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Jueves, 2 de junio de 1960

Una vez a la semana, los sábados, el barco del correo iba de Stykkishólmur a Flatey y luego seguía su ruta hacia la ribera de Bardaströnd, al norte del fiordo Breidafjördur. El muelle estaba en Brjánslaekur, y justo allí se dirigían a recoger su correspondencia los pocos granjeros que habitaban los fiordos sin caminos más al este. Los medios de transporte eran precarios para sus cabañas y la gran diferencia entre marea alta y marea baja hacía además que el viaje por mar fuese complicado.

Una vez construida la carretera que atravesaba las tierras altas de Kleifaheidi, resultaba mucho más sencillo acceder al oeste de Patreksfjördur y a las aldeas del norte. Entonces aumentó considerablemente el número de pasajeros del barco postal y también se incrementó el transporte de mercancías.

Desde Brjánslaekur, el barco repetía el camino de vuelta: iba a Flatey y terminaba en Stykkishólmur. La travesía entera duraba todo un largo día y a menudo era bien entrada la noche cuando el barco amarraba en el muelle de su puerto de origen.

Cuando el barco postal no estaba en ruta, había pocas novedades en el puerto de Brjánslaekur. Este jueves, sin embargo, sucedió que un joven forastero permanecía en el muelle mirando aquel barco descubierto a motor que se acercaba a la costa desde tan lejos por el sur. Se trataba de un hombre de estatura media, delgado y con una marcada cicatriz en la frente, que vestía un gabán recogido en el talle con un cinturón. Entrecerraba los ojos grises bajo el resplandor del sol, como si estuviese poco acostumbrado a la luz, y un viento frío agitaba su pelo oscuro y espeso. A sus pies, una caja alargada de metal con asas a los lados.

El joven esperaba solo en el muelle, aunque a poca distancia había dos hombres sentados bajo el alero del almacén que observaban curiosos aquella visita tan poco frecuente. Un pequeño camión enfiló la carretera más allá del puerto y se perdió de vista rápidamente al tiempo que una nube de polvo oscuro se levantaba en dirección oeste.

Aquel entorno le resultaba extraño al joven y miraba ansioso la inmensidad del fiordo y las islas en la lejanía. Dos cuervos trazaban su vuelo en las alturas sobre su cabeza, graznando de cuando en cuando. Más abajo, sobre la superficie del mar, revoloteaban y gorjeaban unos cuantos charranes árticos. Aquel barullo de pájaros despertaba recuerdos en su mente, pero no eran buenos e involuntariamente se tapó los oídos con las manos y cerró los ojos por un momento, aunque luego se dio cuenta de que de ese modo era imposible aislarse de lo que lo rodeaba e intentó sacudirse aquella sensación de la cabeza. Hundió las manos en los bolsillos del abrigo y apretó los puños.

El barco se estaba acercando ya a la orilla. Habían apagado el motor y lo conducían al muelle. El extraño joven agarró el cabo que le lanzaron los tripulantes y lo sostuvo mientras dos hombres de a bordo saltaban al extremo del muelle.

—Buenos días —dijo el primero que subió, un hombre robusto de unos sesenta años, regordete, rubicundo, con una barba blanca que le cubría el cuello en un rostro redondo y mofletudo. La nariz era corta y ancha. Llevaba unas botas altas de goma y una vieja chaqueta de lana a rayas. En la cabeza, una visera—. Soy Ellidagrímur Einarsson, alcalde de la pedanía de Flatey, aunque todos me llaman Grímur. Tú debes de ser el representante del gobernador provincial de Patreksfjördur, ¿no es así?

—Sí, me llamo Kjartan —respondió el del muelle a la vez que apretaba la mano que le había tendido el alcalde. Notó que era gruesa y con la piel áspera, pero el apretón de manos fue cálido y sólido a un tiempo.

—Éste es Högni, profesor de la escuela infantil de Flatey y organista de nuestra iglesia —dijo el alcalde señalando a su compañero: un hombre alto, delgado, con un mono de trabajo azul y limpio, y botas altas de goma—. Trabaja conmigo en la caza de focas en primavera y luego es segador cuando hay que recoger el heno —añadió en la presentación.

Högni lo saludó también con un apretón de manos firme. Tenía un bigote grande y gris con las puntas bien acicaladas, aunque, por lo demás, las mejillas estaban completamente afeitadas. El profesor aparentaba más o menos la misma edad que su compañero de barco pero le habían tratado mejor los años. Llevaba una visera clara posada en la nuca.

El alcalde observó al representante y sacó unas latas de tabaco de esnifar.

—¿Acabas de empezar a trabajar para el gobernador, amigo? —preguntó a la vez que le ofrecía rapé.

—Sí, llegué a Patreksfjördur a bordo del Skjaldbreid anteayer —dijo Kjartan al tiempo que rechazaba el tabaco con un movimiento de mano.

—¡Y ya te han enviado a un encargo fuera!

El alcalde Grímur sonrió con sorna a la vez que le pasaba el tabaco a Högni.

—Sí, la verdad es que no me lo esperaba. En principio mi trabajo iba a consistir en ayudar al gobernador en la oficina con los registros notariales y ese tipo de cosas.

—Entonces, ¿no estarás en el puesto mucho tiempo? —preguntó Grímur.

—No, sólo hasta el otoño.

—¿Has estudiado para gobernador?

—Me he licenciado en la Facultad de Derecho esta primavera, pero no tengo intención de convertirme en gobernador.

—¿Qué vas a ser, entonces?

—A lo mejor entro en algún bufete de abogados este otoño, aunque uno de mis profesores me consiguió este trabajo de verano. En un futuro me gustaría trabajar con el derecho patrimonial y será una buena experiencia laboral ponerme a revisar hipotecas este verano.

El alcalde miró la caja que había a sus pies.

—Bueno, ahora hay que subir el féretro a bordo e ir a recoger el cadáver. Cuando lleguemos a Flatey haremos una parada con mi mujer, Imba, para meter algo en el estómago. Tendrá el almuerzo preparado sobre la una, si la conozco bien.

—¿Ya sabéis quién es el fallecido? —preguntó Kjartan. Esperaba una respuesta afirmativa que simplificase la tarea, pero no salió como preveía porque Grímur respondió:

—No, no lo sabemos. Todo cuanto Valdi de Ystakot nos ha dicho es que su hijo encontró un cadáver cuando fue con él y el abuelo a Ketilsey, nada más. Estos tipos no hablan muy claro aunque abran el pico uno tras otro y a la vez y en general lo repitan todo por duplicado. Por lo que he entendido, el pobre hombre llevaba un tiempo muerto. Quizá se ahogase tras algún percance en barco este invierno y haya ido a parar ahí arriba arrastrado por la gran corriente. Supongo que será poco más que unos huesos lo que tendremos que recoger, pero más vale estar preparados para lo que sea. Luego hay que registrarlo todo y redactar un informe. A ti segurísimo que se te dan bien esas cosas.

Kjartan no recordaba haber tratado este tipo de tareas oficiales durante su formación en Derecho, aunque por supuesto podía arreglárselas para escribir algo en una hoja. De manera instintiva, metió la mano en el bolsillo interior de su abrigo y sacó un bloc de notas y un bolígrafo. Probó el bolígrafo en una página en blanco y funcionaba perfectamente. Los isleños lo observaban con interés.

—Sí, sí, ya me ocupo yo del informe —dijo Kjartan un tanto avergonzado y volvió a meter el bloc en el bolsillo.

Los flateyenses subieron al barco y sostuvieron la caja cuando Kjartan la dejó descender por el borde del muelle. Una pequeña bolsa de mano hizo el mismo camino, y finalmente el propio representante después de haber soltado el amarre. Högni ató la caja fijándola a la bancada con una cuerda vieja, mientras Grímur accionaba el motor con una manivela. Marcha atrás, el barco fue alejándose del muelle. Cuando llegaron a mar abierto siguieron de frente, y con el motor a máxima potencia rumbo al sur.

Ella hojeó las páginas de la edición de Munksgaard del Libro de Flatey hacia delante y hacia atrás. De cuando en cuando se detenía y leía en voz alta alguna que otra frase. En cada página del libro había una reproducción del manuscrito en tamaño original. La imagen era clara y nítida, a pesar de que faltasen los ornados colores del códice auténtico. El papel estaba blanco y bien conservado.

Finalmente cerró el libro, volvió a abrirlo por las primeras páginas y empezó la historia en voz baja, pero segura y sin titubeos:

El Libro de Flatey comienza con una compilación variada, los poemas de Hyndla, los relatos del rey Sigurd Sleva, relaciones genealógicas y textos similares. Probablemente todos estos relatos se redactasen al final de la transcripción del códice, pero luego, cuando se encuadernaron, los colocaron al inicio. En la cuarta página comienza la Saga de Erik el Viajero, y luego continúa con la Saga del gran rey Olaf Tryggvason. Éste reinó en Noruega del 995 al año 1000 y su saga forma una sección muy grande, en la que se enlazan muchas sagas y relatos, como la Saga de los Vikingos de Jomsborg, la Saga de los Feroeses, la Saga de los Orcadenses, la Saga de los Groenlandeses y muchas otras…