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Después del mediodía, enviaron al profesor Högni a casa de la doctora Jóhanna para citarla a declarar. Continuaba lloviendo y hacía frío. Högni avanzaba deprisa a contraviento y se sujetaba el cuello de la chaqueta cerrado bajo el mentón. En poco más de veinticuatro horas, parecía que todo había cambiado a peor en Flatey, entre otras cosas el tiempo. Y en vez de estar ocupándose de las redes de focas y de recoger el plumón de ánade, los granjeros se encontraban sentados en casa esperando a que los detectives de la policía descubriesen a ese desgraciado al que le había dado por matar gente.

Högni estuvo un buen rato llamando a la puerta de la doctora, y como nadie respondía, abrió la puerta y entró en el pequeño recibidor. No era costumbre cerrar con llave las casas en Flatey y resultaba normal cruzar el umbral si el recado era urgente.

—Hola —dijo en voz alta, pero la única respuesta fue el eco en aquel oscuro vestíbulo. Sintió el olor del dispensario y la farmacia. Todo tipo de aromas extraños se mezclaban en aquel tufillo peculiar y misterioso de los hospitales, que podía inspirar a la vez miedo y atracción, dependiendo siempre de las sustancias y de las circunstancias.

Högni se adentró más en la casa, y a su derecha pudo ver el interior de la habitación donde estaba la cama de hospital, y en ella un cuerpo cubierto con una sábana blanca. Björn Snorri Thorvald esperaba allí su ataúd y el velatorio. Había un cirio en un candelero junto a la cama.

«Jóhanna probablemente no habría dejado la casa sola, debe de estar por aquí», se dijo.

—Hola —repitió aún más alto que antes.

Entonces oyó un abrir de puertas en el piso de arriba y Jóhanna apareció en las escaleras.

—¿Qué ocurre, Högni? ¿Estás enfermo? —preguntó.

—No, no, no hay nadie enfermo, pero los policías de Reikiavik quieren hablar contigo. Están tomándole declaración a todo el mundo.

—Sí, lo sé. ¿Ya me toca? Me doy prisa.

—Te espero —dijo Högni—. Vamos juntos.

Jóhanna desapareció un instante y volvió a bajar las escaleras con el abrigo puesto. Fue junto a la cama de su padre, apagó la vela y cerró la puerta al salir. En el vestíbulo, cogió un paraguas de un colgador.

—No es nada frecuente ver un chisme de esos aquí en Flatey —dijo Högni cuando salían de casa y Jóhanna abrió el paraguas.

—No, por lo general la gente de aquí tiene las manos ocupadas con algo cuando va de una casa a otra bajo la lluvia —respondió Jóhanna.

Luego siguieron caminando en silencio.

Högni no estaba seguro, pero le pareció que la gabardina de Kjartan estaba colgada en el recibidor de la casa del médico.

31.ª pregunta: «Donde reside la risa de todo hombre. Segunda letra». Mas la rabia de todo hombre reside en la bilis, y la vida en el corazón, la memoria en el cerebro, la ambición en los pulmones, la risa en el bazo, el deseo en el hígado. La respuesta es «bazo» y la segunda letra es la A…