Lana
Estaba sentada sobre mi saco de dormir, comprobando los mensajes que habían aparecido en mi móvil por arte de magia en cuanto llegamos a los baños. La cobertura en la jungla no era precisamente buena, que digamos. Pero en los baños había wi-fi, un hecho tan sorprendente como curioso, y ahora tenía un montón de mensajes por leer. Sawyer, Beau y Toby estaban apagando el fuego y asegurándose de que las provisiones pasaban la noche a buen recaudo. Nos habíamos sentado en torno a la hoguera y habíamos asado salchichas y nubes. Sawyer había traído algunas cosas frías en la heladera, que teníamos que consumir esa noche, porque para la siguiente el hielo ya se habría derretido y estaría todo estropeado. No quería ni pensar en lo que cenaríamos mañana.
Papá:
Necesito que me llames.
Papá:
Por favor, llámame, cariño. No puedo contactar contigo.
Papá:
He llamado a casa. Sarah me dijo que estabas de acampada. Ten cuidado y llámame lo antes posible.
Aún no estaba preparada para hablar con él. Le llamaría cuando llegase a casa de Ashton, pero por ahora necesitaba un poco más de tiempo.
Mamá:
No tienes que ir a Nueva York.
Mamá:
¿Por qué no me dijiste que la zorra estaba preñada?
Mamá:
NO quiero que vayas. Tu padre te está destrozando la vida. Ignórale. Puede pudrirse en el infierno.
Mamá:
¡No le llamas! Sarah dice que ha llamado preguntando dónde estabas. ¡Y no me dijiste que estabas saliendo con SAWYER VINCENT! ¡Me alegro tanto por ti!
Por fin había conseguido algo que era de Ashton. Mi madre adoraba a mi prima, y durante la mayor parte de mi vida había tenido que oír lo perfecta que era Ashton y lo maravilloso que sería si me pareciera más a ella. No me sorprende que fuese tan cruel con Ash, cuando éramos pequeñas. Sacudí la cabeza y borré el resto de mensajes de mi madre sin leerlos.
Jewel:
¿Ya sabes qué hacer con lo de la universidad? ¿Has hablado con tu padre del dinero?
Jewel:
Puedes ignorarme, pero cuando estés atrapada en nuestra vieja ciudad de siempre, cogiendo el tren para ir a la universidad pública mientras los demás están disfrutando de la verdadera experiencia universitaria… ¡Desearás haber hecho alguna cosa!
Estaba en lo cierto. Tenía que hablar con mi padre sobre el dinero que necesitaba. Aunque había conseguido una pequeña beca, si iba a la universidad fuera del estado iba a necesitar ayuda económica. Me habían aceptado y la matrícula estaba pagada, pero a causa de los ingresos de mi padre no podía obtener más dinero. No había solicitado los préstamos a tiempo y ahora necesitaba ayuda.
La lona de la tienda se abrió, y Sawyer entró con una sonrisa.
—¿Me estabas esperando?
El corazón me empezó a palpitar y las preocupaciones sobre la universidad quedaron a un lado.
—Sí.
—Perdona el retraso, pero he tenido que cazar a todos los osos hambrientos que rodeaban la tienda —dijo en tono burlón.
Iba a contestarle cuando se quitó la camiseta y su bien definido pecho hizo acto de presencia a escasos centímetros de mi cara. Tragué saliva con fuerza y me concentré en respirar con normalidad. Sus abdominales eran tan perfectos que parecían de mentira. A ver, le había visto sin camiseta, pero nunca tan cerca. Sus pantalones cortos de camuflaje colgaban de sus caderas, que sorprendentemente también estaban bien definidas. Una pequeña zona de pelo negro que bajaba desde su ombligo hasta perderse dentro de sus pantalones me hizo tragar saliva. De repente, noté que hacía muchísimo calor en la tienda, y pensé que necesitaba un buen chorro de agua fría o un abanico para refrescarme.
—Lana —la voz de Sawyer interrumpió mis pensamientos y aparté los ojos de su tentador estómago para mirarle a la cara. Oh, no. Me lamí los labios en un ademán nervioso, intenté pensar una respuesta, pero él me estaba ayudando a tumbarme y en cuestión de segundos me besó. Sus labios eran más cuidadosos de lo que indicaba su mirada. Solté un grito ahogado cuando noté su pecho desnudo presionando la fina tela de mi camiseta de tirantes y su lengua dentro de mi boca provocando, saboreando y volviéndome loca.
Necesitaba sentirle. Deslicé las manos por sus brazos, notando cómo los flexionaba. Disfrutaba de una agradable sensación de poder: el efecto que tenía en él una simple caricia, y seguí explorando su musculosa espalda. Rocé sus apetitosos abdominales con las uñas, arrancándole un gemido. Su boca abandonó la mía y dejó una estela de besos desde mi mandíbula hasta el cuello. Cuanto más se acercaba a mi pecho, más agitada se tornaba mi respiración. Apoyándose sobre un brazo, resiguió el escote de mi camiseta con la mano, observándome con atención. Sabía que estaba esperando a que le diese permiso para seguir adelante y aunque tenía claro que permitirle continuar no era una buena idea, no pude negarme. El anhelo que brillaba en sus ojos era imposible de rechazar. Temiendo que no me saliese la voz, le respondí arqueándome un poco en respuesta a su caricia. Se le abrieron los ojos en señal de sorpresa y luego adoptaron un brillo vidrioso cuando bajó la cabeza. Clavó su mirada en mí mientras presionaba los labios sobre mi escote.
Sus ojos verdes me mantuvieron hipnotizada cuando sacó la lengua con un movimiento rápido y lamió la curva de mi pecho y después siguió adelante hasta al pequeño pliegue entre ambos senos. Una mano se deslizó por debajo de mi camiseta y subió por mi estómago dejando un sendero abrasador a su paso hasta que se detuvo debajo de mi sujetador. Se me escapó una especie de quejido y eso fue el único estímulo que Sawyer necesitó. Su mano acarició el encaje de mi sujetador hasta que encontró el cierre y lo abrió con un chasquido. Cerré los ojos con fuerza al sentir que mis pechos se liberaban. Nunca me habían tocado así.
Cuando me tocó el pecho, casi di un salto. El escalofrío que me recorrió el cuerpo entero me sorprendió. Sawyer me subió la camiseta con lentitud. Si pensaba detenerlo, éste sería el momento idóneo. Abrí los ojos para decir algo, pero sus pupilas dilatadas y su expresión de asombro me paralizaron. En lugar de decir nada, me erguí un poco y alcé los brazos para que me quitara la camiseta y el sujetador. Había llegado el momento: la primera vez que me desnudaba ante un chico. Y no uno cualquiera, sino el único con el que había imaginado hacerlo. Ninguna de las fantasías que había conjurado en las que tenía esas manos sobre mi cuerpo podía compararse con la realidad.
—Lana —susurró, mirándome fijamente. Me moví un poco, abriendo las piernas para que se acomodara entre ellas.
—Oh —jadeé, y él me tapó la boca con la suya. Los besos lánguidos y tiernos habían desaparecido y Sawyer me consumía con una urgencia feroz. Mi cuerpo se pegó al suyo como si tuviese mente propia y, esta vez, fue Sawyer el que gimió. Sus manos cubrían mis pechos desnudos, acariciándome y provocando que mi mundo explotase fuera de control. Su boca ahogó mi respuesta, pero en ese momento no me importó. Era como si alguien hubiese disparado fuegos artificiales dentro de mi cuerpo. Me aferré a él, temerosa de caer a algún lugar del que no podría regresar. El dolor había repercutido por todo mi cuerpo, convirtiéndose en un placer que no sabía que existía. Al volver lentamente en mí, me di cuenta de dos cosas. Sawyer ya no me estaba tocando el pecho. Tenía las manos a ambos lados de mi cabeza, la tela del saco de dormir agarrada con fuerza en sus puños. Su cabeza estaba enterrada en la curva entre mi cuello y mi hombro, y respiraba entrecortadamente. Su cuerpo se sostenía rígido sobre el mío y, con mucho cuidado, bajé las piernas con las que me había estado sujetando a él. Sawyer no se movió ni se relajó. La vergüenza y la preocupación por lo que habíamos estado haciendo me invadieron. ¿Qué era lo que acababa de experimentar?
Su cálida boca depositó un beso en mi cuello y me estremecí.
—No lo hagas —exigió en un susurro ahogado. Dejé de moverme, temiendo haber hecho algo mal.
Permanecimos tumbados unos minutos en silencio y cada vez me sentía más preocupada.
Finalmente, levantó la cabeza y soltó el saco de dormir para enderezarse y apartarse de mí, con cuidado de no presionar mi entrepierna. La humillación me invadió al ver que buscaba mi camiseta. Sin decir nada, dejé que me la pusiera. Me tapó el pecho desnudo y también el estómago y la soltó en seguida, mientras yo me incorporaba en el saco de dormir. Había hecho algo mal. Sentía el estómago revuelto.
—Lo siento —susurré.
Sawyer alzó la cabeza para mirarme, pero no le devolví la mirada. No podía.
—¿Qué? —preguntó en una voz grave y ronca que nunca le había oído.
Me tapé la cara con las manos para que no viese las lágrimas que me brotaban.
—No sé por qué lo he hecho. Lo siento mucho. No quería…
Sawyer estaba delante de mí, apartándome las manos de la cara y obligándome a mirarle.
—¿Lo sientes? ¿Lana, comprendes lo que acaba de pasar?
Me encogí de hombros y sacudí la cabeza.
Sawyer soltó una risita y tiró de mí para que me sentara en su regazo.
—Ha sido el momento más increíble de mi vida. No lo sientas. Por favor —dijo en el mismo tono de voz grave y sexy que había utilizado antes.
Examiné su expresión un momento.
—Pero… No lo entiendo.
Sawyer se inclinó y me dio en beso en la punta de la nariz y después uno en cada párpado.
—Entonces deja que te lo explique. Una chica preciosa acaba de confiar en mí lo suficiente como para que la toque como nunca la han tocado. He podido abrazarla y contemplarla mientras se deshacía en mis brazos. No se parece a nada que haya experimentado antes. Es una chica asombrosa y ha reaccionado a mis caricias. Me desea… Y he sido yo el que ha conseguido que escalase fuera de control.
Oh. Pero…
—Pero parecías tan tenso y enfadado cuando he reaccionado así, y te has apartado de mí como si no quisieras estar conmigo.
Sawyer soltó una risa ahogada.
—Lana, estaba reuniendo hasta la última gota de autocontrol porque no quería arrancarte esos pantalones cortos y hacer algo para lo que ninguno de los dos está preparado. Durante un momento lo único que veía era el deseo que me consumía, y he estado a punto de hacerlo. Lo que has interpretado como enfado era que estaba intentando calmarme.
La firmeza que sentí junto a mi trasero al sentarme en su falda me indicó que no se había calmado del todo.
—Pero tú todavía… —No supe cómo seguir y una sonrisa torcida le apareció en la cara.
—Sí, bueno, dudo que pueda quitármelo de encima sin una ducha bien fría y creo que me la voy a dar dentro de un minuto.
Oh, vaya. Sabía lo suficiente como para comprender que un chico podía pasarlo muy mal si una chica le excitaba y no… conseguía aliviarse. El dolor había sido tan intenso antes de resquebrajarme en mil pedazos… No podía imaginar permanecer en ese estado por mucho tiempo. Él me había abrazado mientras conseguía mi desahogo.
—Podría… ayudarte —ofrecí en voz baja y él se puso rígido.
—¿Qué?
—Podría ayudarte a, mmm…, a desahogarte. Quiero decir que estás así por mi culpa. Podría…, bueno, quiero ayudar.
—Oh, mierda —musitó, tapándose la cara con la mano y frotando con fuerza—. Lana, no me puedes decir estas cosas ahora mismo.
—¿Por qué no?
—Porque con sólo pensarlo, me duele más.
Me bajé de su regazo y no levanté la vista para ver su reacción. Respiré hondo y alcancé el botón de sus pantalones. Me agarró de la mano.
—Oh, no. No dejaré que lo hagas.
—Quiero hacerlo.
Sawyer sacudió la cabeza.
—No, Lana. Iré al baño y lo solucionaré.
Aparté la mano con más fuerza de la necesaria y seguí.
—Dios —gruñó mientras le bajaba los pantalones. Alzó las caderas para que pudiese bajarlos lo suficiente. Me sentía poderosa. Ver a Sawyer Vincent completamente fascinado con todo lo que hacía era excitante, además de divertido.
La Lana nerviosa y reservada gritaba dentro de mi cabeza que no podía tocar a un chico ahí, pero yo la mandé callar y me olvidé de ella. Estaba dispuesta a hacerlo.
—Joder —resolló Sawyer, con tanta fuerza que me hizo estremecer.
Un temblor le recorrió el cuerpo.
—Lana —dijo en un susurro entrecortado—. Nunca han… No creo que pueda… Ah, qué bien.
El placer que irradiaba su expresión despertó mi deseo. Le solté y me quité la camiseta que me había puesto. Después, me senté a horcajadas sobre él, apoyándome en sus rodillas antes de sujetarle de nuevo.
—Joder —silbó Sawyer entre dientes, y se arqueó debajo de mí. Le miré a la cara y vi que sus ojos estaban fijos en mi pecho. Ésa era la idea. Quería sus ojos sobre mí.
—Más fuerte —dijo en tono suplicante—. Agárrame con más fuerza.
Había intentado no hacerle daño, pero parecía querer que le apretase más. Me incliné hacia delante y coloqué una mano en su muslo y oprimí suavemente con la otra.
—Ah —gruñó, y se dejó caer hacia atrás, apoyándose en los codos.
—Lana, me voy a… —alargó la mano para apartar la mía.
—Bien —respondí, negándome a soltarlo. Y me incliné para besar sus abdominales, que se tensaban con cada respiración.
—Mierda —gimió, y su mano se enredó en mi pelo—. No podré parar.
Le devolví la mirada, tenía los ojos empañados por el placer. Me lamí los labios deliberadamente y apreté con más fuerza.
—Joder —gritó.
Sawyer
Abrí los ojos cuando el calor de las primeras horas de la mañana cayó sobre la tienda. Los sucesos de la noche anterior me vinieron a la cabeza, y el cuerpo que se apretaba junto al mío me hizo sonreír. Anoche, Lana McDaniel me había hecho ver las estrellas. Cuando se había derretido en mis brazos, estaba convencido de que no había en el mundo nada más sexy. Pero su expresión de asombro, la boca ligeramente abierta en un gesto maravillado mientras me ayudaba con inocencia a desahogarme, fue todavía más sexy: lo más sexy que había visto en mi vida.
La apreté contra mi pecho e inhalé la dulce y sutil fragancia de su champú y cerré los ojos.
—Buenos días —dijo, un poco grogui, mientras se daba la vuelta en mis brazos para mirarme a la cara. Su sonrisa tímida indicaba que sabía que horas antes me había hecho un chico muy feliz.
—Buenos días —murmuré antes de besarla en la boca con suavidad.
Se echó atrás y se la tapó para que no hiciese nada más.
—Aliento matinal. Tengo que lavarme los dientes —explicó con la mano sobre los labios.
—Seguro que huele tan bien como el resto de ti —le aseguré, bajando la cabeza y besándola en el cuello antes de olerle la piel de forma exagerada hasta que se la escapó una risita. No me gustaban las risitas, pero la suya era sensual y poco común. Me gustaba…, y mucho.
—Levantaos; tenemos que encontrar la cascada. Dentro de unas horas hará un calor infernal, y más nos valdrá estar cerca del agua fresca cuando empiece —la voz de Jake resonó por el campamento.
Lana se separó de mí y se incorporó. Yo me acomodé y la observé mientras reunía sus provisiones.
Me lanzó una sonrisa al bajar la cremallera de la tienda. Vi el sujetador de la noche anterior en el suelo; me incorporé y la agarré del brazo.
—No puedes salir así —dije en un tono de voz más exigente de lo que planeaba. La idea de que Jake o cualquier otro la viesen con ese top diminuto hizo que me recorriese el cuerpo un sentimiento posesivo. Ni en broma.
—¿Cómo? —frunció el ceño, mirando mi mano sobre su brazo.
Recogí el sujetador y lo balanceé en el aire delante de ella.
—Tienes que ponerte esto.
Llevaba su ropa en la mano.
—Me voy a poner el bañador, así que no necesito el sujetador.
—Mmm, sí que lo necesitas. No saldrás de esta tienda con el pecho tapado sólo con ese pedazo tan fino de algodón.
Sus labios dibujaron una sonrisa y me arrebató el sujetador de la mano.
—Bueno, vale. ¿Vas a mirar mientras me lo pongo?
—Claro que sí —respondí, sonriendo y alargando el brazo para quitarle la ropa de las manos—. O aún mejor, te lo puedo poner yo.
Lana respiraba entrecortadamente cuando gateé hasta ella y me dispuse a levantarle la camiseta para sacársela. Levantó los dos brazos y la fui subiendo poco a poco, disfrutando de la vista. Siempre había tenido debilidad por los pechos y los de Lana era bonitos y grandes. No pude contenerme y la acaricié un poco. Soltó un grito ahogado que me hizo olvidar que nos estaban esperando fuera de la tienda. Su respiración rápida y agitada tenía un efecto muy positivo sobre su pecho.
—Ponme el sujetador, Sawyer.
Levanté la vista y la miré a los ojos. Estaba tan excitada como yo. Los dos íbamos a explotar si seguíamos así. Quería estar dentro de ella. Lo deseaba mucho.
—Bien —respondí, obligándome a deslizarle las tiras del sujetador por los brazos y los hombros. Le cubrí los pechos con reverencia con las copas de satén, ajustando el cierre.
—Mmm, ah…, vuelvo en seguida —balbuceó casi sin aliento.
Únicamente fui capaz de asentir.