Ashton:
Hola, cariño. Siento haber tardado tanto en responder a tu e-mail. Aquí la conexión a Internet es muy débil y el 3G no existe, así que el móvil no sirve de nada. Tengo unas ganas locas de volver a verte. Pienso en ti continuamente y me pregunto qué estarás haciendo. Pasamos la mayor parte del día haciendo senderismo. La senda que tomamos ayer llevaba hasta una cascada. Después de ocho kilómetros cuesta arriba bajo un sol abrasador, el agua helada nos sentó genial. Habría deseado que estuvieses allí.
Está claro que mi futuro no está en el mundo de la pesca. Doy pena. Cade me está dando una paliza. Ayer me dijo que debería conformarme con el fútbol americano, jajaja. Estoy disfrutando del tiempo que paso con él. Gracias por comprender cuánta falta me hacía. En estos momentos, me necesita. Su hermano mayor se marchará dentro de un año y a mí me tendrá a una simple llamada de distancia, pero no estaré allí para ver sus entrenamientos o para ayudarle con su primer amor. Estoy aprovechando para compartir toda mi sabiduría con él.
Te quiero tanto, Ashton Sutley Gray. Soy el hombre más afortunado del mundo.
Sawyer
Sawyer:
Supuse que tu tardanza en responder tenía que ver con problemas con Internet. En lo alto de la montaña, la conexión no puede ser buena. Al menos no en la cabaña aislada donde estáis. Yo también te echo de menos. Me alegro de que estés aprovechando para pasar tiempo con Cade, sé lo mucho que significa para él.
Yo ayudo un poco a mi padre en la iglesia. No tengo mucho que hacer contigo fuera. No he salido de fiesta los fines de semana, normalmente por las noches alquilo una peli. Leann y Noah se han convertido en pareja oficial. Cuando no trabaja, Leann está con él. Así que eso me deja sin nadie con quien salir. Estoy demasiado acostumbrada a pasar todo el tiempo contigo. Dales un abrazo a Cade y a Catherine de mi parte.
Cuento los días hasta que vuelva a verte.
Te quiero mucho,
Ashton
Después de hacer clic en enviar, permanecí abstraída mirando la pantalla del ordenador. Me preocupaba un poco no haber mencionado a Beau. Me había propuesto escribir que había llevado a Beau y a Nicole a casa, pero casi nunca hablábamos de Beau. Sawyer sólo lo mencionaba a veces, cuando estaba preocupado por él. Durante toda su vida, Sawyer había cuidado de Beau. Beau era el hijo del hermano Vincent que había llevado una vida alocada hasta que su moto chocó contra un camión. Beau tenía siete años cuando ocurrió. Recuerdo sus ojos enrojecidos de llorar durante meses. Por la noches, se escabullía de su caravana y venía a mi casa. Yo me escapaba por la ventana y los dos nos sentábamos en el tejado durante horas pensando en qué podíamos hacer para que se sintiera mejor. Lo habitual era que esas ideas se convirtiesen en travesuras de las que Sawyer tenía que rescatarnos.
Sawyer era el hijo del Vincent bueno. El padre de Sawyer era el mayor de los dos hermanos Vincent. Había estudiado Derecho y ganado una fortuna defendiendo a ciudadanos de a pie contra las compañías de seguros. Toda la ciudad amaba a Harris Vincent y a su bella esposa Samantha, que jugaba a tenis, era habitual de la iglesia y participaba en varias asociaciones caritativas, por no mencionar a su hijo mayor, que era la personificación del sueño americano.
No era una ciudad grande y, como en cualquier pueblo sureño, todo el mundo estaba enterado de la vida de los demás. Su pasado era de dominio público. El pasado de sus padres tampoco era ningún secreto. No se tenían secretos en Grove, Alabama. Era imposible, excepto quizá en la fiestas que tenían lugar en el prado. Estoy segura de que entre las sombras del campo de nogales que rodeaba el gran prado donde los hermanos Mason celebraban sus famosas fiestas se escondían muchos secretos. Era el único lugar donde las señoras mayores no podían observarte desde el columpio del porche de sus casas y en el que los ojos que te rodeaban estaban demasiado absortos en sus propias locuras como para fijarse en las tuyas.
Alargué el brazo para coger la foto enmarcada que Sawyer me había regalado. Aparecíamos los dos juntos, en una fiesta en el prado del mes anterior. Su sonrisa bondadosa y sus alegres ojos verdes me hicieron sentir culpable. Tampoco había hecho nada malo. Sólo había obviado el hecho de que había ayudado a Beau a llegar a salvo a casa. Pero debería habérselo contado. Dejé la foto otra vez en el escritorio y fui hasta el armario a buscar algo que ponerme. Necesitaba salir de casa. Si no encontraba algo que hacer, el verano transcurriría a paso de tortuga. Mi abuela acababa de volver a casa después de visitar a su hermana en Savannah. Podía ir a trabajar de voluntaria en la residencia de ancianos y luego visitar a la abuela. Así, cuando mañana escribiese a Sawyer, podría explicarle que había ido a visitar a su bisabuela a la residencia. Eso le gustaría.
En cuanto terminé con mi buena obra del día y hube visitado a la bisabuela Vincent, me dirigí a casa de la abuela. Estaba ansiosa por verla. Siempre la añoraba mucho cuando se marchaba. Sin Sawyer y sin la abuela me había sentido muy sola. Al menos, la abuela ya había regresado.
En cuanto bajé del coche, la puerta de la entrada se abrió y apareció con una sonrisa y un vaso de té helado. Sus cabellos rubio platino apenas le llegaban a los hombros, y tuve que morderme el labio para que no se me escapase una risita. Antes de que se fuera, habíamos comentado que debería cortarse el pelo. Lo llevaba demasiado largo. Así se lo dije, pero ella desestimó la idea como si yo no supiese de lo que estaba hablando. Supongo que había cambiado de opinión. El pequeño destello en su mirada me indicó que mi abuela sabía perfectamente en qué estaba pensando.
—Vaya, vaya, mira quién ha decidido visitar a su abuela. Empezaba a preguntarme si necesitabas una invitación por escrito —bromeó.
Reí y subí los escalones para abrazarla.
—No llegaste a casa hasta ayer —le recordé.
Me olisqueó la camiseta y se inclinó hacia atrás para echarme un buen vistazo.
—Huele a que alguien ha pasado por el asilo de ancianos para visitar a la bisabuela de su novio antes que a su abuela.
—Déjalo ya, abuela. Te estaba dejando dormir hasta tarde. Sé que viajar te agota.
Me tomó de la mano y me guió hasta el columpio del porche para que me sentara con ella. Bajo la luz del sol, los diamantes que llevaba en los dedos refulgían. Me puso en las manos el frío vaso que sostenía.
—Toma, bebe un poco. Te lo he servido en cuanto te he visto aparcar en la entrada.
Aquí podía relajarme. Estaba con la abuela y ella no esperaba que fuese siempre perfecta.
—Bueno, ¿has hablado con ese novio tuyo desde que se marchó o estás pasando un buen rato con otro mozo mientras no está?
Escupí el té que tenía en la boca y negué con la cabeza mientras tosía. ¿Cómo era posible que siempre supiese lo que pasaba antes que nadie?
—¿Y quién es? Ha hecho que te tires el té por encima, así que tendrás que darme un nombre y algunos detalles.
Sacudí la cabeza y me volví para mirarla a los ojos.
—No hay nadie. Me he atragantado con el té por lo descabellado de tu pregunta. ¿Por qué iba a engañar a Sawyer? Es perfecto, abuela.
Hizo un gesto de incredulidad y me dio unas palmaditas en la pierna.
—No existe ningún hombre perfecto. Ninguno. Ni siquiera tu padre. Aunque a él le guste pensar que lo es.
Mi abuela siempre se burlaba de mi padre, de que hubiera acabado siendo pastor, porque según ella de pequeño había sido un trasto. Cuando me contaba historias de cuando mi padre era pequeño se le iluminaban los ojos. A veces juraría que añoraba a la persona que había sido.
—Sawyer es lo más parecido a la perfección.
—No sabría qué decirte. He pasado por delante de casa de los Lowry esta mañana y su primo Beau les estaba cortando el césped —replicó, haciendo una pausa para sacudir la cabeza con incredulidad y sonriendo de oreja a oreja—. No hay ningún hombre en esta ciudad que pueda compararse con Beau sin camisa, niña.
—¡Abuela!
Le di una palmada en la mano, horrorizada ante la idea de que mi abuela se hubiese dedicado a admirar el torso desnudo de Beau. La abuela simplemente se echó a reír.
—¿Qué? Soy vieja, Ashton, pero no ciega.
No me costó nada imaginarme el aspecto que tendría Beau sudoroso y sin camisa. Casi me dio un ataque la semana anterior cuando pasé por casa de los Green y le vi cortando el césped descamisado. Me dije a mí misma que estaba examinando el tatuaje de sus costillas, pero no era verdad. Esos abdominales tan bien definidos eran difíciles de pasar por alto. Era básicamente imposible. Y el tatuaje tenía un no sé qué que los hacía aún más sexys.
—Y no soy la única anciana que se ha fijado. Pero sí soy la única lo bastante honesta como para admitirlo. Las demás le contratan para que les corte el césped sólo para poder contemplarlo desde la ventana mientras se les cae la baba.
Por eso quería tanto a la abuela: siempre me hacía reír. Aceptaba las cosas tal como eran. No fingía, ni se daba aires. Simplemente era la abuela.
—No sé qué aspecto tendrá Beau sin camiseta —dije yo, lo que era mentira—. Pero lo que sí sé es que no trae más que problemas.
La abuela chasqueó la lengua y dio un buen empujón al columpio con los pies.
—De vez en cuando los problemas pueden ser divertidos. Ir siempre por el buen camino puede hacer que la vida se haga tediosa y aburrida. Aún eres joven, Ashton. No te estoy diciendo que salgas por ahí y te arruines la vida. Sólo digo que a veces un poco de excitación es buena para el alma.
Me vino a la mente una imagen de Beau, encorvado a mi lado en la camioneta y mirándome a través de sus espesas pestañas, y se me aceleró el pulso. Decididamente, Beau era más que un poco de excitación. Era letal.
—Basta de chicos. Ya tengo uno y no estoy interesada en buscar otro. ¿Qué tal tu viaje?
La abuela sonrió y cruzó las piernas. Una sandalia de tacón pendía de uno de sus pies; llevaba las uñas pintadas de fucsia. Costaba creer que fuese la madre de un hombre tan conservador como mi padre.
—Fuimos de visita. Bebimos unos cuantos cócteles. Vimos algunas obras de teatro. Ese tipo de cosas.
Sonaba al típico viaje a casa de la tía Tabatha.
—¿Mi padre ha venido a verte, esta mañana?
Dejó escapar un suspiro teatral.
—Sí, y como es habitual, ha rezado por mi pobre alma. Este chico no tiene ningún sentido de la aventura.
Sonreí para mí misma. Estar con la abuela siempre era divertido.
—Y más te vale que no le repitas lo que acabo de decirte. Ya viene bastante a menudo a darme lecciones.
Me dio un empujoncito en la pierna.
—Nunca lo hago, abuela.
La abuela volvió a empujar el columpio con el pie.
—Bueno, si no piensas buscarte un chico malo y sexy con tatuajes con quien disfrutar del verano, tú y yo tendremos que hacer alguna cosa. No te pasarás todos los días haciendo buenas obras, ¿qué gracia tiene eso?
—Vayamos de compras. Siempre podríamos ir de compras —contesté.
—Ésta es mi niña. Iremos de compras, pero hoy no. Tengo que deshacer las maletas y limpiar la casa. Quedaremos a finales de semana. Tú y yo solas. Con un poco de suerte, nos encontraremos unos buenos mozos mientras estamos fuera.
Sacudí la cabeza y reí ante su comentario burlón. La verdad era que mi abuela no era ninguna fan de Sawyer. Debía de ser la única persona de la ciudad que no le tenía en un pedestal.
Después de hacer planes para ir de compras con la abuela, regresé a casa. Me las había arreglado para pasar una buena parte de la jornada fuera de mi habitación. Podía pasar el resto del día con un buen libro.
Por suerte, mis padres no estaban en casa cuando llegué.
Cuando mi padre estaba en casa, siempre se le ocurrían tareas para encargarme. No tenía ganas de pasarme lo que quedaba del día trabajando. Sólo deseaba ponerme a leer una tórrida novela romántica y esconderme en su mundo ficticio durante un ratito.
En cuanto entré en mi habitación para quitarme la ropa, que olía a desinfectante y a ancianos, el teléfono me avisó de que tenía un mensaje. Me saqué el móvil del bolsillo y me quedé un momento mirando la pantalla, mientras me embargaban una serie de emociones contradictorias.
Beau:
Nos vemos en el hoyo.
El hoyo era un pequeño lago que se encontraba en el punto más distante del terreno de Sawyer. ¿Beau quería verme allí a solas? ¿Por qué? Se me aceleró el pulso al pensar en lo que Beau podría estar planeando. Eché un vistazo a la novela romántica que había pensado leer y decidí que una tarde en el bosque con Beau Vincent sería mucho más interesante. La culpa se escondía en algún lugar de mi interior, intentando encontrar un resquicio entre las endiabladas ganas que sentía de hacer algo malo. Antes de que pudiese entrar en razón y cambiar de idea, respondí:
Estaré allí en un cuarto de hora.
El corazón me latía contra el pecho de pura energía nerviosa, o quizá por el temor a que nos pillaran. Tampoco estaba haciendo nada malo. A ver, Beau era un amigo. Más o menos. También se sentía solo. Y no íbamos al hoyo a pegarnos el lote. Seguramente quería terminar la conversación de la noche anterior. Ahora estaba sobrio. Lo más probable era que quisiera aclarar que no había pretendido que malinterpretase sus palabras. No era que fuésemos a nadar juntos ni nada de eso.
Beau:
Ponte bañador.
Vale. Quizá sí que íbamos a nadar. No respondí. No estaba segura de qué decir. Lo correcto habría sido decir que no. Pero yo siempre hacía lo correcto. Siempre. Por una vez, deseaba hacer lo que me apetecía: dejar salir un rato a la chica mala.
Fui hasta el armario y busqué la bolsita escondida en la estantería de arriba. El biquini rojo, que había comprado para cuando estuviera con Sawyer (pero que al final nunca me ponía por miedo a su mirada desaprobadora), estaba hecho un ovillo dentro de la bolsa de la tienda. Había cogido la bolsa muchas veces, pero nunca había llegado a sacarlo. Lo había comprado por impulso, intuyendo que acabaría muerto de asco en el armario. Casi podía ver la sonrisa de aprobación de la abuela mientras sacaba el revelador biquini que ella había insistido en que comprase.
—¿Te parece lo bastante problemático, abuela? —musité antes de que se me escapase una risita excitada.
Beau
Nunca me había molestado en reflexionar sobre lo negra que era mi alma, como parecían creer el resto de los habitantes de esta ciudad, pero en cuanto Ashton salió de su pequeño Jetta blanco con el aspecto de un ángel caído del cielo, supe que mi alma estaba condenada al infierno. Le había enviado el mensaje para recordarme lo inalcanzable que era. Creía que ver un simple «no» como respuesta sería el toque de atención que necesitaba para dejar de obsesionarme con ella. Pero aceptó y mi estúpido y negro corazón se hinchó de alegría. Me di cuenta de que se tambaleaba un poco cuando sus preciosos ojos verdes se encontraron con los míos. Más que nada en el mundo, habría deseado acercarme a ella y asegurarle que iba a ser bueno. Sólo quería hablar con ella, ver cómo se le iluminaban los ojos cuando reía o cómo se mordisqueaba el labio inferior cuando estaba nerviosa. Pero no podía actuar según mis deseos. Ashton no era mía. No lo había sido desde hacía mucho tiempo. No debería haber venido y yo no debería haberla invitado. Así que en lugar de tranquilizarla, permanecí apoyado en el árbol, la perfecta imagen del demonio, con la esperanza de que diese media vuelta y se marchase corriendo.
Se aproximó, con el carnoso labio inferior apresado entre sus perfectos dientes blancos. Había fantaseado con esos labios demasiadas veces. Apenas se había cubierto las largas piernas morenas con unos pantalones cortos que hicieron que casi deseara agradecerle a Dios que la hubiera creado.
—Hola —dijo Ashton, ruborizada de nervios.
Maldita fuera, era toda una belleza. Nunca le había envidiado nada a Sawyer. Le quería como a un hermano. Era el único miembro de mi familia al que quería de verdad. Cuando sobresalía en algo, yo le vitoreaba en silencio. Se mantuvo a mi lado durante una infancia difícil, rogando a sus padres que me dejasen quedarme a dormir cuando la idea de regresar a una caravana oscura y vacía me aterrorizaba. Siempre había tenido aquello de lo que yo carecía. Los padres perfectos, la casa perfecta, la vida perfecta, pero nada de eso importaba porque yo tenía a Ashton. Cierto, los tres habíamos sido amigos, pero Ashton era mía. Había sido mi cómplice, la única persona a la que contaba mis sueños y mis temores, mi alma gemela. Y entonces, como tenía que ser en la vida perfecta de Sawyer, él consiguió a mi chica. Lo único que creía mío había pasado a pertenecerle.
—Has venido —respondí al fin.
Se sonrojó aún más.
—Sí, no sé muy bien por qué.
—Yo tampoco —le contesté, ya que estábamos siendo sinceros.
Respiró profundamente y apoyó las manos en las caderas. Quizá no era la pose más apropiada, llevando sólo un biquini para cubrirle el generoso busto. La vista era más estimulante de lo necesario, así que aparté la mirada de su escote.
—Mira, Beau, estoy sola y aburrida desde que Sawyer se marchó. Leann siempre está ocupada, trabajando de camarera en Hank’s o con Noah. Creo que me gustaría que fuésemos… amigos. Fuiste mi mejor amigo durante ocho años. Me gustaría recuperarlo.
¿Quería que volviésemos a ser amigos? ¿Cómo demonios iba a hacerlo? Desearla desde lejos y no poder tocarla era una cosa. Me estaba pidiendo algo que no estaba seguro de poder darle. Pero, qué narices, su mirada suplicante consiguió que cediese.
—Muy bien —resolví, tirando de mi camiseta y quitándomela por la cabeza—. A nadar.
No esperé a ver cómo se quitaba esos pantaloncitos diminutos. Una parte de mí deseaba quedarse a mirar cómo lo hacía, pero otra parte de mí sabía que mi corazón no podría soportar la imagen de Ashton contoneándose para salir de esos puñeteros pantalones cortos. Quizá tuviera el corazón negro, pero eso no impedía que pudiese sufrir un fallo cardíaco.
Tomé carrerilla y me agarré del columpio de cuerda y, por un segundo, volví a ser un niño volando sobre el lago. Me solté, hice una voltereta y me sumergí con fluidez en el agua. Cuando saqué la cabeza, eché un vistazo a la orilla con la esperanza de atisbar a Ashton mientras se desvestía. Los pantalones cortos habían desaparecido y Ashton caminaba hacia la cuerda. No era la primera vez que la veía en biquini, pero sí la primera que me permitía disfrutar de la vista. El corazón me golpeaba contra el pecho, pero no fui capaz de quitarle los ojos de encima mientras agarraba la cuerda, se balanceaba sobre el agua y hacía una voltereta perfecta. Me había costado tres largas tardes enseñarle a saltar de la cuerda haciendo una voltereta y a sumergirse con suavidad. Ashton tenía ocho años y estaba empeñada en hacer todo lo que Sawyer y yo hacíamos.
Ashton sacó la cabeza del agua y la ladeó para apartarse el pelo mojado de la cara con las manos.
—No estaba tan fría como esperaba —comentó con una sonrisa triunfante.
—Estamos a treinta y cinco grados y subiendo. A finales de mes, esto te parecerá el agua de la bañera.
Me esforcé por no parecer fascinado por la forma en que las largas pestañas se le rizaban al mojarse.
—Sí, me acuerdo. He pasado tantos veranos como tú en este lago —respondió, y se le fue apagando la voz, como si quisiera recordarnos a los dos de quién era el lago en el que estábamos nadando. Quería que se sintiera cómoda conmigo. Si hablar de Sawyer ayudaba, entonces hablaría de él. Además, tampoco me hacía ningún daño recordar a quién pertenecía Ashton.
—Entendido. Lo siento, pero esta nueva Ashton no se parece a la Ashton a la que conocí en su momento. A veces se me olvida que la novia perfecta de Sawyer es la misma chica que empezaba las peleas de barro en la orilla.
—Ojalá dejases de comportarte como si fuese una persona diferente, Beau. He crecido, pero sigo siendo la misma chica. Además, tú también has cambiado. El viejo Beau no me habría ignorado completamente, demasiado ocupado morreándose con su novia como para darse cuenta de que estoy viva.
—No, pero el viejo Beau no estaba cachondo —repliqué con un guiño y le salpiqué la cara. Su risa familiar hizo que me doliese un poco el pecho.
—Entendido. Supongo que tener encima a alguien con un cuerpo como el de Nicole puede distraer un poco. Está claro que una amiga tiene menos prioridad que echar un polvo.
Si en algún momento hubiese sabido que Ashton deseaba mi atención, habría apartado a Nicole de un empujón y le habría prestado todo mi interés a Ashton. Pero la mayor parte del tiempo estaba en los brazos de Sawyer, y yo necesitaba distraerme. Nicole me proporcionaba otra cosa… Algo que no podía admitir delante de Ashton.
—Nicole no es muy recatada —respondí, intentando echarle la culpa a ella.
El hoyuelo que me había fascinado desde el día en que conocí a Ashton hizo su aparición cuando me ofreció una gran sonrisa.
—Nicole no sabe ni la definición de la palabra «recato». Eso sí, en cuanto a la palabra «vulgar», creo que tiene una idea bastante clara de lo que significa.
Me estaba haciendo ilusiones, ¿o parecía celosa de Nicole?
—Nicole no es tan mala. Simplemente, va a por lo que quiere —contesté yo, deseando poner a prueba la reacción de Ashton.
Su cara adoptó una mueca irritada y se puso tensa. No pude contener la sonrisa que me vino a los labios. Me gustaba el hecho de que le molestara que defendiese a Nicole.
—Tienes mal gusto en cuestión de mujeres, Beau Vincent —replicó.
Observé cómo nadaba hasta el embarcadero y se subía para sentarse en el borde, ofreciéndome una vista extremadamente placentera. Tardé un momento en recordar de qué estábamos hablando. El cuerpo húmedo de Ashton expuesto a la vista era lo único en lo que mi simple cerebro parecía capaz de fijarse. Sacudí la cabeza para aclararme las ideas y recordé su comentario sobre mi mal gusto en cuestión de mujeres.
—¿Y supongo que Sawyer tiene mejor gusto? —pregunté y nadé hasta el embarcadero para unirme a ella.
Frunció el ceño y se mordisqueó el labio. No era la respuesta que esperaba. Quería hacerla sonreír.
—Los dos sabemos que podría encontrar a alguien mejor.
¿Qué demonios estaba diciendo?
—¿Tú crees? —dije yo, y me las arreglé para sonar indiferente.
Me echó un vistazo rápido con una sonrisa triste. El sol de la tarde brillaba justo a su espalda otorgando un suave resplandor a sus largos rizos rubios. El efecto hacía que se asemejase aún más al ángel que parecía ser. Intocable a menos que fueses el perfecto Sawyer Vincent.
—No estoy ciega, Beau. No estoy diciendo que sea fea. Sé que soy mona. Tengo el pelo bonito y mi complexión no está mal. No tengo unos enormes ojos azules ni pestañas largas, pero en general estoy bien. No soy precisamente provocativa o excitante. Sawyer es perfecto. A veces me cuesta creer que me desee.
Me di la vuelta, temeroso de que la expresión incrédula de mi cara le comunicase más de lo que necesitaba saber. Quería decirle que sus ojos verdes hacían que los hombres quisieran protegerla o que sus dulces labios rosados eran cautivadores o que un simple hoyuelo me aceleraba el pulso. Quería explicarle que esas largas piernas morenas provocaban que los chicos dieran traspiés y que cuando llevaba camisas ceñidas tenía que contener el impulso de ir a taparla para evitar que todos los hombres que la viesen corriesen a sus casas y para evitar que todos los hombres que la viesen fantasearan con ella. Pero no podía decir nada de eso. Me obligué a mantener una expresión indiferente y la miré de reojo.
—Creo que te estás quitando méritos. Sawyer no te eligió sólo por tu aspecto.
Eso era lo único que tenía que decir.
Suspiró y se inclinó un poco hacia atrás, apoyándose sobre las manos. Tuve que apartar la mirada otra vez antes de que mis ojos se centrasen en sus pechos. No necesitaba verlos para saber que eran redonditos, suaves, tiernos y tentadores como el demonio.
—No siempre soy buena. Me esfuerzo mucho por serlo. Quiero ser digna de Sawyer, de verdad que sí, pero es como si hubiera otro yo en mi interior que intenta escapar. Lucho por controlarlo, pero no siempre lo consigo. Sawyer tiene que mantenerme a raya.
¿Mantenerla a raya? Me obligué a relajar las manos, que se habían convertido automáticamente en puños. ¿Sawyer le había hecho creer que sufría alguna imperfección? Seguro que no sabía que Ashton se sentía así.
—Ash, desde que te decidiste a crecer, no has sido más que perfecta. Es verdad que me ayudabas a meter ranas en los buzones de la gente, pero esa chica ya no está. Querías ser perfecta y lo has conseguido.
Rió y volvió a erguirse. Me atreví a echarle otro vistazo. Ahí estaba el hoyuelo otra vez mientras observaba el agua con la mirada perdida.
—Si tú supieras —fue lo único que dijo.
—Cuéntame. —La palabra me salió de la boca antes de que pudiera ponerle freno.
—¿Por qué?
«Porque te quiero a ti. Sólo a ti. La chica que sé que está ahí, escondida del resto del mundo. Quiero recuperar a mi Ash». Pero no podía expresarlo así. Me descubriría. Y tenía que protegerme.
—Porque me gustaría saber que no eres tan perfecta. Me gustaría saber que la chica que conocía sigue allí, en alguna parte.
Volvió a reír y sacó las piernas del agua para apoyar la barbilla en las rodillas.
—No pienso admitir mis defectos ante ti. Teniendo en cuenta que la mayor parte son sólo pensamientos y que nunca he actuado de acuerdo con ellos.
Lo que yo daría por saber qué malos pensamientos mantenía Ashton encerrados. Dudaba que fuesen tan malos como habría deseado. Pero una simple idea traviesa habría bastado para enloquecerme.
—No te estoy pidiendo tus secretos más oscuros, Ash. Sólo quiero saber qué podrías tener tú de malo como para hacerte pensar que Sawyer tiene que mantenerte a raya.
Se le enrojecieron las mejillas, pero mantuvo la mirada firme. No me lo iba a contar. Tampoco lo había esperado. Ashton llevaba años escondida en sí misma. Seguía doliendo una barbaridad cuando pensaba en la chica que había perdido. La chica que ya no me permitía ver. Después de varios minutos de silencio, me puse de pie y me estiré. No podía seguir con aquello. Levanté un muro hace tres años para no salir herido. Ashton era la única con el poder de hacerme de daño y no podía permitir que volviese a hacerlo.
—No pasa nada. No hace falta que me cuentes que a veces no te acuerdas de devolver el carrito de la compra a su lugar en el aparcamiento o que no vas todas las semanas a la residencia de ancianos.
Me dispuse a alejarme, furioso conmigo mismo por sonar como un capullo, pero necesitaba distanciarme de ella. Eso había sido un error. Un error enorme por el que tendría que pagar.
—Ésas son el tipo de cosas que Sawyer me ayuda a recordar… Pero no me refería a eso exactamente…
Lo dijo en voz tan baja que casi no la oí. Me detuve y me di la vuelta. Me estaba mirando a través de las pestañas mojadas.
—Soy como cualquier adolescente. Envidio a Nicole porque se atreve a ser quien es. Yo no puedo. Pero no es por culpa de Sawyer. Nunca he sido capaz de rendirme a esos impulsos. Mis padres quieren que sea buena.
—¿Quieres ser como Nicole? —pregunté horrorizado.
Rió y negó con la cabeza.
—No exactamente. No quiero vomitarme encima o que me lleven en brazos a casa porque estoy borracha… o que me consideren una chica fácil. Pero, por una vez, me gustaría saber qué se siente al hacer algo más que besarse. Que te toquen. —Se interrumpió y bajó la mirada al agua—. Conocer la emoción que se siente al escaparse de casa o qué se siente cuando alguien te desea con tanta desesperación que no puede controlarse al besarte. Quizá sentirme deseada.
Volvió a interrumpirse y se tapó la cara con las manos.
—Por favor, olvida lo que he dicho.
Hablando de solicitudes imposibles. Ya tenía problemas con sólo respirar. A la mierda todo, estaba bien jodido. Tenía que acordarme de Sawyer. Le quería. Era mi familia. Era un imbécil por no besar hasta el último rincón del cuerpecito sexy de Ashton y no disfrutar del don que le había sido concedido. Pero seguía siendo mi familia. No podía hacerlo.
Bajó las manos de la cara y dirigió su semblante culpable hacia mí. Su mirada perdida me estaba destrozando. Quería asegurarle que no tenía nada de malo. Quería prometerle que le demostraría lo loco que me volvía. En sólo cinco minutos podría demostrarle lo deseable que era.
Se puso de pie.
—Ahora ya sabes mis secretos, Beau. Creo que eso nos vuelve a convertir en amigos, ¿no?
La sonrisa le temblaba en los labios.
Mierda.
—Sí, yo diría que sí —respondí, mientras me consumían los remordimientos.