Lana
—No pienso decirte dónde estoy, mamá —repetí por quinta vez consecutiva.
—¡Lana Grace McDaniel! Sólo tienes dieciocho años. Es peligroso que viajes sola. ¡Soy tu madre! Necesito saber dónde estás. Ven a casa. Dondequiera que estés, ven a casa. Ashton ha llamado tres veces y Sawyer…
—No quiero oírlo. No me importa. Por favor, mamá, si quieres hablar conmigo no menciones a Ashton ni a Sawyer, ¿vale?
—Pero…
—Colgaré móvil y lo apagaré. ¿Entendido?
Mi madre soltó un resoplido. Nunca le había hablado de esa manera, pero ya estaba cansada. Nunca me escuchaba. Intentaba controlarme. Pero ya no más. Tenía dieciocho años, pero me sentía mucho mayor aún. Siempre me había sentido mayor.
—Bien —bufó.
—Y si no tienes nada más que decirme, ahora he de colgar. Te llamaré pronto. Confía en mí cuando te digo que estoy completamente segura. Eso es lo único que necesitas saber.
—Si se trata de tu padre…
—No, mamá, no se trata de él. Ya no. Mis decisiones tienen que ver conmigo. De ahora en adelante, lo que haga no dependerá de lo que tú o papá digáis.
El silencio de mi madre era tan poco común que me pregunté si habría colgado. Sería la primera vez. Pero entonces oí un suspiro.
—Vale —dijo al fin.
—Vale —respondí.
—Te quiero, Lana. Lo sabes, ¿verdad?
No, no lo sabía. La verdad era que no. No estaba segura de que mi madre comprendiese el concepto de amar a otra persona que no fuera ella misma.
—Sí, mamá. Yo también te quiero —contesté. Había sido honesta durante toda la conversación. La quería de veras, pero no estaba segura de poder soportar otra dosis de sinceridad.
Colgué el móvil y lo apagué antes de meterlo en la maleta. No es que pensara que mi madre sería capaz de rastrearlo; seguramente ni se le ocurriría. Pero llegué a la conclusión de que era más seguro mantenerlo apagado. Consideré comprar uno de esos móviles baratos y usarlo de ahora en adelante. Recordaba un episodio de CSI en el que utilizaban este método.
Sacudí la cabeza con incredulidad, pensando en la trama de intrigas que estaba dispuesta a tejer para esconderme de mi madre, y me coloqué junto a la gran ventana de la pared de la izquierda. Jewel no había mentido sobre las vistas. Por un lado daba a la piscina, pero justo en frente no se veían más que las playas de arena blanca y el Golfo de México. Podía quedarme aquí el resto del verano. Ordenar mis ideas. Curarme. Y regresar a casa y afrontar mi futuro. Quizá podría conseguir uno o dos trabajos con un buen sueldo. Ahorrar durante un par de años y luego ir a la Universidad de Georgia. No era mi primera elección, pero era mejor que quedarme en casa e ir a la universidad pública. Sería más asequible ir a una universidad de mi estado que marcharme a Florida. Hice una mueca al pensar en lo estúpida que había sido. Recordé todas las cosas que había vendido por Internet cuando me enteré de que Sawyer se había matriculado en Florida. Creía que si conseguía ahorrar bastante dinero, mi padre me ayudaría. Presenté mi solicitud de matrícula, me aceptaron y gasté la exigua beca que había recibido de la asociación de mujeres de la que formaba parte mi madre para pagar la matrícula. Pero seguía necesitando mucho más.
Tampoco es que importase. Ahora nunca sería capaz de llevar a cabo mi plan. Quizá era el destino interponiéndose y arreglando mi estúpido delirio. No estaba destinada a estudiar en la Universidad de Florida. Tampoco era mi destino estar con Sawyer.
—Eh, chica, deja de mirar esa maravillosa playa con cara de pena y ponte ese diminuto biquini que tienes para ir a tomar el sol conmigo.
Me di la vuelta y me encontré con Jewel de pie en el umbral. Llevaba el largo pelo rubio recogido en una coleta y se había enfundado en un biquini verde lima que realzaba su bronceado.
—¿Y tu cita? —pregunté—. ¿Y qué ha pasado con Heath? Pensaba que estaría todo el verano aquí contigo.
Cuando me contó que había quedado con el socorrista, yo había estado tan concentrada en recoger los pedazos de mi corazón roto que no llegué a procesar su comentario.
Agitó la mano en el aire, como si estuviese espantando a una mosca.
—Me pilló con el tío que jugaba a voleibol en la playa, el que es de un equipo profesional. Estaba tan bueno, Lana… Pero tanto. Valió la pena. A Heath se le fue la olla y se marchó. Fue lo mejor. La parte buena de la relación ya se había terminado. Hora de seguir adelante.
Ésa era mi Jewel. Capaz de saltar de un chico a otro sin mirar atrás. Cualquier tipo que pretendiese tener una relación exclusiva con ella se estaba buscando problemas. Jewel no era capaz de ser fiel. Sin embargo, era una buena amiga… quizá no de las mejores, pero era la única amiga de verdad que había tenido. Ahora mismo, acababa de salvarme la vida.
—Deja que me cambie y nos vemos fuera dentro de un rato —le dije.
Asintió y se dio la vuelta para salir. De repente, pensé en mi madre.
—Eh, Jewel.
Volvió a mirarme con la expresión despreocupada que siempre lucía, con tanta dignidad como si fuese una corona.
—¿Sí?
—Si llaman, no les digas a mis padres que estoy aquí, ¿vale?
Jewel asintió.
—No te preocupes. Yo también me escondería de ellos si fuesen mis padres.
—Y si llama Ashton… Tampoco quiero que lo sepa.
Se le pusieron los ojos como platos.
—¿En serio? ¿Qué ha hecho la doña perfecta de tu prima a la que tanto quieres? Si hace falta, le daré un buen tirón de pelo. Es demasiado presumida y repipi para mi gusto.
Negué con la cabeza, pero no pude reprimir una sonrisa. Sí, Jewel era capaz de tirarle los tejos al chico que te gustaba, y de vestirse como una fulana para ir a confesarse con el objetivo de tentar al cura, pero te cubriría las espaldas durante una pelea si se daba la ocasión.
—Ashton no me ha hecho nada. La sigo queriendo, pero necesito un poco de distancia con Grove y toda su gente.
Jewel frunció los labios, como si fuese a preguntar algo más pero no se atreviera. Al final, asintió.
—Entendido. Si me preguntan por ti, no diré a nadie que te he visto. Hecho. Ahora ponte el biquini y úntate de crema solar. Sólo te faltan más pecas.
No poder utilizar mi teléfono era un rollo. Necesitaba algo para leer mientras estaba en la playa; mi móvil me hubiera distraído. No tenía ningún libro de verdad, y Jewel sólo podía dejarme revistas que no estaba de humor para leer. Sabía perfectamente que aquellos artículos con instrucciones sobre cómo mejorar tu vida eran completamente inútiles. Los había probado casi todos.
Jewel me saludó contenta, mirándome a través de sus gafas de aviador de color fucsia. Se lo tenía bien montado. Dos tumbonas y una gran sombrilla, que ya estaba inclinada para que diese sombra sobre la tumbona vacía. Tomaba el sol con una revista en una mano y un vaso en la otra.
—Vaya cuerpazo, Lana Banana —chilló y después soltó un silbido.
Los comentarios de Jewel ya habían dejado de afectarme.
Me senté en la tumbona que estaba a la sombra, me tumbé y suspiré. Resultaba agradable. La brisa, el sonido del océano…
—Toma un sorbo. Es zumo de naranja, de piña, ginger-ale y vodka. Está increíble.
Iba a rechazarlo, pero en su lugar cogí el vaso y pensé: ¿qué demonios?
Tomé un sorbo de la mezcla de sabor tropical y descubrí que sabía muy bien. Me lo podría beber entero sin problemas. Pero no lo hice. Ahora mismo necesitaba sentido común. Beberme las penas sería un acto de debilidad.
Le devolví la bebida a Jewel.
—¡Qué rico! Gracias.
Jewel se dispuso a levantarse.
—Quédatela. Prepararé otra.
—No, gracias. No quiero beber. Al menos ahora.
Jewel frunció el ceño y cogió el vaso antes de apoyarlo en la silla.
—¿Vas a contarme qué ha pasado?
No, seguramente no.
—No quiero hablar del tema —respondí.
Jewel suspiró.
—Vale. Pero te aviso desde ya, esa excusa no te servirá por mucho tiempo. Acabarás por explicarme qué pasó en Grove.
Me parecía justo. Me había proporcionado una huida y estaba manteniendo la boca cerrada al respecto. Cuando me sintiese preparada, le daría una explicación, porque se la merecía.
La melodía Circus de Britney Spears empezó a sonar en su móvil. Era el tema de Jewel.
Echó un vistazo al teléfono y después a mí.
—Es tu madre.
Estaba preparada para esto.
—Contesta. Actúa como si no supieras nada.
Jewel sonrió con picardía. Le encantaba la idea de tener que mentir. Era ridículo, pero le gustaba la sensación que le producía.
—¿Hola? —estuvo callada un momento. Seguramente, mi madre estaba hablando a mil por hora—. ¿Cómo? Espera… ¿Que ha desaparecido? ¿Y ha hablado con ella?
Jewel me guiñó un ojo.
Esto se le daba bien.
—Vaya. No, no me ha llamado ni nada. ¿Quiere que intente ponerme en contacto con ella? A ver si me contesta y me dice dónde se ha metido.
Era toda una profesional. Hasta yo misma empezaba a creer que no sabía que me había ido de Grove.
—¿Apagado? Vaya. ¿Quién se ha meado en sus cereales? —Me tapé la boca, sorprendida. Acababa de soltar una grosería hablando con mi madre.
—Qué raro señora Mac, pero no, no me ha llamado. Esperaba que lo hiciese, pero no sé nada de ella. La avisaré si me entero de algo.
Mi madre no soportaba que Jewel la llamase señora Mac. De hecho, mi madre no soportaba a Jewel. Esta llamada de teléfono la habría puesto de los nervios.
—Tengo que irme, señora Mac. Lo siento, pero mi socorrista está aquí y es un chico encantador, ¿sabe? La llamaré si tengo noticias —dijo antes de colgar el teléfono. Se aseguró de que estuviese bien desconectado antes de ofrecerme una gran sonrisa.
—Venga, dilo. Lo he clavado.
Si no me hubiese sentido completamente entumecida, incluso me hubiera reído.
—Sí, lo has hecho de fábula. Nunca volveré a estar segura de si me estás contando la verdad o no, porque esto ha sido absolutamente creíble. Estoy casi convencida de que no has sabido nada de mí desde hace tiempo.
Jewel soltó una risita y se tumbó otra vez.
—Lo que tú digas, eres la única persona del planeta capaz de descubrir mis mentiras. Prefiero pensar que estoy interpretando. Creo que me mudaré a Hollywood. Quedaría espectacular en la gran pantalla. O quizá en la televisión… Podría aparecer en Crónicas vampíricas y curar a Damon de su obsesión por Elena. Después podríamos interpretar una de esas escenas de desnudo que tanto le gustan.
Cerré los ojos mientras continuaba charlando sobre un Damon desnudo y de lo magnífica que aparecería ella en televisión.
Sawyer
Tres días y nada. Ni siquiera su madre podía encontrarla. Me sentía vacío. Ya nada me importaba. No quería salir de la cama. Lo único que me mantenía en marcha era la esperanza de que algún día llamase. Quizá algún día la encontraría.
No podía dormir. Cada noche permanecía despierto sobre las sábanas, contemplando el techo y repasando todas las veces que había sido desconsiderado con ella. Y Lana había sido tan buena. No la merecía, pero ella me había querido. A mí. A nadie más. Incluso después de que me refiriese a ella como una distracción, me perdonó. Cuando necesitó a alguien que la abrazase y la escuchase, la aparté a un lado para consolar a Ashton mientras vomitaba. También me había perdonado por eso. Joder, lo único que había hecho durante un mes entero era perdonarme por mi estupidez. No estaba seguro de poder concentrarme lo suficiente la semana próxima, cuando tenía que ir a Florida para el inicio de los entrenamientos. ¿Cómo podía marcharme de Grove sin saber si Lana estaba bien, sin haber tenido la oportunidad de abrazarla y decirle cuánto lo sentía? ¿Cómo podía seguir adelante sin decirle que estaba enamorado de ella?
Cogí el objeto que tenía más cerca, una foto enmarcada cualquiera, y la arrojé al otro extremo del cuarto, rugiendo de frustración. Cualquier cosa con tal de liberar el miedo, el dolor, el sentimiento asfixiante de pérdida que se arremolinaba en mi interior.
—Has hecho un agujero en la pared —dijo Beau, mirándome de pie en la puerta—. Tu madre no estará demasiado contenta, digo yo.
—Me importa una mierda —respondí con un gruñido de enfado.
Mi hermano se encogió de hombros.
—Sólo decía que quizá quieras volver a dar puñetazos a los ladrillos, ya que no podrás romperlos. Aunque claro, también necesitas esas manos en buenas condiciones para la semana que viene. Florida va a necesitar a su campeón si piensa derrotar a Alabama durante los próximos cuatro años.
Sabía que intentaba distraerme, pero era inútil. No estaba de humor para hablar de fútbol. Ahora mismo, me importaba una mierda quién ganase. Sólo quería recuperar a Lana.
Me senté en el sofá y dejé caer la cabeza sobre el cuero negro.
—Tengo que encontrarla. —El no desesperado de mi propia voz no me pasó por alto.
—La encontraremos. Pero no quiere que la encontremos. Es lista. Ha borrado todas las huellas.
No podía haber pensado en todo. Alguien debió ayudarla. Pero ¿quién?
—No puede haber desaparecido sin más. Tampoco es que haya taxis en Grove. Ni siquiera puede pedir uno, porque no existen. La parada de autobús más cercana está a cincuenta quilómetros. Alguien tiene que haberla ayudado. Ésa es la pista que me falta.
Beau se sentó en el sofá, en frente de mí.
—Su madre llamó a esa amiga suya que está en la playa, ¿no?
Asentí, cerrando los ojos. Conocía a Jewel. Era imposible que lo hubiese abandonado todo para venir corriendo a recoger a Lana. Totalmente imposible. Y aunque lo hubiese querido, no había manera humana de hacerlo.
—No sabe nada de ella. La madre de Lana dice que está segura de que no la ha visto. Ella misma habló con Jewel y la chica no tenía ni idea. Tampoco es que pareciese muy preocupada.
Él frunció el ceño.
—¿A su amiga no le importa que haya desaparecido?
—No conoces a Jewel. Sólo le interesan los chicos y las fiestas. Pasé toda una comida intentando apartar su mano de mi entrepierna. Confía en mí. Esa chica es totalmente superficial.
—Que le gusten las fiestas no significa que no sea leal a sus amigos. Pasaste, ¿qué?, ¿una comida con ella? No creo que eso baste para conocer el nivel de lealtad de una persona. Vale, la tía te irritó, pero Lana no parece el tipo de persona dispuesta a aguantar a alguien sin atributos positivos. Es muy precavida. Si la considera su amiga, entonces Jewel debe tener algo que ignoras.
Sus palabras tenían lógica.
—Sabes, tienes razón.
Me levanté y cogí el teléfono. Tenía el número de la madre de Lana en marcación rápida.
—¿A quién llamas? —preguntó Beau, inclinándose hacia delante y apoyando los codos en las rodillas.
—A la madre de Lana, necesito el número de Jewel.
Mi hermano asintió satisfecho.
—Así me gusta.
Después de conseguir el móvil que necesitaba y de asegurar a la madre de Lana que la llamaría si descubría cualquier cosa, colgué el teléfono y marqué el número que me había dado.
—¿Hola? —contestó una voz alegre después del tercer tono.
—¿Jewel? Soy Sawyer Vincent.
—Vaya, qué sorpresa. No recuerdo haberte dado mi número, Sawyer Vincent. ¿Me echabas tanto de menos que te has tomado la molestia de averiguarlo?
Beau estaba equivocado. Ya empezaba a sentirme horrorizado. Esta tía me ponía de los nervios, y ahora tenía mi número.
—Mmm, sí, bueno, esperaba que pudieses ayudarme…
—Claro, lo que sea, seguro que puedo echarte una mano. De hecho, tengo mucho talento con las manos… y con la boca.
No sabía pillar una indirecta, eso estaba claro.
—¿Has hablado con Lana últimamente? ¿Te ha llamado? Sé que le dijiste a su madre que no sabías nada, pero estoy desesperado. Tengo que encontrarla. Si sabes algo, por favor, dímelo. La necesito. Por favor. —Dejé de suplicar y recé en silencio para que la llamada no fuese una pérdida de tiempo.
—Ah, vaya. ¿Qué narices ha ocurrido entre vosotros dos? A ver, su madre llamó y estaba preocupada y pensaba que Lana se había marchado por lo de su padre o algo así. Esperaba que me llamase, pero aún no lo ha hecho. ¿Es por tu culpa? ¿Le has hecho daño?
El pequeño rayo de esperanza que albergaba se esfumó. Tendría que haber supuesto que Lana no buscaría refugio en Jewel. Además, era imposible que hubiera ido a la playa. ¿Quién la habría llevado? Jewel no tenía ni idea.
—Tengo que hablar con ella. Necesito verla. Si te llama o si tienes alguna idea de dónde podría estar, ¿me llamarás? Por favor, avísame si descubres cualquier cosa. No la estoy buscando para ayudar a su madre. Esto es por mí. Sólo por mí.
—Vaaaaaaale, Sawyer Vincent. Me aseguraré de hacértelo saber, si surge cualquier cosa. Demonios, ahora siento curiosidad. ¿Lana Banana ha pillado a un chico por fin? Espero que sí porque ya empezaba a ser hora.
Apreté el teléfono con fuerza y reprimí el impulso de echarle la bronca sólo porque sabía que no podía perderla como aliada.
—Llámame si te enteras de algo, ¿vale? —repetí.
—Claro, sexy. Mientras tanto, puedes venir a visitarme. Podría hacerte muy feliz. Estoy en los apartamentos Kiva Dunes en West Beach. Apartamento 103. Mi habitación está en la esquina y tiene vistas al océano.
Dejé de escucharla mientras se enrollaba. Esta tía no se enteraba de nada.
—No, gracias, llámame si sabes algo, gracias.
Colgué antes de que volviese a decirme lo feliz que podría hacerme.
—¿Y bien? —preguntó Beau.
—No sabe nada. Tu conjetura sobre sus posibles atributos positivos era totalmente errónea.
—Ah. —Fue su única respuesta.