Högni se estaba ocupando de llamar a la gente según la lista de nombres, y entraba con Sigurbjörn de Svalbardi cuando Benni salió con Grímur de la sala de la escuela donde le habían tomado declaración.
—Éstos son policías de verdad —afirmó Benni entusiasmado. Grímur le dijo que podía irse a casa y le indicó a Sigurbjörn que entrase y tomase asiento frente a los detectives de la policía. Él, por su parte, se sentó junto a la puerta.
—Tengo entendido que el difunto Bryngeir se hospedó en su casa la víspera del domingo —dijo Thórólfur—. ¿Es eso cierto?
—Pues malamente se puede decir que se hubiese hospedado —respondió Sigurbjörn—. Llegó el sábado y pidió sitio para pasar la noche. Tenemos una cama libre que a veces dejamos a algún huésped y le abrimos las puertas de casa. También le dimos de comer cuando llegó y luego más tarde por la noche, pero era un caradura y muy cansino si le daba a la botella. Lo eché de casa a eso de las tres de la madrugada. Por lo que he oído, luego se metió en el pajar del Corneja y durmió sobre el heno viejo hasta la mañana del domingo.
—¿Por qué lo echó de su casa?
—El tipo resultó ser un condenado sinvergüenza. Nos fuimos todos a dormir pasada la medianoche y él tendría que haber hecho lo mismo. Pero debía de estar inquieto y en plena madrugada se coló sin pantalones en el cuarto de mi hija Hafdís y se le quería meter en la cama. ¡Quería camelar a la niña, ese maldito canalla!
—¿Qué sucedió entonces?
—Bueno, la abuela duerme en la cama de al lado y estaba alerta. Lo agarró al borde de la cama y lo espantó. Creo que le echó la bacinilla encima al tipejo. Al menos tenía la espalda empapada cuando lo encontré en el pasillo y lo eché fuera con un palo. Luego recogí todas sus cosas y se las dejé a la entrada.
—¿No lo volviste a ver?
—No, y tampoco es que lo estuviese buscando. No me extrañó que el tipo tuviese los días contados.
—¿Y eso?
—Pues sí. Cuando le eché un vistazo a su bolsa para asegurarme de que no había robado nada en casa, vi que llevaba encima las hojas del enigma de Flatey, que tienen que estar en la biblioteca y no pueden sacarse bajo ningún concepto. Ese condenado las había robado la tarde anterior. En cuanto amaneció fui a casa de Hallbjörg en busca de la llave de la biblioteca para devolver las hojas a su sitio, y ella me dijo que el representante del gobernador había sido el último que había entrado el sábado y que probablemente se habría olvidado de cerrar. No saben cuidar las cosas valiosas, esos culturetas de Reikiavik.
—¿Y es la única llave que hay de la puerta?
—Sí, exceptuando la que el difunto Björn Snorri tenía en préstamo. Iba a la biblioteca muy a menudo.
—¿Está seguro de que no volvió a ver a Bryngeir la tarde del sábado?
Sigurbjörn se enfadó.
—No, por supuesto que no volví a encontrármelo. ¿Piensa que le estoy mintiendo? ¿Cree que yo iba a llevarme a ese canalla al cementerio, colocarle sobre una lápida y marcarle un águila de sangre en la espalda por el hecho de no ser un huésped respetuoso?
—¿Marcarle un águila de sangre? —preguntó Thórólfur.
—Sí.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Pues está claro. Alguien le ha marcado un águila de sangre en la espalda. ¿No ha leído el Libro de Flatey?
—No.
Sigurbjörn negó con la cabeza.
—¿No se les exige un poco de cultura a los policías hoy en día?
—El Libro de Flatey no entra en los estudios de criminalística —respondió Thórólfur con arrogancia.
Sigurbjörn sonrió sarcástico.
—Bueno, pues no entrará, pero debería. Intentaré repasar el asunto para ustedes. Sigurd, el Matador de Fáfnir, luchó contra Lyngvi Hundingsson en Frisia y lo apresó. Entonces se discutió qué tipo de muerte merecía. Regin, el padre adoptivo de Sigurd, propuso que se le marcase un águila de sangre en la espalda y así lo hicieron. Regin cortó entonces las costillas de la columna con su espada y sacó los pulmones. Y murió Lyngvi por ello con gran valor. También se habla de águilas de sangre en la Saga de los Orcadenses y en el relato de Orm Stórólfsson, si mal no recuerdo. Si me preguntas, eso es justo lo que le han hecho al pobre diablo del cementerio.
Los detectives se miraron el uno al otro y Sigurbjörn continuó:
—Y además, está el danés. También se puede encontrar algún paralelismo en el Libro de Flatey sobre lo que le sucedió, pero por supuesto tampoco conocerán esa historia.
Thórólfur negó con la cabeza.
—¿Cómo es? —preguntó.
—Es en la Saga de Olaf Tryggvason. Eyvind Kelda llegó al cabo Ögvaldsnes con la intención de matar al rey Olaf. Mediante brujería provocó una niebla oscura para que el rey no pudiese verlos, aunque ellos mismos quedaron tan cegados que avanzaban en círculos. Los guardias del rey vieron a aquellos hombres y los apresaron. El rey les ofreció que renegasen de su error y abrazaran la fe del Dios verdadero, pero cuando Eyvind y sus hombres se negaron en redondo los llevaron a un escollo y los dejaron allí para que muriesen de frío e inanición, por lo que desde entonces el lugar se llama isla del Brujo. Y así fue. Me parece deberían ustedes empezar por leer el Libro de Flatey antes de intentar resolver ningún misterio aquí en el Breidafjördur.
—¿Es largo ese libro? —preguntó Thórólfur.
—No mucho. Thormódur el Corneja tiene la edición que se publicó después de la guerra. Son cuatro volúmenes de seiscientas páginas escasas cada uno. Si son aplicados con la lectura, habrán acabado de leerlo para la recogida de las ovejas de este otoño.
Thórólfur miró a Grímur.
—¿Podría conseguirnos un ejemplar de ese libro?
—27.ª pregunta: «El mayor campeón de esquí. Tercera letra». Fueron a parar a la cima de una gran montaña. La ladera descendía abrupta hasta el mar. Había camino para cruzarla, pero era un sendero estrecho que tan sólo se podía atravesar a pie y de uno en uno. El rey Harald Sigurdsson le dijo a Heming: «Ahora has de divertirnos con tu pericia esquiando». «No sería ésta una buena ocasión para ir esquiando, porque no hay nada de nieve y el suelo de la montaña está helado y duro», dijo Heming. El rey le respondió que tampoco sería un reto esquiar si se diesen las condiciones óptimas. Heming se lanzó con los esquíes y se deslizó zigzagueando por la pendiente. Todo el mundo cuenta que nunca habían visto a nadie deslizarse tan limpiamente. Y en ningún momento se ladeó de modo que perdiese el equilibrio. La respuesta es «Heming» y la tercera letra es la M…