Lana
Los amigos de Jewel empezaron a aparecer hacia las siete. El sol todavía no se había puesto. Los ignoré mientras acababa de cortar la mozzarella y los tomates para mi ensalada. La noche anterior, Jewel se había enrollado con un chico de la zona, que tocaba en una banda. Temía que, al final, los músicos decidiesen no volver a casa y se mudaran al apartamento de mi amiga para el resto del verano. Jewel se había pasado el día colgada del brazo del cantante. Le gustaban los tatuajes y los piercings y el chico tenía de sobra. Yo no quería tener que regresar a casa antes de lo necesario, pero no estaba segura de poder soportar a los roqueros residentes.
—Vaya, vaya. ¿Cómo es que no me fijé en ti anoche? Las pelirrojas me vuelven loco.
Levanté la vista y me encontré con uno de los músicos, apoyado en la barra y mirándome con lascivia.
—Vete —respondí, y seguí con mi ensalada. Esta noche tendría que cenar en mi habitación. Cada vez venían más temprano. Pero no tenía derecho a quejarme. Yo vivía aquí sin pagar alquiler.
—Y además guerrera. Me gustan las pelirrojas guerreras. Les gusta decir guarradas en la cama y hacer travesuras que me vuelven loco.
Solté el cuchillo con un golpe y lo fulminé con la mirada.
—Creo que voy a vomitar. Déjame en paz. No me interesas.
Sus labios dibujaron una sonrisa. ¿Este tío iba en serio? Me sacó la lengua y la movió un poco, presumiendo de la barritas de metal que la atravesaban. No me sorprendió. Tenía piercings en las cejas y otro en el labio.
—Eso es, gatita. Saca las garras, nena. Gatita, gatita —comentó divertido.
¡Puaj!
Cogí el cuchillo y lo sujeté con fuerza en mi puño antes de dar la vuelta a la barra. Ese idiota me había provocado demasiado. Le había dicho que me dejase en paz y no me había escuchado. Ahora iba a obligarle.
Le apunté con el cuchillo mientras me acercaba a él. Su sonrisa se tornó vacilante mientras intentaba decidir si pensaba apuñalarle o no.
—Escúchame bien, montón de escoria. No me interesas. En absoluto. Así que si te digo que me dejes en paz, quiero que desaparezcas de una puñetera vez.
Levantó las manos.
—Vale, tía. Sólo era una broma. No hace falta que te pongas violenta. —Echó un vistazo a la habitación, en busca de alguien que le quitase el cuchillo a la chica demente.
Escuché una sonora carcajada detrás de mí.
—Te tiene cogido por las pelotas. A partir de ahora, más vale que tengas cuidado con las tías que te quieres ligar, ¿eh?
No me giré para ver quién hablaba. Sabía que era otro de los miembros de la banda.
—Sí, creo que he aprendido la lección —respondió, pero le flaqueó la sonrisa—. Prometo que te dejaré tranquila, nena. Ahora baja el cuchillo.
Me estaba hablando con lentitud, como si yo fuese imbécil.
Me di la vuelta y seguí cortando tomates.
El roquero insufrible soltó un gran suspiro de alivio y se alejó, dejándome otra vez sola en la cocina. Terminé la ensalada rápido y fui a mi habitación. Varios miembros del grupo soltaron comentarios sobre mí y mi pericia con las armas blancas, pero los ignoré. Tendría que acordarme de prepararme la cena más temprano a partir de ahora.
Cuando acabé de cenar, la fiesta ya había empezado. No podía seguir encerrada entre estas cuatro paredes ni una noche más. Pero tampoco tenía ningunas ganas de salir a esa leonera. Antes de que las cosas se descontrolasen demasiado, cerré con llave la puerta de mi cuarto y me dispuse a escapar por la ventana. No quería que nadie utilizase mi cama mientras estaba fuera. Dudaba mucho de que intentasen entrar por la ventana. Había estado encerrada en mi habitación durante dos semanas. A estas alturas, todo el mundo sabía que mi habitación estaba vedada.
Me aseguré de que nadie me había visto escapar y me dirigí a la playa. Daría un buen paseo para estirar las piernas y respirar la brisa limpia del océano, y después regresaría a mi refugio para pasar la noche. Quizá así no me sentiría tan inquieta. Empecé a correr y empujé al fondo de mi mente todos los recuerdos que me pillaban desprevenida cuando bajaba la guardia. Me imaginé huyendo de todos ellos, dejándolos en el pasado mientras el pelo me volaba a la espalda. Lágrimas silenciosas empezaron a deslizarse por mis mejillas mientras los dejaba escapar…, un recuerdo detrás de otro.
Sawyer
El sitio parecía una hermandad universitaria. No me gustaba. No me gustaba nada. Iba a llamar a la puerta cuando las paredes empezaron a vibrar a causa de la música. Unas chicas en biquini me explicaron a gritos desde el segundo piso lo que me harían si subía con ellas. Sacudiendo la cabeza, me dirigí a la habitación de la esquina con vistas al océano.
Un chico tenía a una muchacha apoyada en la pared del edificio, y estaba más que seguro de que estaban practicando sexo. Lana había estado rodeada de esta porquería durante dos semanas. Cuando volviese a casa, iba a matar a Ethan. Éste no era lugar para Lana. Si alguien se había atrevido a ponerle un dedo encima… Tuve que frenarme. No podía hacerlo. Tenía que recuperarla. Si me ponía en plan troglodita, Lana se resistiría.
Di la vuelta a la esquina y encontré la ventana con vistas al océano. Eché un vistazo al resto de ventanas del apartamento y todas daban a la piscina. Esta ventana tenía que ser la de la habitación de Lana. Llamé al cristal y esperé, pero sólo me respondió el silencio. Las luces estaban apagadas. ¿Era posible que estuviese con esa panda de salvajes? Pensé en comprobar si la ventana estaba bien cerrada. No lo estaba. Muy mal, Lana. ¿No sabía que no había que dejar las ventanas abiertas? Podría haberse colado cualquiera. No quería ni considerarlo. Tenía que concentrarme.
Abrí la ventana y entré en la habitación. El dulce aroma de su perfume llenaba la estancia. Jewel me había dado indicaciones precisas para encontrar a Lana y yo no había entendido su pista. El cuarto estaba vacío. Eché un vistazo y comprobé que la puerta estaba cerrada con llave. Así que había escapado por la ventana. No estaba en la fiesta.
Alguien llamó a la puerta y me sobresaltó. Me quedé inmóvil y esperé a que se marchase. ¿Y si había conocido a alguien? ¿Y si ahora mismo estaba ahí fuera con él? Le mataría.
—¡Lana! ¿Estás ahí? —gritó la voz familiar de Jewel desde el otro lado de la puerta. No respondí. No quería que supiera que estaba en su apartamento. Era posible que viese a Lana antes que yo. Si se lo decía, entonces mi chica podría escaparse otra vez. Tenía que obligarla a hablar conmigo.
—Bueno, vale. Si estás enfadada por lo de Fence, lo siento. Chain me ha contado lo que dijo. Era una broma, Lana. Ya sabes como son este tipo de chicos. Les gusta decir estas cosas. No iba en serio.
¿Fence? ¿Chain? ¿Y qué narices le habían dicho a Lana? Tuve que recordarme a mí mismo que tenía que convencerla de que volviese conmigo. De que la quería. No podía aparecer por la puerta hecho una furia amenazando con partirles a la cara a unos tíos con nombres ridículos. ¡Porque mira que tu nombre signifique «Verja» y «Cadena» en inglés!
Seguramente estaban colocados.
—Chain dice que amenazaste a Fence con un cuchillo —rió Jewel en tono aprobador—. Estaba impresionado y puede que un poco excitado. Lo mejor será que te quedes ahí dentro esta noche. Quizá las cosas se aclaren dentro de poco. Puede que Sawyer vuelva a llamarme.
¿Un cuchillo? ¿Y si la hubiese embestido y el cuchillo la hubiese apuñalado a ella? Joder. Tenía que sacarla de aquí. ¿No me quería ella también? ¿Se refería a eso Jewel cuando dijo que quizá yo volvería a llamarla? Dios mío, esperaba que sí. Tenía que decirle que la quería. Había sido tan estúpido.
Lana regresaría. Sólo tenía que esperar. Estaba cerca.
Me senté en la cama y cogí su almohada. La sujeté contra mi nariz e inhalé. Cuánto había añorado este aroma. Hundí la cara en su fragancia y permanecí observando la ventana. Esperando.
Lana
Cuando regresé al apartamento, las lágrimas se me habían secado. Había estado corriendo durante más de una hora. Me ardían los pulmones y las piernas me temblaban como gelatina. No estaba acostumbrada a practicar deporte, así que mañana me iban a doler.
Subí por la ventana y entré en la habitación, donde encontré a alguien sentado en mi cama. Como es lógico, chillé.
—Lana, soy yo —las manos de Sawyer estuvieron sobre mis brazos al instante. Sawyer… Sawyer estaba aquí.
Me quedé paralizada, intentando decidir si me había desmayado de tanto correr y esto era un sueño.
—No quería asustarte. Lo siento —las palabras «lo siento» me sacaron de mi ensueño; lo aparté de un empujón y me dirigí a la puerta.
—Lana, por favor no te vayas. Escúchame, por favor. No me dejes fuera. No tienes ni idea…
—¿Que no tengo ni idea? ¿Yo? Sí, tengo una idea. Quiero que te vayas. ¿Me comprendes? Vete. ¡No-quiero-verte! —Estaba gritando, pero sabía que nadie me oiría con todo el ruido que había fuera.
—Lana, por favor —imploró Sawyer. Se aproximó a mí con actitud vacilante. Cerré los ojos y me crucé de brazos. Detestaba el efecto que su voz suplicante tenía sobre mí.
—Si alguna vez has sentido algo por mí, te marcharás y dejarás que siga adelante —susurré ferozmente.
No respondió, y yo me debatí entre la alegría de que fuese a marcharse, lo que significaba que había sentido algo por mí, por poco que fuese, y el dolor que sentía, porque verle me había destrozado.
Oí el sonido de un papel desdoblándose y abrí los ojos para encontrarme Sawyer en el mismo sitio, una carta desgastada en las manos. Empezó a leer:
—«Pero cometí el error de abrir mi corazón a alguien que está claro que nunca sentirá lo mismo que yo. Sabía que Sawyer te quería, lo he sabido desde que éramos niños. Creí que conseguir su atención durante un breve periodo de tiempo bastaría para que te olvidase. No bastó».
Sentía que el pecho me iba a explotar. Tenía la carta que había dejado para Ashton. ¿Qué más?
Levantó la vista y me miró directamente con tanta aflicción, y había algo más en sus ojos…
—Quise a Ashton. Fue mi primer amor. Ella era la única relación que había conocido. Pero cuando me dejó, no derramé ni una sola lágrima. Cuando tú me dejaste, lloré como un bebé.
Dejé de respirar mientras dirigía la mirada a la carta una vez más.
—«He crecido con dos padres que nunca me han tenido en cuenta a la hora de tomar sus decisiones. Mis sentimientos no les preocupaban y quizá sea por mi culpa, porque yo no elevaba la voz. Empujaba la pena y el dolor dentro de mí. Quería ser fuerte porque sabía que ellos eran débiles. Estoy cansada de ser fuerte. Estoy cansada de ser el segundo plato. Necesito a alguien que me quiera».
Dejó de leer y volvió a mirarme.
—Nunca, y digo nunca, deberías ser el segundo plato de nadie. Si alguien no se da cuenta de lo increíble que eres es que es un hijo de perra ciego.
Bajó la vista al papel una vez más y siguió leyendo:
—«Quedarme en Grove ya no es una opción. Me permití hacerme ilusiones. Me han herido demasiadas veces. No puedo permanecer cerca de… alguien que acabará por destruirme».
Sus ojos verdes se encontraron con los míos, y las lágrimas que brillaban en su interior me dejaron sin aliento.
—Si te pierdo por haber sido un imbécil obcecado, seré yo el que acabe destruido.
Continuó leyendo.
—«Tú has tenido al chico Vincent perfecto desde el principio. Esta vez aprende a valorarlo. Espero llegar a inspirar en alguien el amor que él siente por ti. Él lo dejaría todo por ti. Cuando tienes a alguien tan especial, tan increíble, que te ama, no puedes dejarlo escapar. Tienes una segunda oportunidad para apreciar lo que has podido disfrutar toda tu vida. Sawyer siempre ha sido el chico Vincent por el que vale la pena luchar. Sawyer es el Vincent más especial».
Dobló carta con cuidado y la acarició con el pulgar, como si fuese muy valiosa. Después se la guardó en el bolsillo.
—Ashton no tenía al chico Vincent perfecto. Lo sé porque ahora comprendo qué se siente al amar a alguien. El tipo de amor que te consume. El tipo de amor que puede despedazarte, pero que también puede completarte. Cuando leí esta carta, estaba en el salón de Ashton. Habíamos conseguido arreglar las cosas entre ella y Beau, y ésa había sido mi única intención. Están hechos el uno para el otro. Ahora lo comprendo. No porque Ashton le escogiese a él, sino porque tú me escogiste a mí. Hasta que tú apareciste, yo estaba perdido. Pensaba que Ashton era mi vida. Renunciar a la comodidad que representaba nuestra relación fue difícil. Entonces, apareciste tú, como un rayo de sol brillando a través de la oscuridad. Hiciste que todo tuviese sentido. —Dio un paso adelante y reprimí el impulso de echarme en sus brazos—. Lana. Pienso en ti cada momento del día. Cuando estoy contigo, mi mundo está completo. Cuando te toco, comprendo el sentido de la vida. Cuando te perdí, me quedé completamente destrozado. Soy tuyo.
Una lágrima se deslizó por mi cara y me cayó por la barbilla. No bastaba. Esta vez necesitaba más. Sawyer me tomó de la mano y me abrazó. Quería derretirme en sus brazos, pero no podía.
—Te quiero, Lana. Te quiero tanto. Lo amo todo de ti. Tu forma de torcer los labios cuando sonríes, la peca que tienes justo debajo de tu trasero perfecto y tu risa, que hace que una oleada de calor me recorra las venas, tocarte enciende un fuego en mi interior. Te quiero y pasaré el resto de mi vida asegurándome de que sabes que eres mi número uno. Siempre serás mi número uno.
Por fin. Eso bastaba. Eso era todo lo que necesitaba saber.
Sawyer
Lana se me echó al cuello y dejó escapar un sollozo al tiempo que enterraba la cara en mi pecho. La envolví con mis brazos y la abracé, mientras mi corazón se resquebrajaba con cada lamento que ella dejaba escapar. No quería hacerla llorar. Ya lo había hecho demasiadas veces. Quería hacerla feliz. Anhelaba sonrisas y carcajadas. Le acaricié la espalda y le di un beso en la sien mientras se aferraba a mí. Al menos no me apartaba de un empujón. Sólo deseaba que parase de llorar. Quería hacerla sentir deseada. Ella era todo mi mundo.
—Lo siento tanto —dije a través del nudo que tenía en la garganta.
Lana asintió contra mi pecho y su llanto se calmó un poco. Sólo quería envolverla y protegerla de todo sufrimiento. Para siempre. Esto era una tortura. Saber que había provocado ese dolor me estaba matando.
—Lo sé. Yo también.
¿Yo también? ¿De qué narices se disculpaba?
—No tienes nada de que disculparte —le dije mientras mantenía la boca apretada contra su frente. Necesitaba sentir su piel en mis labios. Saber que estaba aquí conmigo, en mis brazos una vez más. Tenía miedo de soltarla.
—Tendría que haberme quedado y dejar que te explicases —hipó.
—Ya había metido la pata varias veces y te había hecho daño. Esperabas que volviese a ocurrir. Es culpa mía. Toda la responsabilidad es mía y de mis estúpidos errores —le aseguré pasándole la mano por el pelo.
—Yo también te quiero —dijo separándose un poco de mí para mirarme. Le sujeté la cara y cubrí su boca con la mía. No esperaba escuchar esas palabras de ella. Al menos no tan temprano. Por mucho que deseara saborear su aliento y sentir la suavidad de sus labios, estaba hambriento. Necesitaba más. Lana abrió la boca más que dispuesta e inclinó la cabeza cuando deslicé la lengua dentro y ella la acarició con la suya.
Sí, éste era mi hogar. Este momento era mío.