Cuatro años después…
Sawyer
—Ven aquí, preciosa —grité mientras me quitaba el casco y abría los brazos a la espera de que Lana llegase corriendo a través del campo. Llevaba la camiseta azul de tirantes con el emblema del aligátor de Florida. Sabía que detrás ponía VINCENT #10. Se la había regalado para el primer partido de la temporada. Soltó un chillido y se echó en mis brazos.
—¡Lo has conseguido! ¡Lo has conseguido! —gritó depositando una lluvia de besos por toda mi cara, y disfruté de cada segundo mientras la sujetaba fuerte.
—Bueno, me han ayudado un poco —bromeé.
Entre risas, me acarició el pelo sudado y me besó la frente.
—Estoy hecho un asco, cariño.
Se echó atrás y me miró de arriba abajo. Sus labios perfectos dibujaron una sonrisa de suficiencia.
—Sí, lo estás.
No sé por qué lo encontraba tan divertido. Parecía a punto de partirse de risa. Entonces me cogió de la cara y apretó los labios contra los míos y dejó de importarme. Esto era lo único que deseaba. Cuando tenía a Lana en brazos, todo iba bien.
—Felicidades, hermano —gritó Beau y abrí los ojos mientras Lana liberaba mis labios. La bajé al suelo, me puse a su lado y me encontré a Beau vestido de blanco y carmesí. Ashton estaba con él y llevaba una camiseta casi idéntica.
—Gracias, tío. Bien jugado. Tu recepción en el tercer tiempo ha sido increíble. He estado a punto de soltar un grito de alegría desde las bandas.
Beau soltó una risa ahogada y sacudió la cabeza.
—Mira que se lo advertí, aunque llevábamos tres años barriendo el suelo con vosotros, su mejor quarterback iba a estrenarse este año.
Ashton soltó la mano de Beau para abrazar a Lana. Era nuestro cuarto año en la Universidad de Florida. Ash y Lana hablaban varias veces a la semana. Beau y yo entrenábamos juntos cuando teníamos vacaciones y coincidíamos los dos en Grove. Él incluso vino a cenar por Nochebuena, los últimos dos años. Cuando llamó «papá» a nuestro padre, antes de volver a la universidad después de esas primeras vacaciones de Navidad, pensé que Harris Vincent iba a estallar en lágrimas.
No ocurrió de un día para otro, pero lentamente él y mi padre encontraron la forma de enmendar los errores del pasado. Mi madre también empezaba a confiar en Beau. Cuando fue capaz de perdonar a mi padre, saber que éste se había mantenido alejado de su hijo para protegerla a ella la hizo sentir culpable. Dudaba mucho de que mi madre y la tía Honey se convirtiesen en amigas, pero sabía que era importante para Beau ser aceptado por mi madre. Ella empezaba a comprenderlo, y comenzó a dar pequeños pasos. Durante el último semestre, hablé con él por teléfono mientras se comía las galletas que mi madre le había enviado. Se las había estado mandanddo durante todo el año, igual que hacía conmigo. Cuando lo descubrí, hubiese querido darle un beso en su preciosa cara. Beau era mi hermano, lo quería. Desde pequeños, desde que la muerte de nuestro tío, al que creía su padre, le dejó destrozado, sentí la necesidad de protegerle. Por mucho que quisiera a la tía Honey, ella no era el tipo de persona que preparaba galletas o que cocinaba su plato favorito cuando venía de visita. Aunque claro, la madre de Ashton también se ocupaba de eso. Beau ya no estaba solo en el mundo. La ciudad de Grove, Alabama, por fin había comprendido que su chico malo no era tan malo.
Beau planeaba declararse a Ashton durante la final del campeonato. Esta temporada, dos de los mejores equipos de fútbol univeritarios se enfrentarían una vez más: los Gators de Florida y la Crimson Tide de Alabama. Aparte de nosotros, ese año nadie más había podido meterse con Bama. El plan era que nuestros padres estuviesen allí, incluso la tía Honey, cuando Bama se enfrentase a los Gators. Un minuto antes del final del partido, en la gran pantalla aparecería: «¿Quieres casarte conmigo, Ashton Sutley Gray?».
Había tenido que escuchar a Beau durante horas, mientras planeaba e intrigaba. Quería que fuese perfecto. Alargué el brazo y levanté la mano izquierda de Lana para besar el diamante que descansaba en su dedo anular. Nuestro compromiso, el mes anterior, no había sido una producción tan grande, aunque salió en las noticias de las diez. Después de ganar mi primer partido como quarterback titular para los Florida Gators, eludí a toda la prensa que competía por mi atención y fui directamente hasta Lana, que también se estaba abriendo paso entre el público.
Un asistente del entrenador se guardó el anillo en el bolsillo, pero me le dio en cuanto acabó el encuentro. Ella se lanzó en mis brazos como hacía siempre después de cada partido, pero esta vez, en lugar de levantarla, me agaché y me puse de rodillas. Nunca olvidaré su expresión ni su tono de voz cuando dijo:
—Sí.
Ya no éramos Beau, Ash y yo contra el mundo.
Yo tenía a Lana. La jugadora número uno de mi equipo.