Tras la misa de Pentecostés, los feligreses tomaron un café en la ladera a los pies de la iglesia de Flatey. Lo hicieron fuera porque el día se mantenía espléndido, en caso contrario habrían abierto la casa de la congregación para el café misal. La gente de las islas interiores sacó sus pícnics y enseguida se formaron pequeños grupos que se dividían por edad y por sexo. El alcalde Grímur se encontraba en el de los granjeros más mayores. Primero se habló sobre el danés que se había quedado atrapado en Ketilsey. Uno de los hombres de las islas interiores estaba seguro de que habían sido unos piratas extranjeros quienes lo habían dejado en aquella tierra. Y a lo mejor también un tesoro. ¿Lo había comprobado alguien? Grímur aseguró que la investigación había dejado claro que en Ketilsey no había ningún tesoro escondido. Luego se hicieron conjeturas sobre que la isla quedaría maldita durante generaciones y que probablemente no se podría sacar mucho provecho de ella mientras aquello durase. En eso coincidían la mayor parte de los feligreses, y entonces miraban de soslayo a los hombres de Ystakot —a Valdi y a Jón Ferdinand—, que se apañaban a duras penas gracias a aquella isla. Ninguno de los dos se había juntado con nadie, aunque bebían café y picoteaban algún trozo de pastel que alguien les había ofrecido. Al niño no se le veía por ninguna parte.
Grímur les dijo a sus paisanos que había llegado un periodista de Reikiavik a Flatey y que su misión era informar sobre aquel inesperado deceso. El alcalde le pidió a la gente que se cuidase bien de lo que le contaba a este visitante. Era completamente innecesario señalar a ningún otro isleño por tan desgraciado acontecimiento. Por así decirlo, ya se había causado suficiente daño.
Después se pusieron a hablar sobre las labores del campo y las expectativas de futuro. Había buenas noticias sobre el precio de la producción. El director de la cooperativa había oído que se pagaban ochocientas coronas por una buena piel de cría de foca y al menos mil cuatrocientas por el kilo de plumón de ánade limpio. Éste podía ser uno de los mejores años de la agropecuaria regional, si el tiempo seguía siendo bueno.
—17.ª pregunta: «El peor torturado y sin embargo curado. Cuarta letra». Tras la muerte del rey Olaf el Santo surgieron muchos relatos acerca de los milagros que se le atribuían al invocar su nombre, y los sacerdotes que escribieron el Libro de Flatey los compilaron a conciencia, haciendo honor a su trabajo. Quien sufrió las peores torturas fue el sacerdote Ríkgard. Einar y su sirviente le rompieron las piernas y lo arrastraron entre los dos al bosque, luego le colocaron una cuerda en la cabeza y una tabla bajo los brazos, pusieron un palo a modo de torniquete y apretaron con fuerza. Acto seguido, Einar tomó una cuña y se la puso al sacerdote en el rostro, y su sirviente, que estaba al lado, la golpeó con un hacha, de modo que el ojo saltó de su órbita y fue a parar al bigote. Entonces colocó la cuña en el otro ojo y reventó el globo ocular y le saltó la pupila sobre la mejilla. Luego le abrieron la boca y le agarraron la lengua para sacársela y cortársela, aunque después le desataron las manos y la cabeza. Tan pronto como recobró el conocimiento, el sacerdote volvió a colocar sus ojos bajo los párpados y presionó con ambas manos tan fuerte como pudo. Entonces los hombres le preguntaron si podía hablar y Ríkgard trató de decir algo. Aquí Einar le dijo a su hermano: «Si se recupera y se le cura el muñón de la lengua, entonces se me ocurre que podría hablar». De modo que agarraron el muñón de la lengua con unas tenazas y lo cortaron dos veces y hasta una tercera, ya de raíz, antes de dejarlo allí tirado medio muerto… Se necesitó un gran poder para curar aquellas heridas, pero por medio del buen rey Olaf el Santo sanó por completo quien tan terriblemente había sido torturado. La respuesta es «Ríkgard el sacerdote», y la cuarta letra es la G…