Capítulo veintiuno

Antes de que pudiese cerrar la puerta, Sawyer se plantó delante de mí. Parecía que no hubiese dormido en toda la noche y tenía un corte en la nariz y un moretón debajo del ojo derecho.

—¿Qué ha ocurrido?

—¿Dónde está? —exigió él, interrumpiendo mi pregunta. Negué con la cabeza, observándolo fijamente mientras intentaba descifrar por qué estaba tan decidido a encontrar a Beau.

—Te he dicho que no lo sé. Me marché y fui a ver a Leann. Pasé la noche en su dormitorio y he regresado esta mañana.

Sawyer musitó algo que sonaba como una palabrota y los ojos se me abrieron como platos. El sol brillaba sobre su cara, permitiéndome ver la hinchazón en su mejilla. Por lo que parecía, el día antes se había encontrado con Beau.

—¿Ha sido…? —Alargué el brazo para tocarle la cara, pero la apartó de un manotazo con una mueca de asco.

—No me toques. Tú te lo has buscado, ahora enfréntate a las consecuencias. Ya no tienes derecho a tocarme.

Tenía razón, claro. Simplemente, asentí. Su ojos se iluminaron de ira.

—Es por tu culpa, ¿sabes? Se ha ido por tu culpa. Le has destrozado la vida. Espero que valiese la pena.

La voz de Sawyer estaba empapada de la misma rabia que le brillaba en los ojos. Una cosa estaba clara: me odiaba. Pasé a su lado y me alejé caminando. Dolía demasiado ver ese odio dirigido a mí. Tenía que encontrar a Beau. No haberle llamado el día antes había sido un error, pero me negaba a creer que hubiese salido huyendo. Había estado dispuesto a luchar por mí. Por el aspecto maltrecho de la cara de Sawyer, acabó peleando por mí. Era hora de que me olvidase de la cautela y fuese a por lo que deseaba. Y deseaba a Beau.

Ocho horas después, estaba de pie delante del bar en el que trabajaba Honey Vincent mirando fijamente la entrada. Nunca había estado aquí durante el día. La pintura desconchada y la deteriorada puerta no se notaban durante la noche. Beau no había aparecido por el instituto. Gente que antes hablaba conmigo, ahora me trataban como si no existiese. Me habría molestado si no hubiese estado tan preocupada por Beau. Le había enviado varios mensajes, pero no había obtenido respuesta. Sawyer sólo se había dignado lanzarme una mirada furibunda cuando salió al pabellón deportivo, después de las clases, pasó por delante de mi taquilla y sacudió la cabeza como si me culpase de la ausencia de su primo. El temor a que tuviese razón había empeorado a lo largo del día. Debería haberle llamado el día antes, no, debería haber permanecido a su lado. En vez de eso, a la primera señal de problemas, mentí y dejé que cargara con el muerto. Soy una persona horrible.

La puerta del bar se abrió y apareció Honey mirándome directamente, con una mano apoyada en la cadera. Su largo cabello oscuro estaba recogido a un lado en una cola baja y llevaba un par de vaqueros estrechos y una sudadera holgada. Era la primera vez que la veía tan tapada.

—Bueno, entra de una vez. ¿Hasta cuándo piensas quedarte ahí contemplando la puerta?

Beau no estaba allí, pero quizá Honey sabía dónde encontrarle. Me apresuré tras ella, después de que se volviese con resolución y se dirigiese al interior.

El bar resultaba distinto a las tres de la tarde. Las cortinas y las ventanas estaban abiertas, dejando que entrase la luz del sol y que una brisa recorriese el local. Casi conseguía disipar el hedor a cerveza pasada y cigarrillos… casi.

—Se fue ayer. Tampoco ha venido a casa. Has fastidiado bien a estos dos chicos, niña.

Honey sacudió la cabeza mientras secaba los vasos y los dejaba encima de la barra.

—Lo sé. Tengo que arreglarlo.

Hizo un gesto de incredulidad y soltó una carcajada amarga.

—Eso estaría bien, pero el daño está hecho. Esos dos estuvieron a punto de darse una paliza de muerte aquí dentro. Has hecho que se vuelvan locos. Nunca habría creído que una chica se interpondría entre ellos, pero tampoco creí que te molestarías en mirar dos veces a Beau. Cuando empezaste a demostrar un poco de interés en él, supe que todo se iría a hacer puñetas en menos que canta un gallo. Siempre has sido el punto débil de mi niño.

Me dejé caer en un taburete delante de la barra. Notaba el peso de la culpa en el estómago. ¿Qué le había hecho a Beau? ¿Cómo podía decir que le amaba y hacerle tanto daño? El amor no debía ser egoísta.

—Soy una persona horrible. Lo borraría todo si pudiese. No puedo creer que le haya hecho esto.

Honey se detuvo y alzó una ceja delicadamente esculpida.

—¿A quién?

—A Beau —respondí, frunciendo el entrecejo. Una sonrisa triste le iluminó la cara y sacudió la cabeza.

—Bueno, supongo que no es tan idiota como pensaba. Suponía que lo había echado todo por la borda por una chica que sólo buscaba pasar un buen rato. No creía que te importase de verdad.

Habría querido enfadarme, pero no podía. No había hecho nada para demostrar que Beau me importaba. El amor no tendría que destrozarte la vida.

—¿Sabe dónde está? Sólo quiero hablar con él. Tengo que arreglar esto.

Honey soltó un suspiro y dejó el vaso que tenía en la mano sobre la repisa antes de mirarme a los ojos.

—No, Ashton, no lo sé. Se marchó después de partirle la cara a su primo. Estaba dolido y furioso. Supongo que necesita un poco de tiempo y entonces saldrá de su escondrijo. Por ahora, será mejor que te preocupes de solucionar tus problemas con Sawyer.

Negué con la cabeza.

—No hay nada que solucionar con Sawyer. Me odia. Lo único que puedo hacer es esperar que algún día lo comprenda, pero no tengo tiempo de preocuparme por él.

Honey apoyó los dos codos en la barra y me miró fijamente un momento.

—¿Me estás diciendo que no piensas volver con él? ¿No te preocupa perder el elegante futuro que planeaba ofrecerte?

No tenía ningún futuro con Sawyer. Lo había sabido desde el principio.

—Quiero a Sawyer, pero no estoy enamorada de él. Nunca pretendí que lo nuestro fuese para siempre. Lo único que quiero de él es que perdone a Beau.

Honey asintió y me dio una palmadita en el brazo.

—Creo que me estás empezando a gustar, niña. Quién lo habría pensado. Hay que ver, bueno, cosas más raras se han visto.

Mis labios dibujaron una sonrisa por primera vez en todo el día. Acababa de recordarme a Beau. Su expresión divertida y los mismos ojos de color avellana.

—Tengo que hablar con él. Por favor, en cuanto le vea, dígale que me llame.

Honey asintió y volvió a la tarea de secar vasos. Me levanté y me dirigí a la puerta. La carta que le había escrito durante la clase de literatura disculpándome y suplicándole que hablase conmigo estaba en mi bolsillo. Había pensado meterla por la rendija de su taquilla, pero Beau no apareció por el instituto. Me la saqué del bolsillo y retrocedí hacia la barra.

—¿Puede darle esto de mi parte, cuando lo vea? —pregunté, deslizando el papel doblado sobre la barra. Alargó el brazo y lo cogió mirándome a los ojos.

—Claro, corazón. Me aseguraré de que lo reciba.

Los dos coches de mis padres estaban en la entrada cuando llegué a las cinco. Había llegado el momento de dar la cara. Nadie me recibió en la puerta, lo que era buena señal. Puse un pie dentro de la casa y me encontré con la mirada penetrante de mi padre. Estaba sentado en el sillón reclinable, mirándome por encima de sus gafas de lectura. Estaba dolido, enfadado y decepcionado. Lo leía en sus ojos. Dejé el bolso en la mesita y me hundí en el sofá enfrente del sillón.

—Me alegro de que hayas llegado a casa. Tu breve mensaje de texto comunicándome que estabas bien y que pasarías la noche con Leann no fue precisamente tranquilizador. Tu madre ha tenido que meterse en la cama por culpa de la jaqueca que le has provocado.

—Lo siento, papá —respondí. Lamentaba sinceramente haberlos preocupado. Aunque lo habría vuelto a hacer sin pensarlo dos veces.

—Conque lo sientes, ¿eh? Tengo que decir que me alegro de que te las arreglaras para llegar a tiempo a clase y visitar la tumba de tu abuela. No pongas cara de sorprendida. La visito todos los días y he visto la rosa en su lápida. Sólo tú le llevarías una sola rosa de su rosal. A nadie más se le ocurriría. Eres una buena chica, Ashton. Siempre lo has sido, pero este verano tu comportamiento ha sido extraño y tenemos que enderezarlo.

Si lo supiera, echaría toda la culpa a Beau. Quería que la culpa la tuviese otro. La idea de que su hija podía ser una gran farsante ni siquiera se le pasó por la cabeza.

—Beau Vincent también ha desaparecido. Todo el mundo pensaba que os habíais escapado juntos. Pero me enviaste un mensaje diciendo que estabas con Leann y cuando llamé para comprobarlo el tutor de su residencia me lo confirmó. Así que no estabas con él, pero es tremendamente sospechoso que él también haya desaparecido y que Sawyer tenga un ojo morado. ¿Qué ocurrió ayer, Ashton?

Estaba preguntando, pero también estaba claro que no quería saber la verdad. Sacudí la cabeza.

—Me peleé con Sawyer y rompimos. Me escapé para ver a Leann. Eso es todo lo que sé.

Le estaba pillando el truco a esto de mentir. No era algo de lo que estar orgullosa. Mi padre asintió y cerró el libro que tenía en el regazo.

—Bien. No me gustaría enterarme de que estás enredada con alguien de la calaña de Beau. Que hayas roto con Sawyer seguramente también será bueno. Los dos ibais demasiado en serio y el año que viene empezaréis la universidad. Tienes que ser libre para concentrarte en tu futuro.

Se puso de pie y dejó el libro en la mesita. Sus ojos verdes buscaron los míos.

—Las malas compañías acaban por corrompernos, como ya sabes.

Le observé mientras se dirigía a su dormitorio. Conocía la importancia de una buena conducta, pero su bondad parecía ser selectiva, se fijaba en los defectos de los demás, pero no en los suyos. Como sus prejuicios, que le impulsaban a condenar a Beau sin siquiera conocerlo.