Lana
—Si tú duermes con Beau, ¿quién dormirá conmigo? —pregunté—. No quiero dormir sola en la tienda. En las Montañas Cheaha hay osos. Lo sé con seguridad porque lo busqué en Internet.
Ashton me devolvió una sonrisa traviesa por encima del hombro.
—Bueno, estoy segura de que podrías compartir tienda con Sawyer. No dudo que preferirá estar contigo antes que con Jake.
Me dejé caer en la cama y solté un gruñido de frustración. Compartir tienda con Sawyer iba a ser complicado. Habíamos tenido dos citas desde la fiesta y no habíamos hecho más que besarnos. Después de que le parara los pies cuando empezó a tocarme el muslo, había mantenido las manos apartadas de mi cuerpo.
—No se ha ofrecido y no se lo voy a pedir. ¿Puedo poner un candado en la tienda de campaña?
Ashton rió y arrojó otro par de pantalones cortos sobre la cama para meterlos en la mochila.
—Los osos no saben bajar la cremallera de las tiendas, Lana.
—Bueno, pero los psicópatas con sierras mecánicas que merodean por el bosque en busca de chicas jóvenes sí que saben —respondí.
—¡No hay psicópatas con sierras mecánicas! No puedo creer que nunca hayas ido de acampada. Es seguro, Lana. Te lo prometo.
—Tú estarás acurrucada en brazos de Beau Vincent. Así cualquiera. Estoy convencida de que podría hasta con un oso —musité.
Ashton sacó una gran mochila roja del armario, bastante parecida a la azul que Sawyer me había ayudado a escoger. Su entusiasmo por la acampada hacía que desease compartir su alegría. Pero cada vez que pensaba en el tema, imágenes de osos, serpientes y sierras mecánicas invadían mis pensamientos.
—No pongas esa cara. Todo irá bien. Alguien compartirá la tienda contigo. No estarás sola.
Extendí el brazo para coger el biquini diminuto que mi prima había dejado sobre la cama, lo levanté y arqueé una ceja en señal de sorpresa.
—Déjame adivinar: tu madre no lo ha visto.
Ashton puso los ojos en blanco y me lo arrebató antes de echar un vistazo a la puerta para asegurarse de que seguía cerrada.
—No, no lo ha visto. No lo compré para este viaje.
—Seguro que sí —dije en tono burlón.
Frunció el entrecejo.
—Shh… ¿No te acuerdas de lo mucho que tuve que suplicar para que me dejasen ir? Sólo me dieron permiso porque Sawyer también iba a estar allí, y porque creen que tú y yo dormiremos juntas. Y es posible que no mencionase el hecho de que Beau también va.
—¡Ashton! ¡No puede ser! ¿Y si hablan con su madre? —pregunté, horrorizada.
—Eso no pasará. Mis padres y Honey Vincent no son precisamente amigos.
—Vale, si tú lo dices —respondí justó cuando mi móvil me alertó de que tenía un nuevo mensaje de texto.
Sawyer:
¿Qué haces?
Yo:
Miro a Ash mientras prepara su bolsa.
Sawyer:
¿Por qué no estás preparando la tuya?
Yo:
Pq estoy estresada por los osos que me van a comer mientras duermo.
Sawyer:
¡Ja! No te comerá ningún oso. No les gustan las pelirrojas. Estás a salvo.
Yo:
Muy gracioso. Sé a ciencia cierta que no son maniáticos y que hay de sobras en Cheaha.
Sawyer:
No, nunca he visto ninguno allí.
Yo:
Bueno, pues hay. Búscalo en Internet.
Sawyer:
Yo te protegeré.
Yo:
Puede que de día, pero de noche, cuando esté sola en mi tienda, vendrán a por mí.
Sawyer:
¿Sola en tu tienda? No. Estás en mi tienda.
Levanté la vista y me encontré con Ashton observándome mientras intercambiaba mensajes con Sawyer. Estaba de lo más entretenida.
—Bueno, ¿y qué dice?
—Que compartiremos tienda.
Arqueó las cejas.
—Te lo dije.
Yo:
¿Estás seguro?
Sawyer:
Claro que sí. ¿Por qué crees que voy de acampada?
Yo:
Mmm…, porque te gusta dormir en el suelo y que te persigan los osos?
Sawyer:
Qué graciosa. Lleva el culito hasta tu habitación y ponte a preparar la bolsa.
Yo:
Sí, señor.
—Mujer de poca fe —canturreó Ashton al ponerme de pie y guardarme el móvil en el bolsillo.
—Sí, sí, lo sabes todo.
—¿Vas a preparar la mochila?
—Sí, supongo que tendré que empezar. ¿De verdad hay que salir tan temprano?
—Me temo que sí. Es un viaje de cinco horas y tendremos que caminar para llegar al lugar de la acampada y montar las tiendas antes de que anochezca.
Aún estaba oscuro cuando llegó Sawyer en el Suburban de su padre. Tenía capacidad para ocho personas. Así podíamos viajar todos juntos.
Había guardado toda la ropa que pude en la mochila. Ashton me aseguró que habría duchas cerca del campamento y que podríamos usarlas sin problema. No pensaba lavarme en el río, que estaría infestado de serpientes.
—Buenos días, preciosa —dijo Sawyer cuando salí trastabillando por la puerta. Nos habíamos quedado dormidas y no tuvimos tiempo de preparar café.
Mis ojos se fijaron en el vaso de plástico que Sawyer me ofrecía.
—¿Lo tomas solo, no?
—Ven aquí —dije, agarrándole de la camiseta negra para besarle. Antes de abalanzarme sobre el café, le planté un sonoro beso en la boca.
—Eres mi héroe.
—Si vas a recibirme así, creo que apareceré por aquí cada mañana con una cafetera-dijo Sawyer arrastrando las palabras en tono sexy mientras me pasaba la mano por la cintura.
—Tenemos que cargar el coche. Apártate de la chica, cupido, y ayuda un poco —gruñó Jake agarrando mi mochila y mi saco de dormir.
Sawyer rió entre dientes y levantó la bolsa de deporte en la que Ash y yo habíamos guardado las cosas que no habían cabido en las mochilas. Me miró arqueando una ceja.
—Es que no cabía… Además, no es todo mío. Ashton y yo necesitábamos algunas cosas más —expliqué.
—Estás rompiendo una de las reglas de las acampadas, pero como estás tan guapa, lo dejaré pasar.
Me puse el café en los labios para esconder la sonrisa boba que tenía en la cara. ¿Quién hubiese pensado que al bueno de los Vincent se le daba tan bien coquetear?
—¿Y esa bolsa? —inquirió Toby cuando Sawyer se la arrojó para que la atase encima del vehículo.
—A las chicas no les cabían todas las cosas en las mochilas. Cállate y átala —respondió Sawyer y se dio la vuelta para mirarme con expresión arrogante.
—Kayla también tenía una bolsa extra y la obligué a dejarla en casa —se quejó Toby.
—No es culpa nuestra que seas un novio de pena, chaval. Ahora, átala ya —dijo Beau en tono irritado al aparecer junto al Suburban.
Me dispuse a subir, pero me detuve porque no sabía si iba viajar delante, junto a Sawyer. Examiné el jardín en busca de Ashton, pero todavía estaba oscuro y la luz del porche sólo iluminaba parte del patio.
—¿Así que tú eres la nueva chica de Sawyer? —preguntó una voz desconocida a mi espalda. Me di la vuelta y encontré a una rubia menuda, con unos rizos desordenados que le salían disparados en todas direcciones. Tenía los ojos de un azul radiante, tan deslumbrante que sólo podía deberse a un par lentes de contacto. Su bronceado no encajaba con el color pálido de su pelo. Pero era muy guapa.
—Mmm, sí. Bueno, no. Sólo somos amigos —respondí.
—No sois sólo amigos. Sawyer no besa a sus amigos. Si lo hiciese, yo estaría en la cola esperando mi turno. He sido amiga suya desde la guardería y no me ha besado ni una vez —contestó ella, poniendo los ojos en blanco.
—Ah —fue la única respuesta que pude ofrecerle. Era muy temprano y aún no me había terminado el café. Mi competencia verbal no estaba a la altura.
—Me llamo Heidi. Kayla es una de mis mejores amigas. Fuimos animadoras durante los cuatro años de instituto. Jake y yo estamos juntos, bueno, a ratos. Ahora mismo, somos pareja. —Me guiñó el ojo y tomó un sorbo de su termo.
—¿Subes o qué? Creo que Jake y yo iremos detrás —hizo una pausa y miró a su alrededor—. A menos que prefieran ir Beau y Ash allí. No estoy de humor para soportar una maratón romántica de Beau Vincent durante todo el trayecto.
—¿Cuatro detrás? ¿No estaremos muy apretados?
Heidi frunció el ceño como si se le acabase de ocurrir.
—Ah, supongo que podemos sentarnos por parejas.
Seguía sin estar segura de dónde sentarme. Sawyer apareció a mi lado y abrió la puerta del copiloto.
—Tú te sientas conmigo. Si voy a conducir durante todo el viaje, al menos merezco tenerte cerca para que me distraigas.
Eso respondía a mi pregunta.
Heidi levantó la cabeza para ver a Toby y a Jake, que estaban atando el equipaje al techo del Suburban.
—¿Cómo nos sentamos? Iba a entrar, pero no sé dónde me toca. Imagino que tendremos que ponernos de tres en tres.
—Ash y yo vamos detrás, y alguien más tendrá que sentarse con nosotros —le informó Beau mientras abría la puerta y ayudaba a su chica a subir.
—Jake, tú vas detrás, con Beau. Heidi puede sentarse con Kayla y yo en medio —intervino Toby.
—¿Por qué tengo que quedarme con Beau? ¿Por qué no vas tú? —le espetó Jake.
—Porque Kayla es mi novia, y Heidi es una amiga con derechos —respondió Toby bajando de un salto y comprobando las correas una última vez antes de darles un buen tirón.
—¡Eh! ¡No me llames eso! —chilló Heidi.
Toby se encogió de hombros.
—Lo siento, Heidi, digo lo que veo. Si algún día os volvéis exclusivos, te aseguro que cambiaré de opinión.
—No puedo creer lo que has dicho —comentó Jake con una sonrisa de suficiencia, mientras daba la vuelta al coche hacia nosotros.
Sawyer se inclinó y me susurró al oído:
—Van a seguir discutiendo sobre el tema un rato más. Más vale que subas.
Me dio la mano y me ayudó a subir. Me encantaba la forma que tenía de hacerme sentir especial con esos pequeños detalles.
—Me pararé en Starbucks para conseguirte un poco más de café en cuanto salgamos de Grove —prometió antes de cerrar la puerta.
Sawyer
Lana tenía la nariz metida en su café recién hecho, disfrutando del aroma. Había decidido desviarnos un poco y pasar por la ciudad de Mobile para entrar en Starbucks. Ahora estaba mucho más despierta y alerta que cuando la vi salir por la puerta tambaleándose, medio dormida. Quise acurrucarme con ella y llevarla a la cama, pero no era posible. Lana había marcado una frontera física y yo estaba intentando respetarla. Pero cuanto más tiempo pasábamos juntos, más difícil me resultaba.
—¿Cómo es que el café de Starbucks siempre huele mejor que el de casa? —preguntó en tono pícaro. Si no fuese porque sabía que esa chica no tenía ni idea de coquetear, pensaría que lo estaba haciendo a propósito. Cuanto más la conocía, más claro lo veía: Lana no tenía ni idea de lo tentadora que era.
—Son juegos mentales. Se les da muy bien el marketing —respondí, levantando mi café y tomando un buen sorbo antes de volver a dejarlo en el posavasos.
—Mmm… No sé. He comprado la marca Starbucks en la tienda y me lo he preparado en casa, pero no huele igual.
Iba a responder, pero Jake bramó:
—¡Aquí no hay espacio suficiente para Beau y para mí! Estamos apiñados. Heidi y yo tenemos que cambiarnos de sitio.
—Ponte a Ash sobre la falda, Beau, y deja un poco de sitio para Jake —respondí, mirando de reojo a Lana, que me observaba con cara de sorpresa. Le guiñé un ojo y le di la mano.
—¿Qué pasa?
Sacudió la cabeza y me sonrió.
—¡Oh! Mucho mejor —dijo Jake, con un suspiro de alivio—. Dame mi almohada, Heidi. Creo que necesitaré dormir un poco. Con Ash encima de Beau, las cosas se saldrán de madre dentro de poco y la verdad es que prefiero no verlo.
Se me encogió el estómago al oírlo, pero sólo durante un segundo. No me había importado sugerir que Ash se sentase en el regazo de Beau, pero la imagen de mi hermano tocándola aún me afectaba. Entrelacé los dedos con los de Lana y me concentré en la carretera y en el hecho de que tendría a esa adorable pelirroja acurrucada en mi tienda durante las próximas tres noches.
Las tiendas de campaña estaban montadas y el fuego ardía con fuerza cuando el sol se puso tras las montañas Cheaha. Las chicas habían ido a los baños a ducharse. Habíamos tenido que instalar el campamento más cerca del baño público de lo que hubiese preferido, pero Ashton se había puesto de morros cuando sugerí que lo trasladásemos un kilómetro más allá. Beau soltó todo lo que tenía en las manos y, sin consultar a nadie, empezó a montar su tienda. Ash nunca se enfadaba conmigo para salirse con la suya. Era extraño verla expresar su opinión. Pero todavía era más extraño ver a Beau sucumbir con tanta facilidad. Ashton era completamente distinta con él. No se doblegaba a su voluntad, ni le preguntaba qué quería antes de decidir. Volvía a ser la chica de espíritu libre, la que tiraba globos de agua a los coches y se escabullía de su habitación para ir a consolar al hijo de la camarera. Sólo necesitaba a Beau para encontrarse a sí misma. Se me formó un nudo en la garganta al darme cuenta de que por mi culpa se había olvidado de quién era. Me alejé de la hoguera, en dirección a la oscuridad, para contemplar la naturaleza que nos rodeaba, sumida en las sombras. Me presioné el pecho con la mano y lo froté con fuerza, intentando que desapareciese la opresión que sentía.
Justo cuando pensaba que las cosas estaban mejorando y que llevaba mejor lo de Ashton, pasaba algo que me lanzaba otra vez de cabeza al pasado. Cierto, cada vez era más fácil y no tenía nada que ver con lo que sentía al principio, pero el dolor no había desaparecido del todo. Y temía que nunca lo hiciese. Ashton siempre sería mi gran error. No por haberla amado, sino porque la había perdido.
—¿Estás bien? —la voz de Beau rompió el silencio que me rodeaba. Bajé la mano del pecho, me la metí en el bolsillo y asentí sin darme la vuelta para mirarle.
—¿Qué haces aquí? ¿Escapar de las quejas de Jake?
—Estoy echando un vistazo —respondí.
Beau se puso a mi lado. Por mi visión periférica, vi que estaba mirando en la misma dirección que yo.
—Pareces feliz con Lana. Ash dice que le gustas mucho.
La advertencia en su voz era evidente. Si hacía daño a Lana, hacía daño a Ashton, y eso Beau no lo iba a permitir.
—Lana es fantástica. Y conoce perfectamente mi situación. Pronto llegará agosto y yo me iré a Florida y ella se marchará a… dondequiera que se marche.
Beau giró la cabeza para mirarme.
—¿No sabes ni siquiera a qué universidad irá?
—No. No ha surgido en nuestras conversaciones.
Beau sacudió la cabeza con incredulidad.
—Antes, no hace mucho, eras el bueno. Te preocupabas por los sentimientos de todo el mundo. Era hasta ridículo lo educado y atento que eras. Has cambiado, Sawyer. No puedo creer lo que estoy diciendo, pero echo de menos a ese tío. Siempre le admiré. No podía enorgullecerme de mis decisiones, pero siempre estaba tan orgulloso de las tuyas, joder.
La ira que había brotado a la superficie desapareció con su última frase. Beau se dio la vuelta y regresó al campamento, dejándome solo para pensar en lo que acababa de decirme. Saber que se sentía orgulloso de mí hizo que me ardiesen los ojos. Nunca hubiese imaginado que mi hermano, el tío duro, estuviese dispuesto a admitirlo.