El lunes siguiente, mientras se acercaba a la entrada de Tehidy, Ross pensaba: «Antes, varias veces traté de demostrar tacto y de ensayar otras formas de persuasión, no siempre con éxito. Una vez ante los magistrados, cuando traté de salvar al joven minero, a quien amenazaba la cárcel y, según se vio después, también la muerte. Un fracaso absoluto, porque ignoraba las normas tanto de táctica como sociales. Otra, alegué en defensa de mi propia vida… oponiéndome a mis propios deseos, y obligado por mi abogado, el señor Clymer; y cabe presumir que tuve éxito. Otra vez fui a ver a mi querido amigo George Warleggan, en defensa del mismo Drake Carne que siempre está en problemas, y con una equilibrada mezcla de persuasión y amenaza —principalmente amenazas— conseguí que retirase la acusación de robo. Otra vez —de eso no hace tanto tiempo— fui a ver al hombre con quien ahora deseo conversar, Francis Basset, barón de Dunstanville de Tehidy, y le propuse que apoyase la conmutación de la sentencia de muerte de un minero, cambiándola por la de deportación, y no conseguí conmoverlo».
Después, sus relaciones con Basset habían sido visiblemente frías. Y no habían mejorado desde que Ross rechazó la invitación de Basset a ocupar un escaño en el Parlamento, y aceptara poco más de un año después la candidatura propuesta por el vizconde Falmouth, precisamente para ocupar el mismo puesto. Su actitud sugería, aunque se trataba de una confusión equivocada, que a Ross no le interesaba la protección del reciente lord de Dunstanville y que prefería la del par más antiguo, lord Falmouth. Incluso sugería la existencia de una antipatía personal. Lo cual tampoco era el caso. Pero Ross rechazaba de plano la idea de explicar a cualquier hombre sus propios motivos, infinitamente complicados, y más aún si el presunto interlocutor podía recibir la explicación como una excusa o una disculpa.
Y de todos modos, ¿cómo podía explicar el factor principal, el sencillo hecho de que la primera vez él era feliz con su esposa y se sentía satisfecho de vivir en Cornwall, mientras que en la segunda ocasión todo eso había cambiado?
Cuando llegó a la vista de la gran mansión paladiense, con su noble frente de pórtico y los cuatro pabellones como otros tantos centinelas, decidió que si Basset parecía atareado o preocupado por otros asuntos, él presentaría sus saludos, concertaría una cita y se alejaría inmediatamente. Lo que venía a conversar era demasiado importante para todos y no podía ventilarse en un momento inoportuno. Pero su Señoría estaba. Su Señoría aceptaba recibirle. Su Señoría había pescado un ligero resfriado durante el viaje y no parecía desagradarle la idea de pasar una hora con un visitante.
Comentaron el tiempo, que no correspondía a la estación, el retraso de las plantas y los cultivos, el placer con que esos primeros días de mayo podía sentirse al fin un toque balsámico en el aire. Hablaron del sitio de Acre, y discutieron la posibilidad de que Sydney Smith indujese a los turcos a resistir; y si el equilibrio del poder en Europa al fin comenzaba a volverse contra Francia; si el tal Bonaparte aceptaría permanecer en Egipto o si, después de fracasar en Acre, trataría de burlar el bloqueo y regresar a Francia.
Aparentemente, no había en Basset signos especiales de frialdad o desacuerdo. Quizá se sentía tan importante que podía no hacer caso de los pequeños desaires. Explicó amistosamente a Ross cierta disputa legal que mantenía con el honorable C. B. Agar acerca de unos derechos mineros, y otro caso que probablemente se suscitaría con lord Devoran acerca de los derechos de un curso de agua. Siempre estaba comprometido en hechos judiciales más o menos importantes. Explicó también que ahora disponía de capital para reabrir la gran mina Dolcoath, la cual no sólo le aportaría beneficios en su condición de dueño del terreno, sino que también daría trabajo a ochocientos o novecientos mineros. El proyecto casi había sido cancelado en marzo, cuando pareció que el precio del cobre bajaría a 100 libras esterlinas la tonelada. Pero ahora que la situación se había restablecido, el gran día no podía estar lejos. A propósito, ¿el capitán Poldark asistiría la semana siguiente a la ceremonia de inauguración de la nueva Enfermería General de Cornwall?
Ross dijo que iría con verdadero placer, y agregó que era un cambio agradable poder hablar de hechos del mundo, unos cercanos y otros distantes, en tono moderadamente optimista. La guerra. La situación del condado. El próximo verano. Sin embargo, después de su regreso a Cornwall, la noticia de la quiebra del banco de Pascoe en Truro le había conmovido profundamente.
—Sí, lamentablemente —dijo lord de Dunstanville—. Tampoco usted estaba aquí, ¿eh? Lamentable. Pero sé de buena fuente que los depositantes perderán poca cosa. ¿Supongo que usted se ha visto bastante afectado?
—Sí. Pero no es eso lo que más me preocupa. Se trata más bien de que Harris Pascoe está arruinado, y a menos que pueda reabrir las puertas de su banco, Truro perderá a uno de sus más prominentes y rectos ciudadanos, así como una de las principales influencias positivas de la ciudad…
—¿Reabrir las puertas del banco? ¿Es eso posible? Me temo que no estoy muy al corriente de los asuntos locales; pero Tresidder King me visitó ayer y quedé con la impresión de que nuestro banco recibe los activos y se responsabiliza del pasivo del banco de Pascoe; por lo tanto, no creo que se intente reabrirlo.
—Por lo que yo sé, nadie lo ha intentado.
—En ese caso, no veo cuáles son las posibilidades de que reabra ahora, después de varias semanas.
—Milord, algunos antiguos clientes apoyarían la medida.
—¿Estarían en condiciones de ofrecer apoyo financiero?
—Eso todavía no lo sé.
Basset se frotó la nariz.
—Dudo mucho de que pueda encontrarse ahora el dinero necesario. De todos modos… de todos modos, están llegando a su fin los tiempos del pequeño banco, del banco personal. Sé que Pascoe es un hombre muy íntegro, pero durante años —sí, durante años—, su banco tuvo respaldo insuficiente. Más de una vez corrió peligro. De no haber sido por la ayuda que le prestamos hace dos años, habría quebrado.
—¿Y por qué habría quebrado entonces?
—¿Por qué?
—Milord, usted debería saberlo.
Por primera vez Basset comenzó a parecer un poco irritado. Ross pensó que debía andarse con cuidado. Y dijo:
—Hace dos años el sistema bancario inglés afrontó una situación peligrosa. Pascoe fue sólo uno de los muchos que estuvieron al borde de la quiebra. Hubiera sobrevivido bastante bien de no ser por la presión que ejerció el banco de Warleggan en el momento menos oportuno al volcar al mercado sus letras, suspender la cooperación crediticia normal, el descuento de los pagarés originados en Pascoe, etcétera. Según creo, usted mismo milord, llegó de Londres a tiempo para salvar la situación.
El hombrecito asintió.
—Sí, así es.
—Esa vez, un crédito de seis mil libras salvó a Pascoe. Ahora más o menos la misma suma lo habría salvado nuevamente.
—Poldark, es precisamente lo que quiero destacar. No es posible, no es concebible que deba apoyarse constantemente de este modo a otro banco. Debería…
—¿Incluso cuando las presiones ejercidas son maliciosas?
—¿Maliciosas? Bien, nada sé de eso. Ese Pearce, a quien sólo conocía de vista, se había creado graves problemas, y había complicado en el asunto a Pascoe. No me parece…
—Pearce fue honesto la mayor parte de su vida, pero en los últimos años se endeudó a causa de ciertas especulaciones imprudentes. Ya nunca podremos saber qué impulsos le movieron… Usó dinero que le habían confiado. En ciertos casos era el único albacea sobreviviente, en otros, Pascoe, su antiguo amigo, confió demasiado. Pero Pascoe podía afrontar todas las pérdidas, y así deseaba hacerlo. La suma total era inferior a ocho mil libras esterlinas. No era necesario que el público se alarmase. Y creo que no lo habría hecho, de no ser por esto.
Extrajo del bolsillo la carta anónima y la entregó a su interlocutor. Basset se caló un par de anteojos, cuyos lentes eran más pequeños que sus ojos. Afuera, los mirlos y los pinzones cantaban.
—Es monstruoso. Cuántos… —dijo Basset.
—Cincuenta —dijo Ross. «Cuidado, no debo interrumpirlo tanto».
—Hum. —Basset se rascó la cabeza de cabellos canosos—. ¿Y ese asunto de la hija?
—Warleggan exigió de pronto la cancelación de sus deudas al marido de la hija, un hombre que, me avergüenza confesarlo, es mi pariente, y debería ser expulsado a puntapiés de la ciudad.
—Sí, bien… sí, bien.
—Milord, oí decir que usted no mira con buenos ojos a los Warleggan desde que regresó de Londres hace dos años y descubrió que intentaban provocar la quiebra de Pascoe.
—¿Quién le dijo eso?
—No recuerdo.
—No desea recordarlo. Bien, sí, hay parte de verdad en eso. En los negocios se exige cierta ética. No me agradan las prácticas inescrupulosas.
—Supongo que ahora menos que entonces.
Se hizo un largo silencio. Basset estornudó y se sonó la nariz.
—La casa donde dormí la noche del jueves tiene unas infernales corrientes de aire. A veces afrontamos situaciones muy difíciles. Si uno pasa la noche en una posada no vacila en quejarse del mal estado del dosel de la cama. Pero cuando la pasa en casa de un amigo…
—Sí, milord, es difícil. Pero es mejor que el viaje que yo hice por mar.
Ross le habló del asunto. Basset le invitó a cenar. Ross aceptó. Su interlocutor parecía poco animado a continuar tratando en ese momento el tema del banco de Pascoe. Era evidente que necesitaba tiempo para pensar. Ross casi propuso volver otro día, pero finalmente abandonó la idea. Si Basset tenía demasiado tiempo para pensar, quizá volviera a hablar con el señor Tresidder King, y aunque Ross nunca había visto a ese caballero, desconfiaba de él. Por supuesto, Basset siempre podía apelar a la socorrida respuesta: «Tengo que consultar con mis socios». Pero valía la pena esperar.
Cenaron con las damas: la esposa, la hija y las dos hermanas de Basset. Ross agradeció en esa ocasión que él tuviera un hijo. La conversación intrascendente fue grata y fácil, pero lord de Dunstanville no participó. A pesar de que había recibido una acogida más cordial que la esperada, Ross no deseaba abrigar excesivas esperanzas. Además de muchos otros atributos, Francis Basset poseía la condición de buen hombre de negocios. Era el hombre más acaudalado de Cornwall —si se trataba de dinero contante y sonante—, y nunca desaprovechaba la oportunidad de acrecentar su fortuna. Y su banco de Truro acababa de absorber a un rival. ¿Estaría dispuesto a regurgitar su manjar por una cuestión de principios? ¿Podía exigírsele que recrease una situación en la cual los clientes insatisfechos con los servicios ofrecidos por Basset podían dar media vuelta y decir: «Muy bien, en ese caso voy al banco de Pascoe»? ¿Era sensato pretender tal cosa? Basset sentía desagrado hacia los Warleggan, y este episodio acentuaría su desconfianza y su antipatía. Pero no alimentaba la antigua y arraigada enemistad que impulsaba a Ross. No le movería nada parecido a un convencimiento personal.
Sin embargo, después de muchas visitas a amigos y antiguos clientes de Pascoe, Ross sabía que todo dependía de Basset. Como Harris había previsto, todos le deseaban bien; pero ¿de dónde saldría el dinero que le permitiría reabrir las puertas del banco? Pascoe había sufrido un grave tropiezo. Si Basset, Rogers & Co. estaban dispuestos a respaldarlo, no faltarían clientes que desearan retornar. Pero el dinero que Pascoe había perdido personalmente, perdido estaba. El volumen principal de dinero como lo había denominado Harris. El cimiento sobre el cual se erigía todo el resto.
Las damas abandonaron muy pronto la mesa; hacía tan buen tiempo que salieron a recoger campánulas y orquídeas silvestres en los bosques. Los dos hombres permanecieron sentados frente a la mesa.
—Alguien envió a mi administrador este queso de Somerset —dijo De Dunstanville—. Pesa diez kilogramos y él cree que no durará tanto como para poder comérselo todo; por eso le ayudo. Por favor, sírvase.
—Gracias.
—¿Y oporto? ¿Cómo está la señora Poldark? Recuerdo muy bien su preferencia por el oporto.
—Está bien, gracias. Milord, tiene usted buena memoria.
—Me pareció una persona muy interesante, de ingenio agudo como una navaja y cálido sentido del humor.
—Gracias. Espero que vuelva a visitarnos.
—No, ustedes deben venir aquí primero… si podemos resolver este problema bancario sin problemas.
—Me encantaría poder hacerlo.
—Quiere decir que le encantaría salirse con la suya. Bien… es un caso difícil. Ante todo, dígame a quiénes vio y qué ayuda prometieron.
Ross había temido esa pregunta. Era la más peligrosa… y sin embargo, podía esquivarla, pero sin exagerar. Formuló una lista de los nombres: lord Devoran, Ralph-Allen Daniell, Henry Prynne Andrew, Henry Trefusis, Alfred Barbary, sir John Trevaunance, Héctor Spry, etcétera.
—¿Y su protector? —Formuló la pregunta con un atisbo de discreta malicia.
—No, aún sigue en Londres.
—Pues él no le ayudará… Bien, ¿cuál fue el resultado?
Renuencia, una profunda renuencia, explicó Ross, a aceptar la desaparición del banco de Pascoe.
—Sí, sí, no dudo de que la perspectiva no les agrade, pero ¿ofrecieron ayuda práctica?
—La ayuda práctica representada por la confianza total en Harris Pascoe, la disposición de dejar en sus manos los saldos aun pendientes y el deseo sincero de que retorne a la actividad para confiarle sus depósitos.
Lord de Dunstanville masticó lentamente. Era un hombre moderado en todo, durante la comida se había permitido beber sólo cuatro copas de vino.
—Capitán Poldark, todo eso está muy bien. Comprendo exactamente cuáles son sus deseos y los de sus amigos. De hecho dicen: «Restablezca la situación anterior del banco, devuélvalo al señor Pascoe, abra las puertas y de buena gana continuaremos negociando con él». Exactamente. Desean restablecer el status quo ante bellum. Quieren que las agujas del reloj retrocedan. Pero ¿quién pagará el costo de esta vuelta hacia atrás, quién financiará la restauración? Ellos no lo harán.
—He recibido ciertas ofertas. No bastan, pero con su cooperación…
—Con nuestras finanzas, y por cierto costará muchísimo. La situación anterior ha desaparecido. Sin duda, podríamos prestar una elevada suma, que Pascoe nos reembolsaría después de varios años. Siempre fue un banco pequeño pero sólido. Pero Pascoe no es joven y no tiene hijos que lo hereden. Podríamos prestar una importante suma —quizá veinte mil libras esterlinas— pero también podríamos emplear mucho mejor el dinero en otros campos. No… lo siento, Poldark, comprendo sus sentimientos pero me parece que la fusión que se está realizando es la única actitud sensata, la única solución práctica. Y podría ser peor. Entiendo que Tresidder King ya ofreció al señor Pascoe un cargo en nuestro banco…
—¡Empleado!
—Jefe. Comprendo que no es el estilo al que está acostumbrado el señor Pascoe, pero es algo. Quizá podamos ofrecerle un cargo mejor en poco tiempo. King es joven, pero podría haber otras vacantes.
Ross respiró hondo. Parecía que no podría alcanzar su objetivo principal. ¿Debía insistir, o abandonar la empresa y proponerse una meta más modesta? Una decisión difícil. Hasta allí, la entrevista había sido notablemente cordial. Su carácter podía cambiar si él presionaba más. ¿Y cómo presionar a un hombre que no deseaba ayudar? Apelar a su honor podía ser un recurso que quizá provocara su enojo y rechazo; y en ese caso, todo se habría perdido. No era posible reclamar a este hombre que rectificase su actitud en el caso de Harris Pascoe, del mismo modo que no había sido posible que se rectificara en el caso de «Gato Salvaje» Hoskin. Sólo quedaba la negociación y la diplomacia.
—Milord, usted habló de fusión.
—Sí. Fusión y absorción.
—Usó ante todo la primera palabra. Si usted está dispuesto a usar esa denominación, ¿no es lógico que con la nueva empresa se asocie al propietario del segundo banco, el más pequeño?
Basset enarcó el ceño.
—¿Más queso? Si yo procediera así, el señor Pascoe traería consigo la aureola de insensatez y fracaso que la gente le atribuye.
—La mayoría de la gente recordará, todos los hombres de buena voluntad recordarán, que su única insensatez fue oponerse a los Warleggan.
—¿Pasamos al salón? Da al oeste, y el sol escasea tanto estos días…
Ross siguió a su anfitrión, que se detuvo para estornudar y limpiarse la nariz. Tres spaniels que habían estado durmiendo se incorporaron para saludarle, y se distribuyeron alrededor de sus pies cuando el dueño de la casa se sentó.
—Los hombres de buena voluntad, que defienden sinceramente los intereses de toda la comunidad, no pueden ver con buenos ojos que los Warleggan dominen por completo los negocios del condado —dijo Ross.
—Aún estamos muy lejos de eso.
—Bien… no me agrada la idea de llevar el problema tan cerca del terreno de los principios, pero todas las victorias que obtienen sobre un competidor más débil determinan que el siguiente antagonista esté menos dispuesto a luchar. Ellos… en fin, por su propio carácter absorben lo que pueden y destruyen lo que no pueden absorber. Por supuesto, comenzando por sus enemigos. Pero siguen avanzando. Y a medida que avanzan hacen nuevos enemigos.
—¿Toma rapé? No… Pensaré lo que usted dice. Pero debo recordarle que, aunque soy el principal accionista del banco, tengo tres socios. Está mi cuñado, el señor John Rogers, y también los señores Mackworth Praed y Edward Eliot. Debo consultarles en todos los asuntos importantes. No puedo adoptar decisiones arbitrarias sin su aprobación.
—Milord, ¿debo entender que su administrador, el señor Tresidder King, que no es socio, pudo adoptar decisiones arbitrarias sin su consentimiento?
Temió haber ido demasiado lejos. Basset se sonrojó y lo miro con una chispa de irritación.
—King tiene autoridad para actuar como mejor le parezca cuando nosotros no estamos aquí. Poldark, ¿puedo formularle una sugerencia? Es un error presionar demasiado cuando se ocupa una posición débil.
—Milord, es exactamente lo que yo estaba pensando.
Basset le miró y después se echó a reír.
—Por lo menos, es sincero.
—Es lo único que puedo hacer. Pero —dijo Ross—, si puedo seguir en la misma línea… le diré que aunque mi posición es débil no carece totalmente de base para negociar. Si el señor Pascoe se incorpora a su banco como socio pleno, traerá consigo a todos sus clientes. Si no es así, algunos o incluso muchos pueden sentirse tentados de buscar otra solución.
—¿Otra solución? ¿Los Warleggan? —De nuevo un atisbo de malicia.
—No… pero tienen a Carne & Co., de Falmouth. Para muchas de las personas con quienes hablé, Falmouth es apenas menos cómoda que Truro. Lord Devoran, el señor Daniell, el señor Trefusis. Incluso yo iría allí si Carne & Co. se convirtiera en Carne & Pascoe.
—Ah… estuvo explorando el terreno.
—Sólo pidiendo opiniones. Pero creo, si se me permite decirlo, que si Basset & Rogers se convirtieran en Basset, Rogers & Pascoe, aumentarían mucho la popularidad y el prestigio de quienes posibilitaran tal reorganización.
—Bien, eso es inconcebible. Me refiero al nombre. Y, señor, no me agrada que me extorsionen.
—Nada estaba más lejos de mi pensamiento. Sólo puedo apelar a usted y a su generosidad.
Un silencio prolongado.
—¿Carne invitó a Pascoe a formar sociedad?
—Lo hará si le ofrezco los clientes a quienes conozco.
—¿Y usted dice que eso no es extorsión?
—No, milord. Sólo negocios. Y en realidad, soy un principiante. Hago esto en defensa de un viejo amigo.
—Demuestra cierta aptitud en su nuevo papel. ¿O interpreta eso como un insulto?
—Me halaga mucho.
Lord de Dunstanville se inclinó hacia uno de sus spaniels.
—El pobre Trix tiene una llaga en la oreja. Cuando se presente la oportunidad, consultaré con su esposa. Tiene buena reputación con los animales. Bien, Poldark, nada puedo hacer. No le prometo nada, absolutamente nada. Lo pensaré, meditaré detenidamente todo el asunto. Consultaré con mi cuñado John y con los demás socios. ¿Puedo conservar esta… esta carta? Celebraremos una reunión la semana próxima. Si nos reunimos antes de la inauguración del hospital, y puedo comunicarle algo útil, lo haré durante la ceremonia.
—Se lo agradezco mucho, milord.
—No se sienta tan agradecido. No le prometí nada.