Lana
—No, papá. No es que no quiera ir. De verdad. Es que nunca he estado en Nueva York y ni siquiera conozco a Shandra. Me sentiría más cómoda si pudiese acompañarme alguien —expliqué.
—Puedes venir con quien quieras menos con tu madre —dijo mi padre—. No quiero tener que tratar con ella. Intenta buscar tiempo para pasarlo con Shandra, por favor. Tiene muchas ganas de conocerte. Tenemos unas noticias muy especiales para ti.
—¿Noticias?
Mi padre se aclaró la garganta, tapó el micrófono con la mano y habló en voz baja con alguien. ¿Qué otras noticias podía tener? Ya me había soltado la bomba de su nuevo matrimonio. Suponía que no iban a mudarse a nuestra ciudad, porque sería desastroso. Mi madre no se atrevería a salir de casa sin sospechar que cotilleaban sobre ella o que la compadecían.
—Shandra dice que te lo cuente. Así estarás preparada, cuando llegues.
—Vale… —respondí, sintiendo un nudo en el estómago.
—Estás a punto de convertirte en hermana mayor —respondió. Su entusiasmo era evidente.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Shandra tiene un hijo?
No tenía sentido. ¿Por qué iba a emocionarme por tener un hermanastro al que apenas conocería?
—No, Shandra no tiene ningún hijo… todavía. Ya sabes cómo va esto. Tienes dieciocho años, Lana. Tienes idea de cómo se hacen los bebés, ¿no? Pensaba que tu madre te lo había explicado.
—Ya sé cómo se hacen los bebés, papá. Lo que no comprendo es… Espera… ¿Está embarazada? —pregunté horrorizada. Mi padre había dejado embarazada a alguien. ¡Tenía casi cincuenta años! ¡Puaj! Iba a ser como el abuelo del niño.
Mi padre rió al teléfono.
—Sí, Shandra está embarazada. Habíamos planeado casarnos en Navidad. Le encanta la Navidad en Nueva York, pero, bueno, el bebé ya estará aquí para entonces, así que en vez de esperar, decidimos seguir adelante y casarnos en verano.
Me había quedado muda. ¿Cómo podía responder a una noticia de ese calibre? Me hundí en los escalones de la casa de mis tíos y apoyé la cabeza en las rodillas.
Mi padre siguió charlando sobre los planes de boda y el bebé. Pensaban mudarse de Manhattan a Nueva Jersey para poder permitirse una casa. Yo no tendría habitación, pero podría compartir la del bebé cuando fuese de visita. Me dijo que podía ir siempre que quisiera.
—¿Lana? —la voz de Sawyer fue una distracción más que bienvenida.
Levanté la cabeza y me quedé mirándole; estaba de pie delante de mí con una expresión preocupada. Me pregunté cuánto rato llevaría escuchado.
—Papá, tengo que irme. Mi, mmm, mi amigo acaba de llegar y tenemos planes. Te llamo luego, cuando haya decidido lo que haré.
—Pero vendrás…
—No estoy segura, papá. Ahora tengo que irme. Te llamaré cuando lo sepa. —Colgué el teléfono antes de que pudiese decir algo más. Aún no me sentía capaz de levantarme. Necesitaba un momento.
—¿Estás bien? —preguntó Sawyer, agachándose para sentarse a mi lado al ver que no me movía.
Iba a asentir, pero acabé haciendo un gesto de negación con la cabeza.
Me pasó el brazo por el hombro y me estrechó junto a él. La pequeña muestra de consuelo hizo que los ojos se me llenaran de lágrimas. Enterré la cabeza en la curva de su brazo y me esforcé en mitigar los gimoteos que no podía controlar.
Sawyer no intentó animarme ni me ofreció palabras vacías. Sólo me abrazó con más fuerza y me besó en el pelo, la sien y la frente mientras yo sollozaba en sus brazos. Nunca había llorado en brazos de nadie. Abrirme y compartir mis sentimientos era una experiencia completamente nueva. La parte de mí que estaba estupefacta por el comportamiento de mi padre quedó a un lado, y absorbí todo el consuelo posible. Iba a ser fugaz, pero pensaba aprovecharlo mientras lo tuviese.
Después de unos minutos conseguí controlar mis lágrimas y me sequé la cara con las manos. Por suerte, mi padre había llamado antes de que me maquillase. Hubiese sido humillante si hubiese manchado de rímel el polo blanco de Sawyer.
—¿Quieres hablar del tema?
Compartir con él la noticia de que mi padre había dejado embarazada su novia de veintitrés años no era algo que estuviese dispuesta a hacer. Era mucho que asimilar. No quería ver la compasión en sus ojos, cuando me mirase. Prefería la lujuria o la atracción. Si se compadecía de mí, no sería capaz de soportarlo.
—No —respondí, y me incorporé para ver si le había mojado la camiseta.
—Me secaré —dijo con una sonrisa. Me miraba atentamente, con cara de preocupación. Una pequeña parte de mí quería contárselo, pero en realidad sabía que nunca volvería a verme igual si se enteraba de lo patética que era mi vida.
—Gracias.
Sawyer se inclinó y me besó con delicadeza la comisura de los labios antes de cubrir mi boca con la suya.
No intentó que me abriese a él. Mantuvo el beso tierno y delicado.
—Mmm… He estado pensando en estos labios dulces toda la mañana —susurró pegado a mí.
Derretirme en sus brazos era sencillo e inevitable. Yo siempre tenía hambre de Sawyer, cada vez más. Se separó de mí mucho antes de lo que hubiese deseado y me acarició el pelo con la mano antes de enredarse unos cuantos rizos en un dedo.
—¿Por qué no terminas de arreglarte? Tengo ganas de tenerte para mí solo todo el día.
De repente, las piernas me volvieron a funcionar. Me puse de pie y le sonreí.
—Dame diez minutos.
Sawyer también se levantó y se dispuso a seguirme antes de detenerse de golpe.
—Mmm, sí, creo que esperaré en la furgoneta, si te parece bien.
Ashton no estaba en casa. Se había marchado con Beau una hora antes, pero sabía que ésa no era la razón por la que no quería entrar. Tenía que haber muchos recuerdos ahí dentro, y él aún no estaba listo para revivirlos.
—Bien, no tardaré mucho —le aseguré.
Sawyer
Entrar en el camino de tierra que conducía al prado no me parecía una buena idea. Acababa de pasar el día con Lana, los dos solos. Compramos un saco de dormir, una mochila y otros bártulos para la acampada. Después, en lugar de ir a ver una película, me convenció para que jugáramos los dieciocho hoyos del mini golf. Me había parecido una idea ridícula, pero escuchar la risa de Lana y verla pavonearse por el campo cuando consiguió un hoyo a la primera había sido mucho más entretenido que cualquier película.
—No venía aquí desde que… —Se interrumpió, mordisqueándose el labio inferior.
En la última fiesta en el prado a la que Lana había asistido, había encubierto a Beau y a Ashton. Cuando comprendí que estaba al corriente de que mi novia y mi primo me habían estado engañando a mis espaldas y no me lo había contado, me enfadé. Siempre había creído que estaba de mi lado. Pero no era culpa suya. Había progresado lo suficiente como para verlo con claridad. Alargué el brazo y le di la mano.
—La última vez fue cuando Beau y Ash me traicionaron. Aunque les encubriste, no fue culpa tuya. No te preocupes, ¿vale?
Dejó de mordisquearse el labio; lo tenía rojo y un poco hinchado. Bueno, qué demonios, era demasiado tentador. Le solté la mano, deslicé la mía entre sus piernas y tiré de ella.
—Mucho mejor así. Estabas demasiado lejos —susurré antes de inclinar la cabeza para tomar su labio inferior entre los míos y succionarlo con delicadeza. El pequeño grito de sorpresa que soltó hizo que la estrechase más contra mí. Dejé resbalar la mano un poco más entre sus piernas y presioné la suave piel de su muslo.
Lana apretó su pecho contra el mío y articuló una especie de ruego. Le levanté la pierna y la coloqué encima de mi rodilla, y deslicé la mano un poco más arriba de su muslo. Su respiración se volvió entrecortada y me di cuenta de que el corazón me latía más deprisa cuanto más me acercaba a su ropa interior.
—No, no sigas —dijo casi sin aliento y me empujó con suavidad para interrumpir el beso. Se sentó bien en su asiento y cerró las piernas. Había estado a punto de hacer algo que sólo había hecho una sola vez en toda mi vida, cuando tenía trece años y me había mostrado confuso, sin entender por qué quería Nicole que la tocase.
—Lo siento —dije, apoyando la cabeza en el respaldo y concentrándome en los árboles que tenía en frente, en lugar de comprobar si estaba enfadada conmigo, o peor, asustada. Tenía que controlar el galope de mi corazón. Había estado tan cerca.
—No te disculpes. Es que… nunca había hecho nada así y me he puesto un poco nerviosa. No sé si estoy preparada para eso.
Me cubrió la mano con la suya y abrí el puño que tenía apretado.
—Yo tampoco —respondí, volviéndome para mirarla a los ojos.
Se le pusieron como platos.
—Tú tampoco… ¿qué?
Solté una risa ahogada y giré la mano para que nuestras palmas se tocasen. Después entrelacé mis dedos con los suyos.
—Nunca había hecho nada así. A menos que cuentes la vez que Nicole me encerró con ella en el armario de Kayla y me dijo que si no le tocaba las braguitas le diría a toda la escuela que tenía miedo de besarla.
A Lana se le escapó una carcajada, y se tapó la boca con la mano que tenía libre para reprimirla. Sonreí y estreché sus dedos. Era una historia graciosa.
—Deja que te diga que lo que hemos estado a punto de hacer le da mil vueltas a ese recuerdo extraño y perturbador.
Esta vez las carcajadas eran demasiado fuertes para contenerlas con la mano, así que alargué el brazo y se la aparté de la boca.
—No lo hagas. Me gusta oírte reír. Y es una historia divertidísima. Así que es normal reírse.
—No puedo creer que Nicole te amenazara —dijo entre carcajadas.
—¿De verdad? ¿Conoces a Nicole? Estaba decidida a perder la virginidad antes de llegar al instituto. Creo que Beau la ayudó a cumplir su objetivo a los catorce años.
—Vaya. —Su risa se fue atenuando y una expresión seria la sustituyó.
—¿En qué estás pensando?
Una sonrisa forzada le apareció en los labios.
—En nada, perdona —dijo mirando la hoguera que ardía en la distancia, entre los nogales—. ¿Listo para salir?
Se encerraba mucho en sí misma. Cuanto menos quería explicarme algo, más deseaba conocerla.
Su móvil empezó a sonar con una canción romanticona y ella lo sacó del bolso. En vez de contestar, lo apagó en seguida y lo guardó en el bolsillo de su bolso.
—¿Nadie importante? —pregunté, deseando que compartiese algo, lo que fuera, conmigo.
Negó la cabeza y buscó el tirador de la puerta.
—No. Ya llamaré luego.
Observé cómo bajaba de la furgoneta de un salto antes de decidirme a salir. Lana McDaniel se lo guardaba todo dentro. Me pregunté si alguna vez llegaría a descubrir qué pensaba en realidad.
Sentado en la plataforma trasera de la furgoneta de Jake, con Lana sentada entré mis piernas, me sentía satisfecho. Ash estaba acurrucada en la falda de Beau, pero ni siquiera aparecía en mi radar. Había conseguido hablar con todo el mundo, Beau incluido. Charlamos de fútbol, de la universidad y de nuestra acampada, sin discusiones. Era agradable. Lana era agradable. No, era más que agradable. Tenerla entre mis brazos lo hacía todo soportable.
—Atención. Kyle y Nic acaban de llegar —dijo Ethan antes de tomar otro trago de cerveza. Nicole no se había dejado ver mucho desde que Beau y Ash empezaron a salir. Me había intentado tirar los tejos varias veces. En una ocasión, incluso me había sentido tentado de llevarla a mi furgoneta y hacer algo con ella. Acabar con esa historia. Pero no pude hacerlo. No quería que mi primera vez fuese con Nicole en la parte trasera de una furgoneta en una fiesta. Había esperado todo este tiempo, podía esperar un poco más. Se suponía que Ash iba a ser la única para mí. Pero ese plan había terminado. Llegué a la conclusión de que algún día aparecería la chica correcta y, cuando ocurriese, el lugar no importaría, siempre y cuando estuviese con la única persona sin la que no podía vivir.
—Viene hacia aquí —dijo Kayla con suficiencia. Le gustaba el melodrama. Y con Nicole cerca, habría de sobras.
—¿Quieres que nos vayamos, cariño? —preguntó Beau a Ashton, haciendo ademán de levantarse.
—No. Nicole no me asusta. ¿Qué me va a hacer? —Beau rió por lo bajo y le dio un beso en la nariz. Sentí una pequeña opresión en el pecho al verlo, pero nada que ver con lo de antes, cuando no podía respirar cada vez que la besaba.
—Mira quién hay aquí, los chicos Vincent. Llevándose bien. Los dos acurrucados con sus chicas sin intentar pegarse. Parece que Sawyer ha pasado página, Ash —dijo Nicole arrastrando las palabras y guiñándome un ojo mientras se paseaba a ritmo tranquilo hasta detenerse delante de Lana.
—Como has superado tu depresión por Ashton, ¿por qué no salimos tú y yo a divertirnos un rato?
Lana se puso rígida en mis brazos. El instinto de protegerla me recorrió todo el cuerpo y la abracé con más fuerza, apoyando las manos en sus caderas.
—Tendré que pasar, Nic. Ya he encontrado a alguien con quien compartir el verano.
Nicole hizo una mueca mientras examinaba a Lana con la mirada, como si no la impresionase en absoluto.
—Podrías aspirar a algo mejor.
—No estoy de acuerdo.
—Necesitas a alguien con experiencia, después de perder todos esos años con la chica buena del pueblo.
Oí a Ashton ordenando a Beau que se calmara e ignorase a Nicole.
—No me interesa la mercancía de segunda mano. Tengo unos mínimos, ¿sabes?
La risa sorprendida de Lana me hizo sonreír como un bobo. Me encantaba hacerla reír. Se relajó y se recostó en mi pecho. Saber que la hacía sentir a salvo resultaba increíble.
—Antes los chicos Vincent eran lo más de por aquí. No habéis dado la talla. Sois un par de aburridos. Algún día desearéis la excitación que os habéis perdido —rugió Nicole, antes de echarse el pelo castaño a la espalda y acercarse a Kyle, que se había mantenido de pie en silencio mientras observaba cómo intentaba seducirme.
»Venga, Kyle, ya me he cansado de este sitio.
Se fue a grandes pasos y Kyle me lanzó una mirada de disculpa antes de seguirla.
—¿Por qué la aguanta? —preguntó Ashton mientras se alejaban.
—Porque es un polvo fácil —respondió Jake.
—A veces no vale la pena —intervino Toby.
No podía estar más de acuerdo. Nic venía acompañada de un montón de problemas.
—Con el tiempo, Kyle se hartará —apunté.
Lana se contoneó entre mis piernas hasta que tuvo el trasero apretado contra mí. Por agradable que fuese, podía acabar en una situación embarazosa. Moví las manos a sus caderas y bajé la cabeza para susurrarle al oído:
—Si sigues contoneando el culito de esa forma, tendremos un problema.
Lana se pudo rígida otra vez y ladeó la cabeza para mirarme.
—¿Qué quieres decir? —preguntó en voz baja.
Con una sonrisa de oreja a oreja, enterré la cabeza en su pelo para que nadie me pudiese leer los labios. Aunque no me preocupaba que me oyesen, sabía que a ella sí, y no quería avergonzarla.
—Me estás excitando demasiado. Me encantaría volver a la furgoneta y retomar lo que estábamos haciendo antes. Me está costando olvidar cuánto me gustas, pero no puedo. Soy un hombre y tú eres supersexy. Mi cuerpo está reaccionando.
—Ah —murmuró.
Respiré hondo, inhalando la fragancia de sus cabellos. Era un aroma ligero, inocente y dulce que no debería excitarme tanto, pero lo hacía. Lo único en lo que podía pensar era si en todas partes olía igual de bien. Deseaba mucho descubrirlo. Pero mucho…
—Deberíamos quedarnos aquí —susurró y se le cortó un poco la voz cuando presioné la inevitable reacción de mi cuerpo contra la suave curva de su trasero.
—Seguramente, pero eso no me libra de pensar en ello —respondí en voz baja mientras le acariciaba con los labios la delicada piel de detrás de la oreja. Se estremeció en mis brazos y mi abrazo se intensificó. Saboreé la piel que me estaba fascinando con un pequeño lametazo. Sí, era dulce.
—A la mierda los dos. Parecéis dos perros en celo. No queremos verlo. ¿Cuántas veces tengo que decirlo? —bufó Jake en un tono divertido que nos hizo bajar de las nubes. Estábamos a punto de enrollarnos delante de todo el mundo. Me había olvidado de que estaban aquí. El aroma de Lana me enturbiaba el cerebro y hacía que sólo pensase en una cosa.
La risita que se le escapó a Lana me sorprendió. Bajé la cabeza para mirarla y el brillo de sus ojos hizo que se me hinchiera el pecho de orgullo. No estaba avergonzada. La verdad es que no la conocía en absoluto.