido más de cuatro años antes. Comenzaba a reconocer a la Morwenna cuyo recuerdo él conservaba. De pronto, ella lo miró, y Drake desvió los ojos.

—¿Has comido?

—Esta mañana.

—Tengo un poco de jamón. Y un pedazo de queso. Y hay manzanas. Y pan.

Morwenna negó con la cabeza, como si el asunto careciese de importancia.

—Te traeré una manta para abrigarte —dijo Drake.

—Drake, tengo que explicarte lo que ocurrió en abril.

—¿Importa ahora?

—Para mí, sí. Tengo que decírtelo. Aunque te duela.

—Entonces, dilo. De todos modos, no me importa.

Morwenna se recogió varios mechones de cabellos húmedos.

Sus ojos eran como dos manchas negras en la sombra.

—¿Sabes que nunca quise a Osborne?

—Le odiabas.

Ella meditó un momento.

—Mira, cuando yo era joven no sabía qué era el odio. Nunca… nunca odié a nadie. Sólo después de casarme. Es terrible. Destruye todo lo bueno que uno tiene. Fui como una niña que en pocos meses se convierte en anciana. —Se estremeció—. Desearía olvidar todo lo que jamás sentí por él… o por otro hombre. Drake, ¿puedo limitarme a decir que nunca quise a Osborne?

—Sea.

—Después de nacer John… mi hijo, estuve enferma, y mi enfermedad del cuerpo y del espíritu se agravó todavía más cuando descubrí que, mientras yo estaba enferma, Osborne había tomado otra mujer. No puedo decirte quién era, pero fue tan degradante para mí… tan degradante… ¡aunque de ningún modo quería volver con él!… ¡Oh, mi relato es muy confuso!

Drake se puso de pie, retiró la taza de Morwenna, la llenó nuevamente y se la devolvió. Vio de nuevo que ella parecía encogerse cuando él la tocaba.

—Y después de varios meses… no recuerdo cuántos… esa mujer se fue, y él quiso reanudar su relación conmigo, rehusé… y tuvimos horribles peleas. Insistí en negarme y formulé terribles amenazas. Durante mucho tiempo —creo que fueron dos años— no le permití que me tocase… Pero después, apenas seis meses antes de su muerte, vino a mi cuarto… bien, se impuso por la fuerza. Y después. Mira, no fue una sola vez. Recomenzó, y lo repitió, lo repitió, una vez, otra vez…

Drake cerró los puños.

—¿Es necesario que me cuentes esto?

—¡Sí! Necesito explicar que cuando murió yo me sentía contaminada, como si la idea misma del contacto entre un cuerpo y otro… no importaba qué cuerpo… me provocase náuseas y locura. A veces, antes, cuando me negaba, decía que yo estaba demente… pero me sentí más cerca de la locura después que él murió, después de su muerte más que en cualquier otra circunstancia de mi vida. ¿De veras comprendes, Drake? Todo lo que era… todo lo que era bello entre nosotros, todo lo que era tierno y verdadero… todo lo que quizá pudiera ser bueno entre un joven y una muchacha… aunque me parece difícil creer que muchos lo sintieran tan profundamente como nosotros… todo, todo se convirtió en fealdad, bestialidad, bajeza…

Depositó la taza sobre la mesa, la mano insegura. El fuego que Drake había encendido crepitaba, y el ruedo de la falda de Morwenna comenzaba a secarse.

—Cuando tenía quince años, cierta vez fui con mi padre a Saint Neots, donde él predicaba. De regreso a casa, al día siguiente, presenciamos una cacería y vi matar a un joven venado… nunca lo olvidaré. De pronto, su gracia y su belleza se desplomaron sobre una roca y apareció un cuchillo que le abrió el vientre, y le arrancaron las entrañas, el corazón, el hígado y las tripas, ¡y humeantes las arrojaron al suelo, para que hediesen al sol!

—¡Morwenna!

—¡Pero era el mismo venado, Drake, el mismo venado! Y cuando tú llegaste, yo sólo pude ver ese contacto físico entre dos cuerpos que me asqueaba profundamente, y mí carne que se estremecía y temblaba, y mi estómago que vomitaba. Ya ves que yo estaba… un poco… que todavía estoy un poco… loca.

—Amor mío…

—Además —dijo Morwenna—, descubrí… supe la semana que él murió… que de nuevo me había quedado embarazada.

—¿Entonces…? —Él la miró, e instintivamente desvió los ojos hacia la cintura de Morwenna.

—Lo perdí… hace dos meses. Oh, sin intención. No hice nada. Pero creo que tal vez el pobrecito supo que yo… le odiaba. ¡Qué palabra! Dije que no volvería a usarla. Perdí a mi hijo. Sencillamente, ocurrió.

Drake respiró hondo.

—¿Y ahora? Ahora estás aquí.

—Ahora, sentí que por lo menos podía venir a verte.

—Ojalá sea más que eso. Si no vives aquí, ¿adónde podrías ir?

—A Trenwith.

Drake no habló, se acercó al fuego para avivarlo; después, descendió de prisa los dos peldaños que le separaban de la cocina, cortó un pedazo de pan y extendió sobre él varias tajadas de jamón, y puso todo sobre un plato.

—Come esto.

—No quiero.

—Lo necesitas. Tienes que comer después de tantas horas de ayuno.

De mala gana, Morwenna mordisqueó una esquina, masticó y tragó, mordió de nuevo. Él la miró. Después de comer algo, ella le dirigió una sonrisa descolorida.

—¿Por qué Trenwith? —preguntó Drake.

—Es el lugar más apropiado. Los padres de mi prima viven allí.

—¿Deseas verlos?

—Siempre se mostraron buenos conmigo.

—Pero has venido aquí primero.

—Tenía que verte… explicarte.

—¿Eso es todo?

—Sí… eso es todo.

Entre ellos se hizo un prolongado silencio.

—Cuando fui a verte a Truro, pensé traerte, pedirte que te casaras conmigo después de una espera decente. Yo tenía… tanta prisa… un impulso… tendría que haberlo pensado mejor.

—No podías saber lo que acabo de contarte.

—Pero ahora… Morwenna, ¿te casarás conmigo?

Ella movió la cabeza, sin mirarlo.

—No puedo, Drake.

—¿Por qué no?

—Por todo lo que te conté. Porque siento lo que siento.

—¿Qué quieres decir?

—Puedo darte muy poco.

—Puedes darme tu propia persona. Es todo lo que deseo.

—Es precisamente lo que no puedo hacer.

—¿Por qué no, amor mío?

—Drake, no lo has entendido. Porque todavía estoy… contaminada… mentalmente contaminada. No puedo pensar… en el amor… en lo que significa el matrimonio… sin sentir asco. Si ahora me besaras quizá no temblase, porque otras personas ya me han besado. Podría ser nada más que… un saludo. Pero si me tocaras el cuerpo me retraería en seguida, porque recordaría al instante cómo eran sus manos. ¿Viste lo que ocurrió cuando trataste de desabrocharme los zapatos?

—Sí.

—Bien, sobre todo no puedo soportar… que me toquen los zapatos. Pero lo mismo ocurre con todo lo demás. Porque estoy loca. Un poco. En ese sentido. ¡La idea de… acostarme con un hombre… el contacto físico, y lo que sigue… la idea misma…! —Inclinó la cabeza.

—¿Incluso conmigo?

—Incluso contigo…

Retiró del bolso los anteojos y los limpió con un pañuelo.

—Tuve que quitármelos mientras venía hacia aquí porque la lluvia me cegaba. Ahora, puedo verte mejor, Drake —dijo con voz neutra—. Tengo que irme. Gracias por haberme recibido tan bien. Después del trato que te di en abril has sido muy bueno, muy amable.

Drake se puso de pie, pero no se acercó, mantuvo la distancia.

—Morwenna, tengo que decirte que poco antes de que el… el señor Whitworth… muriese, me había comprometido con una joven de Sawle… se llama Rosina Hoblyn. Pensé que jamás podría tenerte. La gente que me quiere opinaba que estaba malgastando la vida. Y en efecto, así era. En fin, me comprometí con Rosina. Pero cuando supe que él había muerto, fui a ver a Rosina y le pedí que me liberase de la promesa. Y lo hizo, porque es una muchacha recta, honesta y buena. Y vine a Truro. Y tú me rechazaste. Pero cuando me rechazaste, no volví a Rosina… aunque no sé si ella me hubiese aceptado. Decidí que nunca me casaría. Se lo expliqué a mi hermana… vino hoy; hoy le dije que nunca me casaría. Y esa es la verdad, ¡la verdad absoluta! Así que… —La miró.

—¿Sí?

—¿No sería mejor que te casaras conmigo, y no que yo no tenga esposa… en toda mi vida?

Ella se llevó la mano a la boca.

—Drake, aún no lo comprendes.

—Oh, sí, creo que entiendo. —Avanzó un paso para ponerse en cuclillas frente a ella, pero se contuvo a tiempo. Hizo lo que había pensado, pero a cierta distancia—. Sé mi esposa de nombre… cásate conmigo… en la iglesia… es lo único que te pido. El amor… lo que tú llamas amor… el amor carnal… llegará un día o no llegará. Y si no, no. No te apremiaré. Tú dirás si puede ser o no.

Ella apartó la mano de la boca para decir:

—No puedo aceptar. No sería justa contigo. ¡Tú me amas! Lo sé. ¿Cómo podrías entonces… cómo podrías cumplir una promesa tan injusta?

—Cuando formulo una promesa, la cumplo. ¿No me amas lo suficiente para saberlo?

Morwenna negó con la cabeza.

—Mira, ¿por qué viniste hoy?

Ella lo miró fijamente.

Drake dijo con voz paciente:

—¿No fue porque deseabas verme?

Ella asintió.

—No todo en la vida es amor carnal, ¿verdad?

—Sí… oh, sí, pero…

—Debes ser sincera. ¿De veras no deseas vivir conmigo? ¿Conmigo más que con nadie en el mundo?

Ella vaciló un momento, y después asintió.

—Pero…

—Entonces, ¿no es eso lo que más importa? Vivir juntos. Trabajar juntos. Charlar. Caminar juntos. Hay tanto que amar… aunque no se trate del amor al que tú te refieres. El amanecer, la lluvia y el viento, las nubes, el estruendo del mar y el canto de los pájaros y… los mugidos de las vacas y el color del trigo y el olor de la primavera. Y los alimentos y el agua fresca. Los huevos recién puestos, la leche tibia, las patatas recién cosechadas, las jaleas preparadas en casa. El humo de la madera, el pichón de mirlo, las campánulas, el fuego que nos calienta… podría continuar y continuar. ¡Pero si gozas de todo con la persona amada la felicidad es muchísimo mayor! ¿No crees que daría la vida entera por verte sentada aquí, en esta silla, sonriendo? ¿Qué es la vida si la vives solo?

—Oh, Drake —exclamó Morwenna, y de pronto las lágrimas le bañaron el rostro y cayeron en la mano que tenía sobre la boca, y en la otra mano. Salpicaron el vestido, que ya estaba húmedo de lluvia—. Oh, querido… yo… yo… temía esto.

—No puedes temer que se te ofrezca lo que más deseas en la vida.

—No… temía mi propia debilidad. Temía no ser capaz de convencerte. Por supuesto, te amo. Me lo dije tantas veces en la noche. Con frecuencia fue como un himno… y me daba fuerza. Pero eso no significa que sea una mujer sana y entera… Drake, ¡estoy… dañada… inválida… por dentro…, en la mente!

—Vamos —dijo él—. Mira, ni siquiera ahora me acercaré a ti… ni siquiera para enjugarte las lágrimas.