Lana
La música vibraba en el cristal de mi ventana y los desconocidos que inundaban el salón del apartamento habían empezado a gritar. Estaba segura de que los vecinos se quejarían. Pero al parecer este lugar era famoso por sus fiestas. Los altavoces de la piscina escupían música de baile a todo volumen. El ruido se repetía dentro de mi cabeza como un eco. Estos apartamentos eran una locura. El edificio no era grande. Tenía, como mucho, treinta apartamentos y, según Jewel, eran los propietarios quienes residían allí. No estaban alquilados. Cerré las persianas para conseguir un poco de intimidad. Ya habían llamado a mi puerta tres personas distintas. Después de la segunda vez, dejé de contestar. Eran chicos borrachos con chicas igualmente borrachas que buscaban un lugar donde practicar sexo sin protección. Me estremecí ante la idea y entré en el baño que daba directamente a mi habitación. Agradecía ese pequeño espacio de paz.
—¡Abre la puerta ahora mismo, Lana! —chilló Jewel, aporreando la puerta de mi dormitorio. Genial, ya estaba borracha y pensaba obligarme a participar en la fiesta.
Con un suspiro, me dirigí a la puerta para acabar con aquello de una vez. Lo único que deseaba era un buen baño caliente.
Abrí la puerta y empecé a decirle que no estaba interesada, pero entró directamente en la habitación y dio un portazo. Cerró el pestillo y se volvió para mirarme.
—¿Qué narices le has hecho a Sawyer Vincent? —preguntó con expresión de asombro.
No quería hablar de Sawyer.
—Ya te he dicho que no me apetece hablar de él.
—Bueno, pues tendrás que hacerlo, porque acabo de mentirle como una bellaca mientras el chaval me suplicaba que le llamase si sabía algo de ti o si tenías sospechas sobre dónde podrías estar.
¿Había llamado a Jewel?
—¿Cuándo? ¿Ahora mismo? ¿Te ha llamado? —pregunté, confundida.
—Sí, me ha llamado. Con su acento sureño sexy y todo. Deja que te lo diga, ha sido patético. Pa-té-ti-co. ¿Qué le has hecho? ¿Me darás clases? Porque, chica, creo que has conseguido que el suelo tiemble bajo tus pies.
Me hundí en la cama y la miré sacudiendo la cabeza. ¿Por qué me llamaba? Ahora tenía a Ashton. ¿Por qué no se conformaba con ser feliz? ¿Por qué rogaba a Jewel que le ayudase? Lo hacía en nombre de Ash. Eso era lo único que tenía sentido.
—¿Qué dijo exactamente? —pregunté.
Jewel apoyó una mano en la cadera y negó con la cabeza.
—Oh, no. No tienes derecho a preguntar primero. Ahora me toca a mí. Yo pregunto y tú contestas. Entonces y sólo entonces, te explicaré de qué hemos hablado.
Vaya.
—Por favor, no me obligues a hacerlo. No quiero hablar de él.
—Basta de súplicas. Ya he tenido suficiente por hoy. Habla.
Con sólo pensarlo me ponía nerviosa. ¿Cómo iba a hablarle de él? Me puse de pie y empecé a caminar de un lado a otro. Podía hacerlo. Quería saber qué le había dicho a Jewel y qué le había contestado ella, porque si a mi cómplice se le había escapado algo, tenía que hacer las maletas y marcharme. No quería que Ashton ni mi madre apareciesen por aquí.
—He estado enamorada de Sawyer Vincent desde que era una niña. Él ha estado enamorado de Ashton también desde entonces. Rompieron hace siete meses porque ella se enrolló con su primo Beau. No me preguntes por qué, porque no lo entiendo. Sawyer es perfecto. Y Beau es… Bueno, será lo que sea… pero está completamente enamorado de Ash.
—Espera, ¿los dos están enamorados de ella? —preguntó Jewel.
—Sí, siempre lo han estado —respondí, respirando hondo antes de proseguir—. Pensaba que cuando Sawyer hubiese tenido tiempo de superar lo de Ashton, podría intervenir yo, y probar suerte con él. Intentaría llamar su atención.
Se me escapó una carcajada dolida que se parecía bastante a un sollozo. Detestaba la debilidad que sentía al mencionar su nombre.
—Cambié de imagen con la esperanza de atraerle. Además, ya era hora de dejar de parecerme a un ratón. Lo hice porque quería ser la chica que llamase la atención de Sawyer. Y funcionó. Se fijó en mí. Pero no fue suficiente.
Por favor, que no insistiese en saber más. Ya no quería hablar más de esto.
—Muy bien, así que no fue suficiente, entonces ¿cómo es que el chico me estaba suplicando que le ayudase a encontrarte? Porque, por cómo sonaba, le has afectado más de lo que piensas —me aseguró Jewel.
Iba a tener que explicárselo todo o acabaría llegando a la conclusión equivocada.
—Claro que sí. Porque cuando Ashton quiere algo, Sawyer es capaz de mover montañas para conseguirlo.
—¿Ahora está con Beau, no? —preguntó Jewel.
Me di la vuelta para que no viese mis lágrimas y negué con la cabeza.
—No. Beau la engañó. Me quedé de piedra, porque estaba loco por ella, pero Ashton tenía una prueba. En cuanto lo descubrió, acudió a Sawyer. Y él me dejó plantada y corrió a sus brazos.
Me sequé las lágrimas que se me habían escapado y miré a Jewel.
—¿Quieres decir que Sawyer está desesperado por encontrarte porque Ashton está triste por tu marcha?
Sólo fui capaz de asentir.
—Mierda —musitó Jewel adoptando una mueca de enfado—. Le voy a partir esa cara de niña bonita.
—No, Jewel. No culpes a Ashton. Nada de esto es responsabilidad suya. No puede controlar el hecho de que Sawyer la quiera. Formaron pareja durante tres años. Él es su refugio.
—Esto es un asco. Lo sabes, ¿no? —la repulsión que expresaba su rostro casi me hizo sonreír. Casi.
—Sí. Pero yo me lo busqué. Me arriesgué.
Me encogí de hombros y me senté junto a ella en la cama.
—Las dos sabemos que había llegado el momento de empezar a arriesgarme. Me estrellé, pero he aprendido la lección.
Jewel me abrazó.
—Jo, vaya mierda —suspiró—. No le diré nada. Me suplicó que le llamase si sabía de ti o se me ocurría dónde podías estar. Dijo que «necesitaba» encontrarte. Su tono de ansiedad me confundió. Pensaba que tenías al pobre chico colgado de ti y que te había hecho enfadar y le habías dejado tirado. No imaginé que estuviese intentando calmar la culpa de otra chica. Puede que sea tu prima, pero no soy ninguna fan de Ashton. Que quede claro.
Nos sentamos en silencio durante un rato hasta que me decidí a levantarme.
—Gracias por mentir. Tengo plena confianza en tus capacidades interpretativas.
Jewel sonrió con suficiencia.
—¿Entonces quieres que nos escapemos a Los Ángeles? Pondríamos la ciudad patas arriba. Tú y yo.
Se me escapó una risa sincera y sacudí la cabeza.
—Ahora mismo no. Quizá pronto.
—Sal fuera a divertirte. Olvídate de todo. Bébete uno de mis cócteles tropicales. Preparo uno de ron y coco que es para morirse.
No estaba lista.
—¿Me das unos cuantos días más?
—Claro, cariño.
Sawyer
«Sawyer siempre ha sido el chico Vincent por el que vale la pena luchar. Sawyer es el Vincent más especial». Releí la última frase por centésima vez. Había hecho las maletas y estaba a punto de marcharme a Florida. Había pasado más de una semana y seguía sin noticias de Lana. Ni una pista. Cero mensajes. Las llamadas pasaban directamente a su buzón de voz. Había vuelto a llamar a su madre, pero lo había hecho desde un número desconocido y su madre no había podido rastrearlo. Lo único que sabía era que estaba viva. Esa pequeña certeza era lo único que evitaba que perdiese la cabeza. Vivía para las llamadas de su madre, en las que me contaba lo que había dicho Lana. Era el único vínculo que conservaba con ella y, aunque no era ningún fan de sus padres, había empezado a desarrollar una especie de afecto extraño por la loca de su madre. Esa mujer quería de verdad a su hija, pero no sabía expresarlo. Estaba claro que era muy controladora, pero la huida de Lana la estaba afectando, y apostaría lo que fuese a que su relación cambiaría para mejor de ahora en adelante.
Doblé la nota que Lana había dejado a Ash por los mismos pliegues desgastados, la abrí de nuevo, la leí otra vez, la volví a doblar y la guardé en el bolsillo. No iba a ninguna parte sin ese papel. Llevarlo conmigo me recordaba que cuando encontrase a Lana, podría arreglar esto. Ella lo había malinterpretado todo, y la culpa era mía. Si hubiese abierto los ojos y hubiese comprendido que estaba enamorado de ella, este desastre no hubiese ocurrido. Por desgracia, Lana no lo sabía. Seguía pensando que yo amaba a Ash.
—Sawyer, ¿estás listo? —preguntó mi padre desde el vestíbulo. No me sentía preparado. No quería marcharme de Grove. ¿Y si ella volvía mientras yo no estaba? Además, ¿cómo iba a concentrarme lo suficiente para lanzar una pelota? La primera semana de entrenamientos sería un desastre.
—Ya voy, papá —respondí. Cogí el teléfono para contemplar una vez más la foto que me había enviado Ash, de la escapada a las montañas. Lana caminaba en dirección a la catarata de Cheaha y Ash había tomado la foto justo cuando se giró, con una sonrisa en la cara. Era la única foto que tenía de ella. La había impreso y enmarcado para tenerla junto a la cama. Algunas noches, mirar esa foto era lo único que hacía que no me desmoronase. Guardé el móvil en el bolsillo. Llevaba conmigo la nota y la foto. Tendrían que bastarme para superar los próximos días.
Cuando llegué al final de las escaleras, Ethan estaba en el vestíbulo charlando con mi padre. Nuestras miradas se cruzaron y me di cuenta de que algo parecía fuera de lugar. Se me estaba pasando alguna cosa por alto.
—¿Ethan?
Éste arrastró un poco los pies.
—Hola, Sawyer, mmm, había olvidado que te marchabas hoy.
—Sí, empiezan los entrenamientos.
—He venido a preguntarte una cosa, pero puedo esperar a que regreses.
—Ya estás aquí, pregunta.
Si se atrevía a preguntarme si Lana estaba disponible, le partiría el cuello.
—Se trata de Lana —empezó.
Miré a mi padre.
—¿Nos dejas un segundo, papá?
Mi padre frunció el ceño y asintió antes de coger una de mis bolsas y salir fuera.
—¿Qué pasa con Lana? —pregunté, asegurándome de que percibía la señal de advertencia en mi tono de voz.
Ethan suspiró.
—No sé cómo preguntártelo…
—Yo de ti escogería las palabras con mucho cuidado, tío —respondí.
Asintió.
—Sí, ya lo he pillado —dijo, aclarándose la garganta—. ¿La quieres? A Lana, digo.
El hecho de que Ethan sintiese la necesidad de aclarar que se refería a Lana me cabreó. No me gustaba que la comparasen con Ashton. Ella era mucho más que lo que tuve con Ash. No podían compararse.
—Sí —dije con la voz entrecortada.
—Quieres decir que la quieres más que a…
—No te atrevas a decirlo —rugí. Más le valía no cruzar esa raya.
Se le pusieron los ojos como platos.
—Vale, lo pillo —retrocedió hacia la puerta.
—¿Eso es todo lo que querías decirme? ¿Querías saber si Lana estaba disponible? Sabes que me ha dejado, ¿no? Ha desaparecido.
Ethan tragó saliva y negó con la cabeza.
—Mmm, no, algo había oído. No estaba seguro.
—Si eso es todo, tengo que irme.
—Buena suerte en Florida. Nos vemos cuando vuelvas. Tengo ganas de escuchar tus historias. A partir de ahora, el resto de nosotros viviremos a través de Beau y de ti. Nuestros días de jugar a fútbol se han acabado.
Su voz destilaba tensión y me di cuenta de que estaba intentando apaciguarme. Si fuese un buen amigo, me hubiese disculpado con él. Pero en ese momento, no podía. Lo haría la próxima vez que lo viese. Metí la mano en el bolsillo y acaricié la carta de Lana entre los dedos. Tenía que encontrarla.