Capítulo veinticinco

Sawyer

—Papá —dije a modo de saludo llamando a la puerta y entrando sin más. Mi padre estaba sentado detrás de su gran escritorio de caoba, que había comprado en uno de sus viajes con mi madre. No recordaba los detalles.

—Sawyer —respondió levantando la vista de los papeles de su escritorio—. ¿Qué tal el entrenamiento?

—Bien. Aprenderé mucho este año. Fichar por los camisas rojas de Alabama fue una buena idea.

Mi padre asintió.

—Beau también ha tenido una buena semana. Le han colocado en la línea de ataque. —Me enfurecía que nunca preguntase por su otro hijo. El hijo al que ignoraba. El hijo al que no reclamó.

Mi padre frunció el ceño y volvió a concentrar su mirada en los papeles.

—Me alegro. Tu primo siempre ha sido un receptor excelente.

—Querrás decir mi hermano. Beau no es mi primo. Es mi hermano. —Nunca había obligado a mi padre a afrontar la verdad. Había estado tan enfadado con Beau y Ashton cuando todo esto salió a la luz que lo dejé pasar. Si Beau no quería lidiar con esto, ¿por qué iba a hacerlo yo? Pero no era justo. La farsa que vivía mi padre era totalmente injusta.

Se aclaró la garganta, se quitó las gafas de lectura y se arrellanó en la silla para mirarme a los ojos.

—¿Quieres hablar del tema? ¿Es eso lo que quieres?

—Sí, quiero hablar del tema. —No quería explotar, mantuve la voz tranquila. Gritar no serviría de nada.

—Beau es mi hijo biológico. Pero no lo crié. No amaba a su madre. Tu tío sí. Yo no. No veo a Beau como a mi hijo. Lo veo como a mi sobrino.

—Pero es tu hijo. Su padre murió cuando tenía seis años. Ha necesitado un padre durante doce años y tú no has movido un dedo. No te has preocupado ni una sola vez de saber cómo estaba. Jamás le has dicho que estabas orgulloso de él. Nunca le has puesto las cosas fáciles. —Me interrumpí porque mi voz iba subiendo de tono cada vez más.

—¿Que le diga que estoy orgulloso de él? ¿De qué debería estarlo? ¿De que sea un fracasado? ¿De que aparezca en los entrenamientos con resaca? ¿De que se pase el día en el bar? ¿De qué narices tengo que estar orgulloso, eh? Dime.

Mis manos se convirtieron en puños y me obligué a respirar hondo. Me faltaba muy poco para darle un puñetazo a mi propio padre.

—Estaba atrapado con la tía Honey, que lo dejaba solo en casa cuando no era más que un niño. Si no hubiese vivido en un parking de caravanas donde trafican con drogas y Dios sabe qué más, quizá hubiese sido diferente. Cometió errores. Tuvo que aprender por las duras. Lo ha aprendido todo por el camino difícil, porque tú no estabas ahí. —Apunté a mi padre con el dedo con un rugido—. Pero encauzó su vida. Consiguió una beca para jugar a fútbol con la Universidad de Alabama, ¿no es suficiente? Se las arregló para reunir el dinero necesario para comprarse una furgoneta. Quiere a su madre y cuida de ella, a pesar de que la tía Honey nunca hizo nada para ganarse su afecto. ¿Por qué? Porque la quiere. Ella es lo único que tiene. Se hizo a sí mismo y se ha convertido en un buen hombre. Estoy tan orgulloso de llamarle hermano que reviento cada vez que le veo. Y tú, tú no hiciste nada. Ni una puñetera mierda. Nada.

Me di la vuelta para marcharme. No quería quedarme aquí. No bajo su techo. No con él.

—Tienes razón —dijo mi padre, y entonces me detuve y cerré los ojos con fuerza antes de volverme para mirarle.

—No estuve ahí. Dejé que se las arreglase por su cuenta. Tenía miedo de que tu madre lo descubriese. Me daba pánico que la ciudad se enterase. No quería perder la vida que me había construido. Pero te equivocas en una cosa, sí que me preocupé de saber cómo estaba. ¿Por qué crees que conseguías escabullirte para sacarle de sus embrollos o para hacerle compañía cuando estaba solo? ¿De verdad piensas que se te daba tan bien escaparte? Cuando salías, yo te seguía. Os observaba a los dos. Observaba mientras solucionabas sus problemas, le sacabas de sus líos y te quedabas con él cuando no tenía a nadie más. Siempre estaba ahí. Me sentía orgulloso de ti, porque estabas con él cuando yo no podía. No estoy satisfecho de lo que hice, Sawyer. Viviré con remordimientos el resto de mi vida. No obstante, sí me enorgullezco de Beau. Se ha convertido en el hombre que siempre quise que fuera. Es más fuerte que tú, por la vida que llevado. Las experiencias que ha sufrido lo han encallecido, pero es un buen chico.

Mi padre abrió el cajón del escritorio que siempre mantenía cerrado con llave. Sacó un álbum de recortes y lo depositó sobre la mesa.

—Adelante, echa un vistazo.

Me aproximé, abrí la cubierta de cuero y me encontré con fotos de mi hermano de bebé. Fotos de los dos con nuestros cascos, cuando ocupaban más que nosotros. Cada página contenía recuerdos de la vida de Beau. Todos los artículos en los que habían mencionado su nombre etsaban recortados y colocados entre las páginas. Giré la siguiente hoja y vi una foto de él con su uniforme de entrenamiento, de pie en el campo del estadio Bryant-Denny, la semana pasada. Levanté los ojos y al mirar a mi padre vi a un hombre que no sabía que existía.

—La semana pasada asistí a vuestros entrenamientos. Estoy orgulloso de los dos.

Sacudí la cabeza, intentando digerir sus palabras, y me hundí en la silla.

—¿Por qué no le tendiste una mano? Si tienes todo esto es porque le quieres. Tiene que importarte. ¿Por qué no haces nada al respecto? Él también te necesita.

—Me odia y no le culpo por ello —dijo mi padre, cogiendo el álbum y guardándolo otra vez en el cajón.

—Claro que te odia. Eres su padre y piensa que no te importa.

—Tú conoces a Beau. Mejor que nadie. ¿Crees que estaría dispuesto a escucharme? ¿Que me perdonará?

—Papá, no tiene que perdonarte. No tienes que gustarle. Pero necesita saber que le quieres. Que estás orgulloso de él. Sólo tienes que decírselo. Da igual cuál sea su forma de afrontarlo, o su reacción. Lo que importa es que lo sepa. Que se lo digas.

Mi padre se sentó en su escritorio y los dos permanecimos en silencio. No había nada más que decir.

Lana

Cuando Sawyer y yo entramos en el salón, mi madre estaba sentada en el sofá de mi tía Sarah bebiendo té.

—¿Mamá?

Mis tíos me habían dado la bienvenida y me habían asegurado que se alegraban de que estuviese a salvo. No conocían los detalles, pero comprendían que habían ocurrido muchas cosas entre mis padres y yo.

—Lana. —Mi madre me sonrió y después sonrió a Sawyer—. Hola, Sawyer.

—Hola, señora McDaniel —respondió él educadamente.

—No sabía que venías de visita —comenté, intentando averiguar qué estaba pasando.

—Han llegado unos documentos que tienes que firmar y pensé que podríamos ir a comprar las cosas para tu dormitorio —explicó.

Todavía no le había contado a Sawyer lo de Florida. Temía que mi madre se estuviese mostrando demasiado optimista y que al final no pudiésemos solucionarlo.

—Ah, mmm, vale… —Me interrumpí intentando pensar en alguna estratagema para sacar a Sawyer de allí antes de que mi madre dijese algo más sobre mi futura universidad.

—¿Puedo apuntarme? Lana me ayudó a escoger las cosas para mi habitación, es justo que yo la ayude con las suyas —dijo Sawyer en tono divertido mientras se sentaba en el sillón reclinable de mi tío.

—Desde luego. ¡Fantástico! ¿No te parece fantástico, Lana? —me preguntó mi madre con más entusiasmo de la cuenta.

¿Cómo iba a salir de ésta?

—Mamá, tenemos que asegurarnos de que todo está en orden antes de ir a comprar nada. A ver, aún es posible que las cosas no salgan bien y que tenga que esperar dos años más y asistir a la universidad pública. ¿Qué pasa si no consigues vender la casa?

Sawyer se incorporó y se inclinó hacia delante.

—¿Qué? ¿Por qué no va a salir bien? Tenía entendido que el contrato ya estaba cerrado. —Le dirigió la pregunta a mi madre, como si supiese de qué narices estaba hablando.

—Sawyer… —empecé a decir, pero mi madre me interrumpió.

—Está cerrado —dijo mi madre con dulzura—. Lana, la casa está vendida. He conseguido el dinero suficiente para pagar tus cuatro años de educación y comprarme un bonito apartamento en la playa. Así, cuando te marches a Florida y me dejes sola, estaré cerca de mi hermana si necesito compañía.

Había mencionado Florida. ¿Pensaría Sawyer que le estaba persiguiendo? ¿Asfixiando? Me encogí un poco y me obligué a mirarle a los ojos. Sonrió de oreja a oreja, se puso de pie y se me acercó.

Me rodeó la cintura con las manos, me abrazó e inclinó la cabeza para susurrarme al oído:

—¿En serio piensas que estaría tan entusiasmado por ir a la universidad si creyese que iba a dejar sola a mi chica?

—Lo sabías —suspiré aliviada.

—Sí, lo sabía. Y si piensas echarte atrás, te secuestraré yo mismo y te arrastraré hasta allí —bromeó y empezó a trazar una estela de besos por mi cara hasta la boca—. No volveré a perderte. Estás conmigo. Te quiero a mi lado. Para siempre.

—Qué tierno. —La voz satisfecha de mi madre nos recordó que no estábamos solos.

Apretándome la cintura una última vez, Sawyer se colocó a mi lado de modo que los dos estábamos mirando a mi madre.

Tenía una sonrisa tan resplandeciente y llena de felicidad. No era habitual que mi madre sonriera. Había crecido viendo sus muecas de enfado dedicadas a mi padre, así que no estaba acostumbrada. Me gustaba. Cuando sonreía, no resultaba tan poco atractiva. ¿Por qué no pudo sonreírme así mientras crecí? Quizá nuestro hogar hubiese sido más feliz. Quizá sí que me quería. Había vendido su casa. Le encantaba esa casa. Era el símbolo de su estatus, y había renunciado a ello… por mí.

—Gracias, mamá. Por todo. No puedo creer que hayas vendido la casa. Pero te lo agradezco mucho. Prometo que algún día te lo compensaré.

Se levantó frunciendo el ceño y negó con la cabeza.

—Soy tu madre, Lana. No tienes que compensármelo. Éste es mi trabajo. Toda tu vida has sido una niña dulce y encantadora que no me ha dado ni un solo problema. Aguantaste lo que tu padre y yo te hicimos pasar, y seguiste adelante. Ahora es tu turno, cariño. Ahora se trata de ti. No de mí ni de mis deseos, ni de tu padre y de sus decisiones egoístas. Esta vez, ha llegado tu turno.

Solté la mano de Sawyer y crucé la distancia que me separaba de mi madre. No la había abrazado en años. Pero ahora mismo quería abrazarla con fuerza y comunicarle que la quería. Mucho. Tal vez había cometido errores mientras crecía y quizá no era perfecta, pero la quería. Por primera vez en mi vida, comprendí que ella también me quería. Y de verdad.

Sus brazos me sujetaban con fuerza mientras me acariciaba el cabello.

—Vive la vida con la que siempre has soñado. Ahí fuera hay todo un mundo esperándote y también un futuro maravilloso. Y un chico muy bien parecido esperando a vivirlo contigo.

Giré la cabeza riendo y miré a Sawyer. Me guiñó un ojo y el corazón me dio un vuelco.

—Muy bien, basta de momentos lacrimógenos. Vamos a comprar todo lo que necesitas antes de que tenga que irme a casa y ponerme a empaquetar —dijo mi madre antes de darme una palmadita en la espalda y soltarme.

Sawyer me ofreció su mano y se la cogí.

—Vamos de compras —dijo con expresión divertida. Estaba segura de que su idea de ir de compras no se parecía en nada a la de mi madre. No tenía ni idea de lo que le esperaba.

Beau

Sawyer me había dejado tirado esta mañana, por una chica. No pude reprimir una sonrisa. Normalmente, era yo el que se saltaba los entrenamientos. Estaba bien que por una vez fuese él el que no apareciese. No entendía por qué quería ir a comprar con Lana y su madre. Esa mujer estaba como una cabra. Por no mencionar lo de ir de compras. ¿Quién va de compras con una chica? Aunque claro, Ash nunca me había pedido que la acompañase a ir de tiendas. Si me lo pidiese, iría.

Bajé el ritmo al descender por las gradas. Ya había subido y bajado corriendo cien veces. Ahora tocaba la sala de pesas. Cuando llegué al fondo, me sequé la frente con una toalla y tomé un buen trago de agua.

—Hola, Beau. —La voz grave que habló a mi espalda no era una que apreciase demasiado.

Bajé la botella de agua, me lancé la toalla por encima del hombro y me volví para enfrentarme a Harris Vincent, mi «tío», mi padre biológico.

—Sawyer no está aquí —dije, y bajé los últimos escalones en dirección al pabellón deportivo.

—No he venido a ver a Sawyer. He venido a verte a ti —dijo Harris y me detuve en seco. ¿Quería verme a mí? ¿A su sucio secretito? Me di la vuelta.

—¿Qué? —fue la única respuesta que iba a sacarme. Iba a escuchar lo que tenía que decirme por una, y sólo una razón: Sawyer.

—Yo, mmm, vi tu entrenamiento de la semana pasada. Jugaste bien.

¿Mi entrenamiento? ¿De qué coño estaba hablando? Había entrenado a kilómetros de aquí. Seguro que no se refería a ése.

—Fui a verte. Te irá bien allí.

Di un paso adelante para poder escucharle sin que tuviese que alzar la voz y pregunté:

—¿Viniste a mi entrenamiento en el Bryant-Denny? ¿Por qué? —Ni siquiera se había molestado en venir al hospital cuando me rompí la clavícula en la liga infantil. No formaba precisamente parte activa de mi vida.

—La semana pasada fui a ver los entrenamientos de mis dos hijos.

Me quedé paralizado. Me había llamado hijo. Sacudí la cabeza.

—No, no, no tienes derecho. No-soy-tu-hijo.

Tenía que alejarme de ese tipo. Era el padre de Sawyer. No quería hacerle daño, pero no iba a permitir que me llamase hijo.

—Eres mi hijo. No te merezco, pero eres mío. No puedes eludirlo. Puedes odiarme y tienes todo el derecho de hacerlo.

—¡Claro que sí! —bramé.

—Eso no cambia el hecho de que estoy orgulloso del hombre en el que te has convertido. El que has logrado ser sin obtener ninguna ayuda por mi parte.

Empecé a jadear con fuerza. ¿Qué estaba haciendo? ¿Cuál era el motivo?

—¿Orgulloso de mí? ¿Por qué? ¿Porque se me da bien jugar al fútbol? ¿Porque juego en tu alma máter? Eso no son más que tonterías.

Harris hizo un gesto de negación con la cabeza.

—No, no es porque juegues en el mismo campo en el que jugué yo, aunque eso también me emociona. No puedo evitarlo. Pero el fútbol es sólo una breve etapa de tu vida. Lo que me enorgullece es el hombre que eres. Tomaste malas decisiones y elegiste el mal camino, pero fuiste lo suficientemente fuerte como para tomar una nueva dirección que te condujera a algún lugar. El mundo quería considerarte un fracasado, pero eras mucho más fuerte de lo que pensaban. Te resististe. Conquistaste la vida que querías, luchaste por ella. Incluso cuando todos a tu alrededor pensaban que nunca conseguirías nada. Demostraste que se equivocaban. Ésta, hijo, es la razón por la que estoy orgulloso de ti.

Quería gritar hasta quedarme sin aire por aquella injusticia. Había necesitado a este hombre cuando era joven y estaba asustado. Pero ¿ahora? Ahora no le necesitaba.

—Un hombre sabio me dijo una vez que no tienes por qué perdonarme. No tengo por qué gustarte. Pero debes saber que te quiero y que estoy orgulloso de ti. Sólo tenía que decírtelo. Cómo decidas afrontarlo no es lo que importa. Lo que importa es que lo sepas.

Se despidió con un gesto de la cabeza, y sus arrugas de preocupación y su expresión derrotada mientras se alejaba me provocaron una opresión en el pecho. No lo entendía. Pero no hacía falta. Todavía no.

—Harris —grité. Se detuvo y se giró para mirarme.

—¿Sí, Beau?

Tragué saliva, no estaba seguro de qué iba a decir. Porque sus palabras no me reconfortaban. No borraban el pasado.

—No sé qué pensar, todavía. Quizá nunca lo sepa —hice una pausa y me vino a la mente un recuerdo de Harris de pie detrás de la valla durante uno de mis partidos de fútbol en el instituto, reprendiendo al entrenador después de que me hubiese sustituido. Aquel día me había saltado el entrenamiento porque mi madre tenía la gripe y tuve que cuidar de ella y llevarla a urgencias hasta la ciudad donde estaba la clínica gratuita más cercana.

Al final, el entrenador volvió a dejarme jugar. Durante el encuentro, cada vez que echaba un vistazo a la valla, Harris estaba ahí de pie con los brazos cruzados, haciendo guardia.

—En el partido, en el instituto, el día antes me había saltado el entrenamiento. Estaba en el banquillo. Al cabo de un rato, cuando el entrenador volvió después de discutir contigo, me dejó jugar. —Me detuve y examiné su expresión—. ¿Le obligaste a sacarme, no?

Harris me ofreció una sonrisa apesadumbrada.

—No fue culpa tuya que tuvieses que llevar a tu madre al médico. Fue una decisión injusta por parte del entrenador Madison y le recordé que era poco aconsejable dejar a su mejor receptor en el banquillo.

Eso no enmendaba todas las injusticias. Pero me indicó que en ocasiones, aunque fuese inconscientemente, había estado pendiente de mí. En otros momentos de mi pasado, las cosas habían tenido mala pinta pero se solucionaron de repente. ¿Siempre había sido él?

—El entrenador no era ningún fan mío —respondí.

Harris arqueó una ceja.

—Bueno, no eras el jugador más fiable del equipo, precisamente.

Se me escapó una carcajada.

—Jugaba tan bien sobrio como de resaca.

La sonrisa en su rostro no era algo que estuviese acostumbrado a ver, y menos aún dirigida a mí.

—Seguramente sí —convino.

Permanecimos allí de pie, mirándonos el uno al otro como si temiésemos que si se marchaba las cosas volvieran a ser a como antes.

—Mira, hijo —carraspeó—. O Beau, si así lo prefieres. Si quieres ir a comer algún día, o a beber algo, lo que sea… Llámame. Estaré ahí.

No respondí, y se volvió y empezó a caminar. Antes de que se alejase demasiado, grité:

—Puedes llamarme hijo si quieres.