Kjartan iba de camino a casa del alcalde cuando de repente recordó que habían mencionado un nombre nuevo en relación con el visitante danés. El granjero Sigurbjörn había dicho que Hallbjörg de Innstibaer había llevado al visitante a la biblioteca. No podía hacer daño alguno oír algo más concreto sobre esa parte de la historia. El niño pequeño que le había dado el recado del sacerdote al alcalde Grímur apareció en el camino de Kjartan y pudo darle indicaciones de cómo llegar. No era nada complicado. Tan sólo había un sendero en aquella dirección e Innstibaer era la última casa en la parte de la calle que daba al mar. Dos corderitos lo recibieron entre balidos amistosos junto a una casa pequeña y bonita. Sobre la acera, dos mujeres sentadas en sendos taburetes de madera tejían calcetines de lana a la luz del sol. Una andaba por los setenta, de cuerpo grande y robusto. La otra podía tener poco más de cincuenta, y era pequeña y delicada.
Kjartan saludó y se presentó. Las mujeres recibieron el saludo con curiosidad pero no se presentaron por su parte.
—¿Alguna de ustedes se llama Hallbjörg? —preguntó entonces Kjartan.
—Sí, esa viejecita soy yo, querido —respondió la mayor.
Kjartan le contó la conversación con Sigurbjörn de Svalbardi y le preguntó si recordaba al visitante danés.
—Sí, lo cierto es que mi labor en este pueblo es la de cuidar la llave de la biblioteca. Quienes quieran pedir prestado un libro tienen que pedirme la llave antes. Pero cuando viene gente desconocida y quiere echarle un vistazo a la biblioteca, entonces voy yo misma con ellos. A grandes rasgos así funciona, querido.
—¿Y se acuerda de ese hombre danés? —preguntó Kjartan.
—Sí, sí. Quería probar a resolver el viejo enigma.
—¿Se refiere a las preguntas del Libro de Flatey?
—Sí, no es más que un simple acertijo, pero de todos ellos todavía no ha habido ninguno que haya conseguido resolverlo.
—¿De quiénes?
—Hay todo tipo de engreídos que presumen de saber mucho sobre el Libro de Flatey.
—¿Sabe si el profesor Lund fue capaz de resolver el enigma?
—No. No lo creo. Yo estuve vigilando mientras lo intentaba. Se quedó hasta bien entrada la noche.
—¿Podría ver esa hoja con las preguntas?
—Sí, supongo que no hay ningún peligro en ello. Te voy a dejar prestada la llave y te ocupas tú mismo. ¡Me duelen tanto las piernas hoy!
La mujer se puso en pie con cierto esfuerzo y entró en la cabaña.
La otra miraba fijamente a Kjartan sin decir nada, pero luego, cuando él la miró a ella, bajó la vista y se concentró en las agujas de calcetar. En su época debía de haber sido una mujer muy hermosa; ahora la edad se le estaba echando encima, aunque todavía se podía notar un cierto atractivo en sus modos.
Kjartan se agachó sobre los corderos que se habían puesto a sus pies y los estuvo acariciando hasta que regresó Hallbjörg.
—Aquí tienes —dijo mientras le entregaba la vieja llave.
Kjartan la cogió.
—¿Voy a poder encontrarlo yo solo? —preguntó.
—Sí. El libro de Munksgaard está en la mesa acristalada que hay en la pared norte. No le pasa desapercibido a nadie. La biblioteca no es grande. Puedes abrir el cajón y las hojas del enigma están al principio del libro. Sólo recuerda que esas hojas no pueden salir de la biblioteca. No traen más que la desgracia y la desdicha si se sacan o si son copiadas.
—¿Y eso por qué?
—Bueno, es una verdad que todos conocen. Una antigua maldición, querido. Hay una runa mágica dibujada en la hoja y nadie sabe qué brujerías desata si no se la trata con respeto. La clave de la respuesta únicamente está escrita en esa hoja, y no se puede sacar nunca de la biblioteca. A no ser, por supuesto, una vez que se haya resuelto el enigma. Entonces, el vencedor podrá quedarse las hojas.
—¿Son un trofeo?
—Sí, y un honor. ¡Quien resuelva el enigma alcanzará la fama!
—¿Es un enigma muy antiguo?
—No tanto. Aunque tiene mucho más de cien años.
—¿Y esas hojas han estado en la biblioteca todo este tiempo?
—No, no. El viejo bibliotecario que recibió el libro de Munksgaard en el centésimo aniversario de la biblioteca recibió con él el enigma. Lo cierto es que antes estuvo bajo la custodia del rey, en Copenhague. Se trata de unos documentos muy importantes.
Kjartan iba a despedirse, pero Hallbjörg le indicó que se acercase a ella y le dio algo.
—Aquí tienes un trozo de azúcar cande, querido. Seguro que te gustan los dulces —sonreía amigablemente.
Kjartan se fijó en el pedazo oscuro que tenía en la palma de la mano y le dio las gracias. Luego se despidió y los corderitos fueron siguiéndolo cuando se encaminó hacia el pueblo.
—4.ª pregunta: «Hombres del rey Magnus. Primera letra». El rey Sverre Sigurdsson reinó en Noruega del año 1177 al 1202 y sus hombres eran los heroicos Birkebeines. En un principio se consideraba una ofensa llamar birkebein a alguien, pero después de la caída del conde Erling aquel apodo se convirtió en elogio y otorgaba gran prestigio a quien así era llamado. Por aquella época había conflictos constantes con el rey Magnus y sus hombres, que recibieron el sobrenombre que aquí se cuenta. Sucedió entonces que una anciana mendiga con bastón murió dejando tan sólo su hekla, un manto con capucha. En ella se encontró mucha plata. Los hombres de Magnus cogieron la hekla y la quemaron, pero se repartieron la plata. Mas cuando los Birkebeines supieron de esto, los llamaron Herederos de la Hekla o Heklungos, así que la primera letra es la H…