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El detective Dagbjartur encontró a Fridrik Einarsson, profesor universitario de Filología Islandesa, en su hogar, una hermosa casa particular de la calle Aragata. Hacía dos horas que Dagbjartur se había despedido de su ayudante Egill en la Biblioteca Nacional. Luego había podido hacer una llamada desde el teléfono de los bibliotecarios y enseguida logró ponerse en contacto con el hombre que Egill había reconocido en el periódico. Acordaron una cita, y Dagbjartur se fue a comer al Hressingarskálinn mientras esperaba a que Fridrik pudiese recibirlo. Acto seguido se dio un paseo a lo largo del estanque de Tjörnin bajo aquel buen tiempo y llamó con la mano a un taxi para que lo llevase atravesando el campus universitario hasta Aragata.

El profesor condujo a Dagbjartur a un salón y le ofreció asiento en una butaca baja. Las paredes estaban completamente cubiertas de estantes apretados de libros y en una hermosa mesa había una especie de piezas grandes de ajedrez talladas a mano sobre un tablero. El detective las estuvo observando y le parecieron bastante exóticas.

—Es un ajedrez vikingo —explicó Fridrik, un hombre alto y delgado que rondaba los sesenta años—. Además de las piezas habituales, hay dos vikingos en los extremos. Este tablero tiene diez recuadros en cada lado, mientras que un tablero convencional tiene sólo ocho.

Fridrik apartó el tablero de la mesa y esperó con paciencia a que Dagbjartur le explicase cuál era el motivo de su visita.

El detective se tomó su tiempo para observar el tablero y finalmente dijo:

—Usted fue al hotel Borg a finales de agosto del año pasado para preguntar por el profesor Gaston Lund de Copenhague, ¿no es cierto?

Fridrik parecía muy sorprendido. Pensó un momento y luego respondió:

—Pues sí. Probablemente sea justo así. ¿Cómo demonios lo sabe?

—Eso no es que sea lo más importante en este asunto, pero ¿por qué motivo preguntaba por aquel hombre?

—¿Esta investigación suya está relacionada con la repentina muerte del profesor Lund al oeste del Breidafjördur? Algo he oído sobre el tema.

—Sí, estoy investigando su muerte —respondió Dagbjartur, y repitió la pregunta—: ¿Por qué estaba usted preguntando por él?

Fridrik tuvo que pensar un momento:

—Iba conduciendo mi coche por Pósthússtraeti y al pasar miré por casualidad hacia una de las ventanas del hotel —dijo al final—. Por lo que vi, el profesor estaba sentado allí en una mesa del restaurante. Lo conocía muy bien de cuando estuve trabajando en Copenhague y me parecía increíble que pudiese estar en Reikiavik sin haber venido a visitarme y sin haber contactado conmigo por teléfono siquiera. El asunto me estuvo carcomiendo todo el día, así que a la mañana siguiente fui hasta el hotel y pregunté si acaso no estaría allí hospedado. Al parecer, sólo fue un espejismo.

Dagbjartur miró inquisitivamente a Fridrik.

—Pero ahora ya sabe que en realidad sí se encontraba aquí aquellos días, ¿no es cierto?

—Sí, como le he dicho, ya me he enterado de este horrible suceso en el oeste. Imagino que tuve algún tipo de premonición. Ya me ha sucedido antes. Me parece que veo a algún conocido en un lugar y luego resulta que no había visto bien. Después, quizá algo más tarde, me encuentro con esa misma persona en otro sitio. Digamos que se trata de un don inexplicable.

Dagbjartur negó con la cabeza.

—Quizá en esa ocasión sus ojos no le engañaron. Simplemente no recibió la información correcta en el hotel.

—Vaya, ¿de verdad? Lo cierto es que tenía que ser él. Pude ver a Lund con mucha claridad.

—¿Y dice que habría esperado una visita suya?

—Sí, por supuesto. Trabajamos juntos durante muchos años en Copenhague y hablamos a menudo de qué haríamos cuando volviese de nuevo a Islandia. Vino aquí dos veces, en los años veinte y en los treinta, pero viajó muy poco. No obstante, gracias a los textos conocía los lugares de las sagas tan bien que podía describirlos al detalle. Debía de tener previsto venir a darme una sorpresa más tarde, pero al final su estancia se remató con esta tragedia.

Fridrik bajó la vista a la mesa.

Dagbjartur esperó un instante y luego dijo:

—Parece que nadie sabía nada de esta visita del profesor.

—Vaya, ¿en serio? Pues tampoco es que sea tan extraño.

—¿Y eso?

—Bueno, el profesor no tenía familia, y de hecho, en la época en que estábamos más unidos, él tenía por costumbre viajar solo en las vacaciones de verano. Nunca informaba a nadie de adónde iba y vagaba por Europa a su antojo. Luego, cuando regresaba a casa en Copenhague tenía muchas cosas interesantes que contar. Decía que conseguía conectar mejor con la gente de cada lugar si viajaba solo.

Fridrik se levantó y fue hasta la librería.

—El sacerdote de Flatey dice que Lund había estado evitando a la gente que conocía en Islandia, debido a algún desacuerdo con respecto a los manuscritos. ¿Cree que puede haber sido así? —preguntó Dagbjartur.

Fridrik esbozó una sonrisa apagada.

—¿Ah, sí? A decir verdad, estaba enfrentado con la mayoría de sus amigos islandeses en esta controversia, pero no sé de ninguno que hubiese querido hacérselo pagar de algún modo. Aunque estoy seguro de que él era nuestro oponente más difícil en esta disputa. Amaba los manuscritos con toda su alma, más que ningún otro. Y sabía bien qué tipo de razonamientos y vericuetos legales podía usar para defenderse y rebatir su devolución a Islandia.

Mientras hablaba, sacó una carpeta de la estantería, la abrió y allí encontró una página escrita a máquina.

—He estado recopilando material sobre la disputa de los manuscritos. Aquí tiene un artículo de Gaston Lund que yo traduje. Escuche este extracto: «El trabajo de investigación internacional que se lleva a cabo con los manuscritos se vería completamente impedido con la división de la colección. Los frutos de las investigaciones realizadas en Copenhague se publican en cada una de las principales lenguas de Europa, mientras que en Reikiavik tales estudios verían la luz únicamente en islandés moderno. Todos los miembros del Departamento de Humanidades de la Universidad de Copenhague protestarán contra la entrega de los manuscritos».

Fridrik volvió a guardar la hoja en la carpeta y la colocó en su lugar. Luego sacó un álbum de fotos y lo dejó sobre la mesa junto al tablero.

—Pero, entonces, ¿Gaston Lund se estaba ganando enemigos aquí en el país? —preguntó Dagbjartur.

—Bien podría ser que algunos de nuestros compatriotas le hubiesen dedicado ciertos insultos cuando los dejó sin argumentos en las reuniones. Además, Lund podía responder de un modo temperamental y precipitado, pero sus palabras nunca hirieron tan profundamente como para que el asunto no sanase luego con un buen chupito de akvavit. Por otra parte, creo que conozco la razón por la que quería venir de incógnito.

—¿Ah, sí?

—La primera vez que Gaston Lund vino aquí fue en 1926 o 1927. Formaba parte de un grupo de jóvenes investigadores daneses a los que se consideraba muy talentosos. Según se cuenta, Lund llegó a conocer muy de cerca a una hermosa belleza local al este de Fjall, y dicho encuentro había dado su fruto. El hecho de que se negase a tener nada que ver con el niño dice algo sobre su lado más mezquino. La siguiente vez que vino a Islandia lo hizo como parte del séquito del rey Cristián X de Dinamarca en 1936. La madre del niño tenía pensado darle a conocer al pequeño, pero Lund reaccionó muy mal ante aquel reencuentro y se los quitó de encima. Los islandeses de Copenhague se enteraron de aquello y les pareció indigno. No obstante, personalmente creo que aquel comportamiento quedaba fuera de su control. Creo que el solo pensamiento de ser padre le resultaba abrumador y que por ello se comportó de aquel modo. Además, después de aquello siempre tuvo mucho cuidado con las mujeres. Puede que no se atreviera a regresar a Islandia por temor a reencontrarse con la madre de su hijo. Y ahora, cuando al fin decidió venir, lo hizo de incógnito de esta torpe manera.

—¿Tendría algo que temer de aquella mujer?

—No, con toda seguridad no. Pero de todos modos él le tenía tanto miedo que no se arriesgó a volver al país en muchas décadas.

—¿Sabe cómo se llama la mujer?

—No. Conozco la historia de oídas y nunca me he puesto a preguntar datos más concretos.

—¿Y podría escribirme una lista con los nombres de aquellos islandeses que sabe que llegaron a conocerle personalmente?

—Eso sí puedo hacerlo —dijo Fridrik, y hojeó el álbum de fotos—. Aquí está la única fotografía que tengo de Gaston Lund. Se tomó en un breve viaje a Suecia.

Dagbjartur pudo ver a un hombre con la cabeza alta que estaba en la delantera de un grupo de personas.

—Si le sirve de ayuda que le nombre otro de los defectos del profesor, puedo decirle que era bastante autoritario —dijo Fridrik—. Siempre se ponía al mando en este tipo de viajes sin que nadie se lo pidiese, lo cual podía resultar bastante cansino. Los que no le conocían lo interpretaban simplemente como arrogancia e insolencia. También podía ser muy soberbio, demasiado pagado de sí mismo y de su posición. En la mayoría de las cosas era muy diferente a los otros daneses que conozco. Por lo general, son más amables y afables que el profesor Lund.

—¿Podría llevarme prestada esta foto? —preguntó Dagbjartur.

Fridrik la sacó cuidadosamente del álbum y se la entregó al detective, que la metió dentro de su bloc de notas.

—Dicen en Flatey que Gaston Lund había ido hasta allí para tratar de resolver un enigma vinculado al Libro de Flatey. ¿Conoce usted esa historia?

Fridrik sonrió.

Aenigma Flateyensis. Habría supuesto un gran prestigio para el profesor Lund resolver ese acertijo. Le habría encantado apuntarse ese tanto.

—¿Qué tipo de acertijo es? —preguntó Dagbjartur.

—No son más que unas cuantas preguntas acerca de las sagas del Libro de Flatey, pero yo no soy el más indicado para contarle esa historia. Árni Sakarías, el poeta e historiador, es quien mejor la conoce.

5.ª pregunta: «Asesinado por una sierpe de los matorrales. Cuarta letra». El rey Olaf Tryggvason fue con sus hombres a la granja de Raud el Fuerte y entraron al asalto. Raud fue reducido y amordazado, y sus hombres, asesinados o capturados. El rey le ofreció a Raud que se bautizase. Raud dijo que nunca creería en Cristo y blasfemó de muchos modos. Después de aquello lo ataron a un poste de hierro y le colocaron una cuña entre los dientes para mantenerle la boca abierta. Acto seguido el rey ordenó que trajeran una sierpe de los matorrales y la metieran en la boca de Raud, pero la culebra retrocedía porque Raud soplaba con fuerza. Entonces el rey ordenó que le colocasen el cuerno de guerra en la boca y metiesen a aquella víbora dentro. Luego la azuzaron con un hierro candente de forma que la sierpe escapó metiéndose por la boca de Raud, adentrándose luego en su pecho hasta el corazón, y se abrió camino a mordiscos hasta salir por el costado izquierdo. Así perdió Raud la vida. La respuesta es «Raud» y la cuarta letra es la D…