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Domingo, 5 de junio de 1960

La Radio Nacional se ocupaba de dejar bien claro a todos los islandeses que llegaba el Domingo de Pentecostés. Del transistor de Ingibjörg salían cánticos de salmos que llenaban la casa del alcalde. El coro de la radio cantaba un salmo islandés de Pentecostés extraído del Graduale Romanum.

El cielo sobre el Breidafjördur continuaba claro y poco nublado. El viento estaba amainando y parecía cambiar de dirección. La gente con buen ojo meteorológico escrutaba el cielo y pronosticaba un día de buen tiempo y lluvia al caer la tarde, y no vendría mal, porque los campos necesitaban algo de agua para crecer bien. Los pozos también se estaban vaciando. Sin embargo, era deseable que no cayera una gota durante el día mientras los feligreses acudían a la iglesia.

Había cierta atmósfera festiva en el pueblo cuando Kjartan bajó de la buhardilla a eso de las diez y echó un vistazo fuera. El alcalde Grímur ya se había vestido con ropa oscura de gala, se había lavado, había peinado hacia atrás su mata de pelo y también se había retocado y cepillado la tupida barba. Ingibjörg llevaba puesto un hermoso traje tradicional con corpiño y se había echado perfume. Había bollos dulces acompañando el café matutino.

La bandera nacional estaba izada hasta el tope del asta en la cima de la colina que había delante de la iglesia y ondeaba perezosa en aquella brisa tibia. Por aquí y por allá se veía a gente caminando, pero nadie trabajaba. El día de descanso era sagrado y honrado especialmente al tratarse del Domingo de Pentecostés.

Desde la ventana de la cocina, Grímur observaba cómo iban llegando los barcos a motor de las islas interiores por el estrecho del puerto. Venían cargados de feligreses.

—Era más majestuoso antes, cuando llegaban los barcos de las islas con sus velas blancas al viento. Estoy seguro de que Nuestro Señor sabía apreciar mejor aquella imagen —dijo nostálgico mientras iba recitando los nombres de los barcos y de quienes probablemente venían a bordo. De cuando en cuando se llevaba unos viejos prismáticos a los ojos para confirmar que había acertado—: Sí, sí, lo sabía, ése es el barco de las islas Skáleyjar —dijo contento.

Los viajeros completaban la travesía con ropa de diario, pero traían en maletas los trajes para la misa, así como comida en cestas de pícnic y termos de café. La gente desembarcaba en el muelle de Eyjólfur y desaparecía en casas de amigos y familiares para reaparecer acto seguido en el pueblo, ya vestida con ropas de gala. Algunos llamaban a hurtadillas a la ventana de Ásmundur, y él los hacía pasar al colmado por la puerta de atrás. Por supuesto, el colmado no abría al público en un día sagrado de misa, pero siempre se podía hacer una excepción con la gente necesitada. Por su parte, la cooperativa estaba cerrada a cal y canto, ya que la casa de al lado era el hogar del sacerdote y el propio reverendo era el presidente de aquella sociedad.

Una vez todos los barcos de las islas interiores hubieron llegado, Högni, el organista, reunió a los miembros del coro y encabezó el grupo hacia la iglesia. Había que hacer un ensayo para calentar las voces antes de la misa.

A la una y media, Thormódur el Corneja salió de su casa con la ropa de domingo y atravesó el pueblo tirando de la carreta: en ella iba sentada su esposa Gudrídur, con las piernas bien estiradas. Cuando llegaron a la casa del sacerdote, el reverendo y su mujer salieron preparados para la misa y los cuatro juntos se dirigieron hacia la iglesia.

Ingibjörg formaba parte del coro de la iglesia, y el organista y ella habían desaparecido tan pronto como la mujer del alcalde terminó de lavar la loza del almuerzo. Grímur y Kjartan permanecían en el salón, ambos bebiendo en silencio su café con azúcar. Grímur le estaba echando un vistazo a su ración semanal de la revista Tíminn, que le había llegado con el barco del correo el día anterior, mientras Kjartan garabateaba el rompecabezas de unos pasatiempos de un semanario danés y pensaba en Gaston Lund. Estaba intentando crearse una imagen global a partir de los pocos datos que tenía.

—Dime una cosa —comentó para llamar la atención de Grímur—: ¿se sabe quién es el padre del hijo de Gudrún de Innstibaer?

Grímur se quedó sorprendido.

—No. El chico ya había crecido y empezó a faenar en el mar cuando Gudrún se mudó aquí, a casa de Hallbjörg. Nunca he oído hablar del padre.

—Valdi de Ystakot escribió en su cuaderno que el hijo de Gudrún había venido con el barco el día que Gaston Lund desapareció.

Grímur hizo una mueca y negó con la cabeza.

—Ahora estás llevando las cosas demasiado lejos, compañero —dijo.

—Y además, está también Destino —dijo Kjartan cada vez más excitado—. Nos pareció que Lund había escrito esa palabra con piedrecillas en Ketilsey, y el barco de Sigurbjörn de Svalbardi se llama Destino. ¿No eran parientes él y Gudrún?

Grímur mostraba un rostro preocupado.

—Yo no me había fijado en lo del nombre, pero vamos a andarnos con mucho cuidado con estas cosas, nada de ir a cotorrearle a la policía de Reikiavik.

—¿Por qué no? —preguntó Kjartan.

—Todo esto es tan descabellado que podría perjudicar mucho a la gente de por aquí, si se difunden ese tipo de rumores. A las falsas acusaciones las sigue un destino cruel.

Kjartan no soltó ni un comentario más. Aquellas palabras del alcalde fueron un duro golpe. Él mismo tendría que haberse dado cuenta.

La segunda tanda de campanadas de la iglesia hizo que el alcalde dejase a un lado el periódico y se levantase. Se aclaró la garganta y dijo que ya era hora de ponerse en marcha. Kjartan lo siguió. Se daba por supuesto que asistiría a misa como todos los demás, y él no vio ningún motivo para oponerse e iniciar una discusión sobre el asunto, aun cuando no le apetecía especialmente. No había asistido a misa desde su propia confirmación, exceptuando algún que otro funeral. Al fin y al cabo podía ser una buena oportunidad para observar a los isleños sin ser él mismo el foco de atención.

Grímur y él se dirigieron a la iglesia con paso lento pero solemne, al compás de otros grupos de personas que llevaban el mismo rumbo. La gente se reunía ante las puertas de la iglesia y a un lado y a otro se cruzaban saludos, besos y apretones de manos.

Unos cuantos niños vestidos de gala jugaban en la ladera al pie de la iglesia cuando llegaron los de Ystakot. A primera vista, no parecía que se hubiesen cambiado de ropa para la ocasión. Dos chiquillos se separaron del grupo y gritaron en alto:

—¡Nonni el Bostas, Nonni el Bostas!

La diversión de los niños no duró mucho, porque Högni había salido de la iglesia para tomar un poco de aire fresco después del ensayo del coro y estaba cerca de ellos. Les gritó con enojo y los pequeños callaron con aire avergonzado.

—¿Qué le han llamado al niño? —preguntó Kjartan.

—Bostas —respondió Grímur.

—¿Y qué significa eso?

—La bosta es un combustible excelente para el fuego, hecho de estiércol de vaca. Antes era lo que se usaba para encender el fuego, junto con piel de ave seca. Hoy casi todos encendemos el fuego de casa con gasoil, aunque no hace mucho que el combustible casero era el más común. En Ystakot todavía lo hacen a la antigua usanza y en primavera el pequeño Nonni se encarga de ir al establo y recoger el estiércol para hacer bosta seca. La pone en el campo en pequeños montones y la deja que se seque. Eso era algo que hacíamos todos los de mi generación cuando éramos niños, y uno de nuestros trabajos favoritos. Pero ahora la bosta se ha convertido en un insulto. No es que me parezca un progreso.

Las campanas de la iglesia volvieron a llamar y la gente entró apretándose por las estrechas puertas. A Kjartan le pareció completamente distinta del lugar en el que había estado aquella misma semana, cuando Jóhanna y él estuvieron observando el cadáver del féretro. En aquella ocasión, él no se había fijado en nada a su alrededor. Ahora alumbraban una multitud de velas y la imagen sobre el altar —un hermoso cuadro de Jesucristo y dos de sus discípulos, del estilo de las estampitas que daban en el catecismo en algún momento de su infancia— había cobrado vida. Grímur le señaló un banco, y allí se sentó junto a Sigurbjörn. Estaba claro que Gudjón había acabado de cortarle el pelo al granjero una vez que Kjartan se hubo marchado, pero aun así los lados habían quedado un tanto irregulares. Sin poder evitarlo, Kjartan empezó a fijarse en las nucas que tenía delante. Había cabezas de todo tipo. Calvas de diferentes formas y peinados arreglados con mayor o menor pericia, aunque la mayoría de las mujeres llevaban trenza. Todo el mundo lucía un cabello limpio y peinado y un fuerte olor a jabón se mezclaba con el ligero olor a moho de la iglesia. Sigurbjörn desprendía cierto tufo a alcohol y parecía medio resacoso.

En ese momento, las notas del órgano descendieron desde el palco y el coro comenzó a cantar los salmos. Mientras los escuchaba, a Kjartan le pareció que la música le resultaba peculiarmente relajante. Puede que aquél no fuese uno de los mejores coros del país, pero había cierta armonía entre el canto y las notas del órgano.

El reverendo Hannes salió de la sacristía y se volvió hacia su congregación. Tosió dos veces y dijo:

—Queridos feligreses, hermanos y hermanas. Quiero comenzar esta sagrada ceremonia comunicándoos la triste noticia de que Björn Snorri Thorvald, padre de la doctora Jóhanna, ha fallecido la pasada noche. Como todos sabréis, el hombre llevaba mucho tiempo enfermo y ahora el Señor Todopoderoso lo ha acogido en su seno poniendo fin a sus sufrimientos. Su maravillosa hija velaba a su lado cuando fue llamado de este mundo, y yo me he acercado esta mañana para encomendar su alma al Señor. El martes tendrá lugar el velatorio en la casa familiar, y el entierro será el miércoles. Unámonos ahora en la oración.

Los feligreses bajaron la cabeza y el sacerdote dirigió el rezo. Kjartan se preguntó si la doctora estaría presente en la misa. Parecía como si cada hijo de vecino de aquellas islas se encontrase en la iglesia. Echó un vistazo rápido hacia atrás para mirar a la congregación, pero no divisó a Jóhanna por ninguna parte. Sin embargo, pudo ver cómo al fondo el pequeño Nonni de Ystakot se levantaba y escapaba a hurtadillas por las puertas abiertas de la iglesia. Bueno, probablemente él habría hecho lo mismo, de ser posible. Allí dentro enseguida hizo demasiado calor y faltaba el aire.

El órgano volvió a sonar y cantaron otro salmo.

15.ª pregunta: «Respuesta de Búi al perder el mentón. Segunda letra». En la batalla de los vikingos de Jomsborg contra el conde Haakon, Thorkell saltó de su barco al de Búi espada en mano, y de una embestida le arrancó el mentón y el labio, e hizo que una fila de dientes cayese sobre la cubierta. Entonces dijo Búi al recibir la herida: «Mal le parecerá ahora besarme a la danesa de Bornholm, si es que un día regreso a casa». Le asestó entonces una estocada a Thorkell. El golpe le llegó por el medio, de modo que cayó al suelo partido en dos. Mi padre considera que la respuesta debe ser la frase: «Mal le parecerá ahora besarme». La segunda letra es la A.

Él miró la nota con las respuestas.

El huésped responde: «Cortó a Thorkell en dos mitades».

Entonces tenemos dos posibilidades para esta respuesta, la letra A y la O…