En el verano de 1897, tras la venta de la propiedad de Hafeld, la familia se trasladó al Gasthof Leingartner, en Lambach, donde viviría hasta el final de año. Habiendo dejado atrás las responsabilidades de la granja, Alois comenzó su jubilación auténtica, que deparó unos cambios pequeños pero sorprendentes. Por ejemplo, no le interesaban las cocineras y las criadas del Gasthof. Peor aún, ellas no mostraban el menor interés por él. Ni a él le importaba.
Incluso yo diría que estaba temporalmente satisfecho. En la medida en que podía afectar a nuestros designios con respecto a Adi, yo vigilaba de cerca las modestas actividades de Alois. Para mi sorpresa, adoptó un interés de propietario por el sabor medieval de Lambach y disfrutaba recorriendo sus calles. La ciudad tenía una población de no más de mil setecientas personas, pero podía jactarse de un monasterio benedictino fundado en el siglo XI, y de una iglesia, Paura, que había sido construida con forma de triángulo y tres torres, tres puertas y tres altares. Debo decir que Paura produjo un efecto extrañísimo en los pensamientos de Alois.
Había empezado a preguntarse si, cientos de años antes, no habría vivido allí una vida anterior. ¿Percibía un oscuro atisbo de una existencia previa? No descartó la idea. Sin duda explicaría sus cualidades viriles más osadas. Der Ritter Alois von Lambach!
Si se me pregunta una vez más cómo puedo conocer esta reacción cuando Alois, al fin y al cabo, no es mi cliente, reiteraré que en determinadas ocasiones podemos entrar en los pensamientos de humanos que tienen una estrecha relación con alguna persona a nuestro cargo. Tuve acceso, por lo tanto, a las divagaciones de Alois sobre la reencarnación, y había llegado a creerla posible. Decidió que mucha gente no creía que dejaría de existir.
Debo decir que para Alois tal idea era estimulante. La reencarnación era muy imaginable y, en consecuencia, él, Alois, debía de haber sido un caballero sumamente licencioso. Esta posibilidad le puso de un humor excelente. Lo que necesitaba, precisamente, eran ideas nuevas. Te mantenían a salvo de las arenas movedizas de la vejez, decidió ahora.