Después de su visita a Ystakot, Kjartan y Grímur se dirigieron a la central telefónica y llamaron a todas partes. Lograron contactar con el barco postal a través de Radio Gufunes, ya que estaba en la bahía de Faxa, camino de Stykkishólmur con una carga de cemento desde Akranes. Los tripulantes no pudieron ayudar con respecto al pasajero danés. Podía haber estado perfectamente a bordo, pero no se acordaban de nadie en especial. Más que nada, era el cocinero el único que tenía algún contacto con los pasajeros, pero el año anterior justo estaba de vacaciones esas semanas. Una muchacha joven, recién licenciada de la Escuela de Amas de Casa, lo había sustituido mientras tanto. Ahora se había casado con un hombre de las islas Vestmann y se había ido a vivir allí, según creían.
El reverendo Veigar de Reykhólar se acordaba bien de Gaston Lund, pero no había oído nada más de él ni tampoco es que esperase noticias suyas. Tan sólo se había hospedado una noche en Reykhólar. El encargado del hotel de Stykkishólmur confirmó que Lund no se había alojado allí la noche después de que el barco llegase de Flatey. El autobús para Reikiavik salía a la mañana siguiente, de modo que debía de haberse quedado a dormir en cualquier otro lugar de la aldea, si es que había llegado en el barco.
El conductor del autobús de Stykkishólmur estaba en su casa en Reikiavik.
—Pero si ya ni me acuerdo de quiénes venían en el bus ayer —respondió cuando Grímur le preguntó si recordaba a un pasajero danés del 4 de septiembre del pasado año.
Al final llegó un mensaje del departamento de detectives de la policía de Reikiavik. Gaston Lund se había hospedado dos noches en el hotel Borg al llegar al país y había pedido que le guardasen la maleta mientras viajaba fuera de la capital. La maleta quedó a buen recaudo en el trastero del sótano del hotel y allí había permanecido olvidada. Nadie se sorprendió de que no hubiesen ido a recogerla.
Kjartan y Grímur estuvieron en la central telefónica hasta la hora de la cena y continuaron con las pesquisas. Stína, la directora de la central, y su colega de Stykkishólmur mantuvieron la línea abierta más allá del horario habitual y siguieron las conversaciones entusiasmados.
De la embajada danesa llegaron más datos. Gaston Lund había salido de Copenhague hacia Noruega a mediados de julio. Era soltero, tenía modos un tanto excéntricos, y por lo visto prefería hacer las cosas por su cuenta. Sus colegas de la Universidad de Copenhague sabían que se dirigía a Bergen, Trondheim y Stiklestad en Noruega, pero no había mencionado nunca una visita a Islandia. Habían comenzado a buscarlo tan pronto como repararon en que no aparecía para dar su conferencia en el simposio de codicología ni para impartir sus clases en la universidad. Luego se realizó una amplia búsqueda por Noruega. A principios de septiembre había tenido lugar un accidente de ferry en Bergen, por lo que la gente había empezado a suponer que el profesor era uno de los desaparecidos en el percance. La noticia del descubrimiento de su cadáver en una isla desierta de Islandia tuvo un gran impacto.
En las noticias vespertinas de la radio nacional emitieron un largo informe sobre el caso y comunicaron que, según palabras del gobernador de Patreksfjördur, había una investigación en curso.
»El año 1647, Brynjólfur, el obispo de los Fiordos Occidentales, celebró una misa en la iglesia de Flatey el duodécimo domingo después de la Trinidad, que cuadraba en 15 de septiembre. Brynjólfur propuso comprar el Libro de Flatey, primero a cambio de dinero y luego de terrenos, pero no lo consiguió. Sin embargo, cuando Jón Finnsson acompañó más tarde al obispo al barco, le entregó el buen libro. Podemos suponer que el obispo tenía intención de imprimir el libro con traducciones al latín para los ilustrados, pero no logró el permiso del rey para poner en marcha una imprenta en Skálholt, ya que el obispo de Hólar tenía el permiso exclusivo de impresión en Islandia…
»El rey Federico III de Dinamarca reinó de 1648 a 1670. Tenía mucho interés en el saber de la antigüedad y en 1656 escribió a Brynjólfur para que le enviase aquellas antiquitates, documenta y sagas de antaño que encontrarse pudieren en Islandia, para gloria y recabdo de su majestad, enriqueciendo con ello la Real Biblioteca. El obispo anunció esta petición del rey por carta en la asamblea legislativa del Parlamento; ese mismo año envió el Libro de Flatey al extranjero, y desde entonces ha estado en la biblioteca regia. El rey Federico III pasó a tener el Libro de Flatey como rey de Islandia, por lo que habría que considerarlo una propiedad estatal islandesa. Éste es el argumento que aducen los islandeses que desean que el libro sea enviado de vuelta a su tierra natal, y con ello mismo termina esta historia del Libro de Flatey.