5

Ketilsey no era una isla grande pero aun así no resultó fácil encontrar el cadáver. Habían recorrido toda la orilla, rodeando la isla, y luego se desplazaron un poco más arriba. El alcalde y el profesor ya estaban aburridos de la búsqueda.

—Deberíamos haber traído a Valdi con nosotros para que nos llevase al lugar —dijo Högni.

Grímur tenía sus dudas.

—Entonces tendría que haber venido también el anciano, y probablemente incluso el niño. Por lo general, son inseparables.

Se quitó la gorra y se enjugó el sudor de la frente con el pañuelo rojo del rapé.

—¿Y el tipo no dijo nada sobre dónde debíamos mirar? —preguntó Kjartan.

—Nada, maldita sea. Yo pensaba simplemente que el muerto estaría aquí en la orilla y nada más atracar podríamos encontrarlo guiándonos por el olor —contestó Grímur.

—¿Y no habrá vuelto a parar al mar de nuevo? —preguntó Kjartan.

Grímur negó con la cabeza.

—No, ahora hay poca corriente y las olas apenas se han levantado desde que los hombres estuvieron aquí.

Högni miró con el ceño fruncido a algunos gaviones que volaban sobre ellos.

—¿No será que este carajo de gaviotas ya habrá acabado con él? —dijo.

Kjartan casi se había rendido cuando tropezó con el cadáver al pasar entre unos peñascos. El abrigo verde tenía un color parecido a la hierba, y el gorro se le había caído de la cabeza, de modo que se podía ver el rostro desnudo de la calavera. Los pantalones y los zapatos cubrían la parte inferior del cuerpo. El olor a putrefacción flotaba en el aire y un enjambre de moscas revoloteaba encima.

—Está aquí —gritó Kjartan con una voz que no reconoció como propia.

Los hombres corrieron hacia él. El alcalde llegó primero.

—«No es que esperara que oliese a perfume», dijo Grettir el Fuerte en el túmulo —enunció Grímur entre toses.

—Así que al final estaba aquí —dijo Högni sorprendido ante la escena—. Tiene que haber habido un oleaje de mil demonios este invierno si el mar ha arrastrado a este desgraciado hasta aquí arriba.

—En absoluto —comentó Grímur—. Las aguas no llegan hasta aquí arriba. La madera y las algas varadas más próximas están treinta brazas más abajo.

Högni se sorprendió.

—Puede ser que… —no dijo más.

Grímur miró en derredor.

—Sí, debía de quedarle algo de vida cuando vino a parar a la isla.

Se quedó observando al hombre por un momento y luego se puso a dar vueltas mirando a su alrededor.

—Mirad —gritó. Högni y Kjartan volvieron la vista hacia donde señalaba.

Había una peña que sobresalía, y encima de ella, unos cuantos maderos ordenados en diagonal junto al acantilado. Luego habían amontonado piedras y algas sobre los maderos formando así un pequeño refugio. Había espacio para que una persona se colase dentro y pudiese cobijarse con un amparo decente.

—Es probable que esto lo construyese este hombre después de haber venido a parar aquí. Los de Ystakot nunca habrían hecho semejante chapuza.

—¿No había modo de que se hiciese notar? —preguntó Kjartan. Le resultaba muy perturbador pensar que aquel hombre se hubiese quedado allí durante algún tiempo, quizá en pleno invierno.

Grímur respondió:

—No, le habría resultado difícil si no tenía modo de hacer fuego. Las rutas de navegación discurren mucho más al oeste y hay una gran distancia hasta las poblaciones más próximas. Aquí nunca se pesca, así que una vez que los de Ystakot han limpiado el plumón de los nidos abandonados, ya no viene nadie más hasta el año siguiente, cuando regresan para ocuparse de las focas. Más allá de eso, no hay nada que hacer aquí.

—Entonces, ¿se ha muerto de hambre? —preguntó Kjartan.

—Sí, y de frío. No habría logrado mantener el calor sin tener nada de fuego. Especialmente si vino a parar aquí todo empapado por el mar.

—¿Cómo demonios fue capaz de llegar hasta tan lejos? —preguntó Högni—. No hay ninguna embarcación a la vista con la que pudiera haber venido. Tampoco hay ninguna ruta que acostumbre a pasar por aquí de modo que pudiera haber caído por la borda de algún barco.

—Probablemente haya venido en un barco y después lo haya perdido —respondió Grímur—. Algo así ya ha pasado antes.

—Si se hubiese perdido a alguien aquí en el fiordo, se habría sabido, y también el barco en el que iba —dijo Högni.

—A no ser que venga de más lejos —replicó Grímur.

—Tanto da. Lo habrían echado en falta —repuso Högni decididamente.

—Hubo algún percance marítimo aquí este invierno mucho más al oeste. Desaparecieron algunas personas. A lo mejor alguno de ellos consiguió meterse en un bote salvavidas, se vio arrastrado hacia el interior del fiordo y varó aquí.

—¿Y el barco?

—Podría haberlo perdido de nuevo.

—No —Högni no estaba de acuerdo. Se agachó inclinándose sobre el cadáver y se fijó en la ropa—. Éste no es un marinero. Fíjate en los zapatos. Son más bien botas de montaña como las que llevan los turistas, son de cuero.

—Bueno —dijo Grímur—. Hay que investigarlo mejor. Metámoslo en la caja y démonos prisa en regresar a Flatey.

Fueron a buscar el féretro y lo colocaron justo al lado del cuerpo. Acto seguido, Grímur y Högni empujaron el cuerpo en su interior con las palas mientras Kjartan sujetaba la caja. Luego la giraron de modo que quedó derecha y el cuerpo se volcó boca abajo. La mancha de hierba que apareció bajo el cadáver estaba amarilla y muerta, había además larvas de mosca que se retorcían entre las briznas.

—¿No tendríamos que ponerlo boca arriba en la caja? —preguntó Kjartan.

—No —respondió Grímur—. No creo que le vaya a importar mucho estar tumbado así para un viaje tan corto.

Sacó un vaso del bolsillo, desenroscó la tapa y lo tiró dentro del féretro.

—Me lo ha dado la doctora —dijo—. Es contra esta peste y de paso mata las larvas y los mosquitos.

Atornillaron bien la caja, cuya tapa tenía bordes forrados de goma y era prácticamente hermética.

Peinaron concienzudamente la isla buscando signos de la estancia de aquel hombre. En una parcela de hierba hallaron piedras sueltas que alguien había colocado de modo que formaban sin lugar a dudas las siglas SOS, cada letra de más o menos tres metros de altura. Junto al albergue encontraron un termo de plástico abierto con un resto de agua y algunas conchas rotas. De todos modos, no había nada dentro del refugio. Revisaron todos los peñascos donde el hombre pudiera haber dado con alguna superficie plana en la que grabar algún dato, pero no encontraron ninguna marca que pudiese haber sido hecha por mano humana. Sobre una roca plana había colocadas muchas piedras pequeñas que parecían formar letras, sólo que las fuerzas de la naturaleza las habían movido. No obstante, Kjartan hizo un dibujo en el bloc, con tanta precisión como fue capaz. Movió entonces dos piedras donde el trazado parecía más entero e intentó formar una palabra.

Destino

Grímur y Högni lo observaban con atención.

—¿«Destino»? ¿Esto os dice algo? —preguntó Kjartan.

—No —respondió Högni—. Pero hay un toro semental en Hvallátrar al que dieron ese nombre cuando de joven se quedó atrapado en un escollo con la subida de la marea y tuvo que ponerse a nadar para salvar la vida; había un buen trecho hasta tierra firme y probablemente no habría sobrevivido de no ser porque el destino quiso que pasara por allí gente de Skáleyjar que iba camino de un espectáculo de danza en Flatey. Primero pensaron que se trataba de una foca, pero entonces el animal estiró las orejas. Nunca antes se habían visto en Breidafjördur focas con orejas, así que enseguida subieron al toro a bordo. Pudo ir con ellos hasta Flatey y allí lo tuvieron en la cuadra hasta que se recuperó de aquellas fatigas.

Grímur y Högni fueron a buscar el féretro y lo subieron a bordo. Luego se pusieron en marcha rumbo a Flatey.

—¿Ha sucedido algo así alguna otra vez aquí en las islas? —preguntó Kjartan mientras Högni amarraba la caja a la bancada.

—Haber hay historias de gente a la que se encontró muerta de frío en las islas mucho después de haberla dado por perdida en un naufragio —respondió Högni—. Pero en esas ocasiones se sabía que faltaban el barco y sus tripulantes. Sin embargo, este hombre ha estado en esta isla sin que nadie tuviese la más mínima idea de que algo no iba como debería. Yo nunca he oído nada parecido por el fiordo.

Aunque la caja estuviese cuidadosamente cerrada, Kjartan pudo notar el olor del cadáver todo el camino de vuelta. Se sentía verdaderamente mareado a pesar del levísimo oleaje y no paró de vomitar por la borda. Los isleños por su parte esnifaban tabaco con una profusión poco habitual.

»En las últimas décadas del siglo XIV hubo un granjero rico en Vídidalstunga, en la provincia de Húnavatn, un hombre llamado Jón Haakonarson. Hoy día sabemos muy poco de este granjero y sin duda habría sido completamente olvidado de no haber tenido la idea de realizar este códice regio que mucho más tarde recibió el nombre de Libro de Flatey. La transcripción del manuscrito llevó muchos años, si bien finalizó en su mayor parte en 1387. En los años posteriores se añadieron algunas secciones, pero los Anales del final terminan en 1394…

»Resulta imposible determinar qué llevó al granjero Jón Haakonarson a mandar que se escribieran estas sagas, pero podría ser que este manuscrito hubiese sido pensado como regalo para algún joven que por aquellos días tuviese que jurar el trono del Reino de Noruega y fuese tocayo de aquellos dos grandes reyes que mucho antes se habían llamado Olaf. Se trataba del tercer monarca noruego con tal nombre y por lo tanto era evidente que se esperaba mucho de él. El códice también se consideraba un verdadero tesoro y habría encontrado un puesto honorable en la corte. Pero este Olaf murió o desapareció en Dinamarca aproximadamente en las mismas fechas en que el libro estaba siendo rematado, y con él murió el trono noruego de Harald el de la Hermosa Cabellera. La madre de Olaf, Margarita I de Dinamarca, tomó el poder y reinó hasta 1412…