El detective de la policía Dagbjartur se hallaba en la Biblioteca Nacional con Egill, el recepcionista del hotel Borg, que estaba hojeando los periódicos de los últimos meses. Egill tenía que intentar reconocer a la persona que había ido a preguntar por el profesor Lund el otoño anterior. El recepcionista estaba seguro de haber visto fotos de aquel hombre en los periódicos y ahora debía repasarlos hasta encontrarlo. Ya era su segundo día en la tarea y parecía que la cosa iba lenta. Egill observaba minuciosamente las fotos de todos los hombres con cuidado, y de tanto en tanto caía en algún detalle de algún artículo que parecía despertar su interés. Dagbjartur se limitaba a permanecer sentado con paciencia, bostezaba y se limpiaba las uñas. La búsqueda suponía un trabajo bien claro y definido que en el mejor de los casos podría durar uno o dos días más. De este modo, mientras tanto, se libraba de delincuentes de poca monta y de redactar informes. Aquella mañana, de hecho, había enviado un anuncio a los periódicos reclamando que aquella persona en cuestión se pusiese en contacto con la comisaría. Sonaba más o menos así: «Se solicita que el hombre que entró en el hotel Borg a finales del mes de agosto del año pasado y que preguntó por el danés Gaston Lund se ponga en contacto con la brigada de detectives de Reikiavik». El anuncio no se publicaría antes del próximo miércoles, como muy pronto. El Domingo de Pentecostés estaba al caer y ese día no salía ningún periódico.
Delante de ellos, sobre la mesa, tenían carpetas grandes y gruesas. Dagbjartur se ocupaba de renovar el montón una vez revisado. Se trataba de una tarea tranquila para un hermoso día de junio y daba la oportunidad de tomárselo con calma. La biblioteca también estaba tranquila aquel sábado, apenas había un pequeño grupo de usuarios fijos trabajando. De cuando en cuando se oía una tos ahogada o un estornudo, un susurro o el chirrido de una silla. Por lo demás, reinaba un silencio propio de un mausoleo.
Dagbjartur se había quedado dormido en la silla cuando el recepcionista exclamó de repente:
—¡Aquí está!
El detective se despertó de un sobresalto.
—¿Está seguro? —preguntó decepcionado.
—Sí, sí —dijo—. Completamente seguro.
Dagbjartur miró la página. En la fotografía aparecía un hombre canoso de aspecto amigable y debajo el nombre: Fridrik Einarsson. El artículo se titulaba «El arte de dar muerte en la Saga de los Orcadenses».
Miró el reloj. Aquel día aún tenía tiempo suficiente para buscar al hombre y hablar con él. No iba a poder escaquearse. Dagbjartur suspiró con cansancio.
—2.ª pregunta: «La cabeza mató a un hombre aun estando decapitada del cuerpo. Sexta letra». Melbrigdi el Diente, conde de Escocia, y el conde Sigurd organizaron una reunión para llegar a un acuerdo. Cada uno de ellos podría ir escoltado por una comitiva de cuarenta hombres, pero Sigurd hizo que dos personas montasen en cada uno de los cuarenta caballos. Cuando el conde Melbrigdi vio aquello, les dijo a sus hombres: «Hemos sido engañados por el conde Sigurd, pues veo dos piernas a cada lado de las grupas». Hubo entonces una dura batalla y en ella cayó Melbrigdi, y también toda su compañía. Sigurd ordenó cortarles las cabezas y las llevaron a casa cabalgando y celebrando la victoria. En el camino, Sigurd quiso azuzar a su caballo y su pantorrilla se dio contra un diente que sobresalía de la cabeza de Melbrigdi. Aquello le provocó mucho dolor e inflamación y al final incluso la muerte. La respuesta es «Melbrigdi» y la sexta letra es la I…