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El colmado se hallaba en una casa de dos plantas junto al espigón de Thýskavör, cerca del edificio de la cooperativa. Las puertas del comercio daban al oeste, aunque en el flanco oriental habían construido un vestíbulo adosado y habían abierto otra puerta. De allí se subían las escaleras al piso de arriba, donde vivía Ásmundur con su mujer en un pequeño apartamento. La tienda y el almacén estaban en el piso de abajo. Cuando Kjartan abrió la entrada del colmado, la hoja de la puerta dio contra una pequeña campanilla que resonó estridente en aquel espacio desierto. Kjartan miró a su alrededor y respiró hondo. Había un olor fuerte pero familiar allí dentro. Los muebles de madera despedían diversas notas de una sinfonía de aromas que se correspondían con una variedad innumerable de productos. Caramelos, betún para el calzado, café, clavos, libros, copos de avena, anzuelos, patatas, agujas de coser, levadura de repostería, cafeteras, uvas pasas, guadañas, azúcar moreno, pintura, limonada, piedras de afilar, rapé, viseras, guisantes, zapatos de goma, esencia de vainilla, rastrillos, chocolate y boyas para las redes. Todo esto y mucho más estaba colocado sin ningún orden en pilas en las estanterías que cubrían todas las paredes del comercio. Luego había otros productos amontonados en el suelo o sobre el mostrador.

Ásmundur apareció enseguida en la tienda. Era un hombre bajo y orondo, calvo, con una cara redonda y alegre, y llevaba una bata blanca de comerciante que tenía atada en la panza. En el bolsillo de la pechera tenía dos lápices y una vara de medir plegable. El tendero lo saludó amigablemente:

—Buenos días, joven. Las navajas y las vitaminas están de oferta esta semana, igual que los piensos que tenemos en stock. Nos ha llegado de nuevo la pomada para las ubres y también la última moda en elegantes zapatos de Reikiavik.

—No vengo a comprar nada, disculpe la molestia. Me gustaría hablar con usted por otro motivo —dijo Kjartan después del discurso del tendero, y a continuación realizó las mismas preguntas que les había hecho antes a los granjeros. Las respuestas de Ásmundur eran parecidas. Se acordaba bien del huésped danés. El hombre había ido a la tienda y había preguntado por carretes fotográficos.

—Por desgracia, no tenía ninguno. Hago un encargo especial y me los traen directamente de Reikiavik cuando alguien los requiere. Como el danés se dirigía de todos modos al sur, no me preocupé por encargárselos —explicó Ásmundur—. Sin embargo, pude venderle dos pares de calcetines de lana —luego pensó un momento y dijo—: Con toda seguridad, mi barco no se movió del sitio durante ese tiempo.

—¿Para qué utiliza el barco? —preguntó Kjartan.

—Más que nada para pequeños transportes para la tienda —respondió el comerciante—. Puede resultar muy útil disponer de un barco a motor decente para hacer un viaje rápido a tierra firme o a las islas interiores cuando los granjeros no pueden salir de casa con los trabajos del verano. La cooperativa no ofrece ni por asomo un servicio tan bueno y es así como se consigue hacer negocio. De todos modos no voy nunca al sur hasta Stykkishólmur, porque de allí ya viene el barco del correo todas las semanas con la mercancía. Después del tiempo de la siega siempre recojo mi barco y lo dejo dentro del cobertizo durante el invierno. No me gustan las travesías por el mar en invierno, porque aparte del frío hay una oscuridad cegadora. Además, los granjeros tienen más tiempo en invierno y les gusta venir a comprar al pueblo, para variar.

—¿Y se le ocurre cómo pudo ir a parar ese danés a Ketilsey? —preguntó Kjartan.

—Pues no se habla de otra cosa en el pueblo —respondió el comerciante—. Pero no hay nadie que lo entienda. ¿Quién demonios iría a dejar allí a aquel hombre? Conozco a cada hijo de vecino aquí en las islas y puedo asegurar que no hay nadie que tenga maldad alguna, mucho menos que fuese capaz de algo así. Tal vez fue un accidente. Tal vez el hombre subiese a bordo del barco postal sin que la tripulación reparase en él. Luego igual se apoyó en la baranda, le dio un vahído y cayó al mar. En ese caso, habría recobrado el conocimiento en el agua y habría nadado hasta encontrar algo con lo que mantenerse a flote o algo a lo que agarrarse. Si cuadró que la creciente del mar era muy rápida, sería posible que hubiese sido arrastrado todo el trecho hasta Ketilsey. No obstante, eso sería tan improbable que cuesta creerlo.

Kjartan se sentía a punto de darse por vencido en la investigación. No se había acercado en absoluto al destino de Gaston Lund.

—¿Cuánto cuestan estas navajas? —preguntó.

3.ª pregunta: «Hendida en dos con la proa de un barco. Cuarta letra». En el Relato de Sörli se cuenta cómo Hédin, el hijo del rey, había sido atacado con un hechizo. Cegado por la brujería, ordenó colocar a la reina Hervör, mujer del rey Högni, delante de la proa de su barco cuando éste iba a ser botado, de modo que la partió en dos. Luego combatieron Hédin y Högni en un duelo. Se cuenta que era tal la maldad que provocaba aquel hechizo que, aunque se hubiesen partido en dos el uno al otro, volvieron a levantarse como antes y continuaron luchando. Siguió la contienda durante catorce décadas y tres años hasta que un hombre de la corte del rey Olaf los liberó de aquella desgracia. La respuesta es «Hervör» y la cuarta letra es la V…