Kjartan intentó echarse un rato al regresar de Ketilsey, pero era incapaz de pegar ojo. Se quedó tumbado dando vueltas hasta que se rindió y decidió salir a dar un paseo para calmar un poco sus pensamientos. Subió el sendero hasta la iglesia, y allí vio a Thormódur el Corneja, de pie junto al asta de la bandera, apoyado en su bastón. Llevaba puesta su ropa de domingo, que ahora ya estaba bastante arrugada y manchada después de haberla usado tanto los últimos días en diferentes circunstancias. A sus pies, un viejo petate de marinero.
—Buenos días, señor ayudante del gobernador —dijo Thormódur el Corneja cuando vio a Kjartan.
—Buenos días, Corneja —respondió Kjartan—. El tiempo está mejorando.
—Sí, sin duda hace buen tiempo para viajar —dijo Thormódur el Corneja, y ambos guardaron silencio unos instantes.
—¿Vas a hacer algún viaje? —preguntó Kjartan.
—Sí, quieren que vaya al sur con el guardacostas para hablar mejor sobre esta correría nocturna mía con el cuerpo del periodista. Quieren que los médicos del manicomio de Kleppur me echen un vistazo, a ver si me he vuelto loco o algo peor.
—A lo mejor no es de extrañar —dijo Kjartan.
Thormódur el Corneja frunció el ceño e hizo una mueca.
—No, es todo cierto, seguro que puede resultar algo extraño para quien no sepa de estas cosas. Sin embargo, yo sí le veo el sentido y creo que todo sirve a un propósito. Ya veremos. El viejo Jón Ferdinand también va a venir al sur. A él también van a echarle un vistazo.
Kjartan asintió con la cabeza.
—Tienen que encontrarle algún sitio donde puedan atenderle bien. Su hijo Valdi no podrá ocuparse de él si continúa empeorando.
Thormódur el Corneja tomó el brazo de Kjartan.
—Lo peor es que os metí en un lío a ti y a mi Jóhanna. Estoy completamente desolado por toda esta locura.
—Lo superaremos —dijo Kjartan.
Volvieron a quedarse otro momento en silencio.
—Por lo que tengo entendido, no te van mucho los viajes —dijo Kjartan al final.
—Es cierto —respondió Thormódur el Corneja.
—Aunque parece que ahora no te queda otra, ¿no?
—Pues no. Insisten en que vaya.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste de la isla?
—De eso ya hace bastante tiempo.
—¿Cuánto?
Thormódur el Corneja se lo pensó antes de responder:
—Cuando era adolescente hice unos cuantos viajes fuera, para llevar ganado, y también estuve trabajando un poco en la pesca a remo por las islas de por aquí. Más lejos nunca he ido. Cuando tenía diecinueve años me gastaron una broma que no me sentó nada bien y después de eso desarrollé una especie de fobia al mar, y como nunca llegué a superarla, jamás volví a navegar. Siempre se encuentran cosas de sobra que hacer aquí en Flatey. Ahora estoy a punto de cumplir los setenta, así que de aquello ya hace cincuenta años.
—¿Has estado sin salir de Flatey los últimos cincuenta años?
—Sí, y no me puedo quejar. Me siento bien aquí y no se me ha perdido nada en otro sitio. ¿Adónde tendría que ir? ¿A Stykkishólmur quizá, o a Reikiavik a gastarme los cuartos? No, amigo mío. La vida ha sido buena conmigo.
Kjartan se quedó pensativo. Cincuenta años en una isla de unos dos kilómetros de largo y medio de ancho. ¿Era aquello mucho mejor que la cárcel? Tal vez, si uno no era demasiado exigente.
Fue como si Thormódur el Corneja le leyese el pensamiento.
—He oído que tú pasaste unos cuantos años entre rejas.
Kjartan se sorprendió. Por supuesto, aquella historia debía de haberse propagado por toda la isla, aunque nadie lo había mencionado hasta ahora.
—Sí, es cierto —respondió.
—Debió de ser todo un reto —dijo Thormódur el Corneja—. Pese a que no he viajado, siempre he sido mi propio jefe. He cumplido con mis trabajos tal y como me ha parecido, he comido y dormido cuando he querido y me he tomado algún trago si se presentaba la ocasión. Imagino que la vida en prisión tiene que ser todo penuria y aburrimiento.
Kjartan asintió con la cabeza.
—Y he podido disfrutar de la naturaleza y de todo lo que nos otorga —continuó Thormódur el Corneja.
—A mí este entorno no hace más que traerme recuerdos de la cárcel —respondió Kjartan—. Además está junto al mar, así que los pájaros que tenéis aquí son los mismos que solían despertarme. Todavía tengo que superar esa etapa de mi vida.
Thormódur no dijo nada, de modo que Kjartan continuó:
—Pero ¿nunca has echado en falta poder ver otros lugares que no fuesen esta pequeña isla y lo que se divisa desde esta colina?
—No, querido muchacho, y estos ojos probablemente hayan visto más cosas de las que ven en toda su vida los que andan vagando de un lado a otro. He visto mundos y tierras que otros no podrían ni imaginarse. Y puede que justo por eso haya echado raíces en esta tierra, mucho más fuertes que el diente de león que sale volando a la mínima brisa. El roble nunca se queja de no poder abandonar su tierra.
—¿Le dirás a los médicos del sur que ves elfos y seres ocultos? —preguntó Kjartan.
—No. A no ser que me pregunten. Aunque todavía queda por ver si descubro algo allá por el sur —respondió Thormódur el Corneja.
—¿Ves algún elfo por aquí?
—Sí. Digamos que me estoy despidiendo de ellos, de estos amigos míos.
—¿Dónde están?
—Están a los pies de la colina y bajo las rocas de la orilla. Aparecen de repente por aquí de cuando en cuando.
Kjartan trató de imaginarse aquella visión.
—Tiene que ser hermoso poder contemplarlos —dijo.
—Sí. Es como cuando uno observa a los corderillos recién nacidos jugando en primavera —dijo Thormódur el Corneja—. ¿Quieres verlos? —preguntó luego.
—Sí, por supuesto que me gustaría verlos —respondió Kjartan.
—A veces ayudo a la gente a verlos si se trata de un deseo completamente sincero —dijo Thormódur el Corneja en voz baja.
Kjartan lo miró con escepticismo.
—¿Y eso cómo?
—Acurrúcate aquí a mi lado y pon la cabeza debajo de mi axila. Veremos qué pasa —Kjartan vaciló—. Venga, vamos. No va a durar mucho —dijo Thormódur el Corneja bruscamente.
—Bueno, habrá que probar —dijo Kjartan, y se agachó al lado de Thormódur el Corneja, que le metió la cabeza bajo la axila agarrándolo con fuerza contra sí. Kjartan sintió el intenso olor a lana de la chaqueta mezclado con el fuerte olor corporal y estuvo a punto de retirarse porque empezaba a tener dificultades para respirar. Pero entonces, en un instante, fue como si llegase a otra dimensión. De repente el aire que respiraba se había vuelto dulce y fresco y ya no sentía la presión del brazo de Thormódur. Al pie de la cuesta, junto a la ribera, comenzó a ver pequeñas llamas de luz que por unos instantes tomaron forma humana. Apenas fueron unos segundos, aunque después le pareció como si hubiese sido más tiempo. Thormódur el Corneja relajó la presa, agotado y jadeante, como si hubiese aguantado la respiración mientras tanto. La visión se desvaneció y Kjartan tuvo de nuevo la sensación de que el oxígeno se esfumaba del aire. Cayó sin fuerzas al suelo y allí se quedó con las piernas estiradas.
Thormódur el Corneja no preguntó si el experimento había dado resultado. Parecía saber que así había sido. Kjartan permanecía sentado en la hierba, aturdido, intentando comprender aquella experiencia.
—Tienes por delante una vida feliz, querido amigo —dijo Thormódur el Corneja al final—. La vida no te ha sido nada fácil, pero ahora todo eso es agua pasada. Anoche soñé que descubría un nido con hermosos huevos. Eso siempre quiere decir que algún matrimonio anda cerca. Vas a tomar a nuestra querida Jóhanna por esposa y estarás lleno de dicha, amigo mío.
—Seguro que ella tendrá algo que decir al respecto —respondió Kjartan.
—A veces es el destino quien da los mejores consejos, amigo mío, y entonces lo único que se puede hacer es no luchar contra él. Yo ya le he pedido a Jóhanna que cuide de ti y ella se lo ha tomado bastante bien. Ahora sólo tienes que portarte como un caballero con ella y en unos meses todo caerá por su propio peso. Siento un vínculo muy fuerte entre vosotros. No es la primera vez que ayudo a unos jóvenes a abrir su corazón de un modo determinado y siempre ha sido para bien.
Thormódur el Corneja se dio la vuelta y miró hacia el pueblo. El profesor Högni se acercaba camino arriba y traía en la mano una pequeña bolsa.
—Bueno —dijo el Corneja—. Ha llegado la hora de embarcar en el guardacostas. Va a soltar amarras sobre las dos. Mi querido Grímur le ha pedido al profesor Högni que nos acompañe a mí y a Jón Ferdinand en este viaje. Högni conoce bien Reikiavik y será de gran ayuda. Aprecio mucho este favor.
Bajaron la cuesta y se encontraron con Högni.
—¿No vienes al sur con nosotros, Kjartan? —preguntó.
—No, ahora necesito descansar una noche. Grímur me llevará hasta Brjánslaekur mañana por la mañana. Van a enviar un coche a buscarme desde Patreksfjördur. Espero poder empezar a revisar registros notariales.
—¿Crees que encontrarás algún otro cadáver en el distrito? —preguntó Högni burlonamente.
Kjartan negó con la cabeza. Ni siquiera era capaz de sonreír ante aquel comentario.
Högni miró a Thormódur el Corneja.
—Bueno, compadre. Vamos allá, no hagamos esperar al barco.
Ya era de mañana cuando la conversación entre Jóhanna y Kjartan llegó a su fin. Hablaron del suceso que había cambiado tanto su vida para peor muchos años antes. Lloraron juntos y perdonaron. Todavía eran jóvenes y no tenían intención de seguir viviendo más tiempo en el pasado.
Antes de dejar la biblioteca, volvieron a colocar las hojas del enigma de Flatey de la edición de Munksgaard. Decidieron que el Aenigma Flateyensis debía seguir siendo un acertijo sin resolver. La historia que conocían sobre cómo ese enigma había sido resuelto era trágica, y no querían que quedase vinculada a aquel antiguo acertijo. Ambos deseaban que los acontecimientos del pasado fuesen diluyéndose poco a poco. Ni Gaston Lund ni Björn Snorri habían vivido para saborear el momento en que la solución surgió ante sus ojos, así que sería mejor que se le revelase a cualquier otro, bajo circunstancias más felices.
La niebla había caído sobre Flatey y llovía cuando bajaron el sendero de la iglesia y se despidieron en el cruce. Desde la distancia llegaban tenues los golpes del martillo de Thormódur el Corneja: estaba haciendo una tapa nueva para el pozo de su establo.