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Fridrik Einarsson no parecía demasiado contento cuando el detective Dagbjartur lo visitó la tarde del Domingo de Pentecostés, por segunda vez en dos días. Aun así le invitó a entrar y tomar asiento, aunque miraba preocupado el reloj.

—Mi mujer y yo vamos a ir a una boda. No quiero llegar tarde —explicó.

Dagbjartur intentó ser breve:

—Hemos comparado su lista de amigos y conocidos de Gaston Lund en Islandia con una lista de habitantes de Flatey que recibimos ayer del oeste. Björn Snorri Thorvald aparece en ambas.

—Sí —respondió Fridrik—. Debería habérselo dicho ayer mismo. Sabía perfectamente que Björn Snorri y su hija Jóhanna vivían en los Fiordos Occidentales, pero no pensé que tuviese la menor importancia. De hecho, este mediodía he oído en la radio que Björn Snorri acaba de fallecer. Cada vez quedan menos de mis viejos colegas.

—¿Tenían buena relación Björn Snorri y Gaston Lund?

Fridrik miró estupefacto a Dagbjartur:

—¿A qué se refiere?

—Usted comentó que el profesor tuvo alguna que otra disputa con sus colegas islandeses respecto a los manuscritos.

Fridrik sonrió.

—Björn nunca tomó parte en la discusión sobre los manuscritos. Era uno de los pocos islandeses que no tenía ninguna opinión sobre dónde debían ser custodiados. Le bastaba con saber que se encontraban en un lugar seguro y tener buen acceso a ellos… —calló repentinamente y frunció el ceño—. Buen acceso a ellos… —repitió titubeante, inmerso en sus pensamientos.

Dagbjartur percibía que había algo más detrás de aquellas palabras y esperó tranquilo a que Fridrik continuara.

—Ése era el problema. Al final de la guerra, Björn Snorri perdió su puesto en Copenhague y con él la posibilidad de acceder a los manuscritos. Ahora que me acuerdo mejor, estaba muy descontento con sus colegas daneses, Lund incluido. Lo habían echado del Instituto de un modo innecesariamente brusco. Pero aquéllos eran tiempos extraños al final de la guerra y muchas de las decisiones desafortunadas que se tomaron entonces respondían a toda aquella ira acumulada. Mi familia y yo los acogimos a él y a su hija justo después de aquel despido repentino y volvieron con nosotros a Islandia unas cuantas semanas más tarde. Jóhanna y Einar, mi hijo pequeño, estuvieron medio prometidos desde la época del instituto, hasta que Einar falleció en un trágico accidente.

La voz de Fridrik se quebró por un momento, pero luego continuó:

—De todos modos, creo que Björn Snorri tuvo que haberse recuperado de aquel mal trago que se vio obligado a pasar en Copenhague, aunque lo cierto es que llevaba enfermo unos cuantos años. Supongo que al final el cáncer se lo llevó por delante.

—¿Podría describirme un poco mejor a Björn Snorri? —pidió Dagbjartur.

Fridrik pensó un rato antes de empezar a hablar.

—Björn Snorri era un pensador absolutamente preclaro, un académico excepcional, y pocos contemporáneos podían llevarle ventaja en la investigación de los manuscritos islandeses. En vez de centrarse en exclusiva en el texto, él comenzaba formándose una imagen de los escribas. Al ponerse en su piel, podía adivinar qué documentos tendrían ante sus ojos. ¿Estaba acostumbrado un cierto escriba a cortar la pluma cuando pasaba las páginas del manuscrito original? ¿En qué momento rendía mejor ese escriba, al inicio de la jornada o más tarde? ¿Corría un mayor riesgo de cometer errores en determinadas ocasiones? ¿Encontraba entretenido el texto, de modo que se apuraba para poder acabar de leerlo, o le parecía tedioso, incitándole así a esmerarse con la caligrafía y las iluminaciones de las letras iniciales? ¿En qué ambiente habían aprendido su oficio y cuáles eran sus características principales? Björn Snorri se formaba una imagen de estos hombres y observaba su trabajo como si los mirase escribir por encima de su hombro. Pero andaba tan absorto en su cruzada por definir a aquellos amigos suyos de hace siglos que olvidó por completo el presente. Sus contemporáneos estaban tan cerca de él que no se tomaba ni un segundo para considerar las opiniones que tenían. Nunca le habría preguntado a nadie cómo se encontraba ese día. Sin embargo, era capaz de rastrear la huella de un mismo párrafo en diferentes copias de manuscritos y deducir su evolución a partir de las características personales de cada escriba. No se preocupaba por ver cómo le iba a la gente que lo rodeaba en aquel mismo tiempo y espacio. Simplemente contaba con que si alguien tenía algún asunto que hablar con él, se limitaría a comunicárselo. El lenguaje corporal quedaba más allá de su capacidad de entendimiento. El día a día le resultaba insignificante cuando batallaba por comprender y analizar notas escritas setecientos años atrás en los márgenes de un pergamino roto y agujereado. Disponía de una sabiduría sin límites, la que acumuló en sus investigaciones. Y necesitaba encontrarle una vía de escape. No es que fuese muy bueno redactando le aburría realizar informes, pero podía subir a la palestra y hablar sin parar sobre lo que le interesaba. No le suponía el menor problema, en cualquiera de las lenguas nórdicas. Además, era bastante bueno en alemán. Se servía de aquellas conferencias para formular sus conclusiones y sus opiniones, ordenarlas y ponerlas en un contexto lógico. El discurso era para él la etapa final a la hora de formular una teoría. Lo único que le importaba era que alguien estuviese escuchando. Si se daba el caso de que a los estudiantes sus palabras les entraban por un oído y les salían por el otro durante sus clases en la universidad, entonces se limitaba a hablar para sí mismo o para el oyente que siempre estuvo cerca de él y no lo abandonó nunca: la pequeña Jóhanna. Y aprovechaba el tiempo para encontrarle nuevas perspectivas al tema que estaba tratando, e incluso podía realizar descubrimientos completamente novedosos en mitad de una conferencia en una ciudad desconocida. Pero tan pronto como lo privaron de todo ello se encerró en sí mismo. Nunca encontró paz en nada de lo que hacía, ya que no podía dar salida a su talento en los trabajos cotidianos. Cayó en una depresión y anestesió su dolor con la bebida. Sólo podía acabar de un modo.

Fridrik miró su reloj y se puso en pie, pero Dagbjartur permaneció sentado.

—¿Cómo cree que reaccionó Björn Snorri cuando Gaston Lund se presentó en Flatey? —preguntó.

Fridrik se encogió de hombros.

—Lo cierto es que no tengo la más mínima idea. Tal vez se lo tomase a mal, tenía razones para ello, pero bien podría haber ocurrido que ambos se alegrasen de aquel encuentro. Yo diría que eso es lo más probable.

—¿Es posible que Björn Snorri hubiese querido hacerle algún daño a Lund?

Fridrik volvió a sentarse y miró estupefacto a Dagbjartur.

—¿Qué quiere decir?

—¿Quizá podría haber sido el causante de que Lund fuese a parar a aquella isla?

—Björn Snorri ha sido un enfermo terminal los últimos años —dijo Fridrik.

—¿Y su hija?

—¿Me está preguntando si Jóhanna Thorvald podría haberle causado algún mal al profesor Lund?

—Sí.

Fridrik se puso en pie de repente.

—Durante años, mientras estuvo con mi hijo, Jóhanna fue como una hija para mí. No toleraré comentarios de ese tipo sobre ella —exclamó, y se dirigió a la puerta—. Debo pedirle que me disculpe. Mi mujer me está esperando.

Dagbjartur se puso en pie.

—Perdone. No tenía intención de molestarle y no voy a demorarle por más tiempo. Pero ¿podría indicarme a alguien que los conociera a él y a su hija?

—Mi hija Thorgerdur estudió Medicina al mismo tiempo que Jóhanna y han mantenido el contacto desde entonces. Thorgerdur es médica en el Hospital Nacional. Intente contactar con ella.

Dagbjartur estaba a punto de salir cuando se giró bajo el umbral y preguntó en tono de disculpa:

—¿Y la madre del hijo de Gaston Lund?, ¿tiene alguna idea de dónde podría encontrar información sobre ella?

Fridrik tenía el rostro serio.

—¿Ha hablado ya con Árni Sakarías del enigma de Flatey?

—Sí.

—¿Le ha preguntado sobre Gaston Lund?

—No.

—Entonces hágalo.

16.ª pregunta: «La mujer más cruel. Séptima letra». La Saga de los Groenlandeses habla de Freydís, hija de Erik el Rojo, quien había llegado a un acuerdo con los hermanos Helgi y Finnbogi para que fuesen con ella a Vinlandia. Pero una vez allí, Freydís instigó contiendas contra los hermanos y embaucó a sus hombres con engaños para que los atacasen a ellos y a su gente en sus cabañas y los matasen. Una vez todos los hombres fueron asesinados, quedaron cinco mujeres a las que nadie quiso matar. Entonces Freydís tomó un hacha en la mano, fue contra ellas y las dejó sin vida. La respuesta es «Freydís» y la séptima letra es la S.

Aquí el huésped tiene escrito el nombre de Sigrídur Tóstadóttir —dijo él.

También podría ser —dijo ella tras hojear el libro—. El rey Harald Grenski llegó a la corte de la reina Sigrídur Tóstadóttir. Esa misma noche llegaron otros seis reyes y todos pidieron su mano. Los reyes se sentaron en el palacio antiguo, donde no les faltó bebida, y ésta era tan fuerte que pronto se emborracharon y los guardianes se quedaron dormidos. Aquella misma noche, Sigrídur hizo que los atacasen con fuego y armas. La sala ardió, y con ella los siete reyes y los hombres que allí estaban. Sigrídur dijo entonces que aquello haría que otros reyes menores prefiriesen acudir a otras tierras si pretendían buscar esposa. Entonces la letra sería la U…