Sawyer
La cascada estaba sólo a ocho kilómetros, y era una suerte porque si escuchaba una queja más de Heidi, me volvería loco.
Busqué a Lana con la mirada y la encontré sentada en una roca, junto a Ashton. Me dediqué a observarlas. La risa de Ash siempre me hacía sonreír. Oírla resonar sobre el agua mientras las dos primas charlaban alegremente me hacía sentir que todo estaba bien. Ashton había sido la dueña de mi corazón durante tanto tiempo que, incluso después de su traición, si me lo hubiese pedido la habría aceptado de nuevo a mi lado, sin hacer preguntas. Por mucho que quisiera a mi hermano, no estaba seguro de que, a día de hoy, no lo hiciera. Mi mirada se posó en Lana, que ahora estaba hablando. Su ademán de felicidad me hizo sentir como un rey. Había estado de un humor excelente toda la mañana, resultaba agradable saber que era gracias a mí. El recuerdo de lo que había experimentado con ella la noche anterior superaba de lejos todo lo que había vivido con Ash. No estaba seguro de cómo me sentía al respecto.
Ashton me poseía. Hubiese removido cielo y tierra para hacerla feliz. Con Lana era distinto. Disfrutaba de su compañía y estar con ella resultaba excitante. Pero yo sabía qué se sentía al amar, y mis sentimientos por Lana ni siquiera se aproximaban a aquello. Lo que sentía por ella era más intenso, pero sólo en lo físico. La idea de dejar de verla tras el verano no me dolía tanto como cuando pensaba en lo lejos que estaría de Ash.
—Está como un tren. Si te aburres y quieres intercambiar compañeras de tienda, me avisas.
Levanté la cabeza de golpe para fulminar a Jake con la mirada, que observaba a Lana con una sonrisa de suficiencia.
—¿Qué has dicho? —pregunté, cerniéndome sobre él. Cerré los puños, preparado para vapulearle si se atrevía a repetir su grosería.
—Alto, Saw, cálmate, tío. Sabes que no hablaba de Ash, ¿no? —Jake levantó las dos manos y retrocedió.
—Sé de quién hablabas y te recomiendo que le quites esa mirada de pervertido de encima. No está disponible.
—Vaya, vaya, vaya, ¿qué demonios has hecho, Jake? Creo que nunca había visto a Sawyer tan dispuesto a apalear a alguien que no fuese yo —comentó Beau en un tono lánguido y divertido.
—Cállate —le espeté sin mirarle.
—No lo sé. Se le ha ido la olla. Sólo he hecho un comentario sobre Lana. La última vez que habló de ella, sólo era una «distracción». No sabía que iba a ponerse en plan territorial —respondió Jake, mirando a mi hermano por encima de mi hombro. Su mirada pedía ayuda descaradamente y eso aún me cabreó más.
—Tiene razón, tío. Déjalo. Te has estado refiriendo a Lana como una distracción durante más de una semana. Si has cambiado de opinión, mejor será que se lo hagas saber a todos.
Detestaba que Beau tuviese razón. El neandertal era él, no yo. Se suponía que no tenía sentido común. Me quité la camiseta y la arrojé sobre las rocas antes de sumergirme en el agua. Necesitaba estar cerca de Lana. Era lo único que podía calmar la violenta tempestad que bramaba en mi interior.
Lana
Quería ducharme antes de dormir. Estaba agotada. Me lo había pasado bomba, pero entre el calor, nadar y el senderismo, se me cerraban los ojos. Enchufé el teléfono para cargarlo en el pequeño estante que había encima del lavamos de los baños. Después fui a lavarme. Ash dijo que le dolía la cabeza y que quería tumbarse un rato antes de ducharse. Heidi y Kayla dijeron que estaban demasiado cansadas para caminar hasta las duchas. Habían decidido que el agua de la cascada era ducha suficiente.
Yo había sudado durante el camino de vuelta y sabía que ellas también, pero no era asunto mío. Si querían ir a dormir hechas unas cochinas, adelante. Caminar sola hasta los baños con los osos, las serpientes y los psicópatas con sierras mecánicas había requerido bastante coraje por mi parte.
También estaba ansiosa de volver con Sawyer. La esperanza de pasar otra noche como la anterior había estado en mi mente todo el día. Ashton había mencionado mi sonrisa boba, y cuando me preguntó por qué estaba tan atolondrada le di una respuesta ambigua. Aunque estaba bastante segura que Ashton ya lo había adivinado.
Después de ducharme, me sequé y me puse la camiseta de tirantes, esta vez sin sujetador, y los pantalones cortos de rayas rosas que había traído para dormir. Estaba oscuro y tenía que acarrear con mis cosas y mi ropa sucia. Podía llevarlas delante de la camiseta, así Sawyer no se daría cuenta de que había estado sin sujetador fuera de la tienda. La reacción posesiva de esta mañana, al verme salir de la tienda sin sujetador, me había sorprendido. Nadie había sido posesivo conmigo. Quizá la respuesta más saludable hubiese sido mantenerme firme y obligarle a aceptar que yo era una persona independiente. Pero no lo hice. Quería que me deseara.
Al coger el móvil vi que tenía varias llamadas perdidas y unos cuantos mensajes de texto. Suspirando, me dispuse a revisarlos y vi que mi padre me había llamado dos veces. Mi madre había llamado quince veces y ambos habían dejado varios mensajes. Tenía que devolverle la llamada a uno de los dos, como mínimo. Mi madre me tendría al teléfono una eternidad y yo me moría de ganas de regresar a la tienda.
Así que busqué el número de mi padre y esperé a que sonase.
—Por fin. ¿No tienes cobertura? Te ha llamado varias veces.
—Hola, papá. Lo siento, aquí la cobertura es un asco.
—Me alegro de que por fin hayas recibido mis mensajes y me hayas llamado. Tengo que hablar contigo de la boda. Ha habido un cambio de planes.
—Vale…
—La abuela de Shandra vive en la costa de Carolina del Sur. Es bastante adinerada y su casa es un monumento histórico. Se la ha ofrecido a Shandra para la boda. Como Shandra no podrá tener su boda navideña en Nueva York, ha decidido que una boda veraniega en la costa será más apropiada. Quiero que sea perfecta. Especial, ¿sabes? —Hizo una pausa, a la espera de mi respuesta.
No respondí.
—¿Sigues ahí?
—Sí, papá. Te escucho.
—Ah, vale, bien. Costará bastante más de lo que teníamos planeado. Además, los familiares que la abuela de Shandra insiste en invitar vendrán de todo el país. La casa estará a rebosar.
Seguía sin estar segura de por qué me estaba explicando sus planes de boda, dado que no me parecían un asunto muy urgente.
—No hay espacio para ti en la casa. No puedo obligar a la abuela de Shandra a darte una habitación cuando ya se está mostrando tan generosa. Además, el coste del viaje me está ajustando el presupuesto. Pagar tu vuelo y tu habitación de hotel me resulta imposible. A ver, te quiero allí conmigo, pero no creo que pueda permitírmelo.
Me apoyé en la pared y cerré los ojos. Me brotaron las lágrimas y me restregué los ojos frenéticamente. No iba a llorar por esto. No iba a llorar.
—Vale. Muy bien —dije a través del nudo en mi garganta.
—¿Lo comprendes, verdad?
Se iba a gastar toda su pasta en casarse con la chica con la que iba a empezar una nueva familia. Y no tenía dinero para pagar el billete de avión a su primera hija, para que estuviese con él en su gran día. Por mucho que me doliese, era algo con lo que podía vivir. Pero sabía que lo que me estaba diciendo en realidad era mucho peor.
Una nueva esposa, una nueva casa, una gran boda, un nuevo bebé… Mi padre no me ayudaría con la universidad. Ni siquiera tenía el valor de pedírselo. Si me fallaba o me decepcionaba una vez más, no sé si podría soportarlo.
—¿Lana?
—Sí, vale, papá. Lo comprendo.
—Sabía que lo harías. Shandra está preocupada por si te enfadas. Le he dicho que no te pareces en nada a Caroline y que no le darías demasiada importancia.
—Tengo que colgar. No quiero gastar toda la batería.
—Sí, claro. Bueno, diviértete y disfruta del verano. Quizá pueda arreglármelas para venir de visita en otoño. ¿Por qué universidad te has decidido, al final?
Iría a la universidad pública. Mi padre tenía una nueva familia.
—Tengo que irme, papá —respondí y colgué.
Me resbalaban las lágrimas por la cara y sentí que mi resolución de no permitir que mis padres volviesen a herirme se fundía. ¿Cuánto iba a tener que aguantar antes de desmoronarme? Esconder todo esto en mi interior me estaba reconcomiendo. Necesitaba que alguien me escuchase, que me abrazase mientras lloraba. Que alguien se preocupase por mí, no sólo por sí mismo. Por una sola vez, deseaba ser el centro de atención… Necesitaba a Sawyer. Me mojé la cara con agua y me sequé las lágrimas. No quería tener que contestar preguntas durante el camino de vuelta. Él era el único con el que quería hablar.
Cogí mi bolsa, metí el teléfono dentro y salí. Sawyer me estaría esperando. Me escucharía. Justo cuando puse los pies en el sendero que conducía a nuestro campamento, apareció corriendo. En cuanto le vi, me sobrevino una sensación de alivio. Pero duró poco. Su expresión seria me sorprendió.
—Sawyer… —empecé a decir, pero pasó de largo en dirección a los baños.
—¡Ahora no tengo tiempo, Lana! —gritó.
Me quedé pasmada, incapaz de moverme.
Al cabo de unos segundos, salió corriendo de los baños con un trapo empapado y un ademán resuelto en la cara. Su mirada me dejó atrás, como si yo no estuviera. Cuando pasó por mi lado, alargué la mano y le agarré el brazo. Estaba empezando a asustarme.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Lana, suéltame. Ahora mismo no puedo hablar. Ash me necesita.
Al registrar sus palabras, le solté. No ofreció ninguna explicación ni disculpa. Salió corriendo, dejándome sola. Mis sentimientos ya estaban hechos jirones, así que deducí que debía de haberle ocurrido algo malo a Ashton. El pánico hizo que saliese corriendo.
Me detuve en cuanto vi a Sawyer agacharse detrás de Ashton y retirarle el pelo de la cara con cuidado. Estaba vomitando. Sawyer le limpió los labios y luego dobló el trapo y empezó a lavarle el semblante pálido.
—Estoy aquí, Ash. No pasa nada —murmuró al colocar la cabeza de la chica contra su pecho.
A pesar de que sabía que estaba enferma, me invadió una oleada de celos. No me gustaba verle tan tierno y protector con ella. Dando un paso adelante, pregunté:
—¿Estás bien, Ash?
Sawyer levantó la cabeza, pero no le devolví la mirada. No estaba segura de poder hacerlo. Mi prima me miró y suspiró.
—Tengo una migraña. Demasiado sol, y Beau ha cogido el coche y ha salido hacia la tienda a comprar algo para el dolor.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté.
—Ya estoy yo con ella, Lana. Puedes volver a la tienda. —El tono exigente de Sawyer me partió aún más el corazón. No podía quedarme aquí mirando. Ash estaba enferma, pero en buenas manos. Los chicos Vincent cuidaban de ella.
—Vale —respondí y me di la vuelta para regresar a la tienda. No soportaba la idea de tener que entrar. Los recuerdos de la noche anterior estaban ahí. Tenía que olvidarlos. Mi vida volvía a estar fuera de control. No necesitaba que Sawyer Vincent me rompiese el corazón. Mi padre ya estaba haciendo un buen trabajo por su cuenta. Quería a los dos hombres de mi vida, pero no había sido suficiente para ninguno de los dos. Nunca sería su primera opción.
Otra lágrima me rodó por la cara. Antes de que alguien me viese, abrí la tienda y me arrastré dentro. Moví mi saco de dormir a una esquina, lo más lejos posible de Sawyer, me enrosqué en su interior y lloré. Lloré porque mi padre no me quería. Lloré porque mis sueños sobre la universidad se habían escurrido entre mis dedos. Lloré porque me había permitido creer que él podría enamorarse de mí.
Me desperté temprano y eché un vistazo a Sawyer. Dormía profundamente en su saco de dormir. El daño que me había infligido la noche anterior no le había quitado el sueño. Cogí mis cosas y salí de la tienda en silencio. No quería estar con él cuando despertase.
—Has madrugado —Jake estaba arrodillado junto al fuego, añadiendo troncos nuevos.
Me pasé la mano por el pelo, incómoda, y asentí.
—Tengo café. ¿Quieres un poco? —preguntó, poniéndose de pie y alzando la jarra para enseñármela.
—¿Cómo lo has preparado? —pregunté, acercándome a él. Olía a café.
—He traído una cafetera. He utilizado la electricidad de los baños —explicó, sirviéndome una taza—. Tendrás que beberlo solo. No tengo ni leche ni azúcar —dijo, ofreciéndome la taza.
—Siempre lo bebo solo —respondí, y tomé un sorbo.
Jake arqueó las cejas.
—¿En serio? Qué mujer.
Puse los ojos en blanco y me di la vuelta para ir a vestirme a los baños.
—¿Qué? ¿No me merezco las gracias?
Le miré por encima del hombro.
—Gracias.
Sonrió con suficiencia y sacudió la cabeza.
—Siempre será igual, sabes. Nunca lo superará. Siempre será ella.
Me detuve y respiré hondo mientras el cuchillo que me había clavado en el estómago me provocaba tanto dolor que me impedía moverme.
—No estoy siendo cruel. Sólo soy sincero. Pierdes el tiempo.
Asentí con brusquedad; me obligué a mover los pies. Tenía que alejarme. Basta de verdades. Había tenido más que suficientes durante las últimas doce horas. Necesitaba un descanso.