56

Eran ya casi las cinco de la madrugada cuando Grímur y Kjartan bajaron la pasarela de embarque del guardacostas. Thormódur el Corneja había subido a bordo con Grímur sobre la medianoche y les había contado a los policías su historia. Primero de palabra dos veces, y luego le hicieron redactar una descripción de los hechos por escrito y firmar con su nombre debajo para certificar su presencia. Los policías desconfiaban de aquella historia. No podían imaginarse que alguien fuese capaz de poner en práctica semejante atrocidad sólo por un sueño. Al final permitieron que Thormódur el Corneja volviese a casa aquella noche. El inspector Lúkas lo acompañó para recoger el cuchillo de la matanza. A la mañana siguiente habría que investigar mejor el asunto, inspeccionar el pozo y los restos de la tapa rota. Thórólfur aceptó con reticencias liberar a Kjartan de la custodia, aunque había estado en vela en su celda. Jóhanna, sin embargo, tendría que seguir bajo vigilancia: el caso del profesor danés aún pendía sobre ella.

El alcalde y el representante del gobernador subieron por el muelle sin decir palabra. Ya empezaba a despuntar el día y algunas sombras alargadas comenzaban a clarear en la penumbra. La brisa helada de la noche rozaba sus mejillas y formaba brillantes cristales de hielo sobre la madera del muelle. Las temperaturas habían descendido bajo cero, y las nubes de lluvia se habían retirado en plena noche, dando paso a un cielo despejado.

Unas cuantas gaviotas, que habían pasado la noche al borde del embarcadero, alzaron el vuelo silenciosas tan pronto como los hombres se acercaron. Una oveja con dos corderos estaba tumbada en el camino junto a la esquina de la planta de pescado y se mostró reacia a levantarse hasta que los hombres casi la pisan. Kjartan se quedó mirando a los corderillos que corrían cuesta arriba hacia Ystakot. Sobre la playa había dos chozas y le pareció ver a alguien observándolos tras la esquina de una de ellas. Se detuvo, agarró el brazo de Grímur sin decir nada y se giró hacia aquella pequeña cabeza, que en ese momento se dio cuenta de que había sido descubierta y decidió retroceder y escaparse. La pequeña figura humana salió corriendo cuesta arriba en dirección a Ystakot.

—¿Ése no es el pequeño Nonni? —dijo Grímur—. ¿Qué anda haciendo despierto tan temprano?

—O tan tarde —comentó Kjartan.

Grímur volvió la vista atrás hacia el embarcadero.

—El barco del padre y el abuelo aún no ha regresado. ¿No estarán todavía en el mar y el niño se habrá quedado solo en casa?

—Tal vez algo no vaya bien —dijo Kjartan en voz baja.

Subieron también ellos la cuesta siguiendo al muchacho. Cuando llegaron a la cabaña, vieron que el niño estaba junto a la puerta y se metía dentro.

Grímur lo llamó desde el umbral:

—Nonni, sal un momento a hablar con nosotros, amigo. Queremos ayudarte si hay algún problema.

No recibieron ninguna respuesta, así que Grímur se agachó y se metió en aquella oscura cabaña. Kjartan lo siguió. Primero entraron en una cocina sucia y maloliente. Más adentro había una estancia común bastante estrecha con cuatro camas, dos a cada lado. Los tenues rayos del día se colaban por un pequeño ventanuco que había en la parte superior de la pared. Vieron un orinal medio lleno en el suelo. Kjartan se estaba mareando, así que salió corriendo para respirar aire fresco. Fuera pudo por fin inspirar hondo la diáfana brisa de la mañana unas cuantas veces.

—Nonni —llamó Grímur dentro de la casa—, sólo queremos preguntarte por tu padre y tu abuelo. ¿Llevan mucho tiempo fuera?

Se oyó un estrépito y al momento apareció el alcalde con el niño a su lado.

—El chiquillo estaba solo ahí dentro —le dijo Grímur a Kjartan.

El niño estaba cabizbajo junto a ellos.

—¿Tu padre y tu abuelo están en el mar? —le preguntó Grímur.

—Sí, pero ya llevan mucho tiempo —respondió el muchacho—. Se marcharon esta mañana muy temprano.

—¿Quieres decir ayer por la mañana? ¿No has dormido nada esta noche?

—No, he estado esperándolos todo el día.

—¿Adónde se fueron?

—Iban a Ketilsey a levantar las redes de las focas y a echarle un vistazo a la puesta de los ánades. No iban a tardar mucho.

—Tal vez se les haya averiado el motor. Voy a salir a buscarlos. Probablemente no corran ningún peligro. Hace muy buen tiempo. ¿Por qué no fuiste con ellos?

—No me dejaron. Papá quería castigarme por haber hecho caca en la isla la última vez, y también me escapé de la iglesia durante la misa y papá me vio.

Una pequeña idea se encendió en la cabeza de Kjartan y preguntó en voz baja:

—Nonni, ¿tú no tendrás una cámara de fotos?

El niño lo miró sorprendido pero no respondió.

Kjartan repitió la pregunta:

—¿Tienes una cámara de fotos, amigo?

Nonni quería decir algo, sólo que las palabras no le salían.

—Yo creo que tienes una cámara de fotos y a lo mejor también unos bonitos prismáticos —dijo Kjartan.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó el niño.

—¿Me los podrías enseñar?

El chico miró vacilante a uno y a otro, pero luego se fue hacia la granja. Grímur y Kjartan lo siguieron. Nonni subió por la huerta de las patatas hasta una diminuta caseta de turba que habían excavado en la cuesta. Se metió por una puertecilla y salió enseguida con una pequeña bolsa de mano.

—El hombre extranjero se dejó la bolsa en el barco cuando el abuelo lo llevó a Stykkishólmur —dijo—. Yo la encontré y la guardé.

Kjartan cogió la bolsa y echó un vistazo dentro. Encontró una cámara de fotos, unos prismáticos, un neceser con artículos de aseo y alguna ropa interior que se había enmohecido con la humedad de la cabaña.

—La cámara no funciona —dijo el niño—. He hecho todo como hay que hacerlo, pero no hay ninguna foto en la caja.

—Cuéntanos cómo llevó tu abuelo al tipo extranjero —dijo Kjartan.

El niño levantó la vista.

—Papá se había ido con el barco del correo a buscar a mamá. El abuelo y yo bajamos al muelle cuando vino de vuelta el barco, para coger las amarras. Luego íbamos a ir al canal a pescar algún bacalao para cenar.

Se quedó callado y volvió a mirar aquellas valiosas pertenencias. Temblaba de frío y de cansancio.

—¿Y luego qué pasó? —esta vez era Grímur quien preguntaba.

—Estábamos todavía en el muelle después de que todo el mundo se fuera e íbamos a coger nuestro barco, el Cuervo, ya sabes. Entonces llegó el señor extranjero corriendo y gritando. Había llegado demasiado tarde porque el barco ya hacía tiempo que se había marchado. Le ordenó al abuelo que lo llevase a Stykkishólmur, aunque era muy difícil entender lo que decía.

—¿Y tu abuelo aceptó llevarlo? —preguntó Grímur.

—Sí, el hombre nos enseñó un montón de dinero que le iba a dar al abuelo en cuanto llegase a Stykkishólmur.

—¿Entonces se pusieron en marcha?

—Sí, pero el extranjero no quería que yo fuese con el abuelo.

—¿Y el abuelo tardó mucho en volver?

—Sí. No llegó hasta el día siguiente. El motor se quedó sin gasolina y tuvo que volver a vela con el viento del sur. El abuelo se fue a dormir y yo encontré la bolsa en el barco y la escondí. Se la habría devuelto al tipo extranjero, pero es que nunca volvió a preguntar por ella.

—¿Y tu padre no sabía nada de esto?

—No. Cuando volvió a casa estaba muy enfadado porque mamá no quería volver de trabajar en las obras de la carretera. Estaba muy avergonzado por todo y se puso hecho una furia cuando vio que el barco estaba sin gasolina. El abuelo ya no se acordaba de haber llevado al tipo extranjero y yo no me atrevía a contárselo a papá. El abuelo ha empezado a olvidarse de todo. Además, creo que el extranjero también se olvidó de pagarle como le había prometido. El abuelo no traía ningún dinero cuando volvió a casa. Le miré en los bolsillos cuando estaba durmiendo.

—Y el hombre que vino de Reikiavik, el periodista, ¿sabía que tú tenías la bolsa? —preguntó Kjartan.

Nonni bajó la cabeza.

—Sí, yo salí de la iglesia y me fui a casa para mirar un rato por los prismáticos. Si no, no me atrevía a hacerlo, porque no me puede ver nadie. Yo estaba seguro de que si alguien me veía, el alcalde Grímur me quitaría los prismáticos.

El niño miró muy avergonzado al alcalde.

—¿Y el periodista te vio? —preguntó Kjartan.

—Sí, creía que todo el mundo estaba aún en misa, pero luego, de repente, apareció a mi lado.

—¿Qué te dijo?

—Me preguntó si los prismáticos eran míos. Luego le echó un vistazo a la bolsa y estuvo mirando las libretas y me preguntó si papá había llevado al tipo extranjero a Stykkishólmur. Yo le dije que había sido el abuelo, pero que se había quedado sin gasolina. Entonces me preguntó si se podía quedar con las libretas y a cambio él no le diría a nadie lo de los prismáticos y la cámara de fotos. Yo le dije que sí, si me lo prometía. Él me lo prometió y me dijo que yo tampoco le podía decir a nadie lo de las libretas.

El niño empezó a llorar.

—Y ahora ese periodista está muerto y yo he roto mi promesa.

—¿Te acuerdas del hombre muerto que visteis en Ketilsey? —preguntó Kjartan.

—Sí —respondió el niño.

—¿Lo habías visto alguna vez antes?

—No, no creo. No se le podía ver la cara.

Grímur había permanecido en silencio escuchando la conversación, pero ahora tomó la palabra:

—Bueno, amigo. Vámonos a mi casa, Nonni, a sacar a Imba de la cama. Ella te dará leche y algo bueno para comer. Luego a lo mejor te puedes tomar un trozo de pastel y te metes en la cama a dormir. Kjartan y yo vamos a ir a buscar a tu padre y al abuelo.

40.ª pregunta. Hemos llegado a la última pregunta, que es la clave para el resto de las respuestas, y dice así: «¿Cuál ha sido la frase más sabia?».

»Las respuestas posibles pueden variar mucho, dependiendo del gusto y del juicio de cada uno. Hay muchas frases sabias en este libro. Pero en este caso, nos dan una clave que son las siguientes letras:

U C P C D A S U N L N E A

S O L O D A L U E I N O S

D S D U S O E S I E P A T

»Mi padre estuvo revisando el libro página por página y probó todas aquellas frases que le parecieron lo suficientemente sensatas y que contenían algún saber proverbial. Estuvo muy ocupado intentando reordenar las letras para ver si conseguía formar con ellas una frase. Por lo que se podía suponer, la ortografía tendría que coincidir con la que se utilizaba en la segunda mitad del siglo XIX y tendría que contener al menos treinta y nueve caracteres. Hizo pequeñas tablas con estas letras y las combinó una y otra vez. No encontró ningún texto que coincidiese con la clave, así que al final se rindió. Muchas semanas más tarde, volvió a ponerse a pensar en el enigma. Se dio cuenta de que no bastaría con encontrar la frase clave correcta. En la serie de letras hay caracteres que se repiten. Era imposible decidir cómo sería la conexión entre las series, tenía que haber otro modo de encontrar la respuesta. Entonces se concentró en el dibujo que acompañaba la clave y que había sido considerado una runa mágica. Él nunca llegó a creer aquello: estaba seguro de que el autor había puesto aquel dibujo por alguna otra razón, y se fijó en que a cada lado del dibujo había trece rayas que luego se conectaban a través del dibujo para salir por el otro lado. Tres veces trece son treinta y nueve, que es justo el número de letras de la clave. Dibujó entonces el diagrama tres veces, una debajo de la otra. Luego escribió de arriba abajo todos los caracteres de la serie y los reordenó al otro lado siguiendo las líneas. Y en ese momento apareció la siguiente frase: “Nunca es culpa de uno solo si la disputa es de dos”. Esta frase se encuentra en la Saga de Haakon el Viejo.

»Mi padre se empeñó tanto en la búsqueda que sobrepasó sus fuerzas aquella noche. Cuando llegué a la biblioteca me lo encontré gravemente enfermo, y sin embargo nunca lo había visto tan contento. Ahora tan sólo le quedaba comprobar las respuestas que había propuesto para cada una de las treinta y nueve preguntas, y ver si formaban el final del poema-clave. Aquello no debería llevar más de media jornada, pero él estaba muy enfermo y ya no pudo salir de casa. Tenía que ir a la biblioteca para poder hacerlo según las reglas del juego. Poco después llegó Gaston Lund en aquella visita que acabó tan trágicamente. Mi padre le contó cómo había que usar la “runa mágica” para encontrar la solución a la clave y la cuadragésima pregunta. Lund estaba muy interesado, así que le dejó la llave de la biblioteca para que fuese un momento a comprobar sus respuestas, pero no tuvo tiempo suficiente. No llegó a terminar de comprobarlo y luego probablemente perdió el barco del correo. Lo que sucedió después me resulta difícil de imaginar.

Clave

»Durante todo el invierno, mi padre intentó reunir fuerzas para poder ir a la biblioteca y poner a prueba su solución. Yo me ofrecí a menudo a ir en su lugar, pero él no quería. Deseaba ver él mismo cómo se revelaba la solución. Hasta ayer no me pidió que fuese yo a probar la respuesta. Sentía que la muerte se le acercaba y quería oír el final del poema antes de marcharse. Yo iba a pedirle a Ingibjörg que se quedase con él y le envié un recado, pero mi padre perdió el conocimiento mientras la esperaba. No dejaba de empeorar conforme avanzaba el día y murió aquella tarde. Había resuelto la clave, y sin embargo murió sin saber si había encontrado la solución correcta a todo el acertijo. Pero ahora vamos a ver qué sucede.

Jóhanna escribió los treinta y nueve caracteres en fila siguiendo el dibujo de la solución, al tiempo que los numeraba. Acto seguido, trasladó cada letra al otro lado del dibujo, donde volvía a anotarla. Como Björn Snorri y Gaston Lund no habían coincidido en todas las respuestas, escribió ambas opciones. Luego se quedó mirando el resultado durante un momento. Tachó tres letras de la solución de su padre y tres de las de Gaston Lund y trazó rayas de separación entre cada palabra.

Clave

La respuesta es:

L u c h a r s i l a v i d a s i g u e

c a e r s i e l d e s t i n o m a n d a

»Así que las respuestas 8, 28 y 37 de mi padre estaban equivocadas y Lund las había acertado. Hay tres errores en las respuestas de Gaston Lund. Ya que ahora tenía la solución a la clave, no le habría supuesto ningún problema corregir la respuesta. La propuesta que alguien había escrito en la página es completamente errónea. La última estrofa del poema suena así:

so furia de hielo y ondas