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Su decisión de hacer un nuevo testamento la tomó después de haber sabido que podría vender la granja. El comprador se lo había enviado Herr Rostenmeier, que incluso había ofrecido buenos consejos a Klara.

—Querida Frau Hitler —le dijo—, sólo hay una razón por la que su granja encontrará un comprador: por su buen aspecto. ¿No fue ése el motivo exacto de que su marido la comprara?

—No diré que eso no deba ser verdad —dijo Klara. (Para ella, esta observación equivalía a coquetear con Herr Rostenmeier).

—Sí —dijo él—, está bien que lo reconozca. Creo que podrán vender la granja a personas con menos experiencia agrícola que ustedes, pero… —levantó un dedo— más acaudaladas, ¿no? Tienen que tener paciencia. No tardará en aparecer una de esas personas pudientes. Y cuando aparezca, hágame el favor de enviármela. Yo seré su amigo. Yo sabré contestar a todas las preguntas que haga.

Apareció el rico buscador de casa, le gustó el aspecto de la granja y la tierra, sabía aún menos que Alois de los escollos de la agricultura y la venta se celebró. Aunque el precio no constituía una ganancia real, tampoco sufrió Alois la pérdida que había temido. Lo irreversible de la transacción le convenció además de que cualquier sueño de vivir sus últimos días en una granja debían arrinconarse junto con toda esperanza de que el hijo primogénito le proporcionase todavía algún motivo de orgullo. No, ahora le correspondía a Adi. Ni por asomo era tan ágil ni tan fuerte como Alois, ni tampoco tan bien parecido, pero sí tan despierto, quizás, y obediente. Obediente sí era. Llamarle con el silbato se había vuelto un placer. La reacción era rápida.

Sin embargo, Alois guardaba en su corazón el equivalente de una fotografía. Aún había noches en que se sentaba en el banco de roble y cavilaba sobre la caja Langstroth que había construido para él. Daba una palmadita en el asiento como para recordar el sonido del cachete que solía dar a la caja de madera en los viejos tiempos, sí, una bonita y contundente bofetada para alborotar a las abejas.

Desde entonces había llovido mucho. La Historia (para quienes han vivido tanto tiempo como yo) rara vez se recuerda como algo fascinante. Es un auténtico vivero de mentiras. Es la única razón por la que yo recomendaría la vida de un demonio a posibles aspirantes. Sabemos muchísimo sobre cómo ocurre, cómo ocurre realmente. ¿Quién querría perder semejantes riquezas? Con todo, no es inconcebible que esto sea exactamente lo que yo he hecho al revelar mi relación con el Maestro. Quizás la perversidad de nuestra naturaleza diabólica guarde alguna relación con esa curiosa naturaleza humana que se abre camino hacia la existencia entre los obstáculos de la orina y excrementos, pero más tarde sueña todas las noches con una vida noble.