Capítulo cinco

Ashton

—¡Venga, será divertido! —me aseguró Leann por centésima vez.

Mientras ella salía del coche, yo le devolví una mueca de irritación. No sé cómo se las había arreglado para arrastrarme al prado de los Mason. Cuando me invitó a quedar con ella, pensé que se refería a una película o quizá a ir de compras. No creí que quisiera traerme al prado. Dejé por un segundo de perforarle la espalda con los ojos y eché un vistazo a la camioneta aparcada de Beau. No había sabido nada de él desde que lo dejé con Nicole en su caravana. Al principio, creí que me llamaría o que me enviaría un mensaje, pero después de veinticuatro horas, comprendí que no sabría nada más de él. Nicole no parecía muy contenta de verme allí. Tendría que haberlo imaginado.

—Vamos, Ashton. —Leann abrió mi puerta y me sonrió. El pelo corto, castaño y rizado bailaba en el aire mientras señalaba la fiesta con la mano.

—Hay vida más allá de Sawyer Vincent. Te lo prometo —se burló, mientras se subía las gafas de montura negra que le habían resbalado por la nariz. Sólo Leann era capaz de hacer que unas gafas parecieran chic.

—Ya lo sé. —Leann no tenía ni idea de lo mucho que lo sabía—. Pero venir al prado sin Sawyer es absurdo. Noah llegará en seguida y yo me quedaré para aguantar la vela.

—Tonterías. Noah será la pareja de las dos. —Me lanzó una sonrisa y me arrastró hasta el claro.

La música y la hoguera ya estaban en marcha. El olor de madera de nogal ardiendo inundaba el aire nocturno. Varios grupos se habían reunido en torno al claro iluminado, mientras que algunas parejas ya se estaban abriendo paso hacia la intimidad que suministraban las sombras entre los árboles. Caminé junto a Leann, escuchándola parlotear sobre la nueva camioneta que había comprado Noah. Me estaba esforzando tanto por no fijarme en lo que me rodeaba que Leann me pilló por sorpresa cuando se sentó en un tronco y tiró de mí para que me sentara a su lado.

—Mirad a quién he sacado de su encierro —anunció Leann a todo el grupo.

—Ashton. ¡Está viva! —voceó Ryan Mason desde la otra punta de la hoguera e intentó abrirse paso hasta nosotras. Su ingesta de alcohol se lo puso difícil, y su pavoneo acabó pareciéndose a un mal paso de baile.

»Echaba de menos esa cara bonita —dijo Ryan en tono de coqueteo, haciendo un gesto a Leann para que se apartase y así sentarse junto a mí.

»Ya veo lo que pasa. Sólo vienes cuando Saw está aquí. ¿Y yo qué? —Se inclinó hacia mí y me lanzó una mirada lasciva. El aliento le olía a cerveza y comprendí que había bebido más de la cuenta. Era el típico comportamiento de Ryan cuando estaba borracho. Coqueteaba con todo el mundo.

—Es un lugar para parejas y mi media naranja no está aquí —respondí, obligándome a sonreír. Ryan me pasó un brazo por la cintura y tiró de mí para que me acercase.

—Eso te lo puedo solucionar yo, cariño. Dejaré plantada a la chica con la que he venido si me prometes que me seguirás hasta el bosque.

Miré de reojo a Leann en busca de socorro, pero lo único que obtuve fue una expresión de pánico, los ojos abiertos de par en par. Se puso a escudriñar la multitud con la esperanza de que Noah viniese al rescate.

—Mmm, no hace falta, Ryan —dije yo, y me dispuse a levantarme. No fui lo bastante veloz, me puso las dos manos en la cintura y me obligó a sentarme en su regazo antes de que pudiese escapar. Se me aceleró el pulso y tuve que resistir el impulso de ponerme a gritar.

—Suéltala, Ryan. Si Sawyer se entera, te matará. —La petición de Leann cayó en saco roto. Ryan soltó una risotada y subió la mano por mi pierna. Se la aparté de un manotazo e intenté escabullirme de nuevo.

—Sawyer no está —contestó él, sujetándome con firmeza.

—¡Ryan, tío, suéltala! —gritó Kyle a la vez que se acercaba corriendo. Afortunadamente, la voz gritona de Ryan había llamado la atención de Kyle. Extendió la mano y me ayudó a levantarme.

Ryan se puso a reír.

—Sólo me estaba divirtiendo un poco. Es el único culito de la ciudad que me falta. Sawyer se la guarda entera para él solito.

Kyle me apretó la mano con fuerza.

—El único culito que debe preocuparte es el tuyo. Cuando Sawyer se entere de esto, te partirá la cara.

Ryan se puso de pie y dio un tropezón, demostrando lo mucho que había bebido.

—Sólo me estaba divirtiendo. Toda su belleza prístina sigue intacta. Ya te puedes marchar, mojigata —masculló Ryan, mientras yo me abría paso a tientas hasta el coche de Leann. No me fijé en si me estaba siguiendo. Sólo sabía que tenía que escapar de allí.

Llegué al coche y tiré de la manilla sólo para descubrir que estaba cerrado. Las lágrimas que había estado reprimiendo me empezaron a resbalar por la cara. Respiré profundamente, dejando que fluyeran. No estaba segura de por qué me afectaba tanto el comportamiento de Ryan. No era que me hubiese hecho daño. Tenía el estómago revuelto y me lo apreté con ambas manos, rezando para no vomitar. Sawyer me había servido de escudo durante tanto tiempo que no sabía cómo reaccionar en situaciones como ésa. Odiaba ser tan boba.

La Ashton mala habría sabido qué hacer. Solté un sollozo y apoyé la frente contra el frío cristal de la ventanilla. Un par de brazos me rodearon la cintura y me dispuse a gritar hasta que el olor de gel me llegó a la nariz.

—Soy yo. Estás a salvo.

Al oír el sonido de la voz de Beau, dejé escapar otro sollozo y me volví para lanzarme en sus brazos.

—Siento no haber estado allí. He llegado demasiado tarde. Pero te juro que Ryan Mason no se te volverá a acercar.

Sus palabras me hicieron llorar con más fuerza y me aferré a su camisa, enterrando la cabeza en su pecho.

—Shhh, no pasa nada, Ash. Entra en la camioneta antes de que alguien nos venga a buscar —me susurró al oído. Dejé que me guiara hasta su camioneta y que me acomodara en su interior.

»Le he dicho a Leann que cuidaré de ti —dijo al entrar en la camioneta. Me sequé la cara y asentí.

—Gracias. Le dije que venir aquí era mala idea. Éste no es sitio para chicas solas. —Intenté sonar indiferente, pero fracasé.

Beau arrancó el motor y se inclinó para abrir la guantera. Fue entonces cuando me fijé en la sangre que le cubría los nudillos. Le cogí la mano con un grito entrecortado.

—¡Dios mío!

Una risita ahogada hizo que le vibrara el pecho mientras cogía un trapo de la guantera y se limpiaba la sangre de la mano.

—No es mi sangre, Ash —me aseguró. Le solté la muñeca y dejé que siguiera limpiándose la que debía de ser la sangre de Ryan.

—Como te he dicho, no se te volverá a acercar.

Asentí con la cabeza, no del todo segura de lo que debía decir. Nunca le habían pegado una paliza a nadie por mí. Era una sensación extraña. El calor que me invadió al observar cómo desaparecía la sangre de los nudillos ligeramente arañados de Beau me sorprendió. Al parecer, me gustaba la idea de Beau partiéndole la cara a Ryan.

—Siento no haber llamado.

Me obligué a apartar la vista de las manos de Beau y a mirarle a los ojos. Su expresión preocupada me llegó al corazón.

—No tienes que disculparte. No tengo derecho a esperar que me llames. Espero no haberte metido en un lío con Nicole.

Vale, eso último era mentira, pero él no lo sabía.

—Lo que ella diga da igual. Yo tomo mis propias decisiones.

Quise preguntarle a qué se refería con ese comentario, pero no dije nada.

—¿Quieres que te lleve a casa?

No si podía quedarme con él, pero la verdad era que sólo provocaría más problemas.

—Mmm, bueno. No tengo otro sitio adonde ir.

Beau me miró de reojo y sus labios dibujaron una sonrisa traviesa. No pude más que devolverle la sonrisa.

—¿Qué tal una partida de billar?

—¿Billar?

—Sí, billar. Hay un sitio fuera de la ciudad adonde a veces me escapo a jugar al billar.

Asentí con lentitud antes de admitir que no sabía jugar al billar.

—Estaba deseando que lo dijeras —respondió con una sonrisa de suficiencia.

Beau aparcó en el pequeño aparcamiento de grava de un bar. Motos, camionetas hechas polvo y algunos modelos antiguos de coches deportivos llenaban las plazas limitadas. Eché un vistazo a Beau.

—Esto es un bar.

—Sí, princesa, lo es. La cerveza y el billar siempre van juntos. ¿Adónde creías que íbamos?

Sonaba a mala idea. De hecho, sabía perfectamente que era un mala idea. Titubeé un poco mientras Beau salía del coche. Dio la vuelta a la camioneta y se detuvo delante de mi puerta con la mano extendida.

—Venga, Ash. Te prometo que aquí no muerde nadie.

Tragué saliva y puse mi mano en la suya. Tenía ganas de vivir un poco y, sin duda, esto era vivir.

—Vamos —dije sonriéndole, y él me apretó la mano con suavidad antes de conducirme al interior del local.

En un pequeño escenario improvisado, una banda tocaba una versión francamente mala de Sweet Home Alabama. Humo de cigarrillos, cerveza y perfume barato se combinaban para producir un tufo desagradable. Tuve que resistir el impulso de taparme la nariz. La mayoría de los clientes del bar eran hombres de aspecto grasiento con tripas que les colgaban por encima de los vaqueros, tatuajes en los brazos y mujeres de aspecto vulgar sentadas en sus regazos o que se arrimaban a ellos mientras bailaban. Beau me soltó la mano y me rodeó la cintura con el brazo.

Inclinó un poco la cabeza y susurró:

—Tengo que mostrarme posesivo para mantener alejados a los demás.

No tenía queja, así que asentí y me arrimé aún más.

—¿No nos van a echar? Somos menores.

Beau rió entre dientes y me condujo a una mesa de billar vacía.

—No. —Miró de reojo a la barra y le hizo un pequeño gesto con la cabeza a alguien. Después cogió dos tacos de billar y me pasó uno.

—Ya es hora de que te enseñe a jugar al billar.

El brillo travieso de sus ojos hizo que deseara acceder a todas sus demandas.

—Beau, ¿cómo se te ocurre traer aquí a la hija del pastor? —preguntó una mujer de largo cabello oscuro y vestida con lo mínimo necesario mientras dejaba una cerveza delante de Beau.

Se volvió hacia mí y me encontré con unos familiares ojos color avellana mirándome con preocupación. Era Honey Vincent, la madre de Beau. La había visto de pasada en las raras ocasiones en que iba a buscar a Beau a casa de Sawyer. Pero nunca había hablado con ella. Era toda una belleza, incluso con el exceso de maquillaje y la ropa barata.

—Mamá, ¿te acuerdas de Ashton? —dijo Beau, tomando un trago de su cerveza.

Sonreí, a pesar de que me estaba estudiando como si fuese un animal en el zoo.

—Hola, señora Vincent. Me alegro de volver a verla.

Ladeó la cabeza y un mechón de pelo le cayó sobre el hombro.

—¿Desde cuándo se dedica la abnegada novia de Sawyer a ir de fiesta a bares de baja estofa?

Me puse tensa y miré de reojo a Beau.

—Ya basta, mamá. Ashton y yo somos amigos. Lo hemos sido casi toda la vida. Le estoy haciendo compañía mientras Sawyer está fuera de la ciudad.

Honey me miró de pies a cabeza antes de encararse con Beau, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

—Si eso es lo que te dices a ti mismo, hijo, perfecto, pero no soy idiota y espero por su bien que ella tampoco lo sea.

Entonces acarició la mejilla de Beau con la mano y volvió a la barra.

—Trae una cola para Ash —le pidió él.

Honey levantó la mano y meneó las uñas pintadas de un rojo intenso para demostrar que lo había oído.

—Lo siento, pero no es muy fan de los padres de Sawyer, así que cualquier cosa que tenga que ver con ellos le resulta sospechosa al instante. Se rendirá a tus encantos en cuanto te conozca un poco mejor.

No estaba segura de tener el valor de conocer mejor a Honey Vincent. Me recordaba a una versión adulta de Nicole. Pero en lugar de compartir mis pensamientos, asentí con la cabeza. Beau sonrió y se colocó a mis espaldas.

—Muy bien, para tu primera lección de billar, empezaremos con unas cuantas rondas de práctica antes de jugar en serio.

Beau apoyó el taco en la mesa y señaló el que yo tenía en la mano.

—Tienes que golpear el resto de las bolas con la bola blanca para iniciar la partida —explicó.

Cogí el taco, me incliné sobre la mesa e intenté recordar todas las ocasiones en las que había visto a gente jugando al billar en la televisión. Antes de que pudiese concentrarme, Beau me rodeó con su cálido cuerpo. Me cubrió la mano con la suya, consiguiendo que me diera vueltas la cabeza. Tardé un momento en acordarme de respirar.

—Ésta es la parte que estaba esperando —me murmuró al oído, mientras ajustaba la posición del taco en mis manos. El calor de su cuerpo hacía que deseara acurrucarme contra él. Intenté mantener la concentración, pero sentía su aliento cálido en mi oído y su cadera estaba tocando mi trasero. Su pecho apenas rozaba mi espalda.

»Estás temblando, Ash —susurró.

No supe qué responder. No podía echarle la culpa al frío. Estaba en el interior de un bar excesivamente caluroso en pleno verano.

—Ahora ya estás lista para lanzar. —Su voz provocaba corrientes eléctricas por todo mi cuerpo y asentí, temerosa de que si subía la vista me echaría en sus brazos.

Dejé que me guiase durante el lanzamiento. Bolas de colores rodaron por toda la mesa, pero seguía siendo incapaz de concentrarme.

—Bien hecho, ahora tenemos que decidir qué bola queremos meter en el agujero y planear el siguiente tiro.

Cerré los ojos y respiré profundamente para calmarme, aprovechando que Beau se había erguido y había abandonado esa proximidad tan íntima. Me enderecé rezando para que no me fallaran las rodillas.

La mirada de Beau hizo que me ruborizase. Sus labios dibujaron una sonrisa satisfecha y sentí el deseo súbito de saber qué se sentiría al tener esos labios apretados contra los míos. No podía apartar la vista. Incluso cuando se le desvaneció la sonrisa, seguí mirándole fijamente la boca.

—Será mejor que pares, Ash —masculló Beau en voz ronca, salvando el espacio que nos separaba.

De repente, su cuerpo estaba apretado contra el mío. Conseguí romper el embrujo que sus labios tenían sobre mí y mirarle a los ojos. Me estaba observando con una expresión hambrienta a la que no estaba acostumbrada. Aunque me gustaba. Me gustaba mucho.

—Ash, me estoy esforzando mucho por ser bueno. Ser bueno no es lo mío, pero Sawyer es muy importante para mí. Recuerda que tengo mis límites y tenerte aquí estudiándome la boca como si quisieras pegarme un bocado me está empujando peligrosamente cerca de esos límites.

Asentí, tragando saliva. Aún no me sentía capaz de hablar porque estaba casi segura de que acabaría por pedirle que siguiera adelante con lo que fuera que estuviese pensando.

Soltó un suspiro frustrado y me hizo encarar la mesa de billar otra vez.

—A lo que estábamos. Parece que las lisas están en mejor posición, así que quédatelas tú y yo jugaré con las rayadas. Tu bola roja es la que está mejor colocada. Está casi en la tronera de la esquina y la blanca está muy cerca. Ahora vuelve a tu posición.

Me las arreglé para concentrarme en lo que me estaba explicando hasta que se volvió a colocar detrás de mí para corregir la forma en que estaba sujetando el taco.

—Con calma, Ash.

Respiré profundamente y golpeé la bola blanca. Rodó directamente hasta la bola roja, que se hundió en el agujero.

—¡Lo conseguí! —chillé y me volví para lanzarme en brazos de Beau. Hasta que me rodeó con los brazos y sentí la deliciosa fragancia de su gel, no comprendí que había sido una mala idea.

—Así es —dijo Beau, riendo entre dientes, y me besó en la coronilla. Me obligué a apartar las manos y a alejarme un paso.

—Muy bien, ¿y ahora cuál? —pregunté con una sonrisa, como si el corazón no me latiera a cien por hora porque me había abrazado.

Examinó el estado de la mesa y asintió con la cabeza.

—La azul está en un buen sitio.

Dos partidas más adelante, empecé a pillarle el truco. Contemplar a Beau jugando al billar resultó ser un pasatiempo de lo más entretenido. Nunca habría creído que un chico inclinado sobre una mesa de billar pudiese ser sexy, pero después de observar a Beau, decidí que el billar era un juego de lo más sexy. Aparte de que inclinaba su musculoso cuerpo sobre la mesa y de que le salía una pequeña arruga de concentración entre los ojos que deseaba besar, también conseguía parecerse a un modelo preparándose para una sesión de fotos cuando apoyaba la cadera en la mesa, a la espera de que terminase mi turno de lanzar.

—No sé si me gusta más la Ash que necesitaba mi ayuda o la Ash que lo tiene todo controlado. Por un lado, te puedo tocar y salirme con la mía. Pero por el otro, puedo dedicarme a contemplarte mientras te inclinas sobre la mesa. Y déjame que te diga que estás como un tren.

Mantuve la vista fija en la mesa en lugar de responder a su mirada. Que me dijera que estaba como un tren hacía que quisiera sonreír como una imbécil. No me apetecía que notase mi reacción.

—Empieza a ser tarde. ¿Lista para marcharnos? —preguntó Beau.

Me aproximé a él y le entregué el taco de billar.

—Supongo que deberíamos irnos —contesté.

Asintió y guardó los tacos. Me fijé en la única cerveza que había bebido en toda la noche y comprendí que estaba siendo cuidadoso por mi bien.

—Ya veo que estás mirando la cerveza, si quieres puedes comprobar si está a medias.

Sonriendo, negué con la cabeza.

—Te creo.

Me cogió de la mano y me guió hasta la salida.

—Hasta luego, mamá —le dijo a su madre, que pasaba llevando una bandeja cargada de jarras de cerveza.

Su mirada se posó sobre mí. Su sonrisa de suficiencia me recordó a Beau.

—Vale, ten cuidado en el camino de vuelta —respondió.

No me esperaba ese tipo de respuesta de Honey Vincent. No parecía el tipo de madre que te decía que tuvieras cuidado, especialmente porque le servía cerveza a su propio hijo.

Beau me pasó la mano por la cintura y me arrimó a él.

—Unos borrachos te están comiendo con los ojos. Así los mantengo alejados —explicó en voz baja al salir. Decirle que no me importaba estar apretada contra él no me pareció una buena idea, así que mantuve la boca cerrada.

Una vez en el coche, con el cinturón de seguridad ajustado, dediqué un momento a observar el bar en el que había pasado las últimas dos horas. No era tan terrorífico como había esperado. En cuanto empezamos a jugar al billar, me olvidé de todo lo demás. Beau retrocedió hasta la carretera que conducía a la ciudad. Las luces del aparcamiento se desvanecieron en la distancia a medida que nos alejábamos del bar y nos aproximábamos a mi casa. Aún no estaba lista para volver allí. Ésa había sido la cita más divertida de mi vida. Aunque no había sido una cita de verdad. Cuando estaba con Beau, reía mucho más que en cualquier otro momento. Había olvidado lo divertido que podía ser él. Quizá por eso de pequeña siempre le escogía para escabullirme de casa. Sawyer estaba ahí para mantenernos a raya y le quería. Pero Beau siempre traía la diversión.

—Gracias por esta noche. Lo he pasado muy bien.

—Se notaba. Me gusta ver cómo te diviertes. Eres increíble cuando dejas caer la barrera que te rodea.

—¿Qué barrera? —pregunté, volviéndome para mirarle.

Al principio no dijo nada, pero mantuve mi mirada fija, a la espera.

—Tu barrera de perfección. La que izas a la vista de todo el mundo. La barrera bajo la que ocultas a la chica que yo conocía. La chica que quiere reír y divertirse. La perfección no es divertida, Ash.

Había dejado salir a la chica mala porque sabía que Beau no la rechazaría, ni la reñiría. Él conocía una parte de mí que no mostraba a nadie más. Era cierto que la abuela siempre me animaba a tomar mis propias decisiones y a abrazar mi verdadero yo, pero incluso con ella mantenía ese lado de mí escondido. Quise discutir con él y alzar de nuevo la barrera para evitar que me viese tal como era, pero no pude. Nadie, excepto la abuela, me permitía abrir las alas. Pero Beau siempre había sido la única persona que me aceptaba tal como era.

Asentí con la cabeza y fijé la vista en la carretera.

—No puedo ser siempre esa chica. Todos esperan ver a la Ashton buena: mis padres, Sawyer, la gente de esta ciudad. No puedo permitir que vean este lado de mí. Pero sienta tan bien dejarla salir… Aunque sea sólo un ratito. Así que gracias.

No le miré para comprobar su reacción, no me hizo falta. Su mano buscó la mía y la sostuvo. Las palabras no eran necesarias porque lo comprendía.