Capítulo siete

Seguí el corto sendero de mi casa al parque. No quería dejar mi coche en el aparcamiento a la vista de todos. No hacía falta ser muy avispado para darse cuenta de que la camioneta de Beau había estado aparcada allí y ahora mi coche vacío ocupaba su lugar. Nadie esperaba que la chica buena pecase, pero seguro que les encantaría pillarme in fraganti. Tampoco es que fuese un pecado. Bueno, mentir a mis padres lo era, pero Beau era el primo de Sawyer y mi… amigo. Estaba bastante segura de que algunas de las zonas que Beau había acariciado y besado esa tarde entraban dentro de la categoría de prohibidas, pero la verdad era que no me importaba. Cuando llegué al parque, estaba prácticamente convencida de que éramos inocentes.

El parque estaba desierto a excepción del viejo Chevy de Beau. Corrí hasta la puerta del copiloto y entré de un salto antes de que pasara alguien y nos descubriera. Beau me estaba sonriendo y mi corazón empezó a coger ritmo.

—Me gusta cuando te pones vestidos de tirantes —comentó antes de arrancar el motor y salir a la carretera. Eché un vistazo al corto vestido azul celeste que había escogido y un estremecimiento de anticipación me recorrió todo el cuerpo.

—No pasaré por dentro de la ciudad. Ven aquí —dijo Beau, señalando el espacio que nos separaba. Me arrimé a él todo lo que pude sin que mis piernas tocaran el cambio de marchas.

—Demasiado lejos. Coloca una pierna a cada lado del cambio —insistió.

Le dirigí una mirada incrédula y apartó la vista de la carretera un momento para devolvérmela. El corazón me dio un salto en el pecho. Levanté la pierna por encima de la palanca de cambios y dejé que mi muslo descansara contra el suyo. La cabeza me empezó a dar vueltas cuando apoyó la mano en el cambio de marchas entre mis piernas.

—¿Hasta qué hora te tendré? —preguntó, irrumpiendo en mis pensamientos.

—Ah, mmm, no han dicho nada, pero normalmente tampoco salgo tan tarde. Les dije que iba a una sesión golfa.

Cambió de marcha y dejó descansar la mano en mi muslo. Empezaba a comprender por qué le gustaban los vestidos.

—Perfecto. Tenemos tiempo de ir a la bahía —respondió él.

Hacía años que no iba a la bahía. Sawyer nunca quería ir. Decía que el agua era asquerosa, pero a mí siempre me había parecido bonita.

—He pensado que será mejor que no nos quedemos por aquí.

Asentí porque sabía a qué se refería. No parecía preocuparle estar haciendo cosas que no debería con la novia de su primo. Esa idea me hizo pensar en la imagen de Beau que había tenido durante los últimos años. Manipulaba a los demás para su beneficio. El rebelde sexy que tomaba lo que quería. Pero esa imagen ya no me parecía cierta. Me había abrazado sin hacer preguntas mientras lloraba a moco tendido. Había dejado de trabajar para consolarme. Una persona con finalidades egoístas no se comportaría de esa manera. Además, si lo que estábamos haciendo significaba que Beau tenía mal corazón, entonces yo también.

—Estás frunciendo el ceño. ¿Qué te pasa por la cabeza? —preguntó.

Se me ocurrió mentirle, ya que empezaba a ser una profesional en el tema, pero a él no podía engañarlo. Teníamos que hablar de esto antes… bueno, antes de llegar hasta el final.

—Sé que esto está mal y me siento culpable, pero ninguna de estas razones pesa lo suficiente como para hacer que desee parar.

La mano de Beau abandonó mi muslo y volvió a la palanca de cambios. Estudié su mano grande y morena y me pregunté cómo era posible que todas las partes de su cuerpo fuesen perfectas. Agarraba la palanca con tanta fuerza que la piel de sus nudillos palideció. Quería alargar la mano y calmarlo. Hacer desaparecer la tensión, pero antes teníamos que hablar. No dijo nada más, ni intentó tocarme. Se me formó un nudo en el estómago, pensando que decidiría dar la vuelta y llevarme a casa. Le acababa de recordar que lo que estábamos haciendo estaba mal, y sabía que él no lo llevaba bien. Beau quería a Sawyer y nunca habría imaginado que le traicionaría así. Yo no era mejor que él. Se suponía que también quería a Sawyer, y así era, pero no como debería. El silencio se alargó, esperaba que Beau girase y me llevase al parque, pero siguió en dirección a la bahía. Después de unos minutos, cuando estuve segura de que no iba a girar, me relajé y esperé.

Beau entró por un camino de tierra, y más allá de la hierba pude divisar un pequeño claro con un muelle. Beau giró la camioneta y reculó de manera que la parte trasera estuviera de cara al agua.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—En un terreno de un amigo. Lo compró para construir su casa cuando acabe la universidad —respondió, y extendió el brazo para abrir la puerta.

Me desplacé un poco para salir por el otro lado. Cuando me tocó la pierna con la mano, un temblor me recorrió todo el cuerpo antes de que me diera la vuelta para mirarle.

—Espera aquí. Voy a poner orden atrás y después vendré a buscarte y te llevaré en brazos. Con la hierba tan alta podría haber serpientes.

Asentí y observé mientras saltaba entre las malas hierbas. Las serpientes me tenían un poco preocupada, pero la idea de que me llevase en brazos provocó que me viniesen otras cosas a la mente que me mantuvieron ocupada mientras esperaba. Al cabo de unos minutos, volvía a estar de pie delante de la puerta del coche. Me hizo un gesto con el dedo para que me acercara. Me deslicé hasta que estuve a su alcance y entonces me agarró por debajo de las piernas y me cogió en brazos. Cuando me levantó, se me ocurrió que quizá pesaba demasiado. Normalmente no pensaba demasiado en mi peso, pero tampoco era habitual que un chico me acarreara en brazos. Por suerte, mi peso no parecía ser un problema; me llevó a la parte trasera de la camioneta y me subió con facilidad a la plataforma de carga.

Había desplegado unas cuantas colchas y un par de almohadas. En una esquina, al fondo, había una neverita. Subí a gatas hasta el centro de la plataforma y me senté. Beau se quedó detrás de la camioneta, observándome. Las sombras de la luna llena ocultaban sus ojos y no estaba segura de en qué pensaba.

—¿Vienes? —pregunté, temiendo la respuesta.

—Sí, la vista me ha distraído un poco —contestó.

Un escalofrío de anticipación me recorrió el cuerpo mientras gateaba por la plataforma. Se arrodilló enfrente de mí, tomó mi pie derecho entre las manos y se lo apoyó sobre el muslo. Observé fascinaba mientras me desataba la sandalia y la colocaba junto a la nevera. Volvió a depositar mi pie en el suelo y, con la misma atención, me retiró el otro zapato. Una vez descalza, levantó la cabeza para devolverme la mirada.

Sus labios dibujaban una pequeña sonrisa.

—Me gustan tus uñas de color rosa —dijo, dirigiendo de nuevo la mirada a mis pies.

Mi estúpido corazón latía como un loco en mi pecho y solté una risita nerviosa.

—Es algodón de azúcar. El color, me refiero. —Era incapaz de hilvanar frases coherentes.

—Me gusta el algodón de azúcar. Aunque seguro que estos deditos tuyos son más dulces.

Se movió para colocarse junto a mí y, al pasar, acarició con su cálida mano el pie que tenía más cerca. Ninguno de los dos dijo nada mientras contemplábamos el agua en calma. Nunca en toda mi vida había estado tan nerviosa.

Beau se acomodó junto a mí y se tumbó sobre las almohadas. Me volví un poco para observarlo desde arriba. ¿Quería que yo también me tumbase? Apoyó la cabeza sobre un brazo y extendió el otro con una sonrisa, como si pudiese leerme la mente.

—Ven aquí —dijo.

Me deslicé por la plataforma y me acurruqué junto a él, con la cabeza sobre su pecho. En sus brazos sentía una serenidad que nunca había experimentado con Sawyer. Era como si hubiese llegado a casa, después de años de estar buscando.

—Quiero a Sawyer, Ash —susurró Beau bajo las estrellas. Sonaba como si estuviese intentando convencerme de algo.

»En toda mi vida, nunca le he envidiado nada. Ni a su padre. Ni a su madre. Ni sus habilidades atléticas. —Se interrumpió y soltó un suspiro entrecortado.

Me dolía el corazón. Hice un puño con la mano que descansaba sobre su estómago para poder contenerme y no acariciarlo como si consolara a un niño pequeño.

—Hasta el día en que os vi en la otra punta del campo de fútbol. Sawyer te levantó en brazos y te besó en la boca. No era vuestro primer beso. Debía de tener sólo catorce años, pero comprendí que me habían excluido de un secreto. Quise clavarle el puño en la cara y arrancarle los brazos. Di un paso adelante, pero me miraste y en tus ojos vi un ruego silencioso. Perdón o aceptación, no sé cuál de los dos. Había perdido a mi mejor amiga. Ésa fue la primera vez que sentí odio y envidia por Sawyer. Él había conseguido el tesoro que creía mío.

Cerré los ojos para evitar que las lágrimas rodaran por mis mejillas. Quise decirle que nunca se me doblaban las rodillas cuando Sawyer me besaba o que el suelo no temblaba bajo mis pies cuando me tocaba. Pero permanecí en silencio, consciente de que no podía confesárselo. Aunque era a Beau al que deseaba, sabía que nunca podría tenerlo. Estas dos últimas semanas eran lo único que tendríamos. Sawyer regresaría a casa y yo estaría otra vez con él. No había otra opción.

Me volví y me apoyé sobre un codo para poder verle los ojos sombríos. Sentía el latido de su corazón bajo la mano.

—Eras mi mejor amigo, Beau. Nunca me trataste ni me miraste de ninguna otra forma. Cuando empecé a cambiar y todos comenzamos a fijarnos en el sexo opuesto, nunca pareció importarte que yo fuese una chica. Sawyer sí se fijó. Tal vez porque él no había sido mi cómplice. Tal vez porque el vínculo que mantenía con él era distinto al que me unía a ti. Pero me veía como a una chica. Creo que en el fondo te había estado esperando, pero cuando me besó, supe que nunca serías tú. Nunca sería tu chica.

Beau levantó el brazo y me acarició la mejilla con la mano.

—Era muy consciente de que eras una chica, Ash. Pero me aterrorizaba el hecho de que la única persona en todo el mundo que conocía todos mis secretos también era la chica más bella que había conocido. Lo que sentía por ti me aterrorizaba.

Me incliné y besé la arruga que se le había formado entre las cejas.

—Aquí. Ahora. Soy tuya. No de Sawyer. No es a él a quien deseo. Ahora mismo, lo único que quiero eres tú. —Escogí las palabras con esmero para que los dos comprendiésemos a qué me refería.

Me cogió de la cintura y se movió de tal manera que acabé sentada encima de él. Bajé los labios hasta los suyos y suspiré mientras sus manos encontraban el final de mi vestido y la cálida presión de sus palmas subía por mis muslos.

Esta noche me entregaría completamente a Beau porque así lo deseaba. Era el chico malo de la ciudad y yo la chica buena. Se suponía que no debía ocurrir.

—Ash, te deseo. Mucho, mucho. Pero mereces algo mejor.

Levanté un poco la cabeza y volví a besarlo, esperando el tiempo justo para susurrarle al oído:

—No hay nada mejor que esto, Beau.

Me ciñó el trasero con las manos y me empujó un poco para que sintiera la presión de su evidente excitación contra el calor de mis muslos.

—Por favor, Beau —dije, no del todo segura de lo que estaba pidiendo, pero convencida de que necesitaba más. Me aferró las manos a la cintura.

—Agárrate a mí, cariño. Voy a cuidar de ti.

La necesidad que exudaba su voz áspera sólo sirvió para alimentar mi deseo.

Meció las caderas una vez más, provocando que una oleada de placer me recorriese todo el cuerpo a causa de la fricción que sentía entre las piernas. Beau extendió el brazo y me puso la mano detrás de la nuca, haciéndome descender hasta que mi boca cubrió la suya. Esto era lo que necesitaba. Esta conexión. Una atracción pura, brutal y honesta. No algo controlado y prudente. Necesitaba algo temerario.

La lengua de Beau se deslizó entre mis labios y empezó a saborear todos los rincones oscuros de mi boca como si fuese una especie de fruto exótico que quería degustar. Ésta era la sensación que siempre había anhelado. En un único movimiento fluido, Beau me dio la vuelta y se colocó encima de mí, dibujando un sendero de besos por todo mi pecho. Necesitaba más. Contoneándome un poco, extendí el brazo y le tiré del pelo con impaciencia. Una risa ahogada retumbó en su pecho, antes de que la cálida mano de Beau empezase a subirme por el muslo. No pude evitar que se me escapase un suspiro ansioso.

—Eres hermosa, Ash —susurró Beau cuando su mano llegó a su destino. Recorrió con el dedo la tira de mis braguitas y solté un gemido, necesitaba más—. Me encanta cuando haces esos ruiditos adorables. Me vuelven loco —murmuró en mi cuello.

Cuando el calor de Beau me abandonó, me dispuse a protestar, hasta que deslizó ambas manos bajo mi vestido y metió los dedos dentro de mis braguitas y empezó a bajarlas. Observé su semblante mientras boqueaba en busca de un poco de aire. La excitación y el anhelo hacían imposible una respiración profunda. Contemplé la expresión de maravilla y la mirada de adoración en los ojos de Beau mientras me quitaba las braguitas, las doblaba y las colocaba a un lado. Finalmente, levantó los ojos para mirarme a la cara.

—¿Estás segura? —Su voz denotaba lo mucho que se estaba controlando. Se detendría si se lo pedía. Confiaba en él. Completamente.

—Sí, muy segura —respondí levantando una pierna de modo que el vestido me resbaló hacia arriba y me quedó arrugado en la cintura.

Beau tenía los ojos abiertos de par en par a causa de la excitación. Muy lentamente, extendió la mano para tocarme la rodilla antes de mover las ásperas puntas de sus dedos por mi muslo. El pecho le subía y bajaba de prisa con cada aliento entrecortado, hasta que deslizó el dedo en mi interior.

—Ash —dijo con voz ahogada.

—Por favor, Beau —supliqué; lo necesitaba. Perdí la capacidad de pensar y solté un grito. No sabía qué le estaba diciendo, pero sabía que le estaba suplicando. No quería que acabase. La osadía de lo que estábamos haciendo me llevó al límite y, como había ocurrido horas antes, mi mundo se deshizo en un millón de vívidos, intensos y maravillosos temblores.

Beau

Sabía que estaba mal, pero no me importaba. Ahora no. Mantuve la mirada sobre Ashton mientras boqueaba en busca de aire y empecé a quitarme los vaqueros. Ella era lo único que importaba. Debía tenerla. Los ojos entrecerrados con los que me miraba se fueron abriendo de excitación mientras observaba cómo me desnudaba.

Me temblaban las manos al meter la mano en el bolsillo de los vaqueros para sacar el condón que había cogido de la guantera. ¿Dios mío, qué estaba haciendo conmigo esa chica?

—¿Puedo hacerlo yo? —preguntó Ashton con una voz ronca y satisfecha que hizo que me excitara aún más. Había sido yo el que la había hecho sentir así de bien. Yo había provocado ese tono de voz.

—¿Qué, el condón? —pregunté, mientras bajaba para besarle los labios. Necesitaba probarlos. No iba a ser capaz de pasar página. No podía renunciar a esto.

—Sí —respondió contra mis labios.

Riendo entre dientes, le dejé el paquetito en la mano.

—Sólo porque no sé decirte que no. Pero hazlo rápido, por favor.

—¿Duele? Ya sabes, el ponértelo —preguntó mientras yo retrocedía un poco, poniéndome de rodillas entre sus piernas.

—No como tú piensas. Lo disfrutaré. Te lo prometo.

El brillo travieso que le iluminó los ojos me hizo gruñir de frustración. Me iba a volver loco. Extendió el brazo y el primer contacto de sus suaves manos casi me hace perder la cabeza. Quería mirarla, pero sabía que no podía. No sería capaz de aguantarme. Cerré los ojos con fuerza y apreté los puños intentando no pensar en lo que estaba haciendo.

Cuando el condón estuvo en su lugar, abrí los ojos de nuevo, agarré las dos manos de Ashton, sujetándolas sobre su cabeza con una de las mías y la observé desde arriba, resollando.

—Dame un minuto —expliqué con voz tensa. Estaba esforzándome desesperadamente por mantener el control. Tenía que calmarme. Ashton necesitaba que fuese despacio.

—Vale —susurró.

Enterré la cara en su cuello y respiré hondo. Ésta era mi Ashton. Éste era el momento con el que había fantaseado durante años. Algo que nunca creí que tendría. Me recorrió otro estremecimiento y Ashton giró la cabeza para besarme la mejilla.

—Lo deseo, Beau. Deseo hacerlo contigo.

Justo las palabras que nunca habría esperado oír.

Le solté las manos y me mantuve encima de ella con las dos palmas apoyadas firmemente junto a su cabeza. No podía hablar. Las palabras eran imposibles. La besé con suavidad y descendí hasta estar en posición.

El grito entrecortado que soltó cuando me deslicé en su interior hizo que me detuviera.

Cuando alzó las caderas para que me deslizase más adentro, me estremecí y me hundí en su interior hasta que sentí la barrera que sabía que iba a dolerle. No quería hacerle daño.

—No pasa nada, Beau, por favor, no pares —dijo, meciéndose contra mí.

Cubrí su boca con la mía y empujé con un poco más de fuerza. El gritito que soltó hizo que me detuviera al instante. Empecé a besarla con suavidad. Cualquier cosa para hacer que olvidase el dolor. Empezó a balancearse lentamente contra mí y comprendí que había perdido cualquier capacidad de control. Estaba dentro de Ashton. Al fin.

—¿Estás bien? —conseguí preguntar contra sus labios hinchados.

—Sí, es, oh, es, mmmm. —Su tartamudeo me hizo sonreír.

Deslizarme lentamente dentro de ella fue increíble. Nunca nada había sido tan bueno. Enterré la cabeza en su cuello y me mordí el labio, necesitaba infligirme algo de dolor. Cualquier cosa para no perder el control demasiado pronto.

—Eres increíble —susurré, necesitaba elogiarla. Era perfecta.

Ashton tembló en mis brazos. Su agarre se había vuelto frenético. Con una sonrisa, saboreé un poco su hombro antes de inclinarme para mirarla.

Tenía las mejillas arreboladas y si no hubiese sido por el deseo, que hacía que estuviera a punto de estallar, habría reído. Era adorable. Levantó las piernas y apretó las rodillas contra mis caderas. Empujé con suavidad, cerrando los ojos y combatiendo el final que temía que llegase demasiado pronto.

—Ash, no quiero que esto termine. Quiero seguir aquí toda la eternidad.

El grito de placer que se escapó de sus preciosos labios rosados me hizo enloquecer.

—Ash, quiero que seas mía. ¿Me oyes? Mía.

Ash asintió y soltó otro gritito antes de enderezarse y tapar mi boca con la suya. Con esto bastaba. Podía soportar cualquier cosa si me prometían que siempre tendría esto. A Ashton entre mis brazos. Era lo único que necesitaba. Siempre.