Lana
La música sonaba en algún lugar a lo lejos y yo giraba en círculos, buscándola. Antes de caerme dando volteretas por un acantilado y precipitarme a una muerte segura, abrí los ojos. Miré al techo. Ahora la música sonaba mucho más alto. Colbie Caillat me estaba avisando de que me llamaban. Con un gruñido, alargué la mano para coger el teléfono que tenía sobre la almohada de al lado. Me había ido a dormir con la esperanza de recibir un mensaje de Sawyer, pero el mensaje no llegó.
¿Por qué me estaba llamando mi madre a las siete y media de la mañana?
—¿Mamá?
—Hola, cielo. Siento despertarte, pero quería hablar contigo antes de que lo hiciese el imbécil de tu padre. Tienes que enterarte de esto por mí, no por él. No siente ni una gota de compasión por los demás. Va por el mundo hiriendo a la gente y haciendo lo que le da la gana. Es un egoísta. No te ha llamado, ¿verdad? Porque si ya te ha llamado, voy a subirme al primer avión con destino a Nueva York y le daré…
—Mamá, ¿puedes decirme qué pasa, por favor? —me incorporé en la cama mientras ella seguía despotricando sobre mi padre. Era su pasatiempo favorito: inventar nuevos insultos para el que un día fue su marido.
—Lo siento. Me he dejado llevar. Tu padre se va casar, Lana, con esa putilla nueva suya —dijo con un suspiro.
Me había preparado para algo así, quizá no tan pronto, pero sabía que se había mudado para estar más cerca de una mujer a la que había conocido durante un viaje de negocios. Pensaba visitarle una semana durante el verano, si él tenía tiempo. Era patético que tuviese que esforzarse en buscar tiempo para pasarlo conmigo, pero al fin y al cabo era mi padre. Hasta el año pasado, habíamos vivido en la misma casa. Aunque al principio le odiaba, con el tiempo quise recuperar mi relación con él.
—Vale… —empecé, intentando filtrar mis palabras con cuidado para hablar con mi madre. Se volvía loca si le defendía. A mí tampoco me gustaba que me recordase que también me había abandonado. Sabía lo que había hecho. El día que firmaron los papeles me dijo que se había quedado con ella hasta que fui mayor. Planeaba dejarla en cuanto yo fuese a la universidad, pero a causa de algunos imprevistos tuvo que marcharse un poco antes. Dijo que nada de eso era culpa mía. Que me quería y que estaba orgulloso de mí. Necesitaba creerlo. Me aferré a ello esa noche, tumbada en la cama oyendo llorar y gritar a mi madre mientras lanzaba cosas a la otra punta de la habitación.
—Sabíamos que iba en serio cuando se mudó allí para estar con ella. ¿Cuándo planea casarse?
—¡Te aseguro que yo no esperaba que tu padre, con cuarenta y siete años, se casara con una zorra de veintitrés! ¿Qué pensará todo el mundo? Destrozará nuestra reputación. La gente lo descubrirá y hablará. No podrás poner un pie en la ciudad sin que susurren a tus espaldas. Esto nos arruinará, Lana. ¡Nos arruinará!
—¿Veintitrés? —me encogí un poco al oírlo. ¿Qué hacía mi padre prometido con una chica sólo cinco años mayor que yo? Era simplemente… repugnante. Mi madre siguió despotricando e insultando a mi padre mientras yo permanecía sentada mirando al frente. El mensaje «El hogar está donde reside el corazón» estaba enmarcado y colgaba de la pared azul, burlándose de mí. ¿Hogar? ¿Qué hogar? ¿La casa de mi madre, donde nunca había paz? ¿El apartamento de mi padre en Manhattan? Medía unos ciento cincuenta metros cuadrados y se iba a mudar con su nueva esposa, de edad universitaria. Empecé a llorar cuando noté el olor a café que venía del pasillo. Oía a mi tía y mi tío charlando alegremente y también sentí el aroma del beicon friéndose. Éste era mi hogar. El hogar que nunca había conocido.
—¿Me has oído, Lana?
Me sacudí de encima el sentimiento de autocompasión que empezaba a invadirme y me aclaré la garganta.
—Lo siento, mamá, ¿qué decías?
—Quiere que vayas a Nueva York para la boda. ¿Te lo puedes creer? Mi niña en Nueva York. Le dije que no. Que no ibas a querer asistir a esa ridícula boda, pero él insistió en que quería hablar contigo. Prepárate para su llamada. La pequeña ramera quiere que seas dama de honor. ¡Pero si ni siquiera la conoces!
—Vale, mamá. Gracias por avisarme. Tengo que colgar. Te llamo luego. Ashton me está esperando para salir a correr.
Mi madre se tragó la mentira y yo me dejé caer otra vez sobre la almohada.
¿Podían empeorar las cosas? El teléfono fijo sonó y oí contestar a mi tía. No tuve que escuchar para saber que era mi madre contándoselo todo. Sabía que mi tía me cubriría las espaldas si mi madre mencionaba lo de salir a correr con Ash. Ella me entendía. Siempre lo había hecho. Me acurruqué otra vez bajo las sábanas y cerré los ojos. Por ahora, podía fingir que éste era mi hogar, que estaba en un lugar seguro y feliz.
Al entrar en la cocina varias horas después, el vago aroma del beicon seguía en el aire. Ashton estaba de pie en pijama junto a la encimera, con el pelo revuelto, sirviéndose una taza de café.
—Buenos días —dije, deteniéndome junto al armario para coger otra taza para mí.
—Oh, pero si es mi compañera de deporte. —Su tono de voz burlón me hizo reír.
—Ah, sí. Perdona. Necesitaba una excusa para colgar.
Ella rió y me pasó el café.
—No pasa nada. Según lo que ha escrito mi madre, te ha encubierto —respondió, señalando la nota que estaba encima de la barra. Alargué la mano y la cogí.
Buenos días, chicas:
Espero que hayáis disfrutado de vuestro ejercicio matinal. Tengo que confesar que cuando Caroline llamó esta mañana y dijo que habíais salido a correr, me sorprendí un poco. Hubiese jurado que las puertas de vuestras habitaciones estaban bien cerradas, y vosotras dentro. Pero no os preocupéis, no he compartido esa información con mi hermana. Está convencida de que habéis disfrutado de una buena carrera antes de volver a casa para comer el beicon y los huevos que os he preparado.
Con cariño,
Mamá
Sonreí para mí misma y volví a dejar la nota.
—¿Cómo lo hace tu madre para ser tan genial cuando la mía es una psicópata trastornada? —pregunté, tomando un sorbo de mi café solo.
Mi prima no se molestó en negar la locura de mi madre. Me ofreció una mueca triste y se encogió de hombros.
—¿Por qué te ha llamado tan temprano?
Dejé la taza en la mesa. La verdad es que no quería hablar del tema, pero sabía que comentarlo con alguien que no fuese mi madre me ayudaría a tomar una decisión.
—Mi padre se va a casar.
A Ashton se le abrieron los ojos como platos y apoyó los dos codos en la encimera, mirándome fijamente durante un momento. Intentaba evaluar mi reacción a semejante noticia.
—¿Ya te lo esperabas, no? —preguntó vacilante.
—Sí, pero no tan pronto y menos con una chica sólo cinco años mayor que yo.
Se quedó con la boca abierta.
—¿El tío Nolan está prometido con una chica de veintitrés?
Sonaba ridículo, en voz alta. Mi padre no era un hombre atractivo. Sí, le quería, pero era viejo y se estaba quedando calvo. Por no mencionar la tripa que tenía.
—Es de locos, ¿eh?
—Sí, es increíble… ¿Estás bien? ¿Te va a llamar?
No estaba segura de haber estado bien nunca, incluso cuando mis padres vivían en casa. Se peleaban continuamente. Casi todos mis recuerdos incluían escenas en las que mi madre gritaba a mi padre.
—Estoy bien. Se supone que me llamará hoy. Su prometida… quiere que sea dama de honor. Ni siquiera la conozco. Creo que le preguntaré si puedo ser su padrino, o su madrina. Creo que un esmoquin me sentaría bien.
Ashton soltó un suspiro y rodeó la barra para ponerse a mi lado. Me envolvió la cintura con un brazo y apretó.
—Cuando quieras hablar, despotricar o llorar, estaré aquí.
Los ojos se me llenaron de lágrimas y me tragué el nudo que tenía en la garganta. No me gustaba que la gente pensara que era débil. No estaba acostumbrada a compartir mis sentimientos; me los guardaba dentro y me enfrentaba a ellos a solas. Pero saber que tenía a alguien al lado que se preocupaba por mí significaba mucho, más incluso de lo que podría imaginarse. Apoyé la cabeza contra la suya y contemplamos el patio trasero juntas, en silencio. No había mucho que decir. El simple hecho de tener a alguien junto a mí hacía las cosas mucho más fáciles.
Sawyer
Beau:
¿Qué días tienes que estar en Florida para entrenar?
Yo:
Tres días a la semana a partir de julio.
Beau:
En Alabama igual. Sólo queda el mes de julio para ir de acampada.
Yo:
Podemos ir cuando quieras.
Beau:
¿Has hablado con Lana?
Yo:
Hoy no. Acabo de volver de entrenar.
Beau:
Ash pasará la mañana con ella. Tiene problemas con sus padres.
Me quedé mirando el último mensaje de mi hermano. Me inquietaba que Lana estuviese disgustada. No estaba seguro de que me gustara enfrentarme a ese sentimiento. Sólo tenía tiempo para una aventura de verano.
Yo:
La llamaré luego. Gracias.
Beau:
Ten cuidado con ella.
No respondí. No era asunto suyo. Al final de mi relación con Ashton, Beau se había involucrado más de lo que debía, pero lo dejé pasar porque Ash también formaba parte de su vida. Pero Lana… Lana no era cosa suya. Solté el teléfono sobre la cama y fui a la ducha. Ya había planeado el día: pensaba tener a Lana para mí solo. La inspiración me había llegado entrenando, mientras subía y bajaba las graderías cien veces.
—¿Adónde vas, cielo? —dijo mi madre desde su despacho cuando pasé por delante en dirección al garaje. Quería escabullirme sin tener que responder a sus preguntas. Mi ruptura con Ashton la afectó mucho; y todavía más cuando descubrió que me había sustituido por Beau. Habíamos pasado mucho tiempo en terapia lidiando con la traición de mi padre y buscando una forma de afrontar la verdad sin destrozar nuestra familia. Yo seguía queriendo que mi padre le tendiese la mano a Beau, pero sabía que no lo haría. Y era imposible que mi hermano diese el primer paso. En lo concerniente a mi padre, Beau guardaba un más que merecido resentimiento en su interior.
—Voy a recoger a Lana, ¿te acuerdas de la prima de Ashton, la de Georgia? Vamos a comprar material de acampada y a ver una peli o algo.
Mi madre ladeó la cabeza y frunció el ceño.
—¿No es la hija de la hermana loca de Sarah?
No sabía mucho sobre la madre de Lana, excepto que Ashton no era ninguna fan. Me encogí de hombros y metí las manos en los bolsillos.
—Lana no está loca. Eso es lo único que importa.
—Mmm… No te encariñes demasiado. De tal palo, tal astilla.
Sentí el eco de la voz de Honey dentro de mi cabeza, cuando pocos meses antes había dicho lo mismo sobre mi padre y Beau.
—Sí, me di cuenta de ello cuando descubrí que papá fue infiel y mintió sobre el tema a las personas a las que se suponía que quería —gruñí.
A mi madre se le puso la espalda recta como un palo. No soportaba la expresión de dolor que le había puesto en los ojos. No se merecía mi ira. Ella también había sido una víctima.
—Lo siento, mamá…
—No debería haberme metido en tus asuntos. Tienes razón. Ve a divertirte. Disfruta del verano. Todo cambiará en otoño. Ahí fuera hay un gran mar lleno de peces y ahora que tú y Ashton habéis pasado página, es hora de que empieces a probar el muestrario.
Mi madre quería a Ashton. Creo que incluso había escogido el diseño de nuestra vajilla de porcelana. Que dijese que debía «probar el muestrario» era un gran paso para ella. Crucé la habitación y me agaché para darle un beso en la cabeza.
—Te quiero —dije antes de darme la vuelta para marcharme.
—Yo también, cielo —respondió.
—¿Sabes algo de Cade y Catherine? Esta semana no he recibido ningún mensaje.
Mi hermano pequeño siempre había estado muy apegado a mí, pero había cumplido los trece este año y ya no me necesitaba tanto. Mi hermana era diferente: la niña de los ojos de su madre. De ella no esperaba que me llamase ni que me escribiese.
—He hablado con Catherine esta mañana. Lo están pasando bien. Cade ha trabado amistad con la hija de los vecinos. Catherine dice que ella y Gaga van mucho de compras.
Gaga era la madre de mi madre. Se le daban mucho mejor las chicas que los chicos. Me aclaré la garganta y apoyé la cadera en el escritorio.
—¿Eres consciente de que los chicos de trece años no «traban amistad» con niñas? Deben de estar saliendo. Yo me fijaba mucho en las chicas cuando tenía trece años. Fueron los años que pasé con Nicole, ¿te acuerdas?
Mi madre se encogió un poco.
—Lo había olvidado. Quizá debería llamar a Gaga y hablar con ella. Sigo pensando que es mi niño, pero ya es un adolescente, ¿verdad?
Me erguí riendo entre dientes y le di una palmadita en las manos, que había empezado a retorcerse.
—Sí, mamá. Es todo un adolescente y apuesto lo que quieras a que no se pasa todo ese tiempo libre jugando al Monopoly con la vecina.
—Dios mío, voy a llamar a Gaga ahora mismo —anunció, alargando la mano para coger el teléfono.
Ya había cumplido con mi deber de hermano mayor. Era la hora de ir a ver a Lana.