En casa del alcalde de Flatey habían terminado de comer e Ingibjörg, la señora de la casa, colocó una jarra de café en la mesa. Los isleños se sirvieron un café hirviendo en los vasos de agua vacíos y luego se tomaron unos tiros de tabaco de esnifar. Kjartan también se sirvió en su vaso, pero rechazó los terrones de azúcar y la leche que Ingibjörg le ofrecía. Los hombres sorbían café, suspiraban y eructaban.
—Una vez conocí a un tipo que decía que el café era un regalo de Dios al hombre para compensarlo por la larga jornada de trabajo —dijo Högni—. Por mi parte, siempre me ha parecido innecesario que Dios Todopoderoso quiera resarcir al hombre por poder ganarse el pan. Pero el café es reconstituyente y doy gracias al Señor por ello.
Kjartan asintió con la cabeza.
—Ahora uno ya empieza a sentirse preparado para lo que quiera venir —dijo Grímur dándose unas palmaditas en la panza, y acto seguido remató el café del vaso—. Los fantasmas y los difuntos evitan vérselas con quien tiene la barriga llena —añadió.
Högni se rio.
—A esto lo llamamos «la filosofía del alcalde», y todavía está completamente por comprobar.
Luego salieron de la casa y los hombres fueron en busca de dos palas a las cuadras de Grímur. Kjartan les preguntó para qué.
—Uno no va a recoger un cadáver de todo un invierno con las manos desnudas. No al menos justo después del almuerzo —contestó Grímur mientras le limpiaba los restos de bosta a la hoja de la pala con una mata de hierba que había arrancado junto a la pared de la cuadra.
Kjartan siguió a aquellos dos hombres que iban con las palas al hombro, bajando el pueblo hasta el muelle. Högni volvió a arrastrar el barco a la vera del embarcadero y subieron los tres a bordo. Grímur soltó el anclaje, puso el motor en marcha y partieron rumbo oeste hacia la isla.
El alcalde le señaló a Kjartan el faro de Flatey, que se erigía en un escollo no muy lejos, y pronto apareció la cabaña de Ystakot en la parte más occidental, medio escarbada en la pendiente, justo por encima de la línea del mar. Recientemente habían removido el suelo de una pequeña parcela cercada y podían apreciarse unos cuantos lechos bien arreglados de tierra marrón oscuro. Un niño pequeño los observaba sentado sobre una piedra de la orilla.
—Ése es el pequeño Nonni —dijo Grímur—. Es tan raro como su padre y su abuelo. Estaba contigo este invierno en la escuela, ¿no es cierto, Högni?
—Sí, sí, y se le da bien aprender al muchacho, pero sólo puede ocuparse de una asignatura cada vez. Era capaz de ponerse a cavilar en una página sobre botánica durante días y no se le podía venir con ninguna otra cosa. Luego, a la semana siguiente, le daba por la astronomía. No obstante, lee muy bien y también se le da bien el cálculo.
Högni miró hacia tierra y después continuó:
—Valdi de Ystakot, el padre del pequeño Nonni, también es un perro verde. Siempre garabateando datos que no sirven para nada en un bloc. Descripciones del tiempo o quiénes vienen o van con el barco del correo, quiénes fueron a misa y quiénes no. Y creo que el anciano, Jón Ferdinand, está volviendo de nuevo a la infancia. Además, oye muy mal. La mujer de Valdi, Thora, ya los ha dado por imposibles. Trabaja cocinando para un grupo de obreros de carreteras en Islandia y nunca viene a casa. Se limita a enviarles dinero para que le compren leche al pequeño Nonni y alguna que otra prenda de ropa.
Kjartan vio que el niño se llevaba algo brillante a los ojos y que observaba el barco, hasta que de repente se puso de pie y echó a correr hasta desaparecer en la cabaña.
Luego aparecieron el muelle nuevo y la planta de pescado. Allí había tres lanchas motoras abiertas y un barco más grande con cabina de mando. El barco más pequeño era negro y los otros estaban pintados de blanco.
—Los hombres de las lanchas no han pescado mucho últimamente —comentó Grímur—. Al parecer no han tenido ganas de salir esta mañana.
—No tenían para gasolina —dijo Högni—. ¿No será que la cooperativa ya no les da más crédito?
—Entonces tendrían que salir a vela —repuso Grímur—. Todavía saben hacerlo, los del clan de Ystakot. Pueden alzar un mástil en el barco e izar velas si es que no tienen gasolina para el motor. Su barco es ese negro de ahí. Se llama Cuervo.
—Sí, éstos saben navegar —dijo Högni—. El viejo Jón Ferdinand era uno de los capitanes más fiables del Breidafjördur, antaño, en sus buenos tiempos. Pocos tripulaban un barco a vela mejor que él. Este hombre, con buen viento, podía hacer que el barco fuese rebotando sobre las olas igual que al lanzar una piedra. Una vez lo enviaron en un remero grande a recoger a unos trabajadores al cabo de Króksfjardarnes. En el camino de vuelta, las velas cogieron un viento rápido del sudeste y llegó a Flatey en sólo cuatro horas. También tenía la corriente marina a su favor, aunque creo que habrá pocos que hayan podido repetirlo.
Enseguida habían sobrepasado los escollos más externos de Flatey y tomaron rumbo al sur, hacia un pequeño archipiélago que apenas se podía divisar en la distancia.
Kjartan estaba tenso por la llegada a su destino. Había visto con anterioridad a una persona muerta, pero el recuerdo le resultaba desagradable. La tarea que los esperaba probablemente fuese incluso más tétrica. No obstante, intentó mostrarse interesado cuando Grímur comenzó a señalarle las referencias de la ruta, las islas, escollos y montañas en la lejanía. Los islotes Svefneyjar a babor y el monte Klofningur en tierra firme a proa.
Conforme se acercaban a Ketilsey, un gavión atlántico alzó el vuelo, gorjeando. Las olas rompían contra los acantilados y las focas se sumergían en el mar.
—Esto es un acuerdo que tienen —comentó Grímur—. El gavión hace de vigilante para las focas mientras éstas duermen en las rocas. A cambio, se lleva un buen pedazo cuando las focas consiguen caza. Lo que más le gusta es el hígado.
»Cuando estas antiquísimas historias fueron escritas sobre pergamino, no eran más que una versión de entre muchas otras. Antes habían vivido en la tradición oral y en otros manuscritos más antiguos. Cada generación las transmitió a su manera. Cuando yo era niña, mi padre me contó sagas de este códice como si fuesen relatos de aventuras. Luego yo también me he acostumbrado a contar mis favoritas a mi manera…