Lunes, 6 de junio de 1960
Por la noche estuvo lloviendo y el viento soplaba con fuerza del este, aunque amainó por la mañana. Las precipitaciones, sin embargo, continuaron después de la hora en que los isleños se levantaron y se reunieron para los trabajos matutinos. Por la noche los rebaños habían buscado refugio bajo los aleros de las casas del pueblo. Las ovejas estaban tumbadas en la grava y rumiaban pensativas mientras los corderillos dormían después de una noche agitada. Los granjeros miraban el cielo y presagiaban más de lo mismo.
El alcalde Grímur no tenía ninguna red en el mar, así que se lo tomó con calma aquella mañana. Había recogido todas las redes el día previo a la misa y no tenía necesidad ninguna de salir al mar. Aquel día, las crías de foca podrían seguir jugando entre las olas rompientes de los escollos sin que las molestasen.
Kjartan continuaba arriba en la buhardilla y parecía seguir durmiendo. Grímur se había acostado temprano la noche anterior y no había oído llegar a su huésped, aunque sí había visto su abrigo mojado en el vestíbulo. «Dejémoslo dormir», pensó el alcalde mientras se bebía su café de la mañana. No tenía una idea clara de qué sería lo siguiente que tendrían que hacer en su investigación. Probablemente lo más sensato sería pedir ayuda a Reikiavik.
Ingibjörg estaba sentada en el salón y escuchaba la música de la radio mientras tejía un calcetín con pura lana virgen. Högni se pasó por allí y aceptó una taza de café, pero luego volvió a su casa cuando Grímur decidió posponer su salida al mar. Todo apuntaba a que aquél sería un día sin novedades.
Grímur fue al establo, ordeñó las vacas y las sacó al prado. Eran tres, dos de ellas de su propiedad, pero además le daba forraje a una de Sigurbjörn. A cambio, el granjero de Svalbardi tenía unas cuantas ovejas de Grímur en su casa.
Thormódur el Corneja estaba ocupado con algo delante de su destartalado granero. Empezaba el día temprano y por supuesto ya hacía tiempo que había llevado sus vacas al campo. Grímur pasó por allí y le dio los buenos días.
—¿Qué estás haciendo, Corneja? —le preguntó.
—¿Es que no lo ves? Una trampilla nueva para la boca del pozo. El alcalde ya me ha insistido lo suyo para que la repare —respondió Thormódur el Corneja mientras blandía el martillo. Estaba de mal humor.
Grímur se quedó mirando aquel objeto. Alguna que otra vez le había comentado a Thormódur el Corneja que arreglase la tapa del pozo junto al establo. La madera ya estaba podrida y los animales podían tener un accidente si pasaban por encima. Thormódur había conseguido material para la tapa entre los restos de un barco que había en la playa en la parte interior del estrecho.
—Te va a quedar una trampilla estupenda, querido Corneja —dijo el alcalde, y se despidió al advertir que Thormódur no tenía previsto responderle.
Grímur dejó que las vacas se quedasen en el campo mientras él sacaba el estiércol de la cuadra, pero luego las llevó hasta los pastos que había más allá en la isla. Las vacas se volvían perezosas con un tiempo tan húmedo y avanzaban muy despacio. La pequeña Rósa de Rádagerdi también había salido de casa y conducía las vacas de su padre.
—Tío Grímur, tío Grímur —lo llamó ella como una loca cuando se encontraron—. Svenni dice que hay un ángel rojo en el cementerio. ¿Crees que será verdad?
—Lo más probable es que haya muchos ángeles en el cementerio, querida Rósa —respondió Grímur—. Nunca se sabe si alguno de ellos será rojo.
—Sí, pero normalmente no se los ve. Svenni dice que éste se puede ver con claridad.
—¿Y cuándo ha visto a ese ángel el pequeño Svenni?
—Antes. Se metió a escondidas en el cementerio para coger huevos de charrán. Yo me lo encontré cuando volvía corriendo. Tenía tanto miedo que escapó derechito a casa. A lo mejor el ángel sabía que Svenni iba a robar los huevos del cementerio.
—¿Y tú crees que Dios nos enviaría a un ángel sólo porque alguien anda sisando unos cuantos huevos de charrán en el camposanto? —dijo Grímur.
—El sacerdote dice que no se puede coger ningún huevo del cementerio. Es sagrado. Ni siquiera se pueden coger las acederas —contestó Rósa con seriedad.
Los dos hicieron pasar las vacas por la cancela del pastizal y cerraron luego echando el cerrojo.
—Id para allá y llenaos bien la panza —se despidió Grímur de ellas.
—¿Vamos a echarle un vistazo al ángel, tío Grímur? —sugirió Rósa.
Grímur le sonrió.
—Sí, podemos pasarnos por el cementerio sin problema, aunque está lloviendo un poco —afirmó—. No todos los días tiene uno la oportunidad de saludar a un auténtico ángel.
Caminaron de vuelta a paso tranquilo y se desviaron a la derecha para tomar el estrecho sendero que conducía al camposanto. Todo parecía estar como de costumbre. Las verjas seguían alrededor de las tumbas, las lápidas continuaban en su sitio, hacinadas y cubiertas por la vegetación crecida y seca del otoño anterior, y el hierro forjado brillaba con la llovizna. Lo cierto era que algo había inquietado a los charranes que anidaban en la parte sur del cementerio. Sobrevolaban la zona en círculos, chillando, y a Grímur le dio la impresión de que había algo junto a una lápida.
Rósa también lo vio y se quedó paralizada. Tiró de la cazadora de Grímur y susurró:
—Tío Grímur, tío Grímur, creo que voy a ver al ángel más tarde. Acabo de recordar que tenía que volver directa a casa.
—Sí, sí, ve mejor para casa —le dijo Grímur, y ella no se hizo esperar: salió corriendo y desapareció cuesta abajo sin mirar atrás.
No había ninguna entrada en la verja por aquel lado del cementerio, pero Grímur no tuvo ninguna dificultad para pasar una pierna y luego la otra por encima de la reja de alambre, a pesar de cierta rigidez en su cadera. Una vez dentro, le pareció oportuno hacer un alto para persignarse y después continuó su camino. Los charranes encolerizados se lanzaron en picado contra Grímur, uno tras otro, mientras él seguía el sendero entre las sepulturas. Hizo algún que otro aspaviento con las manos e inclinó la gorra para cubrirse la nuca: de ese modo la visera apuntaba al aire y los charranes más osados centraban en ella sus ataques en vez de en la cabeza de Grímur. Ya se las había visto con los charranes un montón de veces antes y sus ataques no le preocupaban en absoluto. Su atención se centraba en lo que le esperaba allí delante.
Siguió caminando, y cuando se aproximó a aquel bulto, en un principio sí que lo tomó por un ángel rojo, tal y como el pequeño Svenni había dicho. Pero en cuanto se acercó un poco más se dio cuenta de que se trataba del cuerpo de un hombre semidesnudo y cubierto de sangre, postrado de rodillas sobre la tumba. Los brazos y la cabeza colgaban de la lápida blanca. De su espalda descubierta sobresalía algo que desde la distancia podría haberse confundido con pequeñas alas rojas como el fuego. Con la lluvia, la sangre había goteado por todo su cuerpo pintándolo de rojo. Le habían bajado la gabardina, la chaqueta y la camisa blanca hasta la cintura.
Grímur se quedó inmóvil y tragó saliva para humedecer la garganta. Luego se acercó aún más para ver quién había encontrado un destino tan cruel aquella noche.
—20.ª pregunta: «Comida de los sirvientes de Harald. Tercera letra». El rey Olaf partió hacia un estanque donde los muchachos se estaban divirtiendo, los llamó y le preguntó a Guttormur: «¿Qué es lo que más desearías poseer, primo?». «Campos», respondió él. «¿Y cuán grandes querrías que fuesen esos campos?» Guttormur respondió: «Desearía que todo el cabo fuese sembrado por completo cada verano. Allí hay diez granjas». Luego el rey le preguntó a Hálfdan: «¿Qué es lo que más desearías poseer?». «Vacas», respondió él. «¿Cuántas?», preguntó el rey. «Tantas que si todas ellas rodeasen la orilla del lago tendrían que estar apretadas unas contra otras para poder beber». El rey habló entonces: «Con semejante manada no se podrá decir que seas un hombre moderado. ¿Y qué desearías tú, primo Harald?». «Sirvientes», afirmó él. «¿Cuántos?». «Contar no se me da mejor que otras cosas, pero creo que estaría bien que fuesen los suficientes como para comerse todas las vacas de mi hermano Hálfdan de una sola tacada». El rey soltó una carcajada: «¡Bien me parece, madre, que estás criando a un rey de nombre Harald!». La respuesta es «vacas de Hálfdan» y la tercera letra es la C…