Capítulo diecisiete

Lana

La luz del sol se filtraba por la ventana, y un brazo me sujetaba con fuerza mientras otro me mantenía pegada a la cama. Sawyer se había enroscado a mi espalda en algún momento de la noche anterior. Comí la hamburguesa con queso que me pidió, y también un par de bocados de pastel de chocolate y después me hice un ovillo en la cama, lo más lejos posible de él, y me quedé dormida al instante. Ahora seguía estando en mi lado de la cama, pero tenía a Sawyer pegado a mí. Se me aferraba como si yo fuese su salvavidas.

Iba a moverle el brazo para poder levantarme e ir al baño y poner algo de distancia entre los dos. A pesar de que esta mañana tenía mis emociones algo más controladas, no me sentía preparada para acurrucarme a su lado. Todavía no. Aunque oliese delicioso. La sensación de seguridad que ofrecían sus brazos era engañosa. Otra forma de provocarme aún más sufrimiento.

—No. Por favor, deja que te abrace un poco más —me musitó en el pelo.

—Estás despierto —respondí.

—Mmm, estoy disfrutando mucho. Por favor, un rato más.

Sonreí por primera vez desde el incidente con Ashton.

—Puedes divertirte sin mí —dije en tono de broma.

Se quedó inmóvil un segundo antes de aproximarse más y mover la mano de manera que su palma me cubrió el estómago desnudo, que me había quedado al descubierto mientras dormía.

—No puedo pasarlo bien sin ti. Es a ti a quien estoy disfrutando —susurró con voz grave y soñolienta mientras me daba un mordisquito en el lóbulo de la oreja.

—¡Ah! —chillé, y Sawyer soltó una risa ahogada; su aliento me hizo cosquillas en el cuello y en la oreja, provocando que se me pusiera la piel de gallina.

—Te echaba tanto de menos —respondió en un tono más serio.

No hacía falta puntualizar que había estado con él tres días. Sabía a qué se refería. Me había encerrado en mí misma, mental y emocionalmente. Esta mañana no me dolía el pecho y podía respirar con normalidad. Quizá se debía a que Sawyer me envolvía con sus grandes brazos, ofreciéndome una falsa sensación de seguridad.

—¿Puedo ir al baño, por favor? —pregunté, haciéndole cosquillas en el brazo con las uñas.

—¿Prometes que vas a volver?

Había planeado meterme en la ducha y vestirme. Sin embargo, por mucho que odiase admitirlo, yo también le había echado de menos.

—Sí, si es lo que quieres.

—Quiero —me murmuró al odio y me depositó un suave beso en la sien.

Sawyer

—Trae la botellita de enjuague bucal —dije cuando oí que se abría la puerta del baño.

Lana alargó la mano y me entregó la botella.

—Aquí tienes.

La abrí y tomé un sorbo, lo moví un poco por la boca y me lo tragué.

—¡¿Te lo has tragado?!

Con una sonrisa, la cogí de la cintura y la arrastré para colocarla encima de mí.

—Diría que sí. Seguramente necesito el boca a boca para que me salves de envenenarme —bromeé, incorporándome un poco y mordisqueándole el labio inferior.

—El boca a boca no te salvará de un envenenamiento. Lo que necesitas es un lavado de estómago —explicó, besándome en la comisura de los labios.

—Mmm…, bueno, suena a mucho trabajo. Lo pensaré luego —deslicé las manos por su cabello desordenado y guié su boca hasta la mía. Justo cuando Lana abrió la boca para dejarme pasar, su móvil empezó a sonar.

Rompió el beso. Y yo necesitaba ese beso, para asegurarme que no se había perdido… lo que fuese que había entre nosotros.

—No contestes —supliqué, besándole la barbilla. Lana rió con suavidad, se agazapó en mis brazos y me dejó probar su boca con sabor a pasta de dientes de menta. Pero en cuanto el móvil dejó de sonar, volvió a empezar. Lana levantó la cabeza, frunció el ceño y echó un vistazo al teléfono. Tuve que contenerme para no agarrar el aparato y arrojarlo contra la pared para hacerlo callar.

—Podría ser una emergencia —dijo, así que dejé que fuese a mirar. Se puso tensa en seguida y me incorporé para ver quién la estaba molestando, porque era evidente que la llamada no le hacía ilusión.

La palabra «Mamá» apareció en la pantalla.

—Tengo que contestar. No parará hasta que conteste. —Se levantó de la cama—. Hola, mamá. —Su voz sonaba cansada, en vez de preocupada por la insistencia de su madre. Lana rodeó la cama y entró en el baño. Cuando se cerró la puerta, arrojé la almohada al otro lado de la habitación y murmuré una palabrota. No me hubiese excluido si yo hubiese estado a su lado. Apostaría lo que fuese a que aquella noche me iba contar lo que sus padres le estaban haciendo pasar. Si lo hubiera hecho, ahora no tendría que preocuparme sobre cómo solucionarlo; sabría lo que tenía que hacer.

—¡No, mamá! —al oír que levantaba la voz salté de la cama para escuchar a través de la puerta. Estaba invadiendo su intimidad, pero la notaba alterada. Tenía una buena razón para hacerlo. Una razón más que buena.

—No quiero llamarle. No quiero pedírselo. Ha pasado página, mamá. Ahora tiene una familia nueva, nosotras somos su pasado. Olvídalo. Ya pensaré en algo. Déjalo ya. Por favor.

¿Estaba hablando de su padre?

—Mamá, soy adulta. No puedes seguir tomando mis decisiones por mí. Ahora me toca a mí. Así que, por favor, no te metas.

Me aparté de la puerta y me coloqué junto a la ventana con vistas a las montañas que habíamos abandonado la noche anterior. ¿Por qué me importaba tanto averiguar sus problemas? No es como si fuésemos una pareja de verdad. Me puse rígido cuando lo comprendí. No tenía ningún derecho sobre Lana. Si Ethan o cualquier otro la invitaban a salir, no podía impedir que aceptase. Otro podría acariciar la piel suave de sus brazos, sus muslos, su estómago, su… Oh, no. Tenía que solucionarlo y deprisa. Esto se había convertido en algo más que una aventura. Vale, tras el verano cada uno iría por su camino, pero en ese momento no quería compartirla. No sería capaz de compartirla. Estaba bastante seguro de que le arrancaría los brazos a cualquier tío que se atreviese a tocarla.

Se abrió la puerta y Lana salió del baño. Sus labios dibujaron una sonrisa forzada cuando nuestras miradas se cruzaron.

—¿Todo bien? —pregunté, rezando para que me contase qué le ocurría.

Pero sólo se encogió de hombros. Mierda.

—Lana, escucha, tenemos que hablar… —empecé, cruzando la habitación por si tenía que suplicar.

Sacudió la cabeza.

—Si son malas noticias, no creo que pueda soportarlo. Dame unas cuantas horas, por favor.

Vaya, que me parta un rayo si el dolor en su voz no me partió en dos. La sujeté contra mi pecho y la mantuve allí. Al principio, estaba rígida como una tabla, pero seguí frotándole la espalda y besándole la cabeza hasta que se relajó y me envolvió la cintura con los brazos.

—No es tan terrible. Pero es urgente —expliqué.

Ladeó la cabeza para mirarme.

—¿Urgente?

—Mucho. Alguien podría perder un miembro se si se pasa de la raya.

Lana se apartó, su ceño fruncido era adorable.

—¿De qué narices estás hablando, Sawyer?

—De que quiero, no, necesito que seamos exclusivos hasta que nos separemos para ir a la universidad.

Lana se quedó boquiabierta y asintió con lentitud.

—Vale. Me parece bien. ¿Pero por qué iba a alguien a perder un miembro?

Reseguí con el dedo su labio inferior.

—Porque si alguien te tocase, tendría que arrancarle el miembro culpable.

Se le escapó una risita y me mordió el dedo. Sus ojos me sonrieron como los de una gatita juguetona.

—¿Así que quieres jugar duro, eh? —la cogí en brazos y la lancé sobre la cama antes de tumbarme encima de ella.

Lana separó las piernas, dejando que mis caderas se acomodaran entre ellas. Dios mío, sí, aquí era donde quería estar. Cuando la tenía tan cerca no me importaba nada más. Apoyé una mano a cada lado de su cabeza y la observé fijamente. Sus largas pestañas rojizas no llevaban rímel y eran fascinantes.

—Cierra los ojos —susurré. Lo hizo sin dudar, y yo bajé la cabeza y deposité un beso en cada párpado. Me entretuve en sus pestañas, que se agitaron a causa del contacto.

—Eres preciosa —dije después de volver a besar sus ojos cerrados y descender para darle un beso en la punta de la nariz y dos más en las comisuras de los labios.

Lana alzó las caderas, presionándome, y soltó un gemido adorable.

—¿Eso te gusta? —pregunté apretando con más fuerza.

—Mmm —respondió, asintiendo mientras pestañeaba y echaba la cabeza atrás.

La delgada tela de sus pantalones cortos y los míos no proporcionaba una gran barrera entre ambos; sentía perfectamente su excitación.

—No podemos seguir así —la tensión de mi voz la paralizó. No quería sonar tan severo. Extendí el brazo y le aparté el pelo de la frente.

—Estamos en una habitación de hotel, en una cama, solos y casi sin ropa. Te quiero desnuda. Quiero enterrarme en ti. —Con sólo decirlo se me cortaba la respiración. Joder, realmente lo quería. Lo deseaba tanto—. A menos que estés dispuesta a que pase, tenemos que frenar un poco.

Lana me miró a través de sus pestañas. Podía leer en sus ojos lo que estaba pensando. Ella también lo deseaba. Lo notaba. Pero después de este fin de semana, yo no merecía que ocurriese. Y Lana también lo sabía.

—Quizá no estemos listos todavía —respondió al fin.

Me aparté a un lado, me tumbé junto a ella y la apreté contra mi pecho.

—Bien. Podré aguantarlo.

Ella rió y me acarició los labios.

—Pero ¿podemos besarnos? —preguntó.

Incliné la cabeza hasta que mi boca estuvo sobre la suya.

—Sí, por favor —respondí.

Lana

El trayecto de vuelta a Grove pasó rápido, aunque yo dormí la mayor parte. A Jake no le hizo ninguna gracia que yo me sentara delante. Me sentí un poco mal, pero me gustaba saber que Sawyer me quería cerca.

Todos cargaron las cosas en sus coches y se marcharon. Al llegar, Ashton se fue directa a la cama, porque seguía bastante débil. Sawyer cogió mis bolsas, las entró en la casa y se volvió para mirarme.

—Ven un rato conmigo —dijo, guiándome hasta el porche y cerrando la puerta detrás de mí.

—¿No estás cansado de conducir?

Negó con la cabeza y me abrazó. Aunque mis tíos no estaban, podían aparecer en cualquier momento. Y no tenía muy claro qué iban a pensar si nos encontraran juntos.

—Vale. Deja que suba a ver cómo está Ash y bajo en seguida.

—Te espero aquí —dijo, soltándome la mano.

Llamé a la puerta de la habitación de mi prima y asomé la cabeza dentro. Estaba acurrucada bajo las sábanas. Cerré la puerta con cuidado y volví a bajar.

—¿Está bien? —me preguntó cuando salí.

—Sí.

—Pues vamos.

Apoyó la mano en mi cintura y me llevó hasta el Suburban.

—Lo primero es lo primero, tengo que ir a casa a por mi furgoneta. Quiero que te sientes cerca para poder tocarte.

Sonriendo para mis adentros, entré en el coche.

Ya había estado antes en casa de Sawyer, con Ashton. Éramos pequeñas y nunca llegué a entrar. Lo que solíamos hacer era nadar en el lago que había detrás de su propiedad. Cruzar el jardín dándonos la mano fue un poco angustioso. Sus padres no estaban en casa y me había convencido de que podía entrar.

—Por aquí —dijo, y con un gesto me indicó que pasara delante y bajara por unas escaleras, que conducían a lo que parecía ser un sótano.

—¿Por qué quieres bajar ahí? —pregunté, mirándole por encima del hombro.

—Ésta es mi cueva. Pasa.

Su cueva…, mmm. Seguí descendiendo y me detuve al final de las escaleras, sin estar segura de qué puerta abrir. Había dos: una a la derecha y otra a la izquierda. Sawyer alargó el brazo, giró el pomo de la puerta de la derecha y activó un interruptor. Las luces se encendieron y me quedé inmóvil, maravillada, mientras contemplaba la habitación.

Era enorme. En medio de la estancia había dos grandes sofás de cuero negro, justo delante de una gigantesca pantalla plana que colgaba de la pared. Una nevera carmesí con una pegatina de la Universidad de Alabama descansaba en el ángulo izquierdo de la habitación, y a su lado había una encimera negra completa, con fregadero y todo. La otra pared, del suelo al techo, estaba ocupada por estanterías y más estanterías llenas de trofeos. Junto a las copas y las medallas también había camisetas de fútbol enmarcadas. Debajo del televisor, una mesa negra y estrecha con una Xbox y una Wii. Junto a las consolas había un montón de fotos, todas con sus respectivos marcos. Tenía que haberlas puesto ahí la madre de Sawyer, porque no me lo imaginaba a él colocándolas ahí para decorar la mesa.

—¿Tienes sed? —preguntó, abriendo la nevera—. Parece que Loretta ha venido esta semana. La nevera está a tope. ¿Cola, limonada, bebida energética o una botella de agua?

—¿Loretta? —repetí, confundida.

—La señora de la limpieza. También hace la compra.

—Ah. —Vaya, ¿así que había gente que tenía señoras de la limpieza que también les hacían la compra? Qué suerte—. Mmm, un poco de agua —dije.

Me dirigí a las estanterías y empecé a leer las placas de los trofeos. Ahí estaba el premio al mejor jugador del equipo, que debía de ser el más popular de todos los que había conseguido.

—Aquí tienes —me pasó el agua y observó las estanterías.

—Lo decoró mi madre. Quería tener un lugar donde exponerlo. Intentó convertir una de las habitaciones de invitados en una especie de «Santuario de Sawyer», pero mi padre no estuvo de acuerdo. Le sugirió que lo metiese todo aquí abajo y a mí me pareció bien, porque al menos estaría un poco escondido.

—Hay un montón —respondí, tomando un sorbo de agua.

—Sí —repuso, y señaló el sofá con la cabeza—. Ven a sentarte conmigo. Podemos alquilar una peli en Internet.

Le seguí hasta uno de los sofás de cuero. Dejó su bebida energética en la mesa, cogió mi agua y la colocó a su lado.

—Ven aquí. —Su voz se había convertido en un susurro ronco que me aceleró el pulso. Dejé que me sentara en su regazo.

—He estado pensando en esta boca todo el día —me confió antes de poner sus labios sobre los míos. Le lamí el labio inferior y lo abrió para mí, dejando que lo saborease sin prisa. La delicada presión de su boca era perfecta y me hizo sentir un poco eufórica.

Sus dedos recorrieron mis muslos hasta que sus manos llegaron a mi trasero. Uno de sus dedos resiguió la tira de mis braguitas.

—Me gusta mucho esta falda —murmuró contra mis labios. Ahora mismo, a mí también me gustaba. Mi respiración se volvió entrecortada cuando deslizó una mano por debajo de ella. Me acarició con una mano, mientras la otra seguía por mi pierna hacia la cara interna de mi muslo. Sabía cuál iba a ser su siguiente paso. Lo que no sabía era si iba a dejar que llegase tan lejos.

Entonces jadeó contra mis labios mientras sus dedos tocaban el interior de mi muslo y mis piernas se separaron por su cuenta. El beso lento y lánguido se convirtió en algo frenético mientras los dos nos esforzábamos por calmar nuestra respiración. Su mano subió más y más por mi muslo. Algo muy parecido a un ruego escapó de mi garganta. Sawyer se apartó un poco y su respiración acelerada me arrancó un hormigueo de placer. Me encantaba saber que le provocaba esta reacción.

Me besó el cuello hasta llegar a la curva del hombro. Se quedó muy quieto. Su aliento ardiente caía sobre mi escote y mi pecho. Su mano volvió a moverse con lentitud. Me acarició y murmuró algo en mi cuello, pero no pude concentrarme lo suficiente para entenderlo. Mi cerebro estaba sumido en una neblina y el corazón me golpeaba contra el pecho. El impulso de moverme era muy poderoso.

—Uf —resoplé casi sin aliento.

—Eres tan suave —susurró en voz tensa mientras me besaba en el cuello, donde había enterrado la cabeza.

Deslizó la otra mano por mi pierna y la separó un poco más. Me acarició con delicadeza y empecé a derretirme en sus brazos.

—Así, así —me animó mientras me aferraba a él, gritando su nombre y deseando que no acabase nunca.

Cuando recuperé por fin el aliento, sus dedos me abandonaron y me puso bien la falda. Después me meció en sus brazos, susurrándome cosas al cuello entre besos y mordisquitos.

Al final, Sawyer levantó la cabeza de la delicada piel de mi cuello, que había amado tan minuciosamente.

—Eso ha sido… Eso ha sido… Vaya —susurró antes de apoderarse otra vez de mi boca. Después de un beso largo y sin prisas, Sawyer me tumbó en el sofá y se echó a mi lado.

—Vamos a ver la peli —dijo en tono provocador.

Le pasé una mano por debajo de la camiseta y le besé la mandíbula.

—Creo que aún no hemos acabado.

Sawyer se quedó inmóvil bajo mis caricias. Sonriendo contra su mandíbula, me trasladé a su cuello, después sus hombros, mientras le besaba en distintos lugares.

—¿Ah, no? —preguntó en voz baja.

No respondí. Solamente sacudí la cabeza, moví la mano hasta llegar a la cintura de sus pantalones cortos y deslicé un dedo dentro. Le di un mordisquito en el cuello y alcé un poco la cabeza para poder mirarle. Me observaba con los ojos entornados. Saqué la otra mano de debajo de su camiseta, la bajé hasta el estómago y empecé a desabrochar botones.

—¿Estás segura? —preguntó.

—Totalmente —respondí, y metí la mano.

—Ah, joder, Lana —gimió, moviendo las caderas para estar más a mi alcance.

Eso hizo que el cosquilleo entre mis piernas reapareciese. Sentirle tan vulnerable en mis manos me tenía jadeando igual que él. Hizo que me sintiera necesitada. Así era como tenía que ser. Tocar a alguien de forma tan íntima provocaba que el deseo fuese compartido.

—¿Te gusta? —pregunté, observándole la cara con fascinación. Tenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados.

—Sí —respondió con un temblor en la voz.

—¿Quieres… más? —pregunté. No estaba segura de querer hacer más. ¿Podía hacer más? ¿Estaba preparada?

Sawyer abrió los ojos de golpe y su mirada abrasadora se encontró con la mía. Quería que dijese que sí, pero no estaba segura de que fuera el momento. ¿Podía echarme atrás?

—¿A qué te refieres con más? —me preguntó, examinando mi expresión, aunque su respiración seguía siendo acelerada. No aparté las manos de él.

—No estoy segura de qué es más… No sé si deberíamos, si estamos listos para… el sexo. Pero quiero más.

Sawyer asintió y su mano cubrió la mía.

—Podemos hacer más sin practicar el sexo —dijo en un susurro—. Pero te quiero desnuda.

Al oír sus palabras, el corazón me dio un vuelco en el pecho. ¿Estaba preparada para desnudarme completamente sin la seguridad que me proporcionaba la oscuridad de la tienda de campaña?

—Por favor, Lana.

Temblando de nervios, asentí. Dejé caer mi falda y tiré de mi camiseta para quitármela por la cabeza. Su mirada estaba clavada en mi pecho desnudo.

—Quítatelo todo, Lana.

Me puse de pie tragando saliva y deslicé los dedos por los lados de mis braguitas rosas de satén y las dejé caer.

—Uau —dijo Sawyer.

No me atrevía a mirarle. Nunca había estado completamente desnuda delante de nadie. No a plena luz, donde pudiesen verme. Del todo.

Sawyer se movió y su camiseta cayó a mis pies. Me obligué a levantar la vista cuando sus pantalones cortos y sus calzoncillos cayeron después.

—Ven aquí —dijo, ofreciéndome la mano. Parecía que al final íbamos a hacerlo. Su cuerpo musculoso y bronceado era una belleza. Él era hermoso. Pero aún no estaba lista para eso. ¿O sí?

—No nos vamos a acostar, princesa. Llegaremos lo más cerca posible sin hacerlo. Te lo prometo.

Asentí, le di la mano y tiró de mí lo suficiente para cogerme de la cintura y colocarme a horcajadas encima de él.

—Baja un poco —dijo, y me guió mientras evitaba que su miembro entrase ahí donde ambos sabíamos que aún no podía pasar.

Cuando entramos en contacto, solté un grito provocado por la intensidad de aquella sensación. Las manos de Sawyer se asieron con más fuerza a mi cintura y echó la cabeza atrás con un rugido.

—Joder. Esto es increíble.

Tuve que mostrarme de acuerdo. Esto era mucho mejor que sólo tocarme. Sentir su firmeza apretada contra mí me dejaba sin aliento.

Sus manos abandonaron mi cintura y me ciñó el rostro guiando mi boca hasta la suya.

Su lengua se introdujo en mi boca con un grito hambriento y empezó a besarme con una urgencia desesperada que me hizo anhelar más. Mecí las caderas, necesitaba la fricción. Mi cuerpo iba por su cuenta. Era incapaz de pensar. Rompí el beso y solté un grito cuando alzó las caderas y apretó algo, provocando en mi interior una oleada de estremecimientos.

—Eres fantástica —murmuró mientras me besaba—. Lana, te deseo tanto. Deseo tanto estar dentro de ti.

—¡Sawyer! —supliqué, mientras movía las caderas más rápido.

—Mía —dijo él en un tono feroz, antes de aferrar mis caderas y empezar a controlar mis movimientos—. Eres mía. Toda mía, cariño.

Entre el contacto de nuestras pieles y sus palabras, perdí la cabeza. El éxtasis que mi cuerpo buscaba se desató, y temblé de forma incontrolada mientras me abrazaba a su pecho.

El largo rugido de placer que soltó Sawyer intensificó aún más aquella sensación. Sus brazos me envolvían con firmeza. Ambos respirábamos entrecortadamente, temblando en brazos del otro.

En cuanto Ashton aparcó su Jetta en el claro junto al lago de los Vincent, Sawyer vino corriendo hacia nosotras. Tenía el cabello húmedo y echado atrás, y le goteaba agua del cabello. El bañador azul marino que llevaba le caía por la cintura y dejaba a la vista sus deliciosos abdominales y sus caderas.

—Estoy bastante segura de que no viene corriendo a verme a mí —bromeó Ash, mientras yo permanecía sentada observándolo admirada.

Reponiéndome de aquella hermosa visión, abrí la puerta del coche y salí. Al instante, Sawyer estaba a mi lado.

—Pensaba que no ibas a llegar —dijo, satisfecho, mientras su mano fría y húmeda agarraba la mía y me envolvía en un abrazo. Me estaba mojando la ropa, pero no iba a quejarme.

—Lo siento, me he quedado dormida —expliqué.

—No te disculpes. Fue él quien te mantuvo despierta hasta tarde —dijo Ashton en tono burlón mientras se dirigía hacia Beau, que ya venía de camino.

—Lo pasé bien anoche —informó Sawyer con voz ronca.

Habíamos ido a comer algo a Hank’s y después al prado. Anoche no hubo fiesta. Sawyer se aprovechó de la ubicación y trajo una manta para los dos, y nos tumbamos a mirar las estrellas. Le señalé las distintas constelaciones y él intentó meter las manos bajo distintas piezas de mi ropa mientras fingía escucharme. Había sido perfecto.

—Yo también —respondí con una sonrisa.

Bajó la cabeza para besarme con delicadeza y susurró:

—Vamos a ver si puedo enseñarte a hacer una voltereta en la cuerda.

Negué con la cabeza y reprimí una carcajada.

—Ni en broma. Ya lo intentaste una vez y acabé con diez puntos en la cabeza.

Sawyer me acarició la nuca con las manos. Tenía una cicatriz de cuando caí sobre una roca. Tenía diez años y me invadió el pánico. Cuando Sawyer dijo: «Suelta la cuerda… ¡ahora!», tardé unos segundos en obedecer. Esos pocos segundos marcaron la diferencia entre aterrizar en el agua profunda o aterrizar en la orilla. Nunca volví a probar el columpio.

—Te prometo que esta vez no dejaré que te hagas daño. Además, tenía diez años, no sabía enseñar. Ahora he mejorado mucho —me apretó la mano y se la llevó a los labios antes de guiarme hasta el lago.

Las risas y los gritos sonaban altos y claros a través del agua. Ya había al menos veinte personas. Iba a ser la última fiesta en el lago antes de que todos fueran a la universidad. Nunca había estado aquí con más gente que Sawyer, Ashton y Beau. Las chicas estaban tumbadas en el embarcadero, los chicos trepaban al árbol para hacer piruetas peligrosas con la cuerda y ni una sola persona tenía cerveza en las manos. Era un milagro.

—¿De verdad no quieres subir a la cuerda conmigo? —preguntó Sawyer—. Yo me sujeto a la cuerda; tú te sujetas a mí. Sin volteretas.

—¿Me prometas que no habrá volteretas? —pregunté, estudiándole la cara en busca de alguna señal de que estuviera mintiendo.

—Prometido —me aseguró, tirando del dobladillo de mi camiseta para quitármela.

Se detuvo y se la quedó en la mano, mirando fijamente el biquini que me había puesto. Lo había comprado solamente porque Jewel me lo suplicó. No era del estilo que solía llevar, pero decidí que si iba a acompañar a Sawyer Vincent a la fiesta del lago como su pareja, necesitaría distraerle de las otras chicas en biquini. Especialmente, de Ashton. Cuando vi el biquini rojo que iba a ponerse, comprendí que tenía que estar a su nivel.

—Mmm, ¿considerarías la posibilidad de volver a ponerte la camiseta? —preguntó y empezó a ponérmela.

Le aparté la mano para que se detuviese.

—No, Sawyer, para.

Dio un paso adelante y frunció el ceño.

—Este bañador no tiene mucha tela, Lana.

Eché un vistazo alrededor y me fijé en los bañadores que llevaban las otras chicas. El mío ni siquiera era el más revelador. Devolví mi atención a Sawyer y le quité la camiseta de las manos.

—Se llama biquini, Sawyer. Si te fijas un poco, verás que hay muchos. Las chicas acostumbramos a llevarlos para nadar —mi voz rezumaba sarcasmo.

—Soy consciente de ello, Lana, pero no me gusta la idea de que los demás puedan ver tanto de ti. Esto casi no te tapa nada. Me asusta pensar todo lo que debe de verse de tu culito sexy.

Ah. Así que estaba celoso.

—Tengo el trasero tapado —me di la vuelta y me bajé los pantalones cortos vaqueros.

—Oh, mierda —gruñó, después alargó la mano y tiró de mí—. Al menos no contonees el trasero con sólo esos pedacitos de tela tapándote.

No pude evitarlo. Se me escapó la risa.

—¿Te parece gracioso? —susurró, poniendo las manos en mi cintura.

—Me parece divertidísimo —respondí, dándome la vuelta para darle un beso en los labios fruncidos. Este biquini le tenía muy descontento.

—Venga. Pensaba que íbamos a saltar de la cuerda.

Su mueca empeoró.

—No sé si es buena idea. Una de estas tiras diminutas de tela podría caerse al impactar contra el agua.

Puse los ojos en blanco, le di la mano y lo llevé hasta el árbol.

—No seas ridículo, Sawyer. Vamos.

Mascullando entre dientes, me siguió. Empezó a trepar detrás de mí. No estaba segura de si me estaba ayudando o si intentaba que los demás no me vieran. En cualquier caso, era adorable.

Cuando llegamos a la rama, un chico al que no conocía le tiró la cuerda a Sawyer, y entonces me di cuenta de que había hablado demasiado pronto. Estar ahí arriba era terrorífico.

—No mires abajo —me indicó Saywer mientras me sujetaba por la cintura y se colocaba delante para agarrar la cuerda. Después se puso en cuclillas.

—Mantén el equilibrio agarrándote a mis hombros. Después envuélveme la cintura con las piernas.

Estudié su espalda y me pregunté si importaría mucho que bajase del árbol por el camino seco. Sawyer se giró para mirarme.

—Vamos, Lana. Lo tengo controlado. Todo irá bien.

No estaba tan segura como él, pero al final me rendí y seguí sus instrucciones.

—Pon unos de tus brazos debajo del mío. Si te pones así, me vas a asfixiar —explicó en tono divertido.

Eso no se me había ocurrido. Supuse que era mala idea. La agarré el hombro con una mano y deslicé la otra bajo su brazo. Estiré ambos hasta que pude cogerme de las manos y asegurar que estaba bien sujeta.

—Perfecto. Agárrate fuerte, princesa, allá vamos —cuando pronunció la última palabra ya estábamos volando.

Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo se soltaba de la cuerda y volví a cerrarlos cuando nos desplomamos sobre el lago.

El agua no estaba tan fría como esperaba. Lo agradecí inmensamente. Entonces noté que la braguita del biquini se me había deslizado hacia abajo. Alargué la mano y la puse en su sitio. Me alegraba que Sawyer no supiese que tenía parte de razón sobre mi biquini.

La cabeza de Sawyer emergió unos segundos después de la mía, estaba sonriendo como un idiota.

—¿Qué? —pregunté.

Guiñó un ojo y me abrazó.

—Se ve muy bien bajo el agua —murmuró y entonces lo comprendí.

Le di una bofetada en el brazo. Soltó una carcajada y me dio un beso rápido en los labios.

—¿Quieres volver a probar? —preguntó con una sonrisa socarrona.