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A solas con Alois, Klara no soportaba pensar en todos y en cada uno de los difuntos de la familia. No eran sólo sus propios hijos, sino también sus hermanos y hermanas. «¿No tiene compasión Dios?», se preguntaba. Sentía una extenuación aterradora, como si estuviese en una casa vieja cuyo suelo se estuviera desmoronando y ella no tuviera ganas de salvarse. Estaba cansada de creer que la culpa tenía que ser suya.

Tengo que admitir que estuve tentado de acercarme a ella, pero sabía que el Maestro no lo aprobaría. ¿Qué se ganaba, al fin y al cabo, captando un cliente como Klara? Confundiríamos a los Cachiporras si se la birlábamos. Pero qué trabajo adiestrar a una cliente tan nueva y difícil.

En realidad, no tardé en advertir que lo suyo era tan sólo una rebelión, algo común en personas piadosas. La piedad también sirve de muro para impedir que los piadosos reconozcan que están profundamente airados con Dios: ese Dios que no les ha tratado como ellos creen que les corresponde. Puesto que esta cólera ilícita suele estar sumergida en aguas pestilentes de recato, no suelen ser clientes de primera para nosotros, aunque, llegado el caso, utilizamos a algunos. Los piadosos pueden trastornar a miembros de la familia que no lo son tanto. Las repeticiones matan el alma.

Aquel largo día, Alois estaba tan devastado por la pérdida de Edmund que tuvimos que bucear en los recuerdos largo tiempo sepultados de su incesto. ¿Eran él y Klara personas contaminadas? De ser así, más le valía a Edmund haber muerto. De nuevo se echó a llorar.

Cuando, en un momento determinado, Klara empezó a pensárselo mejor y dijo: «Quizás deberíamos ir a la iglesia», a él le atenazó el miedo.

—¿Perder yo el control en público? —repitió—. Eso es peor que la muerte.

Ahora Klara se preguntó: «¿Qué tiene de malo llorar en la iglesia cuando tienes el corazón roto?». Empezó a preguntarse si Alois no sería malo. ¿Y ella? ¿Y el juramento que había hecho cuando Alois hijo yacía inconsciente en el suelo? Sí, quizás fuera mejor no asistir al funeral, pues la presencia de personas malas quizás perjudicase al fallecido. Poco a poco, en el curso de aquel largo día que pasaron en casa, notó un terrible sofoco en el pecho. ¿Era una cólera dirigida contra Dios? Ahora también a ella le daba miedo ir a la iglesia. Sí, ¿cómo atreverse a entrar con semejante ira en un lugar sagrado? Sería como hacer otro voto de fidelidad al abyecto.