Sawyer
Había metido la pata a lo grande. Las viejas costumbres son difíciles de romper y mi necesidad de ayudar y proteger a Ash era una costumbre muy vieja. La noche anterior, cuando Beau me dejó con ella y me pidió que la cuidase mientras iba a comprar alguna medicina, eché un vistazo a su tez pálida y me entró el pánico. Tenía que ser yo el que lo calmase. Fue como si se encendiese un interruptor dentro de mí. Cuando llegó Beau y Ash se acurrucó en sus brazos, mientras él la acunaba y la sosegaba, la realidad de la situación se me echó encima. Yo había sido un sustituto. No se había aferrado a mí de la misma forma. Nunca volvería a hacerlo. Era la chica de Beau.
Al entrar en la tienda de campaña y ver a Lana hecha una bola lo más lejos posible de mi saco de dormir, me quedó todo bien claro. Comprendió lo que yo no había comprendido hasta que fue demasiado tarde. Sólo veinticuatro horas antes, había estado tocando y besando su cuerpo en lugares que nos habían ofrecido nuestra primera experiencia real con el placer. Estuve tentado de abrazarla con fuerza mientras dormía, pero sabía que mis caricias no serían bienvenidas. Había sido seco y maleducado cuando preguntó por Ashton. Al recordarlo, comprendí que en realidad no quería que me viese cuidando de Ash. Quería que se fuese, para que no me viera tratando a su prima con una ternura que nadie más me había suscitado. Ese rato que yació en mis brazos fue mi momento secreto con Ashton, mi viaje atrás en el tiempo. La llegada de Lana despertó algo en mi interior, algo que no quise entender. Verla ahí, de pie con los ojos abiertos de par en par, me hizo sentir que aquellos instantes con Ash estaban mal. Me confundió.
Cuando desperté ya no estaba en la tienda, y se había pasado el día ignorándome. No sabía qué decirle. ¿Cómo explicarle lo de anoche? ¿Cómo solucionarlo? Desde que salimos de excursión por la mañana, había estado liderando el grupo como una mujer decidida a salirse con la suya. No conseguí alcanzarla. Se había negado a mantener el contacto visual conmigo y yo era demasiado gallina para obligarla a hacerme caso.
—¿Por qué no podíamos quedarnos en el campamento con Ash y Beau? —rezongó Heidi detrás de mí.
—Porque Ash se está recuperando de su migraña de anoche y Beau está cuidando de ella. Confía en mí, necesitan intimidad. Al menos, él —dijo Jake entre risas.
—Está enferma, Jake. No se va a tirar a Beau en el suelo de la tienda —bufó Heidi.
—¿Quién dice que será en el suelo? —replicó Jake.
No estaba de humor para escucharles hablar de la vida sexual de Beau y Ash. Aceleré el ritmo hasta que estuve a pocos pasos de Lana. Los pantalones cortos que llevaba le marcaban el culo cada vez que daba un paso.
Lo había acariciado hacía poco, pero empezaba a dudar de que fuese a tener otra oportunidad. La idea me preocupaba. No, no me parecía bien. No estaba preparado para despedirme de ella. Aún no había llegado agosto. No estaba listo para alejarme de Lana.
—¿Volverás a hablarme algún día? —pregunté.
Hizo una pausa antes de seguir caminando por la subida.
—Claro. ¿De qué quieres hablar? —respondió en tono aburrido.
—Lana, por favor, frena un poco y habla conmigo —imploré.
No frenó. Si acaso, apresuró el paso. De seguir así, acabaría por echarse a correr.
—Nada de qué hablar, Sawyer. Prefiero andar.
Alargué el brazo y le cogí la mano para que se detuviera. Intentó soltarse, pero me mantuve firme.
—Déjame —rugió, levantando por fin los ojos verdes para mirarme. El sufrimiento que escondían hizo que me temblasen las rodillas. Mierda. ¿Qué demonios había hecho?
—Por favor, Lana, por favor, habla conmigo —supliqué, salvando la distancia que nos separaba.
—Seguid andando, gente. Aquí no hay nada que ver. Dejad que Sawyer intente arreglar el lío que ha montado —anunció Jake mientras los otros nos adelantaban.
Cuando se alejaron lo suficiente, dejé que Lana se soltara.
—Vale. Habla —dijo cruzándose de brazos como si quisiera protegerse.
—Anoche… —empecé a decir, buscando la forma de explicárselo sin empeorar las cosas.
—Te ayudaré, ya que parece que se te ha olvidado cómo se habla —interrumpió ella—. Anoche, Ashton enfermó y tuviste una excusa para abrazarla y cuidarla. Entraste en modo protege-y-consuela-a-Ashton, porque la quieres. Nada ni nadie te importaba, porque la amas. Ella te necesitaba y corriste a su lado sin dudarlo. No dejaste que yo la ayudase, porque no soportabas la idea de perder una oportunidad de tenerla en tus brazos.
—No es eso. Estar dispuesto a ayudar a Ashton es una costumbre. Lo he hecho la mayor parte de mi vida. Es un hábito difícil de romper.
Lana soltó una risa sarcástica.
—¿De verdad? Qué manera tan adorable de darle la vuelta a lo que acabo de decir. —Lana dio un paso adelante, me señaló con el dedo y me lo clavó en el pecho—. Estoy cansada de ser el segundo o el tercer plato. Ya he tenido más que suficiente. Anoche, yo también necesitaba a alguien. A alguien que me escuchase. Es una pena que nadie quiera ser el hombro sobre el que Lana pueda llorar. A nadie le importa si necesito a alguien a quien le importo una mierda.
Tenía los ojos brillantes de tantas lágrimas sin derramar, y yo notaba una opresión tan grande en el pecho que sentía que iba a explotar.
—Esto se ha terminado. Olvídalo. Estoy harta —bufó Lana. Se dio la vuelta y se alejó andando.
Reaccioné rápidamente y la agarré el brazo.
—¿Qué ocurrió? ¿Por qué me necesitabas?
Se derrumbó y la abracé por la espalda, sujetándola contra mi pecho tanto si quería como si no.
—Suéltame, Sawyer… —Se le quebró la voz.
—No. Dime a qué te referías.
Se le escapó otro sollozo y negó con la cabeza, furiosa.
—No. No tienes derecho a pedir explicaciones. Yo no explico mucho a los demás. Guardo mis sentimientos para mí. Pero anoche quería contártelo. —Soltó una risa triste—. Pensaba que tenía a alguien que me escucharía, alguien a quien le importaba. Pero estaba equivocada.
—No lo estabas. Me importas. Quiero que hables conmigo.
—Demasiado tarde —gruñó, intentando zafarse.
—Anoche me equivoqué, Lana. Lo siento mucho. Perdóname, por favor. Por favor, perdóname. No volverá a ocurrir. —Hice una pausa, no estaba seguro de si estaba listo para desnudar mi alma.
—Tienes razón. No volverá a pasar. Porque estoy harta de esforzarme para que me quieran. No debería tener que esmerarme tanto para conseguir que las personas a las que amo también me quieran. La gente no se esfuerza tanto. Nadie lo hace. Sólo yo. Sólo Lana McDaniel. No puedo más. Si soy tan difícil de querer, entonces no necesito a nadie. Hasta ahora me las he arreglado sola. ¡Soy una puñetera profesional!
Si es posible que el sufrimiento de otra persona te rompa el corazón, entonces el dolor de Lana hizo añicos el mío. La emoción me ardía en la garganta mientras la abrazaba con más fuerza. Hubiese querido meterme dentro de su cabeza. Se encerraba tanto en sí misma que me pregunté la razón. Y lo comprendí. Lana no confiaba en nadie lo suficiente como para dejar que se le acercase, hasta anoche. Había decidido que podía confiar en mí, ¿y qué hice yo? Tirar su confianza a la basura. Dios mío, era el imbécil más grande del mundo.
—Lo siento mucho —susurré, besándole la sien—. ¿Puedes perdonarme? ¿Puedes confiar en que te pondré siempre por delante? Te juro que lo que pasó anoche no volverá a ocurrir. Fue la primera vez que tuve que afrontar algo así desde la ruptura. Cuando Beau regresó y Ash se echó en sus brazos, desesperada por estar con él, no me dolió tanto como esperaba. Fue una advertencia, un aviso. Ya no me necesitaba. Ya no tenía que protegerla. Podía pasar página. Era el momento. Lo de anoche fue el acto de clausura que necesitaba.
Me interrumpí e hice girar a Lana por los hombros para que me mirase. Su cara enrojecida y sus ojos hinchados casi consiguieron que me pusiera de rodillas.
—Esto es nuevo para mí. Estoy aprendiendo a mantener una relación con alguien que no sea Ashton. Cometí un error terrible. Fue una recaída. Pero tú —alargué la mano y le coloqué un mechón de pelo suelto detrás de la oreja—. Tú despiertas algo dentro de mí que Ash nunca despertó. Siento cosas contigo que nunca sentí con ella. La quise durante mucho tiempo. No puedo evitar querer estar a su lado si me necesita. Pero la próxima vez que tenga que tomar una decisión así, pensaré en ti antes que nada. Te lo prometo.
Lana me examinó la expresión como si esperase más. Pero no estaba seguro de qué más decir.
—No es fácil ser siempre el segundo plato —dijo—. Para mi padre, pronto seré el tercero. Cada vez estoy más abajo, en su lista. Quizá eso me convierte en una egoísta, pero necesito a alguien a quien acudir. Anoche, quise acudir a ti.
Lana hizo una pausa y tragó saliva.
—Cualquiera diría que con todo el rechazo que he experimentado en mi vida debería estar acostumbrada. Pero sigue siendo igual de difícil. Te vuelve precavido. Provoca que tengas cuidado de no hacerte ilusiones. Me ilusioné contigo. Me costará volver a confiar en ti de la misma forma. Pero no significa que no podamos seguir viéndonos este verano. Es sólo que tenemos que retroceder unos cuantos pasos. La otra noche en la tienda aceleramos las cosas. Ahora, tenemos que frenar.
Iba a perdonarme. Podía volver a ganarme su confianza. Volvería a abrirse, y yo no le fallaría. Cuando me necesitase, estaría ahí.
—Me parece justo —respondí. Deslicé un dedo bajo su barbilla e hice que levantara un poco la cabeza—. Ahora tengo que besarte.
—Vale —susurró apenas un instante antes que mis labios tocaran los suyos.
Lana
Cuando llegamos, Beau ya había recogido el campamento y todo estaba atado al techo del Suburban. Dijo que Ashton necesitaba dormir en una cama decente, y que iríamos a un hotel y ya volveríamos a casa por la mañana. Nadie lo discutió. Creo que todos estábamos más que dispuestos a dormir sobre un colchón de verdad. Casi se me escapa un suspiro de alivio.
Le dije a Jake que se sentara delante con Sawyer y que yo me sentaría detrás con Ashton. No estaba preparada para pasar más tiempo con él. Le había perdonado, pero todavía tenía el corazón herido. Ashton lo entendió, y me dio la mano cuando me senté a su lado. Fue un trayecto silencioso.
Llegamos a un hotel barato que no estaba demasiado lejos y los chicos pidieron habitación. No sabía si iba a compartir habitación con Sawyer o si esperaban que pidiese una para mí. Tenía dinero suficiente para hacerlo, si hacía falta. Ya no me preocupaba ahorrar para la universidad. Mi padre había aplastado mis esperanzas.
Esperé con las otras chicas, sentada en el vestíbulo del hotel. Seguía estando sucia de haber pasado el día al aire libre y necesitaba una ducha, por no mencionar que estaba agotada tanto física como mentalmente.
Sawyer se acercó, con mi mochila y la suya colgadas del hombro.
—¿Necesitas sacar algo de la bolsa de deporte que compartes con Ash?
—Mmm, sí. Creo. ¿Vamos a compartir habitación?
Sawyer parecía preocupado al cruzar la distancia que nos separaba.
—Pensaba que estábamos bien. No has querido sentarte conmigo, pero creía que era porque te apetecía estar con Ash.
—No pasa nada. Sólo preguntaba. Si hace falta, puedo pedirme una habitación.
Sawyer alargó el brazo y me dio la mano. Dejé que entrelazase sus dedos con los míos.
—Te quiero conmigo.
Asentí y me obligué a sonreír. Él se agachó y me dio un beso en la frente.
—Voy a arreglar esto. Te lo prometo. Volverás a confiar en mí —susurró antes de enderezarse y guiarme hasta el ascensor.
Conseguimos habitaciones en el mismo piso. Sawyer metió la llave en la cerradura de la habitación 314 y abrió la puerta. Con un gesto, me indicó que debía entrar la primera. La habitación era más grande que las de la mayoría de hoteles en los que había estado, pero Sawyer insistió en que nos quedásemos en el Marrito en lugar de elegir alguno de los moteles familiares que había al otro lado de la calle. Una cama doble ocupaba el centro de la habitación.
—Una sola cama —dije, mirándolo de reojo.
—No tenían ninguna habitación con camas separadas. ¿Te parece bien?
—Sí —respondí y alargué la mano para coger mi mochila, que aún le colgaba del hombro—. ¿Puedo ducharme primero?
Dejó caer la mochila por el brazo y me la entregó.
—Desde luego. Tómate tu tiempo. Pediré algo para cenar.
—Bien, gracias.
Me di la vuelta para entrar en el baño.
—¿Lana? —su voz sonaba apenada. Detestaba entristecerlo, pero no tenía la energía necesaria para hacer algo al respecto. Estaba agotada.
—¿Sí? —pregunté, girando la cabeza. Era igual que un niño perdido. Su perfecto rostro estaba afligido.
—Lo siento.
—¿Por qué?
—Por ser un idiota —respondió.
—Ya te he perdonado, Sawyer.
Parecía derrotado.
—¿De verdad?
—Que te haya perdonado no hace que duela menos. Mi corazón tardará un poco en sanar.
No esperé a su respuesta. Cerré la puerta detrás de mí y abrí el grifo.
Me metí bajo el agua caliente, cerré los ojos e intenté dejar que el líquido arrastrase todo mi dolor consigo. Cuando era pequeña y oía discutir a mis padres, me gustaba fingir que el agua podía llevarse el miedo y el sufrimiento. Bloqueaba el sonido de sus palabras llenas de odio. Todavía seguía fingiéndolo. Cuando mi madre empezaba a despotricar sobre mi padre mientras hablaba por teléfono con alguna amiga, me tomaba una ducha. Era un ritual de purificación mental.
Sawyer
Me senté en la cama, mirando la puerta cerrada del baño. Seguía estando dolida y, maldita sea, esto me estaba matando. No quería verle esa mirada de derrota en los ojos y desde luego no quería ser el responsable de que estuviese allí. Era un imbécil. Me hubiera venido bien que Beau me llevase fuera y me partiese la cara otra vez. Cualquier cosa para calmar el dolor que sentía en el corazón.
Me metí la mano en el bolsillo, saqué el móvil y marqué el número de Beau. Necesitaba consejo.
—¿Qué? —fue su saludo.
—Hola. Necesito ayuda para arreglar las cosas con Lana. Sigue estando triste.
Beau suspiró.
—¿Por qué te importa, Sawyer?
¿Que por qué me importaba? ¡Porque sí! Por eso. Me gustaba. Me hacía sentir cosas que nadie más me había hecho sentir. Con ella, el vacío de mi interior desaparecía. El dolor por perder a Ashton se esfumaba por completo cuando tenía a Lana en mis brazos.
—Porque me importa. —No iba a confesarle todo eso a él. A duras penas acababa de admitirlo ante mí mismo.
—Cuando tengas una respuesta mejor que «porque me importa», quizá puedas arreglarlo. Buenas noches, Sawyer —respondió, y colgó el teléfono.
Había sido de gran ayuda. Dejé el teléfono sobre la cama y decidí que al menos podía pedirle algo de comer a Lana. Quizá ser atento con ella me haría ganar algunos puntos. Haría cualquier cosa para conseguir que esos preciosos ojos verdes se iluminaran.
Entonces llamaron a la puerta.
Cuando abrí, Ashton estaba de pie al otro lado. No se me aceleró el pulso. No sentía ningún dolor en el pecho al verla.
—Hola, ¿está Lana? —preguntó Ash, echando un vistazo a la habitación.
—Está en la ducha.
Se mordió el labio inferior y, por una vez, no estuve tentado de besarla. Se removió un poco, hundió las manos en los bolsillos y me fulminó con la mirada.
—Bien. Porque tengo que decirte una cosa y no quiero que me oiga.
Perfecto. Ashton estaba aquí para echarme la bronca. Me lo había ganado a pulso.
—Lana se merece a alguien que la quiera por encima de todo. Que no la trate como un simple rollo de verano. Déjala tranquila, Sawyer. Los dos sabemos que Ethan sería perfecto para ella. Veneraría el suelo por el que camina. La trataría como nunca la han tratado. Pero si tú estás en medio, es imposible. Le importas demasiado.
Dio un paso adelante.
—Necesita que la dejes marchar. Su corazón no puede con esto. Haz lo correcto. Compórtate como el Sawyer que sigue ahí dentro, en alguna parte, lo sé. —Me clavó un dedo en el pecho, con fuerza. Después, se dio la vuelta de forma repentina y se fue.
Tenía razón. Lana se merecía algo mejor. Pero que me parta un rayo si iba a dejar que se me escapara. La necesitaba demasiado. Me importaba de verdad. Podía hacerla tan feliz como Ethan. Iba a arreglar el desastre que había causado. Ya no tenía a Ashton en la cabeza, confundiéndome. Lo de anoche había marcado el final. Ver a Lana acurrucada en una esquina, lo más lejos posible de mí, fue un toque de atención. Quería tenerla en mis brazos. Quería curar su dolor. Ella me había salvado. Había llegado el momento de que yo la salvase a ella.
El agua dejó de correr y yo me volví a sentar en la cama y esperé. Cuando saliese del baño, le explicaría mis sentimientos con sinceridad. Se abrió la puerta y Lana salió, su pelo rojo envuelto en una toalla. Se había puesto los pantalones cortos y la camiseta de tirantes otra vez. El recuerdo de aquella increíble noche en la tienda de campaña me tenía desesperado, quería repetirlo. No estaba listo para dejarla marchar.
—He pedido la cena. No sé lo que te gusta, así que he pedido uno de cada.
Lana asintió, se quitó la toalla de la cabeza y empezó a secarse el pelo en silencio. Deseaba que hablásemos y escuchar su risa de nuevo.
—¿Podemos hablar de lo de anoche? —pregunté.
Lana dejó caer las manos y bajó la vista al suelo.
—Ahora mismo no. Sólo quiero comer y dormir. Nada de hablar.
Estaba dispuesto a suplicar, pero la expresión de agotamiento que tenía en los ojos cuando levantó la vista me detuvo. Hablaríamos mañana.