53

El alcalde Grímur y el detective Thórólfur estaban solos en la escuela cuando Kjartan llegó sin aliento después de haber ido corriendo. Högni llegó justo después.

—Disculpen —dijo Kjartan—. Creo que me han estado buscando.

Grímur parecía feliz de verlo de una sola pieza, aunque Thórólfur tenía un aspecto grave.

—Högni ha prometido suspender la búsqueda —continuó Kjartan.

—¿Dónde ha estado metido todo el día? —preguntó Thórólfur.

—Cuando salí de aquí fui a buscar mi bolsa y me dirigí a la otra punta de la isla, a casa de la doctora Jóhanna —respondió Kjartan—. Me había ofrecido que me diese un baño en la casa. Después del baño me eché una pequeña siesta y sin duda me quedé dormido como un tronco, porque ella se había marchado cuando desperté. No me resultaba agradable permanecer en una casa sin nadie más que el cadáver de un anciano. Salí y estuve paseando por la costa sur para mirar los pájaros y pensar. Me alejé mucho por los escollos y no reparé en que subía la marea.

Thórólfur negó con la cabeza con aire escéptico.

—¿Qué era lo que tenía tanta necesidad de pensar? —preguntó.

—Tenía que orientarme un poco.

—¿Ha perdido el rumbo últimamente?

—No, pero han sucedido muchas cosas durante los últimos días y no estoy acostumbrado a enfrentarme a semejante presión. Por lo general intento evitar cualquier tipo de situación que pueda superarme anímicamente. No se necesita mucho para hacerme perder el equilibrio y luego acabo deprimiéndome.

Thórólfur esperó un momento antes de preguntar:

—¿Hay algo en especial que quiera decirme antes de que comience con la primera pregunta de la declaración?

—¿Algo en especial?

—Sí. ¿Algo que considere que podría explicar este asunto?

—No. No lo creo.

—Bien. Hemos sido informados de que usted conocía al difunto Bryngeir y de que, además, ha estado en prisión por homicidio.

Kjartan miró a Grímur como pidiéndole disculpas antes de responder.

—Sí, ambas cosas son ciertas. Conocía a Bryngeir y he estado en prisión. No obstante, sostengo que aquella muerte fue un accidente.

—Bryngeir también está conectado con ese homicidio involuntario —dijo Thórólfur.

—Sí.

—Cuéntemelo.

—¿Quiere oír la historia desde el principio?

—Sí.

—Es una historia larga.

—Ya he escuchado muchas historias largas hoy, así que una más no va a marcar la diferencia.

Kjartan se soltó el cuello de la camisa.

—Muy bien. La historia comienza cuando yo estaba estudiando el último curso en el instituto de bachillerato y formaba parte de una asociación llamada Amigos de los Vikingos de Jomsborg, o simplemente los Vikingos de Jomsborg.

—¿Amigos de los Vikingos de Jomsborg? ¿Eso qué significa? —preguntó Thórólfur.

—Los Vikingos de Jomsborg eran un grupo de jóvenes guerreros mercenarios que tenían su base en la antigua ciudad de Jomsborg, a finales del siglo X. Su historia acabó cuando cayeron derrotados en la batalla contra Haakon, conde de Hladir, en Noruega.

—Hábleme más de esa asociación.

—Sus miembros eran una treintena de chicos en su último año de instituto o en los dos primeros de universidad. Un buen número de jóvenes alegres e inteligentes, la mayoría de ellos de familias adineradas. Yo era la excepción: no tenía dinero y era apocado.

—¿Cuál era el propósito de esa asociación?

—Oficialmente se trataba de un círculo de lectores o un club cultural, aunque a la vez era también, más o menos, una sociedad secreta. Llevaba en marcha algunas décadas. Los nuevos miembros se seleccionaban entre los alumnos de los últimos años de bachillerato, y por lo general no abandonaban la asociación hasta haber avanzado un buen trecho en su carrera universitaria. Así que había una renovación constante. Cuando yo entré había reuniones una vez al mes, solían arreglárselas para conseguir una pequeña sala en algún local de la empresa del padre de alguno de los miembros. Para divertirnos, leíamos versos con doble sentido y subidos de tono y alguna otra cosa por el estilo que encontrábamos o que componíamos nosotros mismos. De tanto en tanto se invitaba a algún escritor prometedor para que recitase algo o presentase alguna ponencia. También se hacían debates y en ocasiones algún concierto e incluso alguna obra de teatro. Era cultura ligera y esnob. Todo aquello iba acompañado de una cantidad considerable de bebida y a veces las reuniones degeneraban en una auténtica borrachera hasta llegar la noche.

—¿Qué le llevó a formar parte de esa asociación?

—La vanidad.

—¿Y eso?

—Yo había leído muchas obras de autores foráneos. Un pariente mío, que era marinero, solía traerme muchos libros del extranjero, que yo luego traducía por encima para las reuniones. Así podía contribuir con buen material para las lecturas. Para mí fue como un ascenso cuando me invitaron a entrar, y tampoco le hacía ascos a unas copas.

—¿Qué fue entonces lo que sucedió?

—Cuando algún miembro nuevo ingresaba en la sociedad tenía que arrodillarse bajo la espada, tal y como solían llamarlo. La asociación tenía una espada al estilo de las armas de nuestros ancestros. Una buena copia que habían ordenado hacer a un herrero muchas décadas atrás. Era muy pesada y tenía un buen filo. Uno de los miembros sujetaba la espada en alto sobre una viga de madera, y el nuevo miembro se arrodillaba debajo, luego leían el fragmento correspondiente de la Saga de los Vikingos de Jomsborg, y en el lugar preciso de la historia había que dejar caer la espada. El texto que se recitaba al final era más o menos así: «Un hombre del rey le coge del pelo, lo retuerce y sujeta la cabeza de Sveinn contra el tocón con ambas manos, mientras Thorkell se dispone a descargar la espada y golpea fulminante». Al leer «golpea fulminante» era cuando tenía que caer el mandoble. De todos modos, el nuevo siempre podía ver la silueta del verdugo, así que podía retirar la cabeza a tiempo. Cuanto más aguantase la cabeza sobre la madera, más valiente se suponía que eras. Entonces todos vociferaban: «¿Quién ha puesto sus manos sobre mi cabello?», y con esto se consideraba que el nuevo miembro ya había sido iniciado.

—¿Por qué era usted quien sujetaba la espada aquella vez?

—Era una cierta honra. Hasta que no llevabas una buena temporada en la asociación y te habías hecho un sitio, no podías blandir la espada y ascender a otro nivel. Bryngeir sugirió que fuese yo quien ocupase el puesto aquella noche.

—¿Y hubo un accidente?

—Sí, hubo un accidente, o al menos pareció un accidente. Cuando sonaron las palabras clave dejé caer la espada y pude ver de soslayo que Einar retiraba la cabeza. Pero luego fue como si se hubiese dado contra una pared, porque volvió a meterse de nuevo bajo el golpe justo cuando caía la espada. Le dio en la nuca y murió al instante.

—Debió de ser muy impactante para usted.

—Sí, por supuesto, fue horrible. Cuando la espada dio contra el obstáculo, parecía algo duro, justo como imaginas que sería la viga, pero luego cedió como si hubiese topado con algo peculiarmente blando. Cuando me percaté de lo que había sucedido, me desmayé y me golpeé la cabeza con la esquina de la mesa.

Kjartan alzó la mano y se tocó la cicatriz de la frente.

—Entonces ¿fue un accidente, o qué?

—Claro, desde luego, un terrible accidente, pero luego alguien dijo que yo había dejado caer la espada demasiado pronto. Y en vez de respaldarme en la investigación policial, mis compañeros testificaron que yo había lanzado el golpe más rápido y más fuerte de lo acostumbrado. Dijeron que por lo general aquello no era más que un juego inocente y que no suponía ningún peligro.

—¿Y eso era cierto?

—No, era parte del ritual que la espada se quedase bien clavada en la viga después del golpe.

—Según la información que me han dado, usted culpó más tarde a Bryngeir del accidente.

—Sí. Unos días después, cuando la angustia empezó a mitigarse, pude recordar mejor aquellos momentos. Estoy seguro de que Bryngeir estaba detrás de Einar y que lo volvió a empujar bajo el golpe.

—¿Y le creyeron?

—No, y alguien llegó a decir incluso que Bryngeir ni siquiera había estado en la sala. Aquello fue usado en mi contra como agravante cuando el juez dictó sentencia. Adujeron que yo había presentado falsas acusaciones. Pasé en la cárcel cinco años, como bien sabe.

Thórólfur asintió.

—¡Y luego se viene hasta aquí y se pone a hacer el trabajo de la policía!

Kjartan negó con la cabeza:

—Eso nunca fue idea mía. Yo esperaba otro tipo de tareas cuando me dieron este trabajo de verano.

—¿Cómo reaccionó usted al encontrarse aquí con Bryngeir?

—Yo no sabía quién era el periodista hasta que vi el cadáver en el cementerio. Para mí fue un shock terrible.

—¿Qué estuvo haciendo la noche del domingo?

—Salí a dar un paseo por la isla y en el camino de vuelta pasé por la biblioteca. La doctora Jóhanna estaba allí.

—¿Y sabía usted que ella era la novia del difunto Einar?

—No lo sabía entonces, pero ahora lo sé.

—¿Cuándo lo descubrió?

—Me lo dijo aquella noche después de una larga conversación.

—¿Le dijo también que Bryngeir le había confesado que había sido él el causante de la muerte de Einar?

—Sí.

—¿Cómo se sintió?

—Me alegró mucho oírlo.

—¿Y eso?

—Sí. Aunque yo estuviese convencido de que el accidente no había sido culpa mía, fue un alivio poder corroborarlo. Aunque no es que pueda borrar de un plumazo el infierno que he vivido todos estos años.

—¿A lo mejor quería usted vengarse de Bryngeir?

—He estado luchando por encontrar la paz conmigo mismo y comenzar una nueva vida. Se supone que Bryngeir ni siquiera entraba en el cuadro.

—Pero sí que entró.

—Sí. Fue como un fantasma resucitado del pasado allí en el cementerio. Creo que sufrí un ataque de nervios después de haberlo visto ahí ayer por la mañana.

—¿Se siente mejor hoy?

—Sí. Ayer por la tarde fui a casa de Jóhanna y le pedí que me ayudase. Me dio unos tranquilizantes y he conseguido recuperarme.

—Qué útil que hubiese un psiquiatra en la isla al que acudir —Lúkas acababa de llegar y ahora se incorporaba al interrogatorio—. Pero todas estas coincidencias me resultan un poco extrañas —continuó—. Un gacetillero borracho y con mala reputación llega desde Reikiavik y en poco más de veinticuatro horas ha recorrido la isla, montando jaleo y ofendiendo a diestro y siniestro. Pero vosotros, la parejita, ¡no teníais ni la más pajolera idea de que andaba por aquí! ¿No resulta un poco difícil de creer?

—Yo sabía que había llegado un periodista, pero no sabía quién era. Después de darle muchas vueltas, creo que él estaba intentando evitarme y de hecho también a Jóhanna. Tal vez no sea tan raro.

—Sí, por supuesto que lo intentó, pero luego resulta que decidió hacerle una visita a ella la noche del domingo —dijo Lúkas.

Un tripulante del guardacostas asomó la cabeza por la puerta y le entregó a Thórólfur un sobre.

—Los dos estábamos en la biblioteca aquella noche. Se encontró con las puertas cerradas —respondió Kjartan.

—Pero ¿y si os hubiese encontrado a los dos juntos? No habría habido ningún otro testigo del encuentro y tú tenías una navaja recién comprada a mano. ¿No habría sido tentador ajustar las cuentas con aquel tipejo?

Kjartan se sobresaltó y se llevó la mano al bolsillo del pantalón.

—Compraste una navaja en la tienda, ¿no es cierto?

—Pues sí, pero creo que la he perdido. Tengo un agujero en el bolsillo.

—Bueno. Pues yo creo que la historia fue así. Bryngeir fue a hacerle una visita a Jóhanna. Se encontró con que la casa del médico no estaba cerrada y, como nadie respondía, entró a echar un vistazo. Jóhanna estaba de cháchara contigo en la biblioteca. Bryngeir, naturalmente, como el granuja que era, aprovechó la ocasión para husmear en los cajones de la doctora sin importarle que hubiese un cadáver en la casa, y mira por dónde, fue a dar con los papeles del profesor Gaston Lund que Jóhanna había guardado el pasado otoño, después de llevar al hombre narcotizado hasta Ketilsey. Por lo que cuentan los testigos, al parecer algo puso a Bryngeir sobre la pista del caso Lund. Bueno. En cualquier caso, luego Bryngeir vuelve y decide atajar por el cementerio, ¿y a quien debió de encontrarse a mitad de camino? A la parejita. Y tú todavía no habías perdido la navaja, ¿verdad que no? Así que después de darle las buenas noches, tirasteis al desgraciado al suelo y lo agarrasteis con el rostro contra la hierba para ahogar los gritos cuando le abriste la espalda y le sacaste los pulmones por la herida. ¿O acaso fue la doctora quien se puso manos a la obra? En cualquier caso, cuando aquello estuvo acabado, lo colocasteis sobre una lápida y volvisteis a casa para celebrar un trabajo bien hecho. Simplemente, no tuvisteis la precaución de mirar en sus bolsillos, por lo que no encontrasteis los papeles que había robado poco antes.

Kjartan no respondió nada, pero metió la mano en el bolsillo y sacó un bote de cristal con píldoras.

—¿Qué es eso?

—Son las pastillas que me ha dado Jóhanna. Creo que necesito una. Esas acusaciones son escandalosas.

Thórólfur le cogió el frasco, leyó la etiqueta y lo guardó en su bolsillo.

—Vamos a esperar un poco. La hipótesis de mi colega resulta bastante probable, aunque de todos modos hay que añadir algo. Acabo de recibir un informe preliminar de la autopsia que afirma que Bryngeir murió ahogado y que posiblemente llevase mucho tiempo muerto cuando fue mutilado.

Ahora era Lúkas el que estaba sorprendido.

—¿Ahogado en el mar? —preguntó.

—No, en agua dulce —respondió Thórólfur.

—¿En agua dulce? ¿Hay algún estanque o algún riachuelo en la isla? —Lúkas miró al alcalde Grímur.

—No. Sólo el pantano de Skansmýri, y andaba bajo mínimos después de la racha de buen tiempo —respondió Grímur.

Thórólfur volvió a leer el informe y luego miró a Kjartan.

—Nuestro colega de Reikiavik considera plausible que Bryngeir fuese ahogado en una bañera, y precisamente hay una en casa del médico, por lo que tengo entendido. Tal vez ahogasteis al desgraciado en el baño antes de mutilarle. Así que debisteis de toparos con él en casa de la doctora y lo despachasteis allí. ¿Es posible?

Kjartan parecía haber dejado de escuchar y sus hombros temblaban. Thórólfur sacó el bote de píldoras del bolsillo y lo soltó de golpe sobre la mesa delante de él.

—¡Aquí tienes, tómate tus píldoras y dinos la verdad!

Kjartan miró a Grímur.

—¿Podría tomar un vaso de agua?

Grímur salió al pasillo y volvió enseguida con una taza llena de agua.

Kjartan se metió dos pastillas en la boca y dio un sorbo. Finalmente dijo:

—No hay ninguna otra verdad que contar.

Thórólfur sacudió la cabeza.

—Ya hemos corroborado todos los movimientos de los habitantes de la isla la tarde noche del domingo y la madrugada del lunes. Todo discurrió con normalidad. No obstante, Jóhanna y tú estuvisteis en vela hasta el alba y teníais motivos considerables para desear ver muerto al periodista. Vas a tener que contarme mucho, muchísimo más, para que empiece a creerte.

—Yo ni siquiera me acerqué a Bryngeir —repitió Kjartan.

—Descríbeme aquella noche —dijo Thórólfur.

—Jóhanna y yo estuvimos en la biblioteca hasta la mañana siguiente, y luego, en el camino de vuelta, la acompañé hasta la puerta de su casa. Había empezado a llover, así que me apresuré a regresar a casa del alcalde y me metí en la buhardilla. No supe nada de Bryngeir hasta que Grímur mandó que me viniesen a buscar por la mañana —Kjartan se enjugó el sudor de la frente con la palma de la mano.

—¿Qué demonios estuvisteis haciendo en la biblioteca toda la noche? —preguntó Thórólfur.

—Jóhanna me estuvo hablando del Libro de Flatey.

—¿Y eso da para hablar una noche entera?

—Sí.

—¿Qué hora era cuando te fuiste a dormir?

—No estuve pendiente del reloj pero el día ya había clareado mucho. Supongo que serían cerca de las seis.

Thórólfur pensó un momento.

—Vas a venir con nosotros a bordo del guardacostas. Allí te tenemos reservada una celda. Jóhanna se quedará en la casa del médico bajo vigilancia. Vosotros dos vais a tener que hacer una descripción de cada segundo de aquella noche. Será interesante ver cómo coinciden los pequeños detalles.

37.ª pregunta: «Bebe de la quilla. Primera letra». Egill, hijo de Ragnar, sostuvo una lucha naval contra los vendos. Cuando la batalla estaba en su apogeo, Egill dio un salto de su barco al barco de los vendos y le asestó una estocada a su jefe, hiriéndolo de muerte. Después de esto, los vendos se batieron en retirada. Egill le pidió a su sirviente que le trajese bebida y el sirviente respondió: «Ha habido tal tumulto aquí que todos los barriles se han roto y toda la bebida ha corrido a la quilla». Egill contestó: «No por ello voy a dejar de beber». El sirviente respondió: «No lo hagáis, señor, porque la mayor parte es sangre y fluidos corporales». Egill se levantó y, sacándose el yelmo, lo hundió en la quilla y dio tres grandes tragos. Por este suceso se conoce a Egill como «el Sangriento». Ésta es la respuesta y la primera letra es la S.

Aquí Lund escribió tan sólo «Egill» —dijo Kjartan—, así que la primera letra es la E…